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Minería
La cena que vale más que mil palabras
La fotografía, convenientemente apuntada y descrita en sus detalles, corre por las redes como un reguero de pólvora. Es la imagen de una cena pero con ese aire que tienen los eventos que se huele que van a traer cola.
Dirán que es un acto protocolario, que a nada compromete y que no significa nada (nada que no sea, comentaría de primeras, la afición por la buena y cara mesa de quienes llevan nuestras riendas). Dirán que los invitó la COPE (la emisora de los señores obispos) y que allá marcharon, por no desairar a la potente voz de la más rancia de las clerigallas. Dirán que fue casualidad, mire usted, coincidir en la exacta misma ubicación el representante (CEO, ahora se les llama CEO) de la empresa que quiere abrir, a toda costa, la mina de Valdeflores, el presidente de Extremadura, la presidenta de la Asamblea legislativa de la comunidad autónoma y el alcalde de Cáceres, la ciudad afectada.
Minería
Mina en Cáceres Infinity Lithium no tira la toalla y presenta un “nuevo” proyecto de mina en Cáceres
Nos lo dirán tan panchos y panchas, como si esto fuera lo más normal del mundo, el alcalde Luis Salaya (PSOE), que tan en contra estaba de la explotación minera y ahora no deja entrar en los plenos del consistorio que gobierna a la Plataforma Salvemos la Montaña; el presidente Guillermo Fernández Vara (PSOE), neutral entre los neutrales, siempre dispuesto a poner a esta región en cabeza de todo; Blanca Martín (PSOE), la presidenta de la Asamblea de Extremadura, donde cada día se pulen, se inventan, se maquillan leyes que antes protegían algo y llevan camino de proteger los restos que deje cada zona de sacrificio ofrendada al primero que llegue con la cartera abultada. Nos lo dirá, finalmente, Ramón Jiménez, de Infinity Lithium, ansioso por extraernos ese litio que dicen tan valioso y que nos va a poner en camino del pleno empleo, de la descarbonización, del desarrollo (olvidémonos de deudas históricas, prácticas neocoloniales y Reforma Agraria) aunque nosotras, nosotros, sepamos que lo que pasa es que se quiere comer la tostada.
Dirán que es un acto protocolario, que a nada compromete y que no significa nada (nada que no sea, comentaría de primeras, la afición por la buena y cara mesa de quienes llevan nuestras riendas). Dirán que los invitó la COPE (la emisora de los señores obispos) y que allá marcharon, por no desairar a la potente voz de la más rancia de las clerigallas
Nadie les ha sorprendido de incógnito, eso no es cierto. Se han sentado juntos para dejar claro su nivel de connivencia, de sintonía y de complicidad. Han compartido mantel para que se vea y para que entendamos desde aquí abajo lo que de verdad, y de una verdadera y puñetera vez, pasa. Para que interioricemos quién es quién y dónde está, para marcar las líneas desde las que interpretar qué está sucediendo alrededor de uno de los proyectos más contestados por una ciudadanía entre la perplejidad, la aceptación resignada, el entusiasmo pueril de quien se las traga todas y la resistencia más digna, masiva y organizada.
Abrir una mina virtualmente al lado de una ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad, a dos kilómetros de su centro histórico, no sonroja a los comensales. Y no lo hace porque están en otro planeta, juegan en otra liga, están a otra cosa, no son como usted o como yo. Ellas, ellos, están con los dos ojos puestos en la supervivencia en el poder, en la representación del mito del progreso y en atribuírselo como bandera en la que envolver lo que no es más que la más antigua de las leyes del beneficio a costa de lo que caiga. Están, también y cómo no, para ganar pasta.
Y luego está Europa, y el gobierno central presionando, y la bolsa australiana (es que Infinity Lithium, claro, no es de Villanueva de la Serena, ni de Navalmoral de la Mata), y todas esas mentiras de libro acerca del coche eléctrico que lo único que intentan es enmascarar la crisis brutal que se avecina sobre un sector central como es la industria del automóvil, aunque en realidad sea más profunda y afecte a nuestra idea de movilidad, de espacio, casi de mundo. Pero hablar de eso no cotiza en los mercados de depositar papeletas cada cuatro años y, en el entretanto, tener poder para hacer y deshacer, esa actividad que algo tendrá de mágico cuando pervierte tanto, tan rápido, tan inexorablemente.
Nadie les ha sorprendido de incógnito, eso no es cierto. Se han sentado juntos para dejar claro su nivel de connivencia, de sintonía y de complicidad. Han compartido mantel para que se vea y para que entendamos desde aquí abajo lo que de verdad, y de una verdadera y puñetera vez, pasa
Así que habrá que seguir peleando. Sin novedad en el frente salvo para el batallón de los ingenuos. Extremadura es la tierra prometida para inversores sin prejuicios y sin escrúpulos, aunque luego no quede ni rastro de lo que pudimos ser (lo que fuimos y seguimos siendo ya lo sabemos), aunque las cosas no salgan bien, o salgan mal, o salgan peor, o no salgan. Vamos a por todas: megaproyectos, pelotazos, modificaciones legislativas a medida, señalamiento de los opositores, manga ancha para los emprendedores, da igual que la Justicia les pise los talones. Y ahora, encima, volviendo a este caso concreto de la comida de próceres, casi con bendición episcopal. Para que no nos falte de nada.
A esperar milagros, gente, a revolcarnos en aquello de la “Tierra de Conquistadores”, en el agravio, en “es que no se puede”, y venga catas de jamón ibérico (aunque sea metafórico) en los ayuntamientos y, después, todos a votar lo menos malo y calladitas, calladitos, a casa. O a servir la mesa de los señores, de los nuevos y de los de siempre, que al final todo viene a ser lo mismo en este suroeste que dicen alberga en su vientre tanta riqueza, riqueza para repartirse entre los que nacieron con la cuchara llena, tengamos las cosas claras.