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Fronteras
La “reapertura” de la frontera de Ceuta
Tras 27 meses desde que se decretara el cierre de la frontera de Ceuta con Marruecos por la pandemia y tras otras muchas prórrogas, la frontera de El Tarajal se reabrió la madrugada del 17 de mayo de 2022. Sin embargo, cabe destacar que este cierre temporal y su reapertura ha supuesto más que un simple acto administrativo por cuestiones sanitarias por la covid-19.
La función de la frontera —o más bien la gestión de esta— no es solo la de separar países de forma física a fin de controlar y garantizar la protección de la ciudadanía de supuestos problemas económicos, recorte de derechos y criminalidad. Es también la de amparar, bajo el paraguas de falsas amenazas, a la seguridad en la que han incluido a las personas que ejercen un derecho universal como es el de migrar o el de buscar asilo, la legitimación de las prácticas que vulneran sistemáticamente los derechos humanos de determinadas personas ante la opinión pública.
A pesar de la progresiva polarización ideológica y del aumento de la brecha socioeconómica desde la que se construyera la frontera, la interdependencia y la conexión entre quienes viven a ambos lados de la frontera existe y es innegable, por mucho que los discursos falaces y reaccionarios hayan irrumpido en la esfera pública.
La interdependencia no solo es a niveles macroeconómicos, como pueden ser los acuerdos establecidos sobre la pesca o la agricultura o —bajo la ignominia de la buena vecindad— la subcontratación de la represión violenta a Marruecos para controlar y desviar los flujos migratorios a cambio de ingentes cantidades de dinero. Como tampoco lo son las cuestiones soberanistas, que al parecer fueron el detonante de la entrada de entre diez y doce mil personas —ya que desde el Gobierno de España nunca se ofreció ningún dato oficial— por el espigón de El Tarajal durante el 16 y 17 de mayo de 2021.
Es la vida de las familias y pequeñas empresas ceutíes de cuya subsistencia depende el trabajo de los miles de trabajadores y trabajadoras en régimen transfronterizo en la hostelería, el trabajo de hogar o la construcción
Esa interdependencia aterriza en la vida diaria de miles de personas que viven y sobreviven a ambos lados de la frontera. Lo eran las mujeres que trasladaban mercancías en la frontera de Marruecos con Ceuta y que suponían entre 400 y 600 millones de euros al año, destinados al presupuesto de la Ciudad Autónoma. Es la vida de las familias y pequeñas empresas ceutíes de cuya subsistencia depende el trabajo de los miles de trabajadores y trabajadoras en régimen transfronterizo en la hostelería, el trabajo de hogar o la construcción. Y también es un reflejo de las acciones ordinarias como las de comprar frutas y verduras —porque en el otro lado son más económicas—, ir a tomar el té o a pasar el fin de semana al país vecino… o a visitar a los familiares.
Aun cuando la vida de muchas personas en todo el planeta se ha visto interrumpida por los efectos y la gestión de la crisis sanitaria a nivel mundial, una ciudad fronteriza como Ceuta es una ciudad llena de personas que tienen una interrelación, que ya no una interdependencia, con el “otro” lado de la frontera. Eso, a pesar de que se intente invisibilizar desde las instituciones; muy a pesar de que esa interdependencia se intente manipular por determinados sectores ante la pérdida de una identidad irreal, desigual, diferenciadora y antagonista.
Migración
Trabajadoras transfronterizas Una caravana feminista exige en Ceuta regularizar la situación de las trabajadoras transfronterizas
Y para muestra un botón: las imágenes difundidas por los medios de comunicación locales donde muchas personas acudían a la frontera no solo para cruzarla, sino también como espectadores ante una realidad con la que llevan conviviendo casi toda la vida, la de la apertura física de una frontera que no ha dejado de poner en evidencia que cada día que ha pasado han sido muchas personas a las que la gestión de la frontera no les ha supuesto ni garantías ni seguridad.
Ha supuesto más bien una agonía y un sufrimiento al ver cómo sus reiteradas peticiones, bien sean de trámites burocráticos o personales, al no poder ni incluso asistir al entierro de sus seres queridos, han sido desoídas por uno de los gobiernos más progresistas de la historia de la democracia de España. Un Gobierno que, con su gestión de la frontera, no ha considerado la realidad en la vida de miles de personas más allá de sus propios intereses diplomáticos.
Un Gobierno que no ha vuelto a poner la vida en el centro de sus políticas migratorias.