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Green European Journal
Sin novedad en el frente, pero ¿qué frente?: la falsa unidad de la extrema derecha
Durante la última década, el aumento constante del populismo de extrema derecha ha definido el panorama político en Europa (y fuera de ella). Hoy en día, los partidos de extrema derecha tienen una representación parlamentaria muy relevante en la mayoría de los países europeos y forman parte de los Gobiernos en Croacia, Finlandia, Hungría, Italia, Países Bajos, Serbia, Eslovaquia y Suiza. Allí donde (todavía) permanecen en la oposición, influyen significativamente en la agenda de los partidos mayoritarios y en el debate público en general.
En el año 2024, los populistas de extrema derecha también lograron notables avances electorales en Austria, Alemania y Francia. Además, esta fuerza política obtuvo uno de los mejores resultados de su historia en las elecciones al Parlamento Europeo de junio, consiguiendo casi una cuarta parte de los escaños. Al otro lado del Canal de la Mancha, el partido Reform UK de Nigel Farage obtuvo más de cuatro millones de votos en las elecciones generales de julio del año pasado.
Todos estos partidos comparten unas características básicas. Su identidad se articula en torno a una dicotomía maniquea entre “el pueblo puro” y “la élite corrupta”, donde el primer grupo se suele definir en términos nativistas, excluyendo a colectivos a los que tratan de forma separada, como la comunidad inmigrante o musulmana. De hecho, responsabilizan a la “élite” de la supuesta erosión de la cultura nacional y del nivel de vida de la gente “corriente” (autóctona) por su presunta política “proinmigración”.
Estas narrativas han cosechado un gran éxito electoral debido a la creciente inseguridad económica y a la desconfianza de la población hacia las principales fuerzas políticas. En concreto, el desempleo ha sido uno de los catalizadores del voto “populista”, aunque también conviene ser cauto a la hora de sobrestimar el nivel de apoyo que la clase trabajadora o los llamados “rezagados” brindan a los populistas de extrema derecha.
Ahora bien, en lo que respecta a la agenda económica de la extrema derecha, el panorama se presenta bastante más complicado. De hecho, su programa de trabajo es menos consistente que el de cualquier otra gran familia de partidos. Mientras que algunos partidos de extrema derecha, como Vox en España o Chega en Portugal, exhiben una oposición flagrante al concepto de bienestar; otros, como el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) o los Demócratas Suecos, abogan por lo que se ha denominado “chovinismo del bienestar”, es decir, que solo apoyan el bienestar en lo que se refiere a la población “autóctona”. Algunos, como el Fidesz húngaro, propugnan políticas proteccionistas, mientras que otros, como Alternativa para Alemania (AfD), defienden un capitalismo de libre mercado desenfrenado.
Los partidos de extrema derecha conforman una familia política que está más unida por aquello a lo que se oponen que por lo que proponen
En materia de geopolítica, los distintos partidos de extrema derecha han adoptado posturas opuestas sobre la guerra de Ucrania y la relación de sus países con la OTAN o incluso con la UE. Esta divergencia en lo político repercute en la cohesión de la extrema derecha populista a escala transnacional, que en la actualidad está dividida en tres grupos diferentes dentro del Parlamento Europeo: el Grupo Patriotas por Europa (el tercer grupo político más grande de la actual legislatura), el Grupo Conservadores y Reformistas Europeos, y el Grupo Europa de las Naciones Soberanas. Por el contrario, la izquierda radical, tan notablemente dividida, se aglutina, con algunas excepciones, en torno al Grupo La Izquierda. Así pues, a pesar que en los últimos años se ha hablado mucho de la creación de redes transnacionales de extrema derecha, esto rara vez se ha traducido en una coordinación interna a la hora de elaborar las políticas de la UE.
La aparente unidad de la extrema derecha es bastante superficial y, a decir verdad, puede que encubra unas desavenencias más profundas entre estos partidos. Pese a que confluyen en su agenda “cultural” antiinmigración y antiizquierdista, estos partidos difieren mucho en cuanto al tipo de economía que desean para sus países. En otras palabras: los partidos de extrema derecha conforman una familia política que está más unida por aquello a lo que se oponen que por lo que proponen.
Si queremos entender mejor estas desavenencias, tenemos que prestar más atención a las fuerzas sociales que estos partidos representan. Esto requiere ir más allá de un mero análisis del comportamiento de los votantes para también examinar los segmentos de la clase capitalista que han contribuido al auge del populismo de extrema derecha y que pretenden beneficiarse de él.
Capital y fascismo
La estrecha relación entre las grandes empresas y los partidos fascistas ha quedado demostrada con creces a lo largo de la historia, sobre todo en Italia y Alemania. Aunque en un principio estas relaciones comenzaron siendo un instrumento político de la pequeña burguesía, vulnerable ante las turbulencias económicas del periodo de entreguerras, con el tiempo se ganaron el apoyo financiero y político de los sectores dominantes de la clase empresarial. Para esta última, el fascismo les brindaba la doble oportunidad de aplastar a las grandes agrupaciones de la clase obrera y subordinar a las facciones rivales de la clase capitalista.
Tal y como el sociólogo político marxista Nicos Poulantzas defendió enérgicamente en su ya clásico libro Fascismo y dictadura, la facción del capital financiero e industrial fue la que, tanto en Italia como en Alemania, consideró el fascismo como la etapa final para culminar y consolidar su posición hegemónica. Los regímenes fascistas orientaron sus políticas económicas en esta dirección y los salarios reales en la Alemania nazi se desplomaron alrededor de un 25% entre 1933 y 1938, mientras que la inversión y los beneficios de las empresas aumentaron exponencialmente.
El panorama actual presenta algunas similitudes importantes con todo esto. Cierto es que la clase capitalista se mantiene relativamente unida cuando se trata de asegurar sus intereses con respecto a otras clases sociales, algo que quedó meridianamente claro con la gestión de la crisis financiera mundial en clave de austeridad que tuvo lugar a lo largo de la década de 2010. Sin embargo, varias décadas de neoliberalismo también han dado pie al concepto de “ganadores” y “perdedores” entre los propios capitalistas: si el primer grupo abarca el capital transnacional, las grandes empresas y el capital financiero, el segundo engloba el capital nacional (sobre todo en las economías más pequeñas), las pequeñas y medianas empresas y el capital industrial.
En el ruedo político, los “ganadores” se han visto representados con mayor o menor acierto por los partidos dominantes del centro neoliberal (y, a escala internacional, por instituciones como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial). Por el contrario, los sectores “rezagados” de la clase capitalista se han sentido cada vez más ajenos a un marco político que no funciona necesariamente igual de bien para ellos. De ahí que hayan buscado otros instrumentos políticos para promover políticas alternativas que sí les beneficien. Así han surgido los partidos populistas de extrema derecha.
Las élites juguetean con la política
Pese a que la mayoría de quienes se dedican al estudio de las ciencias políticas se han centrado en el discurso o en los votantes de los partidos populistas de derechas, los economistas políticos críticos han logrado avanzar en el esclarecimiento del vínculo entre las élites económicas y estos partidos. Como es natural, los investigadores no han establecido una relación lineal y exclusiva entre estos agentes y los Gobiernos de extrema derecha, ya que la única forma de que los regímenes accedan al poder y lo mantengan es apoyándose en un bloque social más amplio. Aun con todo, existe una clase, y en particular una facción de clase, que siempre resulta dominante en dichas coaliciones.
El bloque de poder de Viktor Orbán en Hungría ha tenido que satisfacer un amplio abanico de intereses: desde la industria automovilística alemana, que contribuye considerablemente a la economía exportadora húngara, hasta el capital chino, que busca abrirse paso en la región. La coalición de Gobierno de Hungría también atrae a la clase obrera, y a la clase media rural, que suponen la mayor parte del electorado de Orbán. Sin embargo, quienes más se han beneficiado de este bloque (que ya lleva una década y media en el poder) han sido algunas facciones de la clase empresarial húngara, en particular los sectores de la banca y la construcción, pues se han beneficiado directamente de las políticas proteccionistas de Orbán.
La distribución de clases de la extrema derecha populista puede variar de un país a otro
En líneas generales, se han observado unas tendencias similares en Polonia y Turquía como países periféricos o semiperiféricos en la economía capitalista mundial. En ambos casos, los capitalistas nacionales se han sentido presionados y menoscabados por una globalización neoliberal que ha favorecido durante mucho tiempo a las multinacionales e instituciones financieras occidentales. Tal y como Samuel Rogers explica hábilmente en su reciente libro The Political Economy of Hungarian Authoritarian Populism (La economía política del populismo autoritario húngaro), nos encontramos ante “capitalistas que carecen del tipo de capital adecuado”, que pueden tener riquezas, pero carecen de influencia significativa sobre la formulación de políticas. Estas burguesías nacionales emergentes están siguiendo el mismo camino desde el poder económico al político que siguieron sus homólogos de las sociedades occidentales capitalistas más antiguas durante las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX, cuando consolidaron la transición del feudalismo al capitalismo.
Análisis
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No obstante, lo que es válido para los países (semi)periféricos no tiene por qué serlo para esas sociedades occidentales en la actualidad. Desconocemos mucho sobre el componente de clase de las fuerzas populistas de extrema derecha en el “núcleo” del capitalismo europeo y esto se debe en parte a la inexistente o limitada experiencia de estos partidos en los Gobiernos de Europa Occidental. Aunque el Gobierno de derechas liderado por Giorgia Meloni lleve más de dos años en el poder en Italia, todavía no se ha desarrollado un análisis exhaustivo de su economía política y su sociología política.
¿Por quién lucha la extrema derecha?
Para trazar cómo las diferentes configuraciones de clase impulsan el auge del populismo de extrema derecha en cada país, habría que llevar a cabo una investigación empírica sistemática de los orígenes de las élites que integran estos partidos. La relación causal entre la clase social de los políticos y la formulación de sus políticas no es una mera proyección marxista, sino que se encuentra bien documentada por estudios sólidos en la literatura académica más reciente. En segundo lugar, también hay que examinar más detenidamente a quienes hacen donaciones políticas, pues, aunque no sean tan generosos como en la política estadounidense, sí desempeñan un papel cada vez más decisivo en países como el Reino Unido.
Ante todo, debemos profundizar en las políticas económicas que los populistas de extrema derecha tratan de promulgar cuando acceden al Gobierno o incluso cuando logran una representación significativa en el parlamento. Estudios recientes han demostrado que los diputados de extrema derecha del anterior Parlamento Europeo (2019-2024) pueden tener algunos discursos de izquierdas, pero votan mayoritariamente a la derecha en cuanto a asuntos socioeconómicos se refiere. Del mismo modo, los diputados de RN en Francia han votado sistemáticamente en contra de los intereses de la “gente corriente” a la que dicen defender, oponiéndose a congelar los precios de los alquileres, a la gratuidad de los comedores escolares y a la subida de impuestos a las rentas superiores a 3 millones de euros. A pesar de ello, en la actualidad apenas existen datos empíricos sistemáticos entre países sobre el comportamiento legislativo de los partidos populistas de derechas. Los politólogos siguen basando sus análisis en los programas electorales, conviene no limitarse a lo que dicen estos partidos y prestar más atención a lo que hacen.
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Ahora bien, ¿por qué debería importarnos todo esto? En primer lugar, si los partidos de extrema derecha representan realmente a determinadas facciones de “la élite”, cabe preguntarse por qué afirman estar del lado del “pueblo” y en contra de “la élite”. Lo cierto es que los empresarios populistas de derechas parecen ser el mayor exponente de la creciente tendencia de las élites contemporáneas a minimizar su elitismo ante el aumento de las desigualdades económicas. Sin embargo, en este caso parece tratarse de una élite que intenta mostrarse como corriente, no sólo por razones simbólicas o para mantener la legitimidad moral frente a la ira popular, sino también para obtener capital político en detrimento de las élites competidoras. Y parece que lo están llevando a cabo con bastante eficacia, tal y como demuestra el historial electoral de muchos partidos populistas de extrema derecha.
Por último, pero no por ello menos importante, dar un vuelco materialista al estudio del populismo de extrema derecha también nos ayudaría a comprender mejor por qué la mayoría de estos partidos hablan tanto de “cuestiones culturales” como la inmigración en lugar de la economía. Esto no significa que los populistas de extrema derecha no estén verdaderamente en contra de la inmigración y los derechos de las minorías como parte de una concepción reaccionaria del mundo que concibe a estos grupos como amenazas existenciales para la “cultura nacional”; después de todo, las motivaciones ideológicas no pueden reducirse exclusivamente a intereses materiales.
Sin embargo, es posible que estos partidos mantengan una postura deliberadamente discreta en cuestiones económicas si su programa está destinado a defender unos intereses empresariales concretos en su búsqueda de un estatus hegemónico. La identificación de esos intereses también nos permitiría arrojar más luz sobre la rivalidad de clase intracapitalista que se ha intensificado en los últimos años, tanto en el interior de los distintos países y regiones como entre ellos, y que constituye la esencia de algunos de los principales retos políticos y geopolíticos de nuestra era.