Opinión
Museo de Zugarramurdi: un planteamiento infame
El problema del Museo de las Brujas de Zugarramurdi no es solo la mirada descontextualizada e incompleta que ofrece sino la panorámica distorsionada que proyecta en su conjunto

No existe una reconstrucción histórica profunda y rigurosa sobre la persecución sufrida por las mujeres entre los siglos XV y XVIII. Ni en el Estado español, ni a escala europea o americana. Ahora bien, el problema del Museo de las Brujas de Zugarramurdi no es solo la mirada descontextualizada e incompleta que ofrece (y que no proporciona herramientas para comprender lo sucedido) sino la panorámica distorsionada que, carente de referentes históricos, proyecta en su conjunto.
Se presenta la caza de brujas en la que miles de personas fueron investigadas y hubo 80 condenas a muerte (que tras los arrepentimientos quedaron en once ejecuciones), como una pelea entre vecinos. No se explica el contexto social, económico o político que desencadenó la persecución en el Viejo Continente (exportada posteriormente al Nuevo Mundo) y que llevó a la muerte a decenas de miles de mujeres.
La mayoría no solo fue asesinada sino también torturada de manera horrorosa, y muchas fueron quemadas vivas públicamente para aterrorizar a sus comunidades. Los números de mutilaciones, suicidios, enfermedades mentales, exilios o vidas destrozadas por aquel terror organizado nunca podrán conocerse.
La oferta de las tiendas para turistas apuntala la narrativa de los verdugos con la degradación y deshumanización de aquellas mujeres
Ante esta realidad, ¿cuál es la interpretación que sugiere el museo? El cortometraje que pretende definir el marco conceptual de los hechos intercala imágenes de Galileo, Hitler, Stalin, y de algunos de los físicos alemanes y estadounidenses (Heisenberg, Einstein, Oppenheimer) que participaron en la carrera para construir la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial... para acabar situando esta represión específica hacia las mujeres en las claves de la eterna lucha entre la Razón y las supersticiones o la irracionalidad.
Por otro lado, la oferta de las tiendas para turistas a ambos lados de los Pirineos contribuye a apuntalar estas narrativas: escaparates con muñecas que representan a mujeres viejas, sin dientes o con los dientes fuera de la boca, jorobas, narices desproporcionadas y sonrisas satánicas. Toda una degradación y deshumanización de aquellas campesinas y proletarias, que según el merchandising contemporáneo no merecen ser tratadas como seres humanos reales.
En definitiva, esta ridiculización y mercantilización de su muerte contribuye a extender un manto de silencio sobre una de las luchas de clases más colosales y determinantes de la historia de la humanidad: el cercamiento de los comunes y la acumulación originaria que da paso a la primera fase del capitalismo.
Muchas mujeres pagaron un caro precio por acompañar, cuidar o liderar las comunidades que trataron de resistir el saqueo en marcha
En aquel entonces, muchas mujeres se opusieron con sus cuerpos y pagaron un caro precio por acompañar, cuidar o liderar las comunidades que trataron de resistir el saqueo en marcha. Y, para colmo, esos relatos que los verdugos y torturadores utilizaron para estigmatizarlas, criminalizarlas y asesinarlas son también ahora ―en Zugarramurdi o durante el Halloween de cualquier ciudad anglosajona―, un vehículo de transmisión cultural de primer orden para consolidar una visión degradante y vergonzosa de las mujeres mayores.
¿Alguien se imagina que los comercios del Auschwitz actual vendieran figuritas de judíos frotándose las manos, con miradas aviesas y tirabuzones? ¿Tendría sentido encontrar en Ondarroa juguetes caricaturescos de Andoni Arrizabalaga, el hijo de Itziar en la canción de Pantxoa eta Peioa, sometido 22 días al tormento en comisaría durante el estado de excepción de 1968 en Gipuzkoa?
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