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Memoria histórica
Rubén Chababo: “Ustedes caminan sobre un cementerio en el que se les van acumulando los muertos”
A lo largo de nuestra conversación, Rubén Chababo expone las ideas principales que sostienen su discurso sobre la memoria. Dos asuntos destacan sobre los demás: por un lado, la importancia de hacer justicia a las víctimas, y por otro, la necesidad de evitar caer en narrativas fosilizadas que anulen el debate público en torno a un pasado que pertenece a toda la ciudadanía.
Chababo (Rosario, 1962) ha dedicado su vida a la memoria “ejemplar”, esa que, según el teórico Tzvetan Todorov, hace que el pasado se convierta en principio de acción del presente. Entre 2002 y 2014, fue director del Museo de la Memoria de Rosario, además de colaborar con el Centro Nacional Colombiano de la Memoria. Actualmente, imparte clases en la Universidad Nacional de Rosario y dirige el Museo Internacional para la Democracia.
Si no se cuestiona y se interroga constantemente a la memoria, corre el riesgo de convertirse en un relato taxidermado, fosilizado, que acaba por sacralizar a las víctimas
La relación de Rubén Chababo con el pasado, inevitablemente mediada por su condición de argentino y de judío, es compleja y, a veces, conflictiva, pero si hay algo que parece tener claro es que “en el centro medular de cualquier experiencia autoritaria o traumática, como las que tuvieron lugar en Argentina, Chile o Uruguay durante la segunda mitad del siglo XX, están las víctimas”. Los damnificados y vulnerados, y en especial aquellos cuyos nombres fueron eliminados de los discursos hegemónicos, constituyen un tema al que el entrevistado vuelve una y otra vez, que se integra en sus palabras de manera natural.
Siendo judío, Chababo concibe la memoria como una suerte de enlace, tanto a su núcleo familiar, como a un pasado milenario marcado por la tradición de un pueblo que rebosa historia. Sin embargo, se muestra en contra de equiparar la memoria con la verdad absoluta e insiste en que, “si no se la cuestiona y se la interroga constantemente, corre el riesgo de convertirse en un relato taxidermado, fosilizado, que acaba por sacralizar a las víctimas”. Para él, los recuerdos, incluso aquellos de los supervivientes de la barbarie, pueden ser formateados por el entorno y por los productos culturales que consumimos. Para ilustrarlo, el entrevistado nos recuerda la vertiginosa transformación que experimentó la cultura del exterminio judío a manos de los nazis a nivel mundial con el estreno de la miniserie estadounidense Holocaust en 1978, al igual que lo que ocurrió años más tarde cuando La lista de Schindler vio la luz.
La memoria en América Latina
El pasado queda inevitablemente mediatizado también a través de las palabras de los testigos, portadores de un trauma que necesita salir a la superficie para que el proceso de sanación pueda comenzar. Aunque siempre cauto y aclarando que queda “mucho trabajo por hacer y mucho que debatir”, Rubén Chababo se muestra orgulloso del trato que su país ha dado a las víctimas de la dictadura durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional, que se desarrolló entre 1976 y 1983.
Respecto al conjunto de América Latina, Chababo pone de manifiesto que “no existen patrones comunes a los que los distintos países se acojan a la hora de encarar su memoria, debido, principalmente, a la manera tan diferente en que cada uno transitó a regímenes democráticos”. Con todo, alaba la pujanza de los movimientos por los Derechos Humanos argentino y chileno, que comenzaron su lucha ya durante las respectivas dictaduras: “En Argentina, iniciamos la democracia de la mano de personas instruidas y marcadas por esa lucha por los Derechos Humanos, que además solían ser familiares de represaliados”, y añade: “esto colaboró a que la memoria pudiera consolidarse en el campo artístico e intelectual y, en última instancia, traducirse en políticas públicas”.
Cuenta, además, cómo la violación de las libertades civiles durante los regímenes militares ocupa un lugar destacado en los libros de texto de las escuelas de primaria y secundaria. A esto se suma la instauración del 24 de marzo como Día Nacional de la Memoria, la Verdad y la Justicia, una fecha que, bajo el lema “nunca más”, condena el inicio de la dictadura cívico-militar y del terrorismo de Estado que trajo consigo. En todo caso, Chababo no ceja en su convicción de que el debate y la incorporación de las distintas miradas a la discusión pública sobre la memoria son sumamente necesarios y, aunque afirma no estar de acuerdo con muchas de las posiciones adoptadas por las instituciones, celebra vivir en “una sociedad en la que el pasado no quede innominado y relegado a un segundo plano”.
Museos y lugares de la memoria
Cuando encargaron a Rubén Chababo la coordinación del Museo de la Memoria de Rosario, las pautas recibidas fueron que sus paredes deberían acoger los sucesos que tuvieron lugar entre 1976 y 1983. Pero “¿qué hacer con los asesinados en el 75 por el gobierno constitucional, previo a la dictadura?”, se preguntaba. Cuenta que esta pregunta se encontraba en el marco de una verdad incómoda que, en el momento de la construcción del museo, no se correspondía con el relato al que el Estado argentino deseaba dar difusión.
Así, el entrevistado insiste en que existe una confianza desmesurada en este tipo de lugares que, en “manos erróneas”, pueden llegar a convertirse en dispositivos representantes de una verdad absoluta que anulen la discusión pública y la conversación permanente con los diferentes actores, desde los verdugos hasta las víctimas. Según él, ese debate imparable es el humus del que se nutren estos espacios tan especiales.
Los museos son como la familia, siempre hay zonas de silencio que están anudadas a algo importante
Durante su visita a Yad Vashem en Israel, el memorial de referencia en el que se han basado la mayoría de las instituciones en homenaje a la Shoah repartidas por todo el mundo, observó que había un tema en particular que permanecía intocado e intocable: el de los Judenrat, consejos de judíos que gobernaban en los guetos y que, con sus acciones, contribuyeron al funcionamiento de la maquinaria del exterminio nazi: “No estoy enjuiciando, estoy señalando la complejidad del asunto”, aclara, para constatar que “el museo es como la familia, siempre hay zonas de silencio que están anudadas a algo importante”.
En España, las facciones políticas sostuvieron el ‘pacto de silencio’ mientras las fosas seguían irredentas
Cuenta que el Lugar de la Memoria en Lima le sorprendió gratamente porque reivindicaba tanto la violencia emitida por el Estado peruano como por los senderistas de Abimael Guzmán. Sin embargo, “en España, las facciones políticas sostuvieron el ‘pacto de silencio’ mientras las fosas seguían irredentas”. Chababo, gran conocedor del proceso memorialista en España, tiene claro que, si el día de mañana nuestro país apostara por la instalación de un Museo de la Memoria, las instituciones oficiales, coordinadas con la ciudadanía, deberían emprender un largo camino del que solo se han dado aún tímidos pasos.
Porque, además de qué contar y cómo contarlo, los museos de la memoria afrontan dos riesgos como son la banalización y la sacralización. El primero estaría relacionado con la inscripción de estos espacios -bien lo podemos observar en las rutas por campos de concentración que se organizan en Polonia- en recorridos turísticos que proponen una historia lavada y, en ocasiones, incluso frívola. El segundo es un asunto aún más complejo que tiene que ver con ese peligro, antes mencionado, de taxidermar los recuerdos, de “convertir los lugares dedicados al dolor en mausoleos que sitúan a la memoria en un altar intocable”.
Chababo nos recuerda que el pasado debe naturalmente provocar inquietud, interrogantes y que, en ese intercambio que se establece entre quienes forman parte de estos escenarios, es donde surge el deber y la necesidad de recordar el sufrimiento.
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España frente a su pasado
“Ustedes caminan sobre un cementerio que tiene las dimensiones de España en el que se les van acumulando los muertos”, sentencia Chababo. Recuerda que en 2008 Zapatero habló de recordar a las víctimas, de permitirles recuperar sus derechos y de arrojar al olvido a aquellos que promovieron la tragedia en España. Y que, a pesar de estas palabras, “las tumbas no fueron removidas, no se crearon museos, y no se tocó (hasta hace bien poco) el Valle de los Caídos”. Para el entrevistado, en ese “arrojar al olvido” se confunden los muertos, se mezclan entre sí y terminan por desaparecer en la misma negrura, que se traga igualmente la responsabilidad de los perpetradores de los crímenes de la guerra civil y el franquismo.
Según Chababo, España constituye un “páramo” en el que se acumula lo no dicho, lo no reivindicado, lo no legislado. Y, de nuevo, para Rubén Chababo no se trata de encumbrar la labor de su país por encima de los demás en una suerte de chovinismo absurdo, pero sí de reconocer el trabajo realizado hasta ahora en Argentina y de afrontar con fuerza y recursos todo lo que queda aún por hacer.
Para comprender cómo cada país tramita su pasado, es necesario estudiar la manera en que perdura el miedo
“En cualquier sociedad post-autoritaria hay zonas de las que nos sentimos orgullosos y otras de las que no”, declara, y añade que “para comprender cómo cada país tramita su pasado es necesario estudiar la manera en que perdura el miedo”. Por ejemplo, el proceso memorial que Alemania emprendió entre los años 70 y 80 convirtió a sus ciudades principales -Berlín, Múnich, Núremberg…- en focos del recuerdo. No obstante, el entrevistado alude a los años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, en los que la mayor parte de perpetradores y criminales responsables del exterminio pasaron de la administración nazi al gobierno del canciller Adenauer. “Siguieron tranquilos, regando con sus mangueras sus jardines de Dusseldorf”, constata.
Las palabras de Rubén Chababo ponen de manifiesto que, en España, la cultura del recuerdo debe emerger de entre los recovecos de esta sociedad que construimos a partir del olvido en el año 1975. Que la voz de las víctimas no puede ser acallada, sino que hemos de prestar atención a sus experiencias y extraer enseñanzas de ellas, con el fin último de garantizar la no repetición de la barbarie. Como bien expone Chababo, no existe una fórmula magistral que ayude a gestionar el dolor a nivel colectivo o individual, sino que es necesario que todos los actores implicados —instituciones, ciudadanía, víctimas…— mantengan una actitud de escucha activa, que condenen los discursos de odio y que se involucren a través de los medios a su disposición en la discusión pública y constante que es la memoria. Así, concluye el entrevistado afirmando que “en España, los damnificados no tuvieron oportunidad de exponer sus dolores, y el trauma que no puede tramitarse a través de la palabra genera inevitablemente sufrimiento”.
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A éste, nuestro entrañable país no le va mucho el concepto de "Memoria Histórica" . Me temo que en Argentina son muy parecidos. Sino no estaríamos igual desde hace 250 años, la verdad. Desde la Primera República aún está por hacer y no se ha parado de hablar. Franco debía tener razón, lo vivió en primera persona todo. Ya es jodido decir ésto.