Opinión
Para vestir santos

Una mirada crítica al encuentro de la vicepresidenta Yolanda Díaz y el Papa Francisco, hecha desde la laicidad militante y el desencanto con lo que quiso ser una nueva política.
15 dic 2021 07:30

No soy mucho de seguir las revistas del corazón, pero es de esperar que la semana entrante ocupe sus portadas la fotografía de la ministra Yolanda Díaz con el Papa Francisco, en un oxímoron iconográfico que viene a reconciliar a la santa Iglesia con el demonio comunista, algo así como un revival de aquellas declaraciones del pontífice polaco, Juan Pablo II, cuando dijo que entre él y la Virgen de Fátima habían mandado al sumidero de la Historia la Unión Soviética y el bloque que dominaba.

Dado el ataque de la derecha y la ultraderecha (redundancia léxica) a dicha visita, se ha extendido entre los cuarteles de invierno de la izquierda un silencio sepulcral con el fin de no criticar ni dañar la imagen de una ministra que pasa por ser amiga o hermanita de los pobres y estar dispuesta a escucharles, esperemos que no desde el púlpito, sino desde su condición de compañera dispuesta a darlo todo por los camaradas y sus ideas.

Su visita, no obstante, ha sentado como jarro de agua fría en quienes aún creemos en el laicismo como una de las virtudes, principios y obligaciones del Estado democrático, algo muy ajeno a la idiosincrasia del actual Gobierno español, empeñado en seguir rindiendo pleitesía a la Iglesia católica, ahora sin la parafernalia de los crucifijos en los actos de Estado, pero con las actitudes, omisiones y prebendas que vienen a decir que poco ha cambiado en el panorama de España, donde la clerigalla siempre fue ama y señora, con derecho de pernada.

Su visita, no obstante, ha sentado como jarro de agua fría en quienes aún creemos en el laicismo como una de las virtudes, principios y obligaciones del Estado democrático, algo muy ajeno a la idiosincrasia del actual Gobierno español

Otro gallo habría cantado, y más de tres veces, si la ministra hubiera visitado al Jefe de Estado de una dictadura, como por ejemplo la de Arabia Saudí, pero poco aturde o escandaliza entre sus propias huestes y la izquierda, ya por fin beatificada, cuando la visita se hace al Jefe de un Estado teocrático, donde no existe separación de poderes, lo que lo convierte en una monarquía absoluta y al Papa en su gran príncipe. Igual que la de los jeques sauditas.

Nos cuentan también que la ministra le ha ido al Papa con la milonga de la próxima reforma laboral, que va a quedar muy bonita sin necesidad derogar la anterior, que también era una reforma laboral. Va fuera mientras dentro de nuestro país la Iglesia sigue robando del erario público mediante la casilla de la X de la declaración de la renta, las inmatriculaciones (sobre las que se ha aplicado una ley de amnistía) y la exención de impuestos patrimoniales. De los casos de pederastia, pedofilia, abusos sexuales contra monjas, esclavas del señor o feligresas varias tampoco se habló en la audiencia papal. Ni mucho menos de derogar el concordato, acabar con los privilegios de la escuela privada-concertada, etc. Por lo visto, no tocaba o era de mala educación sacar el tema. Qué pena de izquierda que antes criticaba a la casta y ahora es casta consagrada. Ha quedado para vestir santos.

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