Literatura
Nerea Ibarzabal: “En un bar me interesan más las conversaciones de cocina que las de barra”

Nerea Ibarzabal es una voz comprometida. “Siempre es el momento, pero ahora es imprescindible”, explica. 'Bar Gloria' es su ópera prima (Susa, 2022), traducida por Arrate Hidalgo para consonni (2024), y fue la obra más prestada en las bibliotecas el año de su aparición.
Nerea Ibarzabal
La bertsolari Nerea Ibarzabal, autora de 'Bar Gloria'. Fuente: Oier Lurramendi, cedidad por consonni.

Nerea Ibarzabal (Markina-Xemein, 1994) es una voz. Es, sobre todo, una voz. Una voz comprometida, implicada. “Siempre es el momento, pero ahora es imprescindible”, explica. Bar Gloria es su ópera prima (Susa, 2022); traducida por Arrate Hidalgo para consonni (2024), que fue la obra más prestada en las bibliotecas el año de su aparición. A Ibarzabal le conocimos en los escenarios, ganando, con sus improvisaciones, el campeonato de bertso de Bizkaia en 2021 y 2023. Empezó en la bertsolaritza a los 10 años. Con las palabras claro que se juega, aunque ella lucha por encontrar la palabra justa, la palabra libre. Es también periodista, quizá por ello antes de ponerse a escribir se pasó semanas conversando con diferentes gentes de su entorno, como en esta entrevista, para reparar en que hacer memoria es contar una historia ficticia. 

Lo primero que uno piensa cuando te está leyendo, en ese proceso de lectura no oral, es que es un libro con sonoridad. Si lees un capítulo en voz alta, cambian tantas cosas… ¿cómo ha influido en tu escritura de la novela Bar Gloria tu formación y desempeño como bertsolari?
Se me hace difícil diferenciar ambas facetas, ya que se han ido desarrollando más o menos a la vez, aunque la proyección pública me la diera inicialmente la bertsolaritza. Empecé a cantar bertsos a los diez años, y para entonces ya me gustaba escribir. Siento que es la misma agua que se bifurca en dos cauces, que avanzan por separado, pero que a su vez comparten un destino parecido: encontrar las palabras exactas, las más pertinentes, para expresar algo que me importa. Pero el proceso creativo y el ritmo del texto son distintos, claro. 

El proceso de escritura del libro sí que tuvo una gran parte de escucha activa y de memoria lingüística. Creo que las violencias, las estructuras familiares o las emociones que se cuentan no han cambiado demasiado, pero el ambiente que se refleja en el Bar Gloria pertenece más bien al pasado, a algo que pronto desaparecerá, si no lo ha hecho ya. Esos personajes rudos, ese silencio. Me interesaba recordar y recoger esa forma de comunicación. Es un mundo que me hiere al escribirlo, pero aún hay algo ahí que me ata, que vuelvo. Como un Síndrome de Estocolmo literario. 

En ocasiones tenía que frenar mi nostalgia lingüística y decirme: “no quieres rescatar todo esto, solo retratarlo y soltarlo”. Me invadía esa pena extraña que se siente al escuchar una palabra que ya no sirve porque ha desaparecido lo que nombra, ya sea una herramienta, o la forma de ver el mundo. Puede que sea una sensación común entre hablantes de lenguas minorizadas, porque los idiomas han de mutar y cambiar y reescribirse para definir nuevos futuros, pero los idiomas como el euskara, que viven en una situación de diglosia, en contacto desigual con dos idiomas hegemónicos, mutan mucho antes, o directamente son reemplazados. 

La novela, a ratos, parece narrada por el omnisciente ojo de buey que preside el bar. Es un ojo que llega a las habitaciones, a las calles vecinas y que se desplaza pegado a la nuca de los personajes que entran y salen de la narración.
Podría ser el narrador, sí. Todos los bueyes que aparecen en la novela son personajes que nos cuentan algo, pero en el buey disecado se condensan muchos temas; funciona como símbolo del encuentro entre lo rural y lo urbano, del alarde de la dominación de los hombres sobre el resto de animales, del silencio ante la violencia (la propia y la ajena). Es la cabeza del mejor buey de Patxi, el padre de familia de los Lopetegi; una cabeza disecada que a su vez está cubierta de polvo y grasa, el éxito decadente. Un ser vivo sometido y convertido en objeto, con el fin de reafirmar la masculinidad del padre. Es esa lógica de dominación la que ejercen también sobre las mujeres. 

Es vital el uso del tiempo verbal. Los capítulos en presente y los capítulos en pasado. No es un salto abrupto, pero crea una especie de distancia espaciotemporal en las escenas. ¿Qué importancia tiene este recurso?
Es la única pista que tiene el/la lector/a para identificar el salto en el tiempo. La historia se mueve, es como un collage de recuerdos de la infancia en el campo, de la juventud en el bar, y unos cuantos flashes del futuro: una mañana en el cementerio, visitando un cuerpo que no se ha corrompido. Lo de la estructura fue una decisión arriesgada. En la primera versión de la novela se especificaba la fecha en cada capítulo, pero decidimos (con la editora Leire Lopez) que podría quedar infantil y perder parte de su magia. Yo quería contar el torbellino, no un año en concreto, sino una vida en el bar, que vuela, que se te escapa, que no sabes cuantos años llevas ahí porque el pasado y el futuro se entremezclan en días siempre parecidos. Compañeros de trabajo que lo son todo por una temporada y luego desaparecen, porque son vidas precarias, de mucho cambio. El germen de la novela nació de observar a mi gente, quienes podrían ser las versiones jubiladas de los personajes del Bar Gloria. Viajé a su pasado, pero no porque me interesara más que su presente, sino porque necesitaba una distancia prudente para contar las cosas con libertad y ser partícipe de un relato en el que cronológicamente no existo pero emocionalmente sí. 

El recuerdo del pasado en sí ya es una ficción, a veces colectiva, acordada y negociada, y otras más solitaria, algo que te cuentas a ti misma con las herramientas de las que dispones en cada momento de tu vida.

Realmente la novela describe escenas de una familia –como concepto maleable, no solo marcada por la consanguinidad– de un rincón de la geografía de la Euskal Herria de la década de los ochenta. Puede ser tu Markina, puede ser Mendaro, Zaldibar, Elorrio, Ermua… ¿Qué elementos debía tener el pueblo que describes para mantener el espíritu de esa Euskal Herria y que permitiese el juego de la indeterminación? 
Hilando con la pregunta anterior, me di cuenta rápidamente de que ese “viajar al pasado para desvincularme del ahora y escribir libremente” era un arma de doble filo, pues empecé a sentir la presión de tener que contar de forma creíble unas décadas desconocidas para mí. Se me hizo limitante por momentos, mi intención no era hacer una crónica histórica ni específica. Creo que esa fue la razón de no definir ningún pueblo ni ninguna fecha en concreto, para que nadie pudiera venir a pedirme cuentas. Gracias a eso pude disfrutar más intentando atrapar ese paisaje, en parte imaginado, y en parte recreado a través de conversaciones, fotos y videos. Me atraía contar un entorno en plena transformación, en ebullición. Gente queriendo llegar, gente queriendo huir, gente en lucha, un río contaminado como símbolo de prosperidad económica, destellos de discoteca y suelos cubiertos de serrín.    

El recuerdo del pasado en sí ya es una ficción, a veces colectiva, acordada y negociada, y otras más solitaria, algo que te cuentas a ti misma con las herramientas de las que dispones en cada momento de tu vida. Me dediqué a entrevistar a gente antes de ponerme a escribir, y era curioso que cada una recordara distintas versiones de un mismo día. Una te contaba algo que la otra se había callado u olvidado, y viceversa. Ahí me permití a mí misma mezclar distintas referencias (de los 70, 80, 90) en una misma nebulosa; me atrae lo de entender el tiempo como un mundo imaginario con muchas capas moldeables, algo que me maravilla de los libros de Irene Solà, por ejemplo. Creo que si lo volviera a escribir, lo haría incluso más ambiguo, más fantasioso.   

Bar Gloria
Cubierta de la primera novela de Nerea Ibarzabal. Fuente: consonni

Quiero volver al Bar Gloria como espacio de relación y comunión. Allí se departe, se conversa, se piensa; de ahí parten los que se van y no regresan; allí aparecen los dolores y los miedos; entran los malos, los violentos, los que perturban la vida de los otros. El bar es un lugar, en tu novela, que tiene cuerpo y que protege, pero a veces simplemente es un cascarón que no salva a nadie.
Parece la casa de todos, pero puede que no sea la de nadie, ni de la propia familia que prácticamente vive allí. No se puede bajar la guardia, y menos si no se es un hombre cisheterosexual. Es un espacio diseñado por y para ellos, como lo son las calles, o el mundo del deporte rural, en este caso. Las demás sobreviven como pueden, consciente o inconscientemente, aliándose o alienándose. Por eso me parecía justo contar ese lugar a través del triángulo de ternura, amor y frustración que forman Miguel, Rakel y Ana. Son mi Frankenstein emocional. Los tres ansían escapar de este bar, pero cada uno tiene que inventarse su modo de huir. Quedarse tiene un precio, marcharse también, y por supuesto, volver. 

En general, los bares son lugares de encuentro. De ellos han salido los mejores planes revolucionarios, los análisis más certeros, se han planeado acciones políticas, han servido como lugar de cruce para desconocidos que se enamoraron y también en ellos muchos han sentido la impunidad. ¿Cómo definirías sociopolíticamente el espacio de un bar, más allá de tu descripción en tu novela?
Diría que los bares muestran nuestra forma de organizar la sociedad. Están llenos de dicotomías y contradicciones. Son espacios aparentemente públicos donde interactuamos con gente, pero que a su vez nos obligan a consumir, es un negocio. A mí no es que me disgusten los bares, me he divertido y he conspirado mucho en ellos, pero imagínate que pudiéramos diseñar otro tipo de espacio gratuito que configurase de otra forma nuestras calles y nuestras aceras, que no girara exclusivamente en torno a la comida y a la bebida, sin televisiones, sin baños binarios, como pueden ser los gaztetxes u otros centros culturales y autogestionados. Está claro que esto no interesa. Más dualidades: los espacios visibles y los no visibles de los bares. La cocina, el almacén, el trastero de la limpieza… versus el comedor y el mostrador. Me interesan más las conversaciones de cocina que las de barra. La noche y el día también funcionan como línea divisoria. ¿Quiénes nos permitimos ser cuando desfasamos? O ¿a quién se le permite desfasar y a quién no? De madrugada estás bebiendo gin-tonic, y el día siguiente bajas muerta de resaca a por el café a la misma barra donde te atiende la misma camarera, que ayer te vio llorar o cantar a pleno pulmón, y hoy te avergüenzas, pero hay algo tierno y humano en ese desarme. O igual violentaste a alguien anoche y vuelves igualmente, y nadie te dice nada, porque ya es de día y aparentas ser un ciudadano aceptable. Afortunadamente, creo que esa impunidad ya se está resquebrajando. 

El arte puede ayudarnos a transformar la impotencia en algo más útil y esperanzador.

Cambiando de tercio, tu novela (editada primero en euskera) fue la más prestada en las bibliotecas públicas en 2023. En la lista compartes espacio con Eider Rodríguez y Arantza Urretabizkaia. Si unimos los nombres de Uxue Alberdi, Katixa Agirre, Txani Rodríguez, Miren Amuriza o Miren Agur Meabe, por añadir solo algunos, auténticos fenómenos sociales y literarios, ¿qué nos están diciendo los lectores y las lectoras sobre el momento de la lírica euskaldun?
Que tenemos unas escritoras magníficas, y lectoras/es que saben valorarlas. No siempre habrá sido así. Para mí es increíble compartir espacio con estas figuras que tanto admiro y de las que tanto he aprendido. Ya que nombras a Alberdi y a Amuriza, te diré que de no haber sido por ellas probablemente no habría publicado este libro. Ellas me animaron, me ayudaron a creer. Lo más valioso que he descubierto en estos años de actividad artística, tanto en la literatura como en la bertsolaritza, ha sido el ejercicio de pensar juntas el mundo, ser compañeras de oficio, sugerirnos lecturas, herramientas, técnicas para mejorar. Tenernos en cuenta. Es muy distinto plantearlo así, o simplemente convencerte de que tienes que sobrevivir en la jungla tú sola, aguantar; eso me aleja de la diversión y del placer, y yo he venido, sobre todo, a pasármelo bien. 

Además, muchas de esas voces han conseguido consolidarse hablando de luchas; por unas fronteras libres o contra las violencias machistas –como en tus bertsos–, por ejemplo. Recuerdo tu despedida en el Campeonato de Bizkaia: “Muga, kartzela, harresi, ibai… / Galerak zelan kontatu / Merkantzientzat bideak libre / Ta pertsonak zokoratu / Baina itzarrik eusten gaituzten / Ideia horiei oratu / Hormak higatu daitezkeelako / Ta arrakalak loratu”. ¿Es el momento de implicarnos y complicarnos para transformarlo todo?
Siempre es el momento, pero ahora es imprescindible. Vivimos en plena ola reaccionaria mundial, y parece que los derechos obtenidos tras años de lucha pueden derrumbarse en cualquier momento. A veces resulta difícil creer en un futuro más justo, pero es en los momentos de crisis cuando debemos estar más despiertas, no dejar de hablar, de señalar, de incidir en todos los espacios que habitamos. El arte puede ayudarnos a transformar la impotencia en algo más útil y esperanzador.

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