Migración
El futuro no cuenta con las personas africanas o, ¿por qué migran?

Mientras en Europa se insiste en la narrativa de que vienen demasiadas personas de África, sin proponer más respuesta que la externalización de las fronteras y la criminalización, los factores de expulsión se multiplican en el continente.
Raices migrantes
El campamento Las Raíces, en Canarias. David F. Sabadell
8 dic 2024 06:18

No pueden venir todos: la premisa se conjuga en diversos idiomas. Lo dijo el pasado octubre el canciller alemán Olaf Scholz, abandonando el idioma diplomático de la socialdemocracia. “Vienen demasiados”, valoró en una entrevista concedida al semanal Der Spiegel, en la que habló de la necesidad de “deportaciones masivas”. Casi un año después, a finales de agosto, otro de los líderes progresistas europeos, Pedro Sánchez, también apuntó a las deportaciones, defendiendo desde Senegal la necesidad de expulsar a las personas que migran irregularmente para “desincentivar” a las mafias. Cinco años después de que el líder ultraderechista francés Jordan Bardellahablara de la “bomba demográfica” de africanos que “amenazaba” su país, quienes debían detener a la extrema derecha habían abrazado sus marcos. 

Años de martilleo, intensificado en los últimos tiempos, dan sus frutos. La encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) del pasado septiembre mostrabala inmigración como el principal problema de España entre críticas por lo que se consideraba una formulación proclive a generar los resultados que finalmente ocuparon los titulares. El relato seguía la estela del Eurobarómetro publicado el pasado julio, en el que el 41% de los encuestados señalaba la inmigración irregular como el principal desafío de la UE, solo después de un 50% que apuntaba a la guerra en Ucrania.

Migración
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Mientras en Estados Unidos Trump hace de su propuesta de una deportación masiva el centro de su campaña, en Europa el pacto de migración y asilo sienta las bases para una vuelta de tuerca más a un endurecimiento de las políticas migratorias.

Entre tanta preocupación, Camille Le Coz, directora asociada del Instituto de Políticas Migratorias en Europa, relativizaba ante el medio Euroweekly News la atención que recibe la migración frente a otros desafíos de la región: “De manera clara, se presta demasiada atención a la migración ilegal, teniendo en cuenta el alcance real de la cuestión y comparándola con otras cuestiones que Europa debería abordar, como el cambio climático”.  En lugar de celebrar que en todas las rutas migratorias se estaba produciendo un descenso, salvo en la ruta canaria, la especialista problematizaba el costo en derechos humanos que supone detener el movimiento de personas que han decidido migrar.

Según el último informe de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), la mayoría de personas africanas que migran permanecen en el continente. Los últimos datos disponibles, de 2020, muestran que son 21 millones los africanos que viven fuera de su país de nacimiento sin haber salido de la región —tres millones más que en 2015—, mientras que 19,5 millones viven fuera de África en 2020, 2,5 millones más que en 2015. No se puede dar la espalda al hecho de que cada vez más personas africanas dejan el continente, su número se ha más que duplicado entre 1990 y 2020. 

Todo el mundo está en África

Mientras los países de la UE centran sus narrativas y políticas en evitar la llegada de personas procedentes de África, Europa sigue presente en el continente. África es fundamental para el futuro, aunque al futuro parezcan sobrarle sus habitantes. La carrera por la nueva minería como respuesta a la demanda de minerales de “energía limpia” remite al mismo modelo añejo de expolio que viene empobreciendo al continente desde hace siglos, como advierte un informe de la organización Global Witness tras investigar los efectos de la explotación de litio en la población de países como Zimbabue, la República Democrática del Congo y Namibia. 

No solo las minas siguen siendo un vector de colonización, según la organización Land Matrix Initiative, África es el principal objetivo de las operaciones de acaparamiento de tierra en el Sur Global, con casi un millar de grandes adquisiciones de campos para la agricultura desde el año 2000, que afectan particularmente a Mozambique, Etiopía, Camerún o, de nuevo, República Democrática del Congo. Preocupa particularmente el “acaparamiento verde”, el uso de las tierras por parte de gobiernos y multinacionales para la plantación de árboles destinados al secuestro de carbono, o para cultivos dedicados al biocombustible y al hidrógeno verde, para los que, además, se necesita mucha agua. En nombre de la sostenibilidad, estas actividades pasan la carga del corte de emisiones de carbono a tierras africanas, mientras desplazan a campesinos y ganaderos. 

A la explotación de minas y el acaparamiento de tierras se une otra amenaza más sutil: la del llamado “colonialismo digital” por parte de China principalmente. Percibido como un actor más sincero y menos colonial que las viejas potencias europeas, el país lleva décadas siendo central en el desarrollo de infraestructuras en el continente. También en la estructura tecnológica: con la ruta de la seda digital, más de 10.000 empresas chinas operan en África, con Huawei y ZTE a la cabeza. Al temor a una excesiva dependencia de las tecnologías chinas, que pueden practicar el extractivismo de datos de la población, y al fantasma del incremento de la deuda con el gigante, se suma la acusación de no contratar suficiente personal local.

China Etiopía
Construcción de un rascacielos con capital chino en Addis Abeba. Álvaro Minguito

Con todo, un continente tan atractivo como África para las inversiones internacionales encuentra cada vez más dificultades para retener a su población. Con una economía herida por la guerra de Ucrania que trajo inflación, depreciación de las monedas y subida de los intereses, el desempleo ha aumentado en los últimos años, junto a la pobreza, en economías que ya habían sido duramente tocadas por la pandemia. Mientras, la proliferación de conflictos ha derivado en una gran crisis de acceso a comida. Según la FAO, 149 millones de africanos estarían sufriendo inseguridad alimentaria de forma aguda, 12 millones más que un año atrás. 122 millones, un 82%, se encuentran en países que atraviesan conflictos, la primera causa de inseguridad alimentaria en el continente. 

Marchar

Con el fantasma neocolonial secuestrando perspectivas de futuro, y tantos países atravesados de violencia, marchar se convierte en la única opción de miles de personas. Una opción cada vez más peligrosa: un informe reciente del ACNUR y el Mixed Migration Centre, bajo el nombre En este viaje a nadie le importa si vives o mueres, estima que el camino por el desierto es el doble de mortal que la travesía del mediterráneo, una travesía que, a su vez, es el recorrido marítimo más mortal para las personas migrantes en todo el mundo.

Ismail atravesó ambas cosas, desierto y mar, después de dejar en 2015 Eritrea. Esta antigua colonia italiana, de unos seis millones de habitantes, se independizó de Etiopía en 1993. Aunque no esté en guerra, la relación con su vecino del Sur es tensa; y los conflictos armados entre ellos, recientes. En el pequeño Estado prevalece un fuerte militarismo, traducido en la obligatoriedad del servicio militar. Esto marcó a Ismail, que se vio obligado a estudiar en el campo militar SAWA, un espacio de maltrato, según señalaba en 2019 Human Rights Watch, recogiendo que había jóvenes abandonaban el país solo para evitar ese espacio. Ismail no abunda en detalles, solo dice que fue una etapa muy dura, que no sacó la nota que esperaba, y no pudo elegir carrera. Soñaba con ser piloto, pero tuvo que resignarse a estudiar para ingeniero agrícola. El fallecimiento de un familiar le hizo interrumpir sus estudios, pero en realidad ni siquiera estaba muy convencido de que graduarse le abriese las puertas de un horizonte deseable: “La mayoría de quienes obtienen el grado solo consiguen trabajar como profesores de escuela secundaria: de física o de matemática en el caso de los ingenieros”. Ser un profesor no parece un mal plan, pero no es leído así en el contexto eritreo: más allá de que Ismail no lo considera un ámbito de realización laboral, “te conviertes en un funcionario del Estado, con una base material muy limitada, que no te permite cambiar tu futuro”. Y esa, explica Ismail, es la razón por la que muchos jóvenes eritreos abandonan su país. 

No solo lo dice él y no solo ocurre en Eritrea: según el Centro Africano para la Transformación Económica, la mitad de los diplomados universitarios en el continente no encuentra empleo. “Los países que salen de largas crisis o de conflictos armados son los más tocados por esta situación de paro de la juventud”, explicaba el politólogo Jean-Jacques Konadje, en la revista Diploweb. Así gran parte de la juventud, que representa el 60% de la población del continente, sufre una situación de incertidumbre ante el futuro. Más allá de las causas individuales, se trata también de la falta de confianza en un futuro para sus países. Así lo consideran seis de cada diez jóvenes, según un estudio publicado el pasado septiembre, en el que señalaban la corrupción en el seno de los Estados, junto a las injerencias de países extranjeros, como principales problemas.

Volvemos al Ismail de 2015. Como tantos otros africanos, su primer proyecto migratorio apuntaba a un país vecino: Sudán del Sur. Cruzó la primera frontera de manera irregular, llegando al joven Estado sin los papeles necesarios para buscar un trabajo y, en pocos días, entendió que aquel no era el mejor plan. La única opción era solicitar asilo, y quedarse, como decenas de miles de eritreos, en campos de refugiados, dependientes de la menguante ayuda humanitaria y esperando durante años que se les conceda la protección internacional. No quería eso, así que siguió hacia Jartum, en la República del Sudán. Allí no tardó en encontrar personas con las que concretar, previo pago, un nuevo y peligroso viaje por el desierto hasta Libia: “Tenía que continuar, no había opción”. 

Análisis
Análisis El acaparamiento de tierras y los pobres rurales
La adquisición exponencial de tierras ha asumido nuevas formas, pero la inmensa mayoría de las operaciones de más envergadura sustraen tierras a la producción de alimentos.

Ismail cuenta que tiene suerte porque no lo secuestraron por el camino, al menos no hasta que llegó al Mediterráneo. Llegado a Libia, en guerra, el ruido de las armas y una inseguridad continua a la que no estaba acostumbrado lo mantuvieron dos meses en la casa de los traficantes de personas: “Era como una jaula. Una vez llegas te piden pagar por el viaje hasta allí. La casa está protegida por muchas personas armadas, y no puedes abandonarla hasta que pagues. Cuando todo el mundo ha pagado, la ruta sigue hacia la capital donde otras personas se encargan de la última fase, embarcando a la gente”.

Fue en ese viaje cuando todo se torció. El barco, donde viajaban más de 300 personas fue interceptado en pocas horas por otro barco libio. Les llevaron a una isla, allí se les forzó para que llamaran a familiares y demandaran el dinero de su rescate para poder volver a Libia. “Era el peor escenario. Todo el mundo empezó a llorar y gritar, muchos llamaron. Algunos estaban tan consternados que no conseguían ni hablar”, cuenta. Ismail decidió no llamar a su familia, ya había pagado tres veces para llegar hasta allí: “Probaría mi suerte y si me tenían que matar, que me matasen”. Pasaron por horas de tortura, decenas pagaron, pero Ismail y otros 40 o 50 se negaron. “Finalmente un camión vino a llevar a quienes habían pagado, primero les metieron a ellos y luego nos dijeron ‘Vale, vosotros también podéis iros’”. 

Ese fue el primer momento de alivio. El segundo fue cuando, tras enviarles de vuelta con el traficante de personas al que habían recurrido inicialmente, muy asustados por la posibilidad de tener que pagar una vez más, este decidió meterles en la siguiente embarcación sin exprimirles. En este segundo barco, solo un poco más grande que el anterior, había casi el doble de gente. Ismail viajó en el centro, el pasaje se mantuvo rezando y llorando hasta que vieron la costa. Un helicóptero les sobrevoló y apareció un gran barco. Pertenecía a Médicos Sin Fronteras. Allá se juntaron más de 1.000 personas que fueron llevadas al puerto de Crotone (Italia). Faltaban tres años para que Salvini llegara al Ministerio de Interior imponiendo la política de porti chiusi [puertos cerrados]. 

Necropolítica migratoria

Ismail decidió ir primero a Sudán del Sur y, desde allí, siguió avanzando hacia el norte. Pero muchos eritreos y otras personas provenientes del Cuerno de África se deciden por Arabia Saudí, viajando a Yemen desde la península de Adén. Conocida como la ruta oriental, esta vía rivaliza en número de personas con los distintos recorridos que apuntan a Europa. También en los abusos cometidos contra las personas en movimiento, que en Yemen son expuestos a violencia física y sexual, según señalaba Acnur. Una vez atravesado el país, a veces son repelidos con fuego real en la frontera: Human Right Watch acusaba el pasado agosto a Arabia Saudí de disparar a migrantes etíopes que procedían de Yemen, matando a cientos desde el año pasado. 

Además de esta ruta, y la tomada por Ismail, son muchas las personas que pasan por Níger en su camino hacia el norte. Se encuentran con la ciudad de Agadez, una escala histórica, tanto para aquellos que se dirigen a Libia, como para quienes ponen rumbo a Argelia. Tcherno Amadou Boulama conversa con El Salto desde esta ciudad. Este periodista pertenece a la ONG nigerina Space Citoyen, una organización que aborda la migración desde los derechos humanos. “Con su lógica belicista, digamos guerrera, contra las personas migrantes, las políticas securitarias tienen como efecto potenciar la división entre buenos y malos migrantes”, resume didáctico. “Ponen a los buenos de un lado y a los malos de otro: los buenos tienen derecho a la protección internacional, los malos no tienen absolutamente ningún derecho”. explica. 

Pareciera que para la UE ya no hay ni siquiera “migrantes buenos”, pues aunque las tasas de reconocimiento de derecho de asilo son considerablemente elevadas para varias nacionalidades africanas —el 85% para Sudán del Sur, 84% para Eritrea, 72% para Sudán o 60% para Mali, según registra CEAR—, las políticas comunitarias hacen todo lo posible para evitar que estas personas que tienen derecho a asilo lleguen a territorio europeo y, para ello, cuentan con aliados especiales. “Cuando tomas Estados como Argelia o Túnez, países que cooperan con la UE para impedir que la gente llegue al espacio Schengen, lo que tienes es maltrato, abuso, trato inhumano y degradante”. Boulama lo ve recurrentemente. Muchas de estas personas son devueltas a Níger: “Los empujan al desierto, con apenas agua o pan, les golpean y cuando alguien cae, no se detienen. Muchos mueren”.

Todo para que no migren

En noviembre de 2015 se creaba a través de un encuentro en La Valeta, capital de Malta, el Migration: EU Emergency Trust Fund for Africa con el fin de contribuir a “una mejor gestión de las migraciones”. En la reunión con los jefes de Estado de numerosos países africanos donde se aprobó esta propuesta se hablaba de abordar los “desafíos y oportunidades de la migración”: 2.300 millones de euros se dedicarían a “la creación de empleos y crecimiento económico”, especialmente de jóvenes y mujeres. También se proponía “estimular la actividad empresarial” o “reforzar los servicios públicos…”. Tan grandilocuentes expresiones no distrajeron a quienes ya eran conscientes de las prioridades europeas en materia de políticas migratorias: “Con la UE aparentemente intentando reclutar a las naciones africanas como gendarmes, la cumbre de La Valeta probablemente resultará en un contrato unilateral de control de fronteras, disfrazado de acuerdo de cooperación”, denunciaban desde Amnistía Internacional.

Boulama se refiere al caso de Níger, que considera paradigmático: este territorio de cruce de migraciones se vio obligado a criminalizar por ley gran parte de la economía relacionada con el movimiento de personas, de la que vivía gran parte de la población, generando una gran inseguridad. Respecto a las promesas de ayuda, un informe realizado por su organización, en red con otros actores de los países de la región, mostraba que el dinero comprometido en La Valeta solo había servido para comprar cuatro por cuatro y otros dispositivos de control migratorio fabricados en Europa. “La UE no ha creado nuevos recursos, ha tomado los fondos destinados a la ayuda pública y al desarrollo para financiar la lucha contra la migración”, concluía el activista. Tampoco reforzó vías legales: en otra investigación colaborativa están mapeando el alcance de la otorgación de visados, el ratio de denegación y las razones para ello. Se centran en el periodo 2022-2023, antes de que el consulado francés saliera del país tras el golpe de Estado de verano de ese último año, que tenía, dentro de su agenda, acabar con este modelo de externalización que tantos problemas había dado en el país, y tanto sufrimiento había generado a las personas en movimiento.

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Yo busqué a las “mafias”

Nueve años después de haber llegado a Bruselas, en aquel año en el que la Unión Europea hacía sus primeros pinitos en el marco de la externalización, Ismail trabaja con Médicos Sin Fronteras. Consiguió llegar a Alemania y de ahí hasta Bélgica. Todo ello gracias al barco de rescate de la organización que llegó a Italia, y gracias a una familia italiana que le acogió y le comunicó las opciones que tenía, pero también gracias al apoyo mutuo entre personas migrantes. Del mismo modo que la criminalización de la economía migratoria ha puesto en peligro a las personas que vienen de África cuando transitan por el continente, en Europa, las leyes contra la “facilitación” de la migración ponen en el punto de mira desde a los barcos de rescate hasta la solidaridad desde abajo. Para Ismail, sin embargo, la solidaridad es fundamental, sobre todo ahora que percibe cómo se han endurecido las condiciones de quienes llegan: “Especialmente, los hombres que vienen solos, sin familia, tienen que esperar al menos seis meses, siete para conseguir un refugio, por eso hay tantas personas en la calle”, constata, preocupado. Y sin embargo, apunta, aún conociendo las situaciones que se encontrarán, la gente seguirá llegando. 

A quienes insisten en el discurso contra las mafias, apostilla Ismail, “les diría que en lugar de enfocarse en esto, hay que apuntar a las causas de las migraciones. Y las principales causas, por las que miles de personas se están yendo de tantos países africanos, son políticas. La mafia no vino a buscarme a mi casa para migrar, fui yo quien les busqué. No son las mafias, es la mala situación del continente”. 

Boulama complementa desde Níger, donde documenta las consecuencias de que la Unión Europea haya hecho de “los migrantes africanos los chivos expiatorios de sus problemas”. Y urge a un cambio de paradigma: “Que el derecho a la movilidad quede en el centro: ¿por qué? Porque es el único derecho que queda, cuando todos los otros derechos son despreciados. Las personas ya solo pueden irse, partir a un lugar donde sentirse seguros”.

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