Francia
Calais, lugares de vida en la frontera

32 kilómetros en línea recta por el Canal de la Mancha, menos de 2 horas en ferry y 35 minutos en coche por el Eurotúnel. Es lo que separa la localidad francesa de Calais de la localidad inglesa de Dover. Sin embargo, la mayoría de pasajeros y pasajeras de países del Sur tienen este paso vedado, la presión policial, agravada desde el Brexit ha hecho de las balsas, trenes o camiones la única vía de entrada al Reino Unido.
Desde el año 2000, más de 400 personas han muerto intentando cruzar, 89 de ellas en 2024. El pasado 10 de julio Reino Unido y Francia acordaron endurecer aún más las condiciones de entrada y de vigilancia de la frontera. A las 30 millones de personas que anualmente hacen este trayecto en ferry o por el Eurotúnel les puede costar entre 20 y 130 euros; a las personas en tránsito procedentes de países del Sur, les puede costar la vida.
La frontera expandida
La Caravana Abriendo Fronteras llega a Calais. Se proponen conocer y denunciar la vulneración de derechos humanos a través de una serie de charlas, reuniones, visitas y actos de protesta. Se encuentran con una agradable localidad costera, con un emblemático dragón mecánico retrofuturista. También se topan con lo que venían buscando: la frontera, y el entramado de dispositivos y operaciones que conforman su compleja arquitectura. Porque la frontera contemporánea ha trascendido al muro, y está sostenida por multitud de dispositivos dispersos en el territorio y operativos complementarios que la accionan.
Calais es uno de esos lugares en los que esa infraestructura es parte significativa del lugar. Los muros de hormigón coronados por alambre de espino bordean el perímetro del Eurotúnel, el puerto o la autopista. Las cámaras y torres de vigilancia se alinean en la costa para avistar las balsas que cruzan el canal. Las intervenciones policiales tratan de reprimir los intentos de partir desde la playa. El CRA —Centre de Rétention Administrative, equivalente a los Centros de Internamiento de Extranjeros en el estado español— retiene a las personas interceptadas cruzando la frontera y las encarcela a la espera de una posible deportación. Todos ellos conforman una malla de dispositivos hostiles; una infraestructura que impide el tránsito y violenta la vida.

Entre las charlas programadas en la Caravana, está la conferencia del investigador independiente Samuel Storey sobre las infraestructuras de videovigilancia que el Reino Unido ha desplegado para impedir que las personas en tránsito crucen el Canal de la Mancha. Torres con cámaras de alta definición capaces de escanear el horizonte a 14,5 km e Inteligencia Artificial para interceptar las balsas que tratan de cruzar los 32 kilómetros de canal. Storey remarca la opacidad que envuelve el funcionamiento, la finalidad y el uso de los datos recopilados, a pesar de tratarse una infraestructura pública propiedad del Ministerio de Interior inglés.
De “La Jungla” a los lugares de vida
A lo largo de los años, esta política de fronteras ha generado bolsas de personas en tránsito en Calais y las poblaciones del entorno. Personas atrapadas y a la espera en campamentos improvisados, entre los que se encontraba aquel que los medios calificaron como la “Jungla de Calais”. Llegaron a censar a 4.480 personas, pero las organizaciones locales apuntaban a 9.100 personas y fue violentamente desalojado por las autoridades francesas en 2016. A pesar de ello, las personas continúan buscando huecos, recovecos y refugios para sobrevivir a la espera de cruzar la frontera, conformando lo que los colectivos locales llaman lugares de vida: instalaciones precarias y dispersas, que responden a los constantes desalojos policiales y a las infraestructuras de hostilidad y frontera.
A día de hoy se calcula que las personas en esta situación rondan las 3.000, dispersas entre Calais y Dunkerque. Algunas permanecen reconstruyendo sus lugares de vida unos meses hasta que logran cruzar la frontera. Otras quedan atrapadas durante uno o dos años, tras varios intentos, sometidas a una itinerancia constante, con una intensificación de problemas de salud mental. Otras acaban encerradas en el CRA hasta que son deportadas, y otras fallecen en el intento.

Infraestructuras para sostener la vida
Un centenar de activistas de la Caravana se agolpan en la entrada del almacén, forman corros y charlan, y a ratos dejan paso a los camiones, coches y grúas de obra que entran y salen del pabellón. Esperan a que las responsables de los 8 colectivos que gestionan el almacén organicen la mañana. Una serie de estiramientos en grupo sirven para comenzar la actividad y captar la atención del grupo de caravanistas.
Una treintena de voluntarias se queda en el almacén con el colectivo La Capuche. Algunas ayudan a ordenar parte de los varios centenares de tiendas de campaña y sacos de dormir que han recogido en un festival de música de Dinamarca, que después se distribuirán en los lugares de vida. Mientras tanto, otras doblan ropa de hombre de invierno que, ya en julio, están preparando para repartir cuando las temperaturas comiencen a bajar.

El resto de las voluntarias montan en uno de los autobuses para recoger la basura acumulada en varios lugares de vida. Comienzan retirando los restos de basura más reciente, la meten en contenedores; y según la limpieza avanza, se van encontrando por capas de residuos descompuestos y que se funden con la tierra. Aunque agradecida, la aportación de este centenar de voluntarias es testimonial, ya que apenas cubre el trabajo del voluntariado que día a día trabaja entre los almacenes y los diferentes lugares de vida.
L'Auvergues des Migrants es la organización más veterana, creada en 2015 para responder a las urgencias de “La Jungla". Desde entonces, llevan a diario un generador móvil a los lugares de vida, dispositivo que permite habilitar puntos de carga de móviles y que genera momentos de reunión para las personas en tránsito. Estos momentos se aprovechan para indicarles cómo acudir a duchas como las que se ofrecen en las instalaciones del Secours Catholique, y para ofrecerles acceso a traducciones. Alrededor de esos puntos de carga móviles, Project Play y Kaleidoscope ofrecen actividades diarias para la infancia y adolescencia, ya que la proporción de padres y madres con menores ha incrementado en los últimos años. Woman Center Refugees es una organización que trabaja con mujeres, la mayoría madres con menores a cargo, a las que tratan de buscar alojamientos institucionales y también acompañan en casos de violación o contracepción. Utopia56, por su parte, atiende situaciones de urgencia como los naufragios. Si bien evitan sustituir una labor que debería de recaer sobre las administraciones, tratan de proveer de ropa y de derivar a alojamientos a las personas en las situaciones de mayor vulnerabilidad. También redactan informes sobre violaciones de derechos humanos, registrando los casos de violencia que atestiguan.

Gran parte de las idas y venidas continuas de camiones son causadas por los colectivos encargados de suplir de alimentos a los lugares de vida. Calais Food Collectives los provee de bidones de agua potable. Por su parte, la cocina de Refugee Community Kitchen ocupa todo un pabellón del almacén, ya que provee de entre 800 y 1600 comidas diarias a los lugares de vida situados en los tramos de costa que separan Dunkerque y Calais.
Tras los almacenes, en el exterior, una decena de camiones y varios contenedores flanquean pilas y montañas de palets, dispuestos para su transporte, reutilización o desecho. Los palets son un recurso preciado: infraestructuras básicas de madera que permiten improvisar mobiliario para tender la ropa o para sentarse.
Infraestructuras hostiles
Toda esta red de dispositivos e infraestructuras para sostener la vida de las personas en tránsito es constantemente atacada. La frontera se extiende por todas partes a través de toda una serie de infraestructuras hostiles que permean la ciudad y sus alrededores. Son dispositivos de violencia, pero también de ocultamiento y obstaculización, que se cuelan por las calles, plazas, parques y bosques, y violentan el desarrollo de los lugares de vida.
Las expulsiones de los lugares de vida informales son parte de este entramado de hostilidad desplegado en los alrededores de la ciudad. Son intervenciones llevadas a cabo por la policía cada 2 ó 3 días, en las que obligan a sus habitantes a desmontar las tiendas, recoger sus pertenencias, bajo la amenaza de detención y deportación. Es habitual también que las personas voluntarias encuentren los bidones de agua agujereados, envenenados o ensuciados.

Forman parte de este entramado las grandes piedras intencionalmente colocadas en zonas verdes de los parques, el río y el puerto, para evitar que los lugares de vida florezcan. De esta manera, la higienización del espacio público y la ocultación de las precarias situaciones vitales creadas por las políticas fronterizas toma una especial relevancia en Calais. En cambio, la preocupación por la higiene no llega a garantizar unas condiciones dignas de salubridad para toda la población. No alcanza a las personas que acampan en los intersticios y aledaños de la ciudad, tal y como llevan años reclamando desde los colectivos locales.
En su investigación sobre las formas de construir la hospitalidad en Calais, Habitar la espera, activar los vacíos (Habiter l’attente, activer les vides), Margot Gier distingue entre las redes de hostilidad y hospitalidad. Las primeras son estructuras gubernamentales y represivas que obstaculizan el tránsito y la espera. Las segundas están formadas por diferentes espacios de vida, más o menos formales, con techos más o menos firmes, que las personas en tránsito construyen y reconstruyen constantemente con el apoyo de las redes de solidaridad. La solidaridad es una forma de lucha contra las políticas mortíferas de migración y refugio europeas.
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