Opinión
Aznalcóllar, frontera del extractivismo minero en Andalucía
El 31 de octubre pasado, la Diputación de Sevilla ha aprobado por unanimidad una moción que insta al conjunto de administraciones, incluyendo a Justicia (que debe fallar una demanda relacionada con el caso), a “resolver urgentemente cuantas cuestiones impidan la apertura” de la mina de Aznalcóllar, porque “la comarca necesita el estímulo económico y el empleo”.

Esta mina de cobre, recordémoslo, cerró en 2001 después de la catástrofe provocada tras reventar su balsa anexa y verter seis millones de metros cúbicos de lodos tóxicos (arsénico, cobalto, mercurio, cromo…) anegando casi cinco mil hectáreas del Río Guadiamar, que desemboca muy cerca del Parque Nacional de Doñana.
La iniciativa de la moción aprobada ha sido de Adelante Andalucía, es decir, de los anticapitalistas, pero asumida sin peros por los demás grupos, o sea, por los procapitalistas y por los ultramontanos de Vox, que no parecen inquietarse con estos extranjeros que prometen minas como prometía tractores el mister Marshall de Berlanga.
Otros dos hechos relevantes e igualmente pro-mina de Aznalcóllar han tenido lugar por los mismos días: una exitosa manifestación en Aznalcóllar, encabezada por el alcalde, de Adelante Andalucía, exigiendo “mina ya”. Y el elogio a Boliden –empresa que gestionaba la mina cuando ocurrió el desastre- que pudo oírse por boca del Presidente de Euromines, el lobby minero europeo, en el Mining and Minerals Hall, evento auspiciado y rumbosamente patrocinado por la Junta de Andalucía.
Es un hecho sacrificial lo que se viene orquestando concienzudamente en la comarca minera
No es nueva esta unanimidad en aras de una actividad que, a decir de los sacerdotes de la economía, genera Crecimiento y puestos de trabajo: aunque socialistas, comunistas, liberales, conservadores y fascistas han pugnado y hasta guerreado siempre por dispares objetivos, también siempre han comulgado con el objetivo superior del Crecimiento y el Trabajo. Lo uno y lo otro, la misma cosa en el fondo. Pues, ¿para qué se trabaja sino para crecer, y para qué se crece sino para trabajar? Si bien se trabaja para consumir, ¿no es cierto que se exhorta a consumir para crecer? Es este el distópico sueño que nos promete la Ciencia Económica, al que se entregan por igual el alcalde sindical y anticapitalista, el presidente procapitalista andaluz y la cara visible de los mineros europeos, ofrendando hermanados, como tierra de sacrificio, los minerales de Aznalcóllar. Sí, es un hecho sacrificial lo que se viene orquestando concienzudamente en la comarca minera. Porque nuestra civilización industrial para el crecimiento no es una excepción a la práctica universal de sacrificios en todas las civilizaciones, del uno al otro confín. Como tampoco es una excepción al hecho universalmente constatado de que son los sacrificios los que definen y separan lo importante de lo accesorio (Durkheim).
Y es el caso que la promesa de ofrendar Aznalcóllar como tierra de sacrificio merece considerarse con alguna atención, pues está preñada de simbolismos: la rotura de la balsa de Aznalcóllar en 1998 es un hito fundamental en la historia de la minería industrial en la faja pirítica, por la gravedad de la contaminación causada, por los altísimos costes, no solo monetarios, y por los muchas escenas públicas de contrición y promesas de regeneración hechas por algunos de los actores principales.
Solo un hito puede compararse al desastre de Aznalcóllar en la cuenca minera: el conflicto que enfrentó a prohumistas y antihumistas a finales del siglo XIX en torno a la lluvia ácida que causaba la calcinación al aire libre de las piritas en las minas de Rio Tinto, Alosno y Calañas. Aquella “guerra de los humos” tuvo su acto principal en 1888, cuando el ejército asesinó en Rio Tinto a unas doscientas personas que protestaban pacíficamente, unas contra los humos y otras además por la mejora de las condiciones de empleo. El gobierno decidió entonces el fin de las calcinaciones para 1890 (“Decreto Albareda”). Pero el conflicto no había terminado porque, días antes de que cumpliera el plazo para la aplicación del decreto, la Rio Tinto Company despidió a doscientos trabajadores, que se manifestaron exigiendo al gobierno la continuación de las teleras para recuperar sus puestos de trabajo. Esta protesta terminó de decidir al gobierno a suspender el decreto. Lo documentan concienzudamente Pérez Cebada en Tierra devastada… y Chastagnaret en Humos y sangre…
En el conflicto de Aznalcóllar está dilucidándose la frontera actual de la minería en Andalucía
Se consumó entonces la ofrenda como “tierra de sacrificio” de la cuenca de Río Tinto para los fines de la minería. Las teleras (como se llamaba a los bloques de pirita incandescentes) solo se apagaron cuando dejaron de ser rentables, en 1907. La frontera del extractivismo minero avanzó entonces decisivamente en el occidente andaluz y los pasivos ambientales que irremediablemente genera han seguido acumulándose: en la actualidad tres balsas de lodos acumulan muchas veces la cantidad de metales pesados que acumulaba la balsa de Aznalcóllar. Y un cementerio de residuos peligrosos crece por días al lado de Nerva: ¿no es el mejor sitio para basurero industrial la tierra previamente devastada por la minería?
En el conflicto de Aznalcóllar está dilucidándose la frontera actual de la minería en Andalucía: si la visión del mundo e intereses crecentistas y obreristas vuelven a imponerse y su expresión organizada en sindicato patronal y sindicato obrero logra reabrir esa mina, se habrá consumado un nuevo sacrificio extractivista en honor del Crecimiento y el Trabajo, extendíéndose la frontera minera hasta límites desconocidos. Por eso, la apuesta prominera es verdaderamente temeraria: necesitarán vaciar las aguas altamente contaminadas que contiene la corta Los Frailes (14 millones de m3, más del doble de lo vertido por la balsa en 1998) y verterlas al río Guadiamar, previo paso por una depuradora, asumiendo el riesgo de accidentes o depuración deficiente y subsecuente contaminación del río y otras aguas superficiales y subterráneas de la campiña y Doñana. Y cuando Los Frailes haya sido vaciada, prevén depositar los lodos generados por la nueva extracción en la corta de Aznalcóllar, la misma que sirvió de depósito de los lodos que se retiraron del Guadiamar tras la rotura de la balsa. Los lodos de la depuradora irán también ahí, por lo que la concentración tóxica será atroz, pudiendo contaminar el acuífero Niebla-Posadas (reserva estratégica de agua para el área metropolitana de Sevilla), que aflora a media altura en esa corta. Un acuífero que ya ha sido contaminado por la mina vecina Cobre Las Cruces (El Mundo, 12/09/2016).
Dado que todos los actores con peso efectivo en la arena política siguen rindiendo culto al Trabajo y el Crecimiento, ese ídolo bicéfalo, no encuentran razones para oponerse al desafuero que supone la reapertura: interpretan las “externalidades” que conllevará como sacrificios inevitables en aras del Progreso, otro de los nombres del auténtico dios verdadero. Walter Benjamin, ese gran heterodoxo, afirmó en varias ocasiones la identidad profunda entre Progreso y fascismo, con especial fuerza poética en la metáfora del Ángel de la Historia:
Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él [el Ángel] ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado, pero desde el Paraíso sopla un huracán que se enreda en sus alas, y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras los escombros se elevan ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.
Sí, es el culto al Progreso el que, parece que irremediablemente, va a traer otro siglo de Pax Minera, que continuará el que impuso el desenlace de la “guerra de los humos”. Son muchos los paralelismos desde luego, pero con una diferencia: ¿dónde están hoy los herederos de las ligas antihumistas?
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