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Inteligencia artificial
‘Robot Dreams’, dejad que los niños se acerquen a la IA
Como cada sábado por la tarde fuimos fieles a nuestra cita con el cine en pantalla grande. Nos quedaba por rebañar el plato de las candidatas a los Oscar, así que superando la pereza hollywoodiense de todo cinéfilo genuino fuimos a ver Robot Dreams, la película de animación unánimemente elogiada, del director bilbotarra Pablo Berger (Bilbao, 1963), y de paso completábamos el cupo vasco de la temporada.
La sesión fue reveladora... La película es, en apariencia, magnífica, en un visionado superficial: su depurado dibujo de línea clara, su guion ingenioso repleto de anécdotas, la recreación del ambiente neoyorquino de los años ochenta, los simpáticos personajes, animales humanoides... Todo respiraba sensibilidad, calidez, profesionalidad. Nada que objetar, ¿o sí? (Ojo, ahora viene el spoiler). La historia, basada en el cómic de Sara Varon, nos cuenta la peripecia de Dog, un perro sin amigos, que compra un robot para tener uno. Tras una etapa de descubrimiento de la amistad, el robot queda varado en la playa al haberse oxidado después de darse un baño en el mar. Dog intenta sin éxito rescatarlo, pero después de muchos esfuerzos infructuosos, ha de abandonarlo a su suerte hasta el próximo verano. Entre tanto, el perro de marras intenta rehacer su vida, conoce a una pata marchosa, pero la relación no funciona, hasta que se decide a comprar otro robot, con el que entabla una nueva amistad. Entre tanto el robot inmovilizado en la arena tiene una serie de fantásticos sueños alucinatorios –los robot dreams– hasta que es rescatado por un mapache chatarrero, con el que inicia una nueva y sólida amistad. El día que se cruzan, Dog y el primer robot en la distancia, ambos, con nostalgia y pena, deciden obviar la vieja amistad, y no reencontrarse para apostar por la nueva. Fin.
Inteligencia artificial
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La película ha sido caracterizada como un canto a la amistad, apta para un público adulto e infantil... ¿Un momento? ¿Es así, también infantil? Mis sospechas empezaron nada más entrar en la sala, al comprobar que los habituales espectadores canosos habían sido sustituidos por una pequeña multitud de niños engolosinados, acompañados de adultos responsables. Un padre reconvino a su prole: “Portaos bien, estad atentos, al final comentaremos la película”. Me asaltó un sudor frío, recordando los pedagógicos cinefórums de los padres escolapios tras la proyección de películas de temas profundos (a los cuales intentábamos escapar, durante los créditos, gateando entre las butacas hacia la puerta). La confirmación vino al final, cuando se encendieron las luces y comprobamos la cara de espanto y desolación de los tiernos infantes... No me cabe duda de que, por el nivel de entusiasmo de sus comentarios, consideraron que aquella simpática peliculita de animación muda era, en su inconfesable opinión, un fiasco de tomo y lomo. ¿Perrito y robotito no se juntan al final? ¡Vamos! Hasta uno llegó a esperar que a última hora perrito, mapache y ambos robotitos montaran una fiesta en la barbacoa de la terraza de la escena final, lo cual, hubiera sido coherente con el tópico del buen rollo ochentero que despide la película... Pero nada, me sentí como ellos, al saborear una almendra amarga en el interior de un dulce pastel. Pero eso es, justamente, me dije, lo que pretende enseñar la película: la madurez, el mundo tal cual, la lección de la vida...
En aquel mundo retrofuturista y ucrónico solo puedes conseguir un amigo comprándolo por Amazon y no hay que encarar las relaciones de amistad o amor fracasadas, es mejor sustituirlas por otro cacharro...
Rumiando mi descontento, pasé a valorar aspectos poco destacados de la película, que me dejaron desconcertado: en aquel mundo retrofuturista y ucrónico solo puedes conseguir un amigo comprándolo por Amazon y no hay que encarar las relaciones de amistad o amor fracasadas, es mejor sustituirlas por otro cacharro... Todo ello me (re)sonaba a un triste calco de nuestro tiempo poblado de simulacros virtuales. Y de ahí deriva la impresión, en absoluto conspiranoica, más inquietante: la salvación de nuestras humanas soledades, ya no del todo imaginaria, es la IA. Como la que ya proporcionan los robots a los ancianos en Japón, como la que pronto nos atenderá y consolará a todos nosotros gracias a la imparable digitalización...
Robot Dreams pertenece a esa creciente tendencia de películas recientes que abogan por el acogimiento a la IA, como The Creator. Brad Smith, el presidente de Microsoft confesaba sentirse compungido por “la amenaza existencial para la humanidad” que manifiestan un montón de películas tipo Terminator, por lo que “debemos tener una forma de ralentizar o apagar la IA”. Pero la realidad es que, detrás sus lágrimas de cocodrilo, como tras manifiestos y declaraciones alarmistas de los empresarios del ramo, solo hay una soterrada disputa empresarial de feroces tecnocapitalistas por la hegemonía de la nueva hipertecnología. Y que frente a la amenaza golémica que denuncian algunas ficciones más o menos convencionales (series como Asesinato en el fin del mundo o Promoción 09), empiezan a proliferar los engendros postciberpunk, descendientes de la mítica Ghost in the Shell, que abogan por su utilización irrestricta, universal, salvífica.
Claro, estamos hartos de que la animación infantil sea un torpe cuento moralista al servicio del evangelio de Hollywood, que nos ahorre dolor y complejidad, que siempre prometa un final feliz, pero este enfoque manifiesta otra actitud, de una simplicidad poco recomendable incluso para adultos. Tampoco podemos rechazar algunas bondades de la IA, pero el criterio humano –humanista en el mejor de los sentidos– ha de prevalecer, también en el mundo de la ficción, antes de que la próxima Robots Dreams la genere una IA, ¡denunciando la desaforada tecnologización del mundo!
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Robot Dreams, cabalgando a lomos de su excelencia técnica, su destreza artística y su sensibilidad inclusivista, es una pieza más, aparentemente inocente, en la sección infantiloide de la normalización de la hard IA . Y lo malo no es su decepción argumental sino su ideología tecnófila al dictado de la agenda pro-IA; Robot Dreams o dejad que los niños se acerquen a la IA generativa.
Finalmente, la película, que contó con una amplia representación de su productora navarra en la gala de los Oscar, no ha merecido el premio de Hollywood a la mejor película de animación, que fue a parar a El chico y la garza de Miyazaki, el maestro del anime que, entre otras maravillas, creó la fábula La princesa Mononoke, un clásico del género y una crítica ecologista de la tecnología. ¿Hay todavía esperanza? Solo en un ludismo posibilista que distinga la tecnología alienante de la que no lo es, y que sea acompañado por un imaginario subversivo, apto para que todos los públicos se rebelen...