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Memoria histórica
Agosto de sangre de 1946: pan y queso, la última batalla de los guerrilleros en Torremenga (Cáceres)
Historiador y coordinador-director de los Campos de trabajo de memoria histórica de la ARHMEX.
El día 5 de agosto de 1946 había sido un día de calor agobiante en el pueblo de Torremenga, una localidad en la Comarca de La Vera, en la provincia de Cáceres. Según algunos testimonios, al atardecer, un grupo de hombres con candiles de aceite para alumbrarse vigilan a otros que cavan una fosa en el cementerio de Torremenga. Es un enterramiento extraño, sin la presencia de familiares, sin haber pasado por la iglesia, como era costumbre, con unos hombres que parecen más bien forzados a cavar esa zanja improvisada, con semblante muy serio y un ambiente de terror. Algunas autoridades de la corporación municipal franquista asisten también a este extraño acto junto con algunos hombres armados. Pero no era el calor asfixiante lo que centraba las conversaciones de los vecinos. El día anterior, el 4 de agosto, habían muerto por disparos cuatro personas muy cerca del pueblo. Dos eran guerrilleros y el tercero un guardia civil. Una cuarta persona, también guerrillero, quedó malherido y murió a las pocas horas.
Son dos cuerpos los que han estado expuestos en la puerta del cementerio de Torremenga y cuya autopsia se hizo en el cementerio: uno es el de Alfredo Ramos Rufo (a) “Maestro” de 43 años, campesino y zapatero, vecino de Piornal y natural de Pasarón de la Vera (Cáceres). El otro es de Valerio Serradilla Serradilla (a) “Coto”, de 34 años, albañil y carpintero, natural de Aldeanueva de la Vera y vecino de Garganta la Olla (Cáceres).
El contexto de la resistencia guerrillera y el comienzo del fin
Alfredo Ramos y Valerio Serradilla eran combatientes contra la dictadura franquista y pertenecían a la 12ª División de guerrilleros, encuadrada en la 1ª Agrupación del Ejército Guerrillero Extremadura-Centro.
La posguerra fue un período en el que siguió una feroz represión ya iniciada durante la guerra (más de 14.000 víctimas solo en Extremadura)
Tras el golpe de Estado y la posterior Guerra (1936-1939), España quedó bajo la dictadura de corte fascista de Franco. La posguerra fue un período en el que siguió una feroz represión ya iniciada durante la guerra (más de 14.000 víctimas solo en Extremadura). Sin embargo, muchos republicanos y antifascistas habían mantenido diversas formas de resistencia. Una de estas fórmulas fue el establecimiento de grupos armados en las sierras que actuaban como guerrilleros con el apoyo de parte de la población rural. Algunos de los grupos más activos fueron los que actuaron en los límites de las provincias de Cáceres, Ávila y Toledo, la 12ª División, de la que fue jefe Pedro José Marquino Monje “El Francés”, que había sido abatido el 31 de julio de 1946 en Serradilla (Cáceres).
Una serie de golpes infringidos a consecuencia del incremento de la persecución por las autoridades franquistas, junto con el aumento de la represión sobre los grupos de apoyo y la traición de algunos antiguos guerrilleros que se entregaron, supuso el declive de estos grupos guerrilleros a partir de 1946, como señala el historiador Julián Chaves. A ello hay que unir la falta de apoyo internacional de los países que habían derrotado a los nazis, en los que tuvieron un papel destacado los combatientes exiliados españoles, especialmente en Francia.
En vano esperaron que les devolvieran el favor para acabar con la dictadura en España. Franco había sido fiel aliado de Hitler y Mussolini, cuyo soporte fue decisivo para su victoria en la guerra de España. Era de esperar que, una vez derrotados los regímenes fascistas en Europa, el siguiente hubiera sido el de Franco… pero, no fue así, el contexto internacional y el reparto de Europa no fue favorable. Los resistentes españoles quedaron abandonados a su suerte.
Resistencia y sacrificio: el trágico asalto al campamento guerrillero en Torremenga
El 4 de agosto fue trágico para otra de las partidas guerrilleras que actuaban en el norte de la provincia de Cáceres, cuando su campamento en la finca de “Los Cotos”, en el término de Torremenga, fue asaltado mientras descansaban.
Según se desprende del expediente del “procedimiento sumarísimo de urgencia” abierto al efecto, fue, posiblemente un chivatazo a la Guardia Civil lo que posibilitó su localización. El enfrentamiento fue brutal, un nutrido grupo de guardias civiles de Jaraíz de la Vera y algunos falangistas de la zona, se dispusieron a dar caza a los guerrilleros
De acuerdo con el expediente del Consejo de Guerra, que recoge la versión de la Guardia Civil y las autoridades franquistas, los hechos sucedieron de la forma siguiente: sobre las 7:30 horas del día 4 de agosto de 1946, el sargento de la Guardia Civil, y comandante del puesto de Jaraíz de la Vera, Germán Manzano Manzano, recibió un aviso telefónico desde Pasarón de la Vera sobre la presencia de “dos individuos rebeldes de la sierra” por la zona conocida como “Virgen de la Blanca”. A continuación, dispuso a la fuerza de la Guardia Civil que se dirigió a la solana de Miramonte, Cotos y cerro San Pedro. En “Los Cotos”, en el término de Torremenga (Cáceres), encontraron una partida de “siete individuos armados”, que estaban en la espesura del bosque.
Eran cerca de las 12h de la mañana, comenzaron los disparos, la resistencia de Alfredo Ramos Rufo, Valerio Serradilla Serradilla y Virgilio Sánchez Izquierdo, fue heroica. El sacrificio no fue en vano
Al llegar, el silencio del bosque fue interrumpido por el crujido de las ramas bajo sus botas. La tensión era palpable. Sabían que los guerrilleros podían estar en cualquier parte. Así mientras intentaban rodear el campamento, se toparon con la avanzadilla de los guerrilleros, ubicados en una zona boscosa y con fuerte pendiente, con los que se inició un largo tiroteo. Algunos vecinos aún recuerdan aquello hechos, es la “memoria viva” de las personas que vieron lo sucedido. Como Pilar Martín, con sus más de noventa años, y su hermana Encarna, que regaban el huerto en esa zona y que, pese al peligro por los disparos, se acercaron y pudieron ver pasar agachados a algunos miembros de la partida en su huida.
Eran cerca de las 12h de la mañana, comenzaron los disparos, la resistencia de Alfredo Ramos Rufo, Valerio Serradilla Serradilla y Virgilio Sánchez Izquierdo, fue heroica. El sacrificio no fue en vano. Alfredo y Valerio murieron en la finca, cerca de la fuente en los “Los Cotos”, a consecuencia de heridas de fuego por balas de fusil máuser, pero su sacrificio permitió que sus otros cuatro compañeros pudieran huir y salvar la vida.
Claudio Martín Gregorio, también testigo de los hechos, en una entrevista realizada por su sobrina Yolanda González Martín, decía lo que le había pasado a su hermano Ezequiel: “Yo estaba trillando en 'Los cotos', estaba también mi madre, estaba tío Eulogio también trillando. Los guardias dijeron a mi madre que no se movieran que podía escaparse un tiro”. “Los maquis estaban en lo (en la finca) de tío Eugenio, en un cerro escondido. Los cogieron porque hubo un chivatazo, los atacaron por arriba y por abajo”. Tras el final del enfrentamiento: “los guardias cargaron a mi hermano, tendría quince años, con todas las escopetas de los guerrilleros para llevarlas al pueblo”. Sobre los guerrilleros y el motivo para estar luchando decía: “Los maquis eran personas que cuando la guerra había huidos y se habían echado al monte, pues si los cogían los mataban… En Candeleda (Ávila) había muchos…".
Con respecto al guerrillero herido, también él fue testigo: “Lo trajeron al pueblo, aquel lloraba mucho, tenía la rodilla destrozada, decía “por favor no me maten, tengo dos hijas”. Los pusieron en el “Huerto el horno” y los chicos íbamos a verlo”.
Este era el guerrillero, Virgilio Sánchez Izquierdo (a) “Castaña”, de 32 años, natural de Cabezabellosa (Cáceres), quedó muy malherido y fue trasladado por los asaltantes para ser expuesto como trofeo en la plaza de Torremenga donde muchos vecinos aún recuerdan sus gritos de dolor mientras se iban desangrando a consecuencia de una herida en el pecho y la rodilla destrozada. Murió en Talayuela donde fue enterrado en una fosa clandestina cuando era trasladado hacia Navalmoral de la Mata para ser interrogado.
En el enfrentamiento en el monte, hubo una muerte más, la del guardia civil, Antonio Delgado Ariza, del puesto de Jaraíz de la Vera, natural de Ariza (Zaragoza) cuyos restos recibieron el homenaje, el reconocimiento oficial y una digna sepultura. En cambio, los guerrilleros muertos fueron catalogados como “bandoleros” y “malhechores”, despojando de su compromiso ideológico con la defensa del régimen democrático de la II República y con la guerrilla antifranquista y, por ello, arrojados a una fosa común como forma de humillación.
Este fue todo el equipo incautado por la Guardia Civil tras el asalto al campamento guerrillero: 3 chaquetas de pana, 1 camisa de color, 5 camisas kaki usadas, 5 pares de calcetines limpios, 3 pares de calcetines sucios, 9 calzoncillos, 9 talegas, 5 pañuelos, 2 boinas, 6 macutos, 2 brochas de afeitar, 7 cucharas de hierro, 2 pares de zapatos en buen uso, 2 pares de zapatillas, 5 mantas en buen uso, 4 escopetas de dos cañones, 1 canana con 9 cartuchos de calibre 12 y 3 de calibre 16, 4 cananas con diez cartuchos vacíos.
La lucha por la libertad y la represión franquista
Alfredo y Valerio, de ideas de izquierda y miembros del Frente Popular, habían seguido una trayectoria parecida. Como trabajadores, ambos habían confiado en las reformas del régimen democrático de la II República y, como defensores de su legitimidad, fueron detenidos en los primeros días tras el golpe de Estado a partir del 18 de julio de 1936.
Los militares de Cáceres capital y Plasencia se pusieron desde el primer momento de parte de los rebeldes y se hicieron con casi todo el control de la provincia (con la excepción de la zona de Navalmoral de la Mata que resistió hasta agosto de 1936). Para asentar el control rebelde en toda se siguió el dictamen de proclamar el “Estado de Guerra” para poner en marcha todo el sistema represivo previsto y eliminar cualquier tipo de posible oposición a los golpistas: detenciones, asesinatos y “desapariciones” forzadas fue la moneda común para sembrar el terror y paralizar cualquier tipo de posible resistencia.
Tampoco las mujeres se habían librado de la represión, muchas de ellas habían sido rapadas, humilladas, paseadas por el pueblo y se habían impuesto multas por ser “rojas” o simplemente, familiares de personas republicanas
En el caso de Alfredo Ramos, el día 19 de julio de 1936, al día siguiente de la sublevación militar en la provincia, fue detenido junto a otros compañeros de Piornal y trasladado a la prisión de Plasencia tras ser acusado de “Adhesión a la rebelión”, por haber intentado organizar la resistencia en Piornal, aunque sin haber pegado ni un tiro. No dejaba de ser curioso, tribunales ilegales acusando de “rebelión” a quienes había permanecido fieles al régimen democrático. Fue condenado a “pena de muerte” pasando por diferentes prisiones durante siete años (Plasencia, Segovia, Salamanca, Hervás, Cáceres, Burgos y sanatorio Penitenciario de Segovia…) a la espera de ser fusilado. Luego su pena fue conmutada por la de 30 años y posteriormente a 15 años. Posiblemente, por las malas condiciones sanitarias y de alimentación en la prisión (eran muy frecuente las muertes de presos por hambre o enfermedad), cogió la tuberculosis y quizás, por este motivo y pensando que su muerte estaría cerca, salió en libertad provisional en 1943.
Alfredo volvió a Piornal, donde estaba su mujer, Francisca Guillén, natural y vecina de Piornal (Cáceres), con sus tres hijos: Eloy, Juan y Ángel Ramos Guillén. Allí esperaba recuperarse de su enfermedad y rehacer su vida. Pero la vuelta no era fácil. La vigilancia y la presión de las autoridades franquistas era insoportable. Además, por su cabeza no dejaban de pasar los nombres de sus compañeros y vecinos: Cándido Pérez Salgado, alcalde, Eleuterio Vega García, concejal, fusilados y “desaparecidos”, al igual que otros de pueblos cercanos, como Barrado, de donde también mataron e hicieron “desaparecer” al alcalde Casimiro Sánchez Núñez, Severiano Núñez García, de Barrado y maestro en Jaraíz de la Vera, que acabó fusilado y arrojado a la fosa común en el cementerio de Plasencia. Otros muchos seguían en prisión o habían sido obligados a combatir al lado de los golpistas, a pesar de sus ideas. Tampoco las mujeres se habían librado de la represión, muchas de ellas habían sido rapadas, humilladas, paseadas por el pueblo y se habían impuesto multas por ser “rojas” o simplemente, familiares de personas republicanas.
En el caso de Valerio Serradilla Serradilla, natural de Aldeanueva de la Vera y vecino de Garganta la Olla, a veces aparece con su primer apellido como “Basilio”, “Vasilea” u otras variantes. Esta confusión se debe, posiblemente, por el nombre de su madre, Basilea Serradilla o el apellido de su esposa, María Basilio. Antiguamente en los pueblos del norte de Cáceres era muy frecuente, además del apodo, conocer a las personas por su nombre añadiendo “el de la”, añadiendo en nombre de su esposo o esposa o de los padres. Quizás este error se trasladó al algunos de los expedientes y documentos oficiales elaborados por la Guardia Civil. Luego, por ejemplo, en otros documentos, como en el acta de defunción aparece como Valerio Serradilla.
Valerio también había sido detenido en los primeros días del golpe de Estado, acusado de ser uno de los dirigentes que habían intentado organizar la resistencia en Garganta la Olla y que habían colocado una barricada en la carretera, por lo que fue detenido, encarcelado en Plasencia y condenado a veinte años y un día por “Rebelión militar” junto a otras quince personas de su pueblo. Una de las cuales, Julio Pavón Sánchez, fue ejecutado en Plasencia el 8 de octubre de 1936: “recibió diez balazos en la cabeza y en el cuerpo según manifestó el médico civil”, fue enterrado en una fosa común “en la segunda zanja del cementerio civil” de Plasencia. Por su parte, Valerio pasó, entre otras, por la prisión de Plasencia, Burgos, Celanova (Orense) y salió en libertad provisional en 1942.
Ingreso en la guerrilla antifranquista
Alfredo y Valerio, tras salir de prisión y volver a sus pueblos sabían que había gente en las sierras que mantenían la lucha contra la dictadura. Algunos de ellos habían sido republicanos españoles, excombatientes en Francia contra los nazis. Además, tenían conocimiento que muchos paisanos suyos habían huido al monte, a pesar de lo duro que era abandonar a su familia y asumir la vida en la sierra y el riesgo de la muerte. Pero estaban convencidos que esa resistencia sería el fin del fascismo en España. Alfredo y Valerio habían participado en algunas reuniones con grupos de guerrilleros de forma clandestina y sabían que, además, existía una red enlaces en los pueblos entre los campesinos de la sierra que apoyaba a la guerrilla.
Ángel Prieto Prieto (Silencio y soledad. La resistencia armada contra Franco en Cáceres) recoge otros muchos nombres que combatieron en la comarca de Plasencia y que eran de la zona: “Ligero” (de Cabrero), “Gacho” (de Los Ibores), “Sobrino” (de Arroyomolinos de la Vera), “Cantares” (de Garganta la Olla), “Pinto” (de Aceituna), “Peine” (de El Torno), “Castaño” (de Cabezabellosa), “Durruti” (Navalmoral de la Mata). Es de destacar el numeroso grupo de guerrilleros de Piornal: “Secreto”, “Olivero”, “Maestro”, “Gitano” “Relojero”, “Acompañado” y otros.
El franquismo nunca quiso reconocer el componente político de esta lucha, y siempre se dirigía a estos combatientes de forma despectiva, intentando despojar de ese valor ideológico de la resistencia para terminar con la dictadura
El franquismo nunca quiso reconocer el componente político de esta lucha, y siempre se dirigía a estos combatientes de forma despectiva, intentando despojar de ese valor ideológico de la resistencia para terminar con la dictadura. En los documentos oficiales franquista se etiquetaba a estas personas resistentes con los nombres de “bandoleros”, “bandidos” “huidos” “los del monte” o “malhechores”, como si fueran vulgares ladrones. Los guerrilleros y sus apoyos fueron perseguidos con la misma o mayor dureza que el franquismo utilizó durante la guerra contra sus oponentes.
A partir de 1946, como consecuencia de estas muertes, se desencadenará una ola de represión en toda la región. Desorientados los grupos guerrilleros que aún quedaban, intentaron huir hacia Portugal, Francia y América Latina, perdiendo muchos de ellos la vida en este intento.
La recuperación y reparación de su memoria
Según testimonios orales de la familia de Alfredo Ramos, los cuerpos de los dos guerrilleros fueron cubiertos con una humilde manta de las que se ponía sobre la albarda (aparejo) de las caballerías para el campo.
El 5 de julio de 2024, casi 78 después, un proyecto de la ARMHEx (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura), con el apoyo del Servicio de Memoria Histórica y Democrática de la Diputación de Cáceres, iniciaba las catas arqueológicas para tratar de localizar los restos y reparar la memoria de Alfredo y Valerio. El equipo estaba formado por los profesionales de la arqueología y antropología, Ricardo Moreno Alía y Sara Poveda Polo junto con el historiador, Ángel Olmedo Alonso. El proyecto contó con el apoyo del ayuntamiento de Torremenga y el ayuntamiento de Piornal, así como con los familiares de ambos guerrilleros. Allí estaban Purificación Ramos, y su hija Alba, nieta y bisnieta de Alfredo Ramos, mientras el hijo de Alfredo, Ángel Ramos, esperaba impaciente en su residencia el resultado. En la distancia Valerio Serradilla, hijo, y su nieto, Juan José, aguardaban en la provincia de Toledo y Barcelona.
Según el testimonio de Alberto Martín Ramos, nieto de Germán Ramos Rufo, hermano de Alfredo Ramos Rufo, explicaba que su abuelo Germán y otros familiares fueron a Torremenga para pedir a las autoridades franquistas que dejaran llevarse el cuerpo de su hermano para ser enterrado por la familia en su pueblo, pero se negaron y ni siquiera permitieron que pudieran asistir para despedirse en el cementerio de Torremenga.
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De acuerdo con el relato de Purificación Ramos, un vecino de Torremenga, llamado Domingo, le contó que siendo él un crío, fue obligado a realizar un agujero en el suelo del cementerio, agujero que habría servido para enterrar a los guerrilleros. Más tarde, fue con él al cementerio y le señaló el lugar que coincidía con la ubicación que aparece en el registro civil con respecto a la inscripción de la defunción de los dos guerrilleros. Se llevaron a cabo unas primeras catas arqueológicas en julio y luego otras catas arqueológicas en octubre de 2024. No logramos recuperar los cuerpos, bien por haberlos trasladados a otro sitio, por haber quedado bajo otras estructuras construidas para otros enterramientos posteriores. Como es habitual en estos casos, aparecen otras hipótesis que señalan que podrían haber sido enterrados en otra zona, pero hasta ahora no hay información suficiente.
Los cuerpos no han podido ser localizados en la zona marcada en el acta de defunción, donde se señalaba el lugar exacto donde fueron enterrados: “Se encuentra enterrado en el Cementerio a tres metros y medio de la pared Oeste y a dos de la del Sur”. En otra anotación se hacía constar: “En el estómago contiene aún residuos de alimentos parecido a pan y queso”. Esta misma ubicación aparece en la documentación del consejo de guerra.
El cualquier caso, todo este proceso ha servido para recuperar las figuras y la memoria de estas dos personas y llevar a cabo un acto de reparación. Dos veces perdieron la guerra, luego la vida y se intentó borrar su memoria. Si dura fue la represión sobre las personas que murieron, no fue menos dura para sus esposas e hijos. Francisca Guillén, viuda en Piornal, con tres hijos que sacar adelante, María Basilio, viuda en Garganta la Olla, un hijo. Como tantas otras mujeres, “viudas de rojos”, señaladas y humilladas, de familias obreras sin apenas recursos económicos para superar el trauma y sacar adelante a sus familias. La presión social de las autoridades falangistas insistía en hacer creer que sus maridos habían sido unos delincuentes y por eso habían muerto. Nada más lejos de la verdad…
Han hecho falta que pasen 78 años para la celebración de un homenaje público y la colocación de un pequeño memorial en el cementerio de Torremenga en el que fueron enterrados y en el que ya tienen sus nombres para que la familia pueda llevar unas flores. Ya no serán dos personas anónimas. Pero esto no termina aquí, aún queda buscar los restos de su compañero Virgilio Sánchez, en el cementerio de Talayuela y otros cientos de víctimas más dispersas por fosas y cunetas de nuestra geografía.
Es de justicia el reconocimiento público para estos combatientes antifascistas y defensores de la legalidad republicana. “Verdad, Justicia y Reparación”
La historia de aquel día negro del 4 de agosto de 1946 es un testimonio de la lucha y el sacrificio en una época. Los hechos aquí narrados muestran el valor y la determinación de las personas involucradas con los valores de la libertad. El hijo de Valerio Serradilla, también Valerio, su nieto, Juan José, que se muestra orgulloso de “ser pelirrojo como su abuelo”, así como el hijo de Alfredo, Ángel, su nieta Pura y su biznieta, Alba, junto a otros familiares y entidades siguen peleando por recuperar esta parte de nuestra historia y borrar el termino despectivos con el que fueron tratados por la dictadura.
“Siempre guerrilleros, nunca bandoleros”, insistían algunas de las personas que pudimos conocer y que habían vivido en aquellas terribles condiciones. Es de justicia el reconocimiento público para estos combatientes antifascistas y defensores de la legalidad republicana. “Verdad, Justicia y Reparación”.
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Gran trabajo. Todavía falta hoy un reconocimiento adecuado a quienes fueron combatientes por la libertad. Gracias por mantener viva la memoria.
Extraordinario trabajo realizado. Es muy importante recuperar esta parte de nuestra historia. !cómo cambia cuando ponemos nombres y apellidos a las víctimas y a sus familias! No es lo mismo hablar de "dos guerrilleros muertos" a que sepamos que se llamaban Alfredo, Ramos, Valerio Serradilla. Conocer la situación que les empujó a la lucha y el intento de borrar su memoria al ser enterrados en una fosa común... Es una cuestión de derechos humanos y de conocer nuestra historia más reciente
Podía haber revisado un poco el escrito antes de publicar...está lleno de erratas como plurales q debieran ser singular....
Por lo demás qué más añadir...que la historia se repite y probablemente volvamos al monte algunxs si no nos eliminan antes?? Pues creo q hay muchas posibilidades aunque ansío equivocarme
Salud.