Ayuso y nosotros: educando en la indefensión

Cuando una piensa en la doctrina del shock, no piensa en un colegio. No piensa en aulas pintadas de colores.  Piensa en torres que se caen o grandes catástrofes. Sin embargo, cada vez que paso por delante de la escuela vacía de mis hijas, siento a Naomi Klein que me susurra en la oreja: “Estáis perdidos”.

2 sep 2020 17:00

Hace meses que nuestros hijos e hijas aprenden a trompicones —a veces a la par que nosotras, entre sus fichas de mates o sus temas de sociales— cosas muy importantes. Los imagino, en todas sus edades diversas, tomando nota interna de lo esenciales que son los servicios públicos. De lo difícil que es conciliar. De que no hay salida a ninguna crisis si no es de forma colectiva.

Sin embargo, temo que sea otra la lección aprendida, que la materia troncal, el leitmotiv del curriculum del 2020 es que no se puede hacer nada. Que nada se puede hacer para luchar contra la pobreza, ni siquiera el gobierno más progresista de la historia de la democracia con sus muy históricas medidas. Que nada se puede hacer contra un rey que parte al exilio a disfrutar de su botín, ni contra él, ni contra la institución que le protege. Que nada se puede hacer para que no vuelvan a morir los abuelos en las residencias. Que nada se puede hacer ante un gobierno autonómico que nos deja sin médicas ni profesoras mientras recibe miles de millones que decide repartir entre sus compinches.

Es difícil saber por dónde empezar. Supongo que la doctrina del shock va un poco de eso. Abrir tantos frentes por tantos lados, que una se agota antes de arrancar. El 2020 es un bazar de cajas de Pandora, y cada vez que abres una te encuentras muchas otras cajas, todo se llena de ruido e impotencia y de fondo Ayuso, con su buena dicción y su mala sombra, enunciando escapatorias, mentiras, justificaciones y acusaciones. Ayuso siendo la gran sacerdotisa caótica.

Todo se llena de ruido e impotencia y de fondo Ayuso, con su buena dicción y su mala sombra, enunciando escapatorias, mentiras, justificaciones y acusaciones. Ayuso siendo la gran sacerdotisa caótica

Cuando una piensa en la doctrina del shock, no piensa en un colegio. No piensa en aulas pintadas de colores, mesas pequeñas, grandes carteles con el abecedario o las capitales de Europa. Cuando una piensa en la doctrina del shock piensa en torres que se caen, grandes catástrofes, hundimientos financieros. Sin embargo, cada vez que paso por delante de la escuela vacía de mis hijas, siento a Naomi Klein que me susurra en la oreja: “Estáis perdidos”.

No porque los niños vayan a clase o porque no, ¿quién tiene claro a estas alturas qué es lo mejor? ¿Quién ha conseguido ver la balanza caer hacia un lado indiscutible? ¿Derecho a la educación o a la salud? ¿Cuánta gente puede decidir acaso una mierda? ¿Decidir incluso si lleva a su peque un poco enfermo? ¿Si hace una cuarentena? ¿Cómo hemos acabado en este escenario de ciencia ficción, donde el relato nunca se adecua a lo que nos pasa, ni las ratios al número de profesores y alumnas, ni los espacios recomendados a la dimensión real de las escuelas, ni la responsabilidad de familias y docentes a su margen real de maniobra?

¿Cómo han acabado imponiendo sus narrativas, sus marketings mentirosos, sus negocios bananeros sobre nuestras realidades y nuestras vidas?

Son muchos meses de recibir hostias del derecho y del revés: el impacto del derecho es el que llega con la última medida loca, la enésima gran negligencia, las residencias, los telepizzas, los profes no contratados, los centros de salud dejados a morir. El impacto del revés es el que te deja sin embargo noqueado: la impunidad constante, la falta de consecuencias, el laissez faire ineficiente para todos y la clarividencia extractivista para beneficio de unos pocos, esa es la política de Madrid.

Hoy la escuela de mis hijas ya no está vacía. Las profesoras deben de estar pensando qué hacer con tanta responsabilidad y con tan pocos recursos, qué hacer con tantas obligaciones y tan poco poder, qué hacer con tantas cosas que hacer y siendo tan pocas. A la semana que viene llegarán ya agotadas, como agotados iremos padres y madres tras seis meses de lidiar con cuidados y trabajos, con intemperies económicas y tormentas víricas. Nos miraremos a los ojos cercanas por la indignación pero terriblemente solas por esta indefensión en la que nos estamos ahogando. Y nuestras hijas e hijos lo verán todo, cuando les ajustemos las mascarilla y les recordemos cumplir todas las normas, mientras adultos bien pagados han incumplido todos sus deberes.

Las profesoras deben de estar pensando qué hacer con tanta responsabilidad y con tan pocos recursos, qué hacer con tantas obligaciones y tan poco poder, qué hacer con tantas cosas que hacer y siendo tan pocas

Ayer soñé que miles de niñas y niños, guardando la distancia de seguridad, acudían a la Asamblea de Madrid, todos a la vez, todos a coro, y con megáfonos de colores, festivos y revolucionarios gritaban ¡me aburroooo! ¡quiero ver dibus! ¡dónde están mis calcetines! y otros gritos de guerra tan familiares para quienes llevamos meses trabajando en casa con ellos. Detrás, los estudiantes de Secundaria les seguían con un coreografía para un trap dedicado con amor a los cargos públicos que tan poco les quieren. Madres, padres y docentes estábamos detrás. Silenciosos y firmes, la mirada de hasta aquí hemos llegado que es el opuesto a los ojos tristes de la indefensión. Y así nos quedábamos. Patéticamente, consejeros y técnicas salían por la ventana a gritarnos que no era el momento para esto. “¡Nosotros o la nada!” Nos amenazaban. Y todos gritábamos a una: ¡Mejor la nada! ¡Mucho mejor la nada! 

Es mentira, en realidad no soñé nada de eso. Estamos tan cansadas que ya ni sueños tenemos.

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