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En el año 1990, en la Sierra de San Pedro, apareció muerto el que se considera el último lobo extremeño. Se consiguió así extinguir esta especie luego de décadas de encarnizada persecución, una persecución que en los tiempos de la guerra a la naturaleza que desató el franquismo llegó al paroxismo.
Etólogos, zoólogos, botánicos y conocedores de la ecología en general vienen advirtiendo también desde hace décadas que acabar con los grandes depredadores de la pirámide ecológica, como el lobo, el oso, el lince o las aves rapaces, provoca una desestabilización en cascada de los equilibrios y sinergias que arman y sostienen un ecosistema, una disrupción de las cadenas tróficas y un desorden en las poblaciones animales y vegetales, y esto acaba por redundar en perjuicios para las poblaciones humanas y, por supuesto, para sus economías. El ejemplo del lobo en Extremadura ilustra perfectamente este estropicio.
Ganadería
Ganadería Pastores de lobos
El lobo es el archienemigo histórico de la ganadería, pero existen formas de coexistir pacíficamente con este amenazado depredador. Es más, algunos ganaderos afirman que puede ofrecer beneficios económicos.
Tradicionalmente (si entendemos por tradición también los prejuicios y falsas creencias) se ha considerado al lobo como un competidor y un enemigo de la ganadería, pero lo cierto es que la extinción del lobo no ha traído una mejora al sector ganadero. Antes al contrario, ahora es la propia ganadería extensiva y el pastoreo lo que está en peligro de extinción. De 1990 a hoy, la cabaña ganadera extremeña no ha hecho más que disminuir y el sector no ha hecho más que envejecer y perder renta año a año. Por supuesto que las causas de este lento exterminio de la actividad pastoril obedece a múltiples y complejas causas que abarcan desde la globalización y la presión a la baja de los precios de venta de carne y lácteos que esto provoca, el control oligopólico del mercado por parte de las grandes cadenas de alimentación, o cuestiones demográficas como el abandono rural, y culturales como el proverbial individualismo e incultura del campesinado extremeño. Pero a estos perjuicios y obstáculos que tiene la ganadería en nuestra región y en toda la península, se unen otros factores más concretos y cercanos que están contribuyendo a acabar con la actividad ganadera, las cuestiones de sanidad animal y en concreto enfermedades como la brucelosis y, sobre todo, la tuberculosis bovina están suponiendo en muchos casos el empujón definitivo para acabar con los rebaños que han modelado nuestros paisajes.
Extremadura es la región española más afectada por tuberculosis bovina
Extremadura es la región española más afectada por tuberculosis bovina, sólo superada por Andalucía, con Castilla la Mancha completando este dudoso podio, y eso porque el vector de transmisión de esta enfermedad es la fauna silvestre, especialmente el jabalí y los ungulados como el ciervo y el corzo, y en estas tres comunidades se estima que casi el 30% de los jabalíes y ciervos portan la bacteria de la tuberculosis. No por casualidad estas regiones coinciden en carecer de los servicios ecosistémicos de los grandes depredadores: no hay osos, tampoco lobos. En el otro extremo las regiones con menor prevalencia de tuberculosis son Galicia y Asturias, que no por casualidad tienen los mayores contingentes de lobos e incluso algunos pocos osos.
Extremadura, Andalucía y Castilla la Mancha también coinciden en tener un importante sector de caza intensiva. Un reciente estudio de Sanidad y Biotegnología demuestra que “la gestión de la caza muy intensiva, caracterizada por la presencia de vallados cinegéticos, se asoció con un mayor riesgo de tuberculosis tanto en jabalí como en ciervo”. En nuestra región, el hecho de que las comarcas con mayor prevalencia de la enfermedad sean las de Monfragüe y Alcántara confirman esta hipótesis. La caza, la caza que realmente existe hoy día (en muchos casos una especie de ganadería de rapiña, en que se vallan grandes fincas y apropian de animales del procomún, se ceban y se privatizan por la vía del plomo…), está provocando un perjuicio directo a la ganadería y a las arcas públicas con muchos millones de euros de presupuesto para erradicar la enfermedad, con miles y miles de cabezas de ganado sacrificadas anualmente, con costos, trabajo y sufrimiento para las personas que quieren vivir del ganado, y acabando con la forma de vida de muchas familias.
Así que cuando escuchamos ese argumento tan manido y repetido que esgrimen los defensores de la caza (los de siempre y los sobrevenidos de la “caza social”) de que la actividad cinegética es un método de gestión de la biodiversidad y que sin ella las poblaciones de jabalí y ungulados se dispararían, tenemos razones para ser muy escépticos, porque la experiencia que tenemos de la gestión actual que se hace de la fauna silvestre es a todas luces pésima, y más pésima allí donde el sector de la caza está más presente, es más intensivo y lucrativo. Y es por eso que la idea que defiende la ciencia de los ecosistemas: que si volvieran los grandes depredadores harían una “gestión de la biodiversidad” mucho más barata, mucho más eficiente, y eso redundaría positivamente en nuestros paisajes y en la ganadería, esta idea empieza a abrirse paso también en el “sentido común” de nuestros pueblos e incluso entre el propio sector ganadero.
La caza, la caza que realmente existe hoy día, está provocando un perjuicio directo a la ganadería y a las arcas públicas
En las comarcas montañosas del norte de Cáceres, la tuberculosis bovina ha castigado especialmente al sector caprino, en la comarca de la Vera se han sacrificado tantos rebaños que la raza Verata está al borde de la extinción, mientras la montaña se "rudeliza", se asalvaja, se llena de un monte impenetrable en el que sólo medran los jabalíes y ungulados, el monte es tan áspero que pese a la superpoblación las sucesivas batidas de los cazadores apenas logran abatir a algunas decenas de animales al año, y así cada vez son mayores los daños del jabalí y los ciervos a plantaciones de frutales, a las menguantes praderas, a los cultivos. A falta de otro regulador de la población es la tuberculosis, la sarna y otras enfermedades las que realizan esta función. Y eso por no hablar del peligro de incendios, que es directamente proporcional al abandono del pastoreo. Más allá de la posición ética respecto a la caza y respecto al lobo, está la cuestión funcional, la cuestión de lógica ambiental: la caza, la gestión antrópica de la biodiversidad, ha fracasado, así que ha llegado el momento de dar una oportunidad al lobo.
En estas comarcas del Norte de Cáceres, hay cada vez más gente esperando al lobo, incluida gente del sector ganadero, e incluso algunos cazadores también. Cada vez más gente entiende que la relación entre el lobo y el pastoreo es de interdependencia, es una relación conflictiva sí, y de competencia, pero también de sinergia, de apoyo mutuo, de coevolución. De hecho, Extremadura es o ha de ser la puerta de los lobos de Castilla, el corredor biológico natural de su dispersión hacia las tierras meridionales que ocupó en el pasado. La Sociedad Extremeña de Zoología lleva tres años preparando el terreno, realizando jornadas y campañas de sensibilización y educación ambiental, como el proyecto Exlobado o el de Hay un lobo en mi cole.
Pero el lobo no termina de llegar, no hay constancia de que ninguna manada haya cruzado las sierras que nos separan de Salamanca y Ávila, aunque sí se han dado avistamientos individuales. Y eso se debe a la “gestión poblacional ilegal” que hacen en Castilla y León, o sea que los están matando pese a que por debajo del Duero es especie protegida y pese a que hasta el Tribunal Supremo ha sentenciado en contra de esta caza ilegal perpetrada por la propia Junta de Castilla y León, ¡con fondos públicos! O sea que las causas de las desgracias que tenemos en el mundo rural son múltiples y complejas pero algunas tienen nombre y apellidos: los de los políticos ecoignorantes que nos gobiernan. En este caso los del PP de Castilla y León, con el apoyo entusiasta de plataformas como Ávila libre de lobos, en las que participa, ¿cómo no?, Asaja.
Pese a todos los enemigos que tiene el lobo, y no es el menos malo el prejuicio atávico, pese al analfabetismo ambiental de los gestores institucionales del territorio, pese a sindicatos agrarios que insisten en tirarse piedras contra su propio tejado (sin los servicios ambientales de un ecosistema funcional no hay agricultura posible), pese a quien pese, hay que confiar en que el lobo volverá a acompañarnos (a maravillarnos, a retarnos, a obligarnos a cambiar modos de manejo del ganado, a recuperar los mastines…), volverá el lobo a salvar paradójicamente a nuestros rebaños, volverá el lobo a curar nuestros ecosistemas, volverá el lobo a aullar otra vez en las estrelladas noches extremeñas.
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Artículo de obligada lectura para aquellos que manifiestan una asombrosa ignorancia sobre el lobo
No decís más incongruencias en el artículo, porque no habéis cobrado tanto este año de subvenciones, con esta sarta de mentiras espero que os subvenciones un poco más. Seguir así sin dar un palo al agua mientras nosotros pagamos por poder salir al campo y vosotros cobráis por intentar que no salgamos, este país es de traca.
vaya tela, cuando no hay capacidad de argumentar en contra de este artículo se recurre a la mentida y los insultos, lo cual demuestra lo acertado del artículo
Este es un ejemplo del daño que hacen las difamaciones y mentiras de esa revista medieval, preconstitucional y preconciliar autodenominada Jara y Sedal
Hola. Este medio no cobra subvenciones, a diferencia del 95% de medios de Extremadura, que se acogen a la subvención para medios de la Junta (que sirve básicamente para que nadie diga nada en contra a sus intereses). Por eso mismo puede decir cosas como esta y muchas más
Buen análisis de la situación, lejos de los prejuicios sobre el lobo su presencia es beneficiosa para todos los sectores