Vallecas, día después de Vox
Militantes antifascistas limpian el escenario de la Plaza de la Constitución el día después del acto de Vox en Vallecas. Dani Gago

La semana política
La primera línea

El acto de Vox en Vallecas hace aún más explícitas las relaciones de clase en Madrid.
Pablo Elorduy
Foto de Dani Gago
10 abr 2021 06:01

Hace menos de cien años, en 1923, la línea 1 llegó desde Cuatro Caminos a Puente de Vallecas, en el límite de Madrid. El metro conectaba, en el plazo de cuatro años desde la inauguración del tramo Cuatro Caminos-Sol, las dos grandes periferias obreras de la capital, pasando por el centro y por el nudo ferroviario de Mediodía (Atocha). La ciudad se estaba transformando. Aún quedarían muchas etapas.

El gran corte lo marcó la Guerra Civil. Los primeros bombardeos nazi-fascistas recorrieron la columna vertebral de la primera línea de Metro. Cuatro Caminos y Vallecas fueron dos de los lugares más castigados por el lanzamiento de bombas, obuses y metralla alemana. En el primer invierno de la guerra se produjeron dos ataques: en diciembre, el del Mercado de las Fuencarraleras, en Tetuán, mató a 50 personas.

En enero, el bombardeo por parte de los Junkers en Vallecas dio lugar a Proeza, un corto relato de Arturo Barea, que se detiene unas líneas para explicar quiénes eran los habitantes que habían perdido sus casas; las mujeres, criaturas y ancianos que yacían muertas instantes después del ataque fascista:

“Casi todos emigraron de las tierras áridas de la Mancha y habían venido, años hacía, a conquistar Madrid. De esta corriente emigratoria nació Vallecas. No se puede saltar de un pueblo de barro, perdido en la meseta, a la capital. Los emigrantes se paraban en las puertas de Madrid y allí acampaban, tomaban fuerzas y planeaban el asalto. Así, Vallecas, en principio, fue un grupo de ventas de arrieros. Después, un grupo de barracas de latas y maderas viejas. Más tarde, a la vez que Madrid se extendía y se aproximaba al arroyo Abroñigal, sucia frontera sobre la que había un puente mísero, Vallecas creció, edificó calles sólidas, cegó el arroyo y se convirtió en uno de los barrios obreros más populosos de Madrid. Aquellas casitas de las afueras eran patente de independencia (...)”.

Tras la guerra, fusilado el intento de asalto de los emigrantes al centro, ensanchar la ciudad se convirtió en un plan que iba a requerir la absorción del llamado “granero de Madrid”, entre otros muchos pueblos y villorrios alrededor de la capital.

De las vaquerías llegaban la leche y la mantequilla, a Vallecas seguían llegando emigrantes. En 1950 llegó la definitiva anexión de aquellas casitas y aquel arroyo cegado a Madrid.

Urbanismo
Superar a Barcelona bien vale 13 pueblos

Entre 1948 y 1954 la capital anexionó una docena de municipios de su extrarradio, un proceso cuyas consecuencias llegan hasta nuestros días.


Hasta 1956 se construyeron 4.300 casas-chabolas. El método obedecía a un patrón: construir en una sola noche cuatro paredes y un techo. Era el requisito para que, con suerte, la Guardia Civil no ordenase su demolición inmediata.

Calles de tierra, falta de agua corriente y de alcantarillado. Ninguna dotación. El 21 de septiembre de 1957, el Boletín Oficial del Estado publicaba un decreto para frenar el éxodo de andaluces y extremeños a la capital. El decreto permitía la expulsión en las estaciones de tren y autobús de familias sin vivienda, instaba a los empresarios a no contratar a quienes no acreditasen un lugar donde caerse muertos y autorizaba el derribo de todo tipo de asentamientos.

A partir del 57 y de ese Decreto, comenzaba a andar el modelo de crecimiento español. La economía del ladrillo. De la urbanización marginal de los 50 se pasaba a la ilusión de una sociedad de propietarios que publicitó el Franquismo. Una ilusión que funcionaba bajo la pura especulación urbanística. Y que iba a hacer de la vivienda una vía de división de clases aun vigente.

Los años 60 y 70 abrirían una etapa de conflicto en dos espacios, en las fábricas y en los barrios. Las asociaciones del distrito fechan en 1962 el primer conflicto vecinal en San Agustín, por la falta de agua potable. Hasta el año 1968, en el Pozo del Tío Raimundo, el principal asentamiento chabolista de Vallecas, no existió ninguna calle pavimentada. Hasta 1976 no hubo ningún centro de enseñanza media. El ambulatorio estaba en el Puente de Vallecas, a tres cuartos de hora andando desde el barrio de Entrevías.

Cuando el pasado miércoles los dirigentes de Vox se plantaron en Vallecas, volvieron a hacerse explícitas esas relaciones, que son mucho más profundas que las consecuencias de un proceso electoral

Aquellos barrios, que en realidad conforman dos distritos, el 13 y el 18, se iban a construir también desde lo que Teresa Vilarós ha llamado la infrapolítica. Eloy de la Iglesia retrató en La estanquera de Vallecas una escena costumbrista que, como alguien recordó en Twitter esta semana, introduce los que serán los conflictos urbanos tras el fin del régimen franquista: el paro, la falta de esperanza y expectativas de esos hijos e hijas de los migrantes, protagonistas de las luchas estudiantiles de los 80 y las protestas contra el Plan de Empleo juvenil; la droga como un peaje para escapar de la desolación por la ausencia de futuro o, como se dice hoy, “de proyectos de vida”, y, ganando terreno, el problema de la seguridad, ceñido a la cuestión del orden y el control de la población marginada, descontenta o ambas cosas a la vez.

De casa al trabajo

Muchas décadas después de la puesta en marcha de la línea 1, Ángel Pérez, diputado de Izquierda Unida en la casi recién nacida Comunidad de Madrid, rebajaba la autosatisfacción del entonces presidente Alberto Ruiz Gallardón. En un debate sobre el estado de la región, Pérez, quien por su parte se mostró siempre a favor de la expansión grandilocuente de Madrid —fue uno de los abanderados de lo que luego se ha llamado el “marxismo-ladrillismo”— le recordó a Gallardón y al resto del Partido Popular una cuestión básica: el metro nació y sigue sirviendo esencialmente para trasladar a los trabajadores y las trabajadoras desde sus domicilios a sus empleos. 

Es decir, cada inauguración de una estación del suburbano —y desde el Puente de Vallecas hay otras once que terminan en los descampados de Valdecarros, en el distrito de Vallecas Villa— es el resultado de las necesidades de trabajadores y empresarios, así como de los impuestos que pagan indistintamente unos y otros —aunque unos con técnicas de elusión y otros no— y de las tarifas con que la propia clase trabajadora termina pagando trenes, estaciones y a las constructoras que las levantan.

La red de transportes, además, conecta las distintas realidades de la ciudad. Un rentista o un empresario de los barrios más exclusivos de la capital puede pasar su vida sin pisar el Arroyo del Olivar, la calle Antonio López o el parque de las Cruces, pero el rider que le lleva la comida a casa, la auxiliar que cuida a su padre o a su madre en una residencia o en su domicilio, la cajera del 24 horas en el que compra algo rápido para cenar, viven en esos barrios. Los trabajos han cambiado, las relaciones de clase no.

Por eso, cuando el pasado miércoles los dirigentes de Vox se plantaron en la Plaza de la Constitución de Vallecas, volvieron a hacerse explícitas esas relaciones, que son mucho más profundas que las consecuencias de un proceso electoral. Por eso, Javier Ortega Smith, concejal de Vox en el Ayuntamiento y diputado nacional, apuntó directamente a esas relaciones para descalificar a quienes los abucheaban: “La mayoría de esta gente es 'gentuza' que ni estudia ni trabaja ni se les espera”. Proclamó que la ciudadanía de Vallecas se debe definir en función de los intereses de aquellos a quienes quiere representar su partido. Barrios levantados para satisfacer las necesidades de otros barrios antes que las suyas. Vidas subalternas a la espera del ordeno y mando de los Ortega Smith. “La división existe desde el principio, desde el origen de los siglos”, escribió Luisa Carnés en Tea Rooms.

El mitin de Santiago Abascal en el distrito con la renta media por hogar más baja de Madrid estaba convocado como un hito de la política espectacular. Un evento de cara a las televisiones y las redes sociales. A pesar de ello, Vallecas no vive aislada de su historia. Vox tampoco.

Como han recordado desde la extrema derecha, hay un caladero para la ideología ultra en Vallecas. Un discurso vinculado a las campañas contra el menudeo de droga, la violencia en el barrio, la amenaza okupa, la degradación y la percepción de inseguridad. “Sin un claro protagonismo de los sectores más precarizados, el peligro de que se pretendan barrer los problemas bajo la alfombra es grande. Es difícil pasar por alto el racismo y xenofobia de algunas expresiones de descontento en grupos de Facebook y en las propias asambleas vecinales”, escribía hace cuatro años Diego Sanz Paratcha. Vallecas no es un oasis.

Pero las cicatrices más profundas que definen al “barrio” siguen siendo las de los ataques nazis durante la guerra civil, las del abuso de poder de la Guardia Civil durante la expansión del urbanismo marginal de la posguerra, la falta de equipamientos en la “ciudad de tercera” durante los 60 y 70, y el peaje del paso a la modernidad en forma de subempleo juvenil y adicciones a las drogas ilegalizadas, al alcohol o a las apuestas. 

Esa historia es la que permite entender por qué se produjo una movilización de un millar de vecinos y vecinas contra el acto de Vox. Por qué no tiene sentido que, desde las redes sociales, se tratara de disuadir a nadie sobre la inconveniencia de la reivindicación antifascista. Es la misma historia la que pone en evidencia los mensajes sobre los extremismos que se lanzaron tras el acto: como si la familia Malanda García, protagonista del cuento de Arturo Barea, fuese tan responsable del bombardeo de su casa como el alto mando fascista. Como si la responsabilidad de la explotación correspondiera tanto al explotado como al explotador.

Pero la historia siempre corre el riesgo de desaparecer de la vida cotidiana. En marzo, en la otra punta de la línea, comenzaron los trabajos para desmontar las cocheras centenarias de Cuatro Caminos. La primera edificación de la primera línea de metro ha comenzado a ser desmantelada para la construcción de unos cuantos pisos de lujo.

Cocheras Cuatro Caminos - 2
Inicio de las obras de desmantelamiento de las icónicas cocheras de Cuatro Caminos, construidas en 1921. Álvaro Minguito
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#87276
14/4/2021 19:56

Magnífico artículo, es muy interesante recordar estás cuestines, no olvidar los orígenes, conservar y potenciar la conciencia de clase, lo que describe el autor del artículo ocurrió el mas lugares, Sobre todo en el Norte, en lugares industrilizados, Cataluña etc. Las luchas obreras también fueron importantes, seria interesante recordarlas, veríamos las conquistas y las pérdidas de parte de ellas en la actualidad.

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#87159
13/4/2021 15:13

Pues a mi me parece un articulo muy pobre

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#87043
11/4/2021 17:53

"Un buen artículo y con la realidad de cara". ¿Has pensado, Arcoiris, que no es eso lo que se trata?

Tú: "matrona" de una niña. ¿Has pensado que, el vivir fuera del sistema, no te da derecho a llamar dentro y llamarte así?

No, no entender...

No, no pensar...

No, no siento Amor.

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#86996
11/4/2021 3:53

Tengo solo 42 años y mi primera pareja, 11 años mayor que yo, se había criado en una de esas casas bajas, sin siquiera agua caliente, y ni siquiera era propietaria sino que vivían de alquiler.

De todo esto hace dos días.

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#86993
11/4/2021 0:03

Magnífico.

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#86991
10/4/2021 23:52

Se agradece leer buenos artículos.

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#86962
10/4/2021 16:17

Un muy buen artículo y con la realidad de cara

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#86951
10/4/2021 14:00

Imposible sacarle más brillo al texto. Gracias por la emoción.

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#86936
10/4/2021 11:04

Muchas gracias por el artículo, mis abuelos y mi padre llegaron a vivir a una de esas casas que se te echaban en una noche y me ha emocionado leerlo.
lo único es que el enlace que se supone que hay en "4.300 casas-chabolas" no funciona.

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