Huesca Pirineo rural - 4
Estela de condensación de un avión sobre los Pirineos. Álvaro Minguito

La semana política
Optimismo militante

El Gobierno anuncia una intervención para limitar el precio del gas, es una de las primeras medidas que afectan directamente a las grandes empresas del país.

Un artículo de Berta Gómez Santo Tomás esta semana presentaba una nueva tendencia en las redes sociales, la de los jóvenes que responden “Ok doomer” —algo así como “vale, cenizo”— a quienes se bloquean (y bloquean a los demás) por el color pardo que está tomando todo. Inflación, Guerra en Ucrania, militarismo, pandemia, crisis climática, cómicos crispados o dirigiendo ejércitos, columnistas escribiendo el mismo artículo una semana tras otra, etc. El panorama es desolador y hay un problema en oírlo, leerlo, verlo a todas horas y en todos los lugares, dice el artículo, que es que esa repetición nos incapacite para detener los pasos que nos dirigen hacia la distopía.

Al contrario que en otras épocas, sin embargo, el pesimismo informado no corresponde únicamente a una minoría militante sino que se destila en las intervenciones públicas en el Congreso de los Diputados —en la comparecencia de Pedro Sánchez el miércoles, sin ir más lejos— y permea en eso que se llama humor social, en muy mal estado por la concatenación de malas noticias. 

“No hacer nada sería el fin de Europa”, dijo con voz grave Sánchez para justificar las medidas de envío de armas y apoyo logístico-defensivo a Ucrania. Pero su discurso, teñido por el dato del incremento de casi un 10% de la inflación, que se conoció esa misma mañana, añadió varias capas el catastrofismo que se respira en el ambiente. Lo que se está fraguando en torno a la guerra, y lo que se está haciendo desde la UE, no solo no tranquiliza sino que empeora unas perspectivas que ya eran malas a comienzos de año por la subida de los precios.

El hecho de que Sánchez haya autorizado una intervención para topar el precio máximo en el mercado del gas es una pequeña diferencia en su carrera

El Gobierno ha presentado esta semana sus medidas de choque contra el impacto de la guerra. Añade nuevas facilidades a las empresas —y subvenciones al combustible— y deja fuera la recurrente demanda de un impuesto sobre beneficios extraordinarios, como ya hizo durante la pandemia. Sin embargo, al margen de esas medidas-parche, el último día de marzo, el Ejecutivo abrió por primera vez la posibilidad de intervenir directamente sobre el mercado. Lo anunció el diario portugués Público y lo confirmó la ministra Teresa Ribera: España y Portugal plantearán un tope al precio de la generación de gas de 30 euros el megavatio hora. Un objetivo que había planteado la ministra Ione Belarra y que llevaba camino de toparse con el “no hay alternativa” o “es demasiado complejo” con el que se acostumbra a despachar cualquier propuesta que toque el hueso del sistema.

Acostumbrado a vivir en el alambre, acostumbrado también a desarrollar la imaginación al máximo para no cambiar el estado actual de cosas, que Sánchez —con el plácet de la Comisión Europea— haya autorizado una intervención de estas características es una pequeña diferencia en su carrera. O quizá solo sean ganas de que sea así. Pero es un hecho que aunque haya enarbolado la bandera de la unidad en tiempos difíciles, imponer una limitación al mercado del gas es en realidad una provocación en la mucho más longeva confrontación o guerra entre clases, aunque se trate de una medida temporal y no solucione los problemas de fondo, ni otros específicos, derivados del sistema de producción energética en la crisis del capitalismo. Así lo han identificado las eléctricas que han criticado el intervencionismo de la medida y el paso atrás que supone respecto a la “liberalización” del mercado.

Unidad y optimismo

Vista por los mercados, la unidad, así como la sociedad, carece de valor. El 30 de marzo, el presidente de BlackRock, llamado Rob Kapito, intervenía en la lucha que se libra al margen, o en paralelo, a la guerra de Ucrania, para señalar las perspectivas a corto plazo: “tenemos una generación que nunca ha tenido que sacrificarse” dijo el amo virtual de la bolsa española, “por primera vez, esta generación va a entrar en una tienda y no va a poder conseguir lo que quiere“, advirtió Kapito (¿capito?).

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La cuestión, por tanto, ha sido planteada en sus términos esta semana por parte del capital. La inflación existe para que alguien la pague, existe porque existen los beneficios caídos del cielo. Lo que debe preocupar hoy en La Moncloa es si la doctrina de los negocios como siempre, enmascarada dentro del concepto de unidad, sigue permitiendo ganar elecciones como si nada. A medida que la situación se agrave más serán más urgentes las intervenciones no sobre sino contra el mercado; será más complicado mantener la impresión de que todos pueden salir ganando con las reglas del juego actuales. Y, en función de la respuesta de los mercados a esas intervenciones, será más difícil sostener la democracia.

La alternativa a plantear esa disputa es rendirse a la llegada del Partido de la Distopía, Vox. Es decir, cumplir la profecía del perfecto pesimismo: como no es posible hacer nada, es inevitable que el bucle de desgracias en el que estemos se acelere, porque todo es susceptible de empeorar. El final puede ser el mismo, pero el proceso es importante: a efectos de la reconstrucción no es lo mismo haber abrazado el desastre, rindiéndose a la primera ante los emprendedores de la destrucción ambiental y social, a que se hayan tomado medidas para reducir las desigualdades y planteado excepciones a las reglas del neoliberalismo aun vigentes, especialmente en materia energética.

“No tenemos tiempo para el nihilismo”, escribe la periodista Mary Annaïse Heglar en un artículo traducido por Contra el diluvio: “Podemos reconocer la tormenta de emociones que nos abruma al ver cómo se deshace nuestro mundo, podemos procesar esas emociones y podemos volver a levantarnos para proteger lo que seamos capaces. Porque vale la pena. Porque valemos la pena”.

Pero, para cambiar el humor social, no van a servir los significantes vacíos, la ilusión o el optimismo impostado. Para que la mayoría de la sociedad abrace un optimismo militante respecto al futuro es necesario trasladar cierto pesimismo a esa minoría que en 2021 alcanzó su récord de beneficios. Empezar a desmantelar el catastrofismo vigente requiere romper también el consenso sobre el que se construyó la actual Unión Europea, por el que tocar todo lo verdaderamente útil para la vida de la gente era siempre “demasiado complejo”. Ese consenso que ha prefigurado la distopía que hoy casi casi nos bloquea.

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ferorus
3/4/2022 0:28

Lo de ok doomer me ha tocado. No sé si llego a boomer (soy del 72) pero me reconozco en este pesimismo/cinismo con décadas en un puesto de trabajo con poca incertidumbre. Touché

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RamonA
2/4/2022 18:48

En el centro de la diana: “Empezar a desmantelar el catastrofismo vigente requiere romper también el consenso sobre el que se construyó la actual Unión Europea, por el que tocar todo lo verdaderamente útil para la vida de la gente era siempre “demasiado complejo”. Levantar la Europa social frente a la Europa de los mercaderes.

Un excelente artículo.

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