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Memoria histórica
A golpe de cincel. Crónica de la retirada de un vestigio fascista en Montijo

El 20 de noviembre de 1939 la máquina de matar franquista funcionaba a pleno rendimiento en el pueblo de Montijo, provincia de Badajoz. El engranaje del terror corría a cargo de la Guardia Civil, la Falange, los grupos paramilitares creados a instancias de la corporación municipal y la Iglesia del pueblo, con su cura párroco a la cabeza, quien señalaba la pieza a cazar y firmaba, al paso alegre de la paz, los informes a favor o en contra de quienes eran juzgados en consejo de guerra, con el resultado último de largas condenas de prisión o pena de muerte. Este cura, además, contaba en sus quehaceres diarios con la entusiasta colaboración de la Hermandad de Nuestra Señora de Barbaño, virgen patrona del pueblo, de la que era cofundador y activo miembro.
Ese 20 de noviembre de 1939 se celebró un pleno en el ayuntamiento de Montijo, presidido por el alcalde impuesto por los militares golpistas, Francisco Rodríguez Cavero, y los señores gestores Alonso Villalobos Nevado, José Jerez González, Alonso Gutiérrez Bautista y Antonio Ramos Sánchez, todos ellos, como es natural en estos casos en los que el golpismo triunfa, adeptos al nuevo régimen nacionalcatólico.
Memoria histórica
Memoria viva El cura de Montijo y la represión fascista. La otra historia de una Hermandad
En aquel pleno, mientras aún retumbaba sobre las noches del pueblo el eco de los disparos de pistola y fusil que acabaron con más de 120 vecinos y vecinas de Montijo, en las tapias del cementerio o en lugares aún no localizados, la corporación municipal espuria concedió “el más amplio voto de confianza al Sr. Alcalde Presidente, con el fin de que realice las necesarias gestiones, tendentes a la adquisición de una Imagen de Nuestra Excelsa Patrona en Extremadura, la Santísima Virgen de Guadalupe, Reina de la Victoria, abonando su importe con cargo al capítulo 18º o a Imprevistos del corriente presupuesto ordinario en gastos, y colocándola en la fachada de entrada del Palacio Municipal, en sitio visible y preferente, que facilite al vecindario la veneración que todos los buenos cristianos debemos a Nuestra Madre y Señora de Guadalupe, Patrona de Extremadura”.
Esto significaba que la imagen de marras sería pagada por el pueblo de Montijo, donde se respiraba el horror diario, y sobre todo nocturno, que imponían matones y criminales, quienes no hacían distinción entre sus víctimas. Se mataba mucho y sin criterios de masacre muy claros, no solo por cuestiones ideológicas, sino por motivos varios, como envidias, ganas de la mujer del vecino o afán de rapiña. Al maestro Juan José García Martínez de Tejada, creyente y practicante religioso, le mataron tal vez porque enseñaba a los niños y niñas con técnicas avanzadas de la pedagogía de Freinet, en el colegio Giner de los Ríos de Montijo. A otro compañero suyo, también maestro freinetista, Eduardo Almada Rodríguez, se lo llevaron los falangistas una tarde que andaba tomando el fresco a la puerta del antiguo colegio de las eras y le mataron en su pueblo, Villanueva del Fresno, donde había sido alcalde.
Se estima que la edad mínima de los ejecutados fue la de un niño de 14 años, mientras algunas mujeres del pueblo, que se habían significado con partidos y sindicatos de izquierda o eran esposas de represaliados, fueron violadas y obligadas a mantener relaciones sexuales con los nuevos amos del pueblo y funcionarios del ayuntamiento, como quedó reflejado en la causa seguida contra el hijo del notario, Isidoro Hervella Urdaniz (Violaciones en Montijo. El Caso de Isidoro Hervella Urdaniz, en Francisco Espinosa, “Por la Sagrada Causa Nacional. Historias de un tiempo oscuro”, Crítica), para después acabar asesinadas en no se sabe dónde, como sucedió con Joaquina, La Charra, cuyo cuerpo sigue desaparecido y, a pesar de los años, seguimos buscando.
La edad mínima de los ejecutados fue la de un niño de 14 años, mientras algunas mujeres del pueblo, que se habían significado con partidos y sindicatos de izquierda o eran esposas de represaliados, fueron violadas y obligadas a mantener relaciones sexuales con los nuevos amos del pueblo y funcionarios del ayuntamiento
Quienes no se mancharon de sangre las manos fueron los oligarcas y terratenientes, los dueños de las fincas, gente como Luis Chorot Cuenca, fundador de la Agrupación Nacional de Fincas Rústicas, quien en una carta escrita a mediados de noviembre en respuesta a Juan Ignacio Luca de Tena, uno de quienes contribuyeron a procurar el avión que trasladaría a Franco de Canarias a Marruecos para encabezar el golpe en el sur, le comunicaba su aportación económica “para apuntillar el marxismo extremeño” (también en Francisco Espinosa, “La Primavera del Frente Popular”, Crítica).
En ese mismo pleno del 20 de noviembre se aprobó también conceder dinero de los presupuestos como donativo a la Congregación Religiosa de Monjas Clarisas, usuarias del convento de Santa Ana, donde habían estado detenidos los montijanos susceptibles de apoyar el golpe de Estado de julio de 1936, hasta que fueron liberados tras la toma del pueblo por las tropas de Yagüe. Hay que decir que, durante ese tiempo, salvo algún que otro maltrato de palabra y obra, así como diversas humillaciones haciéndoles trabajar plantando árboles, ninguno de los encarcelados en el convento fue asesinado, entre quienes se encontraba el cura de Montijo, Juan Pérez Amaya. El donativo que se dio a las monjas se cogió del dinero sobrante de los artículos de consumo o alimenticios, así como 14 kilogramos de arroz a cargo del municipio, mientras buena parte de la población, en plena posguerra, se moría de hambre.
La imagen que se puso en la fachada del edificio del ayuntamiento, en la plaza del pueblo, respondía a la política y campaña del obispo José María Alcaraz Alenda, destacado franquista, para promocionar el culto de la Virgen de Guadalupe y la peregrinación a su monasterio en las Villuercas extremeñas. En ese momento, la exultante Iglesia española, partícipe de la guerra fratricida que acababa de pasar y colaboradora del nuevo régimen, carcelario y represivo, sufría una pequeña trifulca interna entre las facciones que abogaban por los diversos cultos marianos, enfrentándose los adeptos de la Virgen del Pilar a los de la Virgen de Guadalupe, que al fin y al cabo son la misma virgen, pero con distintos nombres. Cosas de la Iglesia.
Por fin la imagen, compuesta de un conjunto de 35 azulejos a cuyo pie reza una inscripción que conmemora la victoria franquista, se adquirió y se puso en la fachada del ayuntamiento, dando cumplimiento a lo acordado en aquel pleno de una corporación que se gastaba a la ligera y por su santa voluntad los cuartos no de los curas, sino del pueblo.
La imagen, junto a otra que se puso en la fachada de la Comunidad de Labradores, en la calle Felipe Checa, hoy museo Antonia Gómez Quintana, lució en la plaza del pueblo hasta llegada la democracia, cuando uno de los primeros gobiernos locales, ahora sí elegido por el pueblo, dispuso su traslado a la fachada de la ermita de Jesús, donde aún figura, hasta el día de hoy con la inscripción franquista que celebra el golpe de Estado, la victoria y el asesinato de personas inocentes.
La imagen que estaba en la fachada de la Comunidad de Labradores, a petición de algunos vecinos del pueblo que guardamos relación con la recuperación de la memoria histórica, fue retirada de la fachada y expuesta en su interior, como parte de un museo tradicional sobre la historia de Montijo, gesto que hay que agradecer a quien fuera archivera del pueblo, Antonia Gómez Quintana, empeñada en recuperar esta cámara agraria con carácter de museo.
A pesar de que ha quedado demostrada, documental y testimonialmente, la implicación de la Iglesia de Montijo en aquellos tenebrosos hechos, la imagen ha continuado arrogante, desafiante, ajena a la obligación de la contrición cristiana, en la fachada de la ermita
Sin embargo, la imagen en la fachada de la ermita de Jesús se mantuvo incólume, con su inscripción bien a la vista en una plazoleta a la que se han ido añadiendo elementos religiosos, a costa siempre del erario municipal, que se supone que responde a necesidades aconfesionales y laicas. A pesar de que ha quedado demostrada, documental y testimonialmente, la implicación de la Iglesia de Montijo en aquellos tenebrosos hechos, la imagen ha continuado arrogante, desafiante, ajena a la obligación de la contrición cristiana, en la fachada de la ermita.
En agosto de 2024 la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMHEX), en virtud de la Ley de Memoria Democrática, dirigió sendos escritos a la Diputación de Badajoz y al Arzobispado de Mérida-Badajoz, solicitando la retirada de dicho vestigio franquista, considerado como tal en el catálogo de rémoras de este tipo en la provincia de Badajoz que la misma Diputación realizara hace unos años. La justificación partía de la necesidad de respetar los acuerdos adoptados en el convenio firmado entre Diputación y Arzobispado para la restauración de sus templos, en el que se determinaba que el arzobispado establecería “medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura y adoptará las medidas necesarias para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar de la Guerra Civil y de la represión de la dictadura que se localicen en los inmuebles del arzobispado localizados en la provincia de Badajoz”. Se daba el caso de que la ermita de Jesús, dependiente de este arzobispado, se estaba restaurando con dinero de esta Diputación, a pesar de que, como establece la norma en este tipo de subvenciones, el cartel publicitario de la Diputación no figurara a la vista pública exterior en dicho templo, sino solo en el vestíbulo interior de la iglesia, y durante las horas en que esta permanece abierta para sus oficios.
Dado que es notoria la actitud reacia de la Iglesia de Montijo a reconocer los hechos que se produjeron durante la Guerra Civil y dictadura en este pueblo y hasta dónde llegó su implicación en los mismos, era de esperar la falta de voluntad por parte de esta Iglesia y de quienes cortan el bacalao, la Hermandad de Nuestra Señora de Barbaño, en cumplir con una retirada que, sabemos de buena tinta, sí era bien vista por el arzobispado. Por otra parte, siempre quedaba la posibilidad de que alguna de las organizaciones ultracatólicas que llevan a cabo prácticas fascistoides, denunciara la intención de la Diputación y de ARMHEX, paralizando todo el proceso, por lo que convenía guardar silencio sobre las negociaciones y hacer mucho trabajo de pasillo y despacho, trabajo que hizo a la perfección algún que otro miembro de ARMHEX residente en Badajoz, cercano geográficamente a estas instituciones.
Finalmente, tras insistir y preguntar a Diputación y al arzobispado en qué punto estaba esta cuestión de la retirada de un vestigio reconocido como franquista, que contradice el acuerdo adoptado con Diputación y pone en peligro el cobro de la subvención concedida para la restauración del templo, la Iglesia de Montijo ha optado en marzo de 2025 por una solución inconformista, tirando, como se suele decir, por la calle de en medio: no retira la imagen de la Virgen en cuestión, pero sí hace desaparecer la alusión franquista. ¿Cómo? Pues a golpe de cincel, es decir, picando sobre los azulejos donde aparece y, de paso, racheando los azulejos aledaños. La Iglesia de Montijo prefiere mutilar la imagen, que recuerda su pasado no muy limpio, antes que quitarla y hacerla figurar, por ejemplo, dentro del templo, donde solo podrían verla los feligreses y algún que otro despistado turista, como se hizo en su día con la que había en la fachada de la Comunidad de Labradores, que se encontraba en el mismo estado de deterioro y que no hubo problema en recolocar dentro del museo.
Ahora, en vez de figurar en la inscripción la leyenda “Ntra. Sra. de Guadalupe. Madre de Extremadura. Reina de la Victoria. 10-X-1939”, figura “Ntra. Sra. de Guadalupe. Madre de Extremadura. Reina”… y punto. Hay que reconocer que a los mandamases beatos montijanos no les falta imaginación
Y no es por meter el dedo en la llaga, pero sospecho que, mientras el operario encargado realizaba su particular talla, a golpe de martillo y cincel sobre el azulejo, con sumo cuidado para no rajar más allá de lo necesario, se podía oír una vocecita que decía aquello tan castizo de “¡virgencita, virgencita, que me quede como estaba!”:
Sea como fuere, se hace “borrón” y cuenta nueva. No sabemos si se dará una pasta cerámica sobre el azulejo picado o simplemente un brochazo que disimule el desconchado en esto que la Iglesia llama “restauración”. Ahora, en vez de figurar en la inscripción la leyenda “Ntra. Sra. de Guadalupe. Madre de Extremadura. Reina de la Victoria. 10-X-1939”, figura “Ntra. Sra. de Guadalupe. Madre de Extremadura. Reina”… y punto. Hay que reconocer que a los mandamases beatos montijanos no les falta imaginación.
A pesar de la fuerte represión franquista y el elevado número de asesinados y desaparecidos que se dio en Montijo, en este pueblo no hay ni una sola placa que recuerde estos tristes hechos, ni tampoco al cercano campo de concentración franquista donde miles de presos republicanos trabajaron como esclavos de Franco para abrir, a pico y pala, la inmensa zanja donde se construiría el canal que daría agua al Plan Badajoz. Tan solo en el cementerio existe un monolito, costeado en su día por los familiares de los represaliados, de su bolsillo particular, que recuerda aquellos aciagos hechos y contiene una caja con restos mezclados y sin identificar —padres, hijos, hermanos, tíos, abuelos, amigos…—, extraídos de la fosa común a la que se echaron tras ejecutarles. También, en el parque municipal, queda una descomunal cruz franquista, desprovista de su sentido religioso, levantada a instancias de Falange, en la que todavía se puede leer en uno de sus laterales los nombres de los vecinos de derechas que murieron en la guerra, no en el pueblo, dado que no hubo represión de ese tipo a cargo de las izquierdas. En otros de sus laterales, donde figuraba una inscripción que decía “Caídos por Dios y por España”, hoy figura otra que dice “En memoria de todos los montijanos que murieron durante las pasadas guerras en defensa de sus ideales”.
Cabe recordar que aquellos que fueron asesinados y asesinadas en Montijo a partir de agosto de 1936, no murieron en defensa de sus ideales. Se les arrancó la vida de un modo brutal por muchos y muy diversos motivos, entre los que estaban la creencia en los valores democráticos, pero sobre todo se les asesinó por el hecho de que tales crímenes se podían cometer sin más, con completa impunidad y con el beneplácito, bendición y aplauso de algunas instituciones, entre ellas las que predican el amor al prójimo. Les mataron por soñar con un mundo más justo y más libre, por enseñar con cariño a sus alumnos y alumnas o, simplemente, por estar en el momento y en el lugar equivocado.
Les mataron porque sí, sin que se les diera oportunidad de defenderse, ni a sí mismos ni a sus ideales.