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Movimiento antiglobalización
Génova 2001, città aperta
Martes, 17 de julio, de madrugada. Como de tantos otros lugares, doce activistas del Movimiento de Resistencia Global salimos de Zaragoza en dos furgonetas alquiladas hacia la contracumbre del G8 en Génova. Llegamos a la frontera italiana de Ventimiglia a primera hora de la tarde. Esquivamos el aparatoso control policial que hay en el peaje de la autopista circulando a la par de un gran autobús. Para cuando los carabinieri se dan cuenta, aceleramos y dejamos atrás sus gritos y aspavientos.
Miércoles, 18 de julio, por la mañana. En pleno casco urbano de Génova nos rodean varios coches camuflados, nos ponen contra la pared, nos cachean y nos interrogan antes de dejarnos marchar. Por la noche hay concierto multitudinario en el puerto. Manu Chao pasado por la túrbomix de Radio Benba Sound System. Las canciones se retuercen como las lianas de la Selva Lacandona. Si la tierra tiembla será por ti, si la tierra tiembla se hunde en el mar, si la tierra tiembla nadie se va a salvar. Machine gun, yeah, machine gun, wo-oh. Varias camionetas reparten comida gratis. Food Not Bombs. È un mondo difficile, e vita intensa, felicità a momenti, e futuro incerto.
Tribuna
Génova: 20 años de la semana en que Italia suspendió el estado democrático
Jueves, 19 de julio. Manifestación enorme a favor de los derechos de la migración extracomunitaria. Decenas de miles de personas. Somos seis mil millones y el planeta no es vuestro. Momentos emocionantes. Hay cuerpos de todos los rincones del mundo. Es una multitud más plural que la de las protestas contra la cumbre del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial de septiembre del año anterior, en Praga. Lo más parecido a la internacional del siglo veintiuno de la que tanto hemos discutido en los centros sociales metropolitanos.
Viernes, 20 de julio, por la mañana. Nos hemos coordinado con varias decenas de grupos de afinidad y estamos en una convocatoria que es mezcla de colectivos de desobediencia civil, y la Marcha Mundial de Mujeres. Alcanzamos el muro de la zona roja, unas inglesas trepan por la valla, atan varias cuerdas de escalada. Tiramos y un par de bloques de hormigón de la base se zarandean por unos instantes. Los cañones de agua nos hacen retroceder.
“Hay miles de policías y muchas tanquetas por las calles. Gritan y hacen el signo de la victoria. Todavía no sabemos que han matado a Carlo Giuliani. Hay vehículos ardiendo, barricadas, detenciones”
Piazza Manin, antes del mediodía. Llegan cohortes de antidisturbios. Cargan. Disparan pelotas de goma pero la gente no retrocede. Una me da en el pecho, otra le da en la cara a una compañera, alguien se disloca el hombro. Detienen a dos compañeros de nuestro grupo de afinidad. Protestamos e intentamos evitarlo pero nos golpean y nos tiran al suelo. Hay otra embestida policial y luego nos gasean. Miles de personas nos dispersamos en todas las direcciones. Riadas de personas nos movemos hacia la zona de la Vía Tolemaide. Hay miles de policías y muchas tanquetas por las calles. Gritan y hacen el signo de la victoria. Todavía no sabemos que han matado a Carlo Giuliani. Hay vehículos ardiendo, barricadas, detenciones. Escapamos de dos emboscadas por los pelos. Gran sensación de irrealidad.
Sábado, 21 de julio, a media mañana. Protesta gigantesca con centenares de miles de manifestantes. La policía carga con tanquetas en la zona del puerto y parte en dos la manifestación. Nos volvemos a dispersar y subimos a uno de los barrios. Se ven buques de guerra en el horizonte y zodiacs patrullando las playas. Hay helicópteros haciendo vuelos rasantes. Disparan botes de humo desde las azoteas de las torres del centro.
Por la noche, todo el que ha podido se ha marchado y el Estadio Carlini está vacío. Debatimos sobre si quedarnos a dormir en la ciudad, o si pasar la noche fuera de Génova, y volver a por las furgonetas al día siguiente. Horas antes habíamos visto columnas de humo en la zona que estaban aparcadas y que ahora está militarizada. No podemos bajar a comprobar si las han quemado. Los dos compañeros detenidos están en la cárcel de Alejandría. Acordamos tomar las decisiones el lunes, a partir de las gestiones que podamos hacer. Decidimos ir a dormir a la Escuela Díaz.
Atravesamos los barrios del este por calles secundarias. La atmósfera es fantasmagórica. Ya en el último reducto del Genoa Social Forum, charlamos con gente de los equipos sanitarios, de la asistencia jurídica, de los nodos de indymedia y con militantes de toda Europa. Quedamos un par de centenares, no más. Cenamos cuatro cosas. A punto de acostarnos, llegan varios compañeros y nos cuentan, nerviosos, que se detecta un movimiento inusual de policía en los alrededores. Comentamos brevemente la situación en corrillos pero la mayoría de la gente ya está dormida. De pronto se oyen gritos y sirenas, dudamos entre atrancar la puerta o dejarla abierta. La cerramos justo antes de que una marea de polizzioti empiece a romper los cristales de las ventanas. Luego echan el portalón abajo con facilidad. Nadie entiende nada, muchos ni siquiera salen de los sacos. Tremendo griterío. Unos pocos escapan hacia los pisos de arriba y huyen por el tejado. Nuestro grupo es el que está más cerca de la puerta. El primer policía que llega coge un banco corrido y nos lo tira encima. Nos dan una gran paliza, sobre todo los que van de paisano y llevan puestos cascos de motorista. Cantidad de porrazos, puñetazos y patadas. Rompen huesos y abren cabezas. Estampan a la gente contra la pared. Cuando entran algunos con bates de béisbol la cosa se pone peluda y, por unos instantes, te da tiempo de ponerte en lo peor pero, por suerte, solo se dedican a destrozar los ordenadores. Al finalizar, huele a sangre, mierda y meados. A bastantes nos sacan en camilla.
Sábado a medianoche, en el hospital. Estoy sentado en la banqueta de un pasillo con varios compañeros. Me duele todo el cuerpo. El que está a mi derecha tiene la nariz hecha un cromo y el de la izquierda no es capaz de hablar con coherencia. Una compañera que tiene la muñeca rota me dice que le han propuesto operarle esa misma noche, que la alternativa es que la intervengan en Zaragoza, y que no sabe qué hacer. Le contesto que yo me operaría, pero sin mucho convencimiento. Entro en la consulta, el tobillo no está roto. Me montan en un coche camuflado junto a otro compañero. Nos internamos en una zona de las afueras, algo boscosa, los policías se ríen. Momento raro, pero llegamos a Bolzanetto sin abrir la boca.
“Estamos una treintena por celda, sentados y apoyados contra la pared. Los gritos que oímos de las palizas son muy machacantes”
Domingo, 22 de julio, veinticuatro horas en el centro de detención especial. Nos marcan en la frente nada más llegar. Hace frío. Te golpean, pellizcan e insultan cuando vas al servicio. Veo desde el pasillo a un chaval sentado desnudo en medio de una celda, esposado al respaldo de la silla y con una capucha negra en la cabeza. Nos han traído tal y como estábamos en el momento del asalto. Hay compañeros en ropa interior, otros desnudos. Estamos una treintena por celda, sentados y apoyados contra la pared. Los gritos que oímos de las palizas son muy machacantes. Los que venimos de la Escuela Díaz nos libramos de las sesiones individuales. La mayoría mantiene la templanza pero algunos se desmoronan y pierden la cordura, quizás para siempre. Uno no para de preguntar si sabemos cuánto va a durar aquello. Nos llevan a un hangar en el que nos toman todo tipo de medidas biométricas. Algunos uniformados hacen el saludo fascista, otros nos vacilan cantando “Me gusta policía, me gustas tú”. A la vuelta empiezan a movernos de celdas y acabo en un cuarto con activistas que visten de negro de la cabeza a los pies. Nos dicen que ha muerto un policía y que no van a parar hasta saber quién es el responsable. Que lo tenemos jodido, muy jodido. Uno señala que soy vasco. Me lo insinúa insistentemente. Se ríen. Continúan los malos tratos físicos y psicológicos. A medianoche del lunes pasamos por comisaría y nos leen una doble acusación de devastación y saqueo, y de integración en banda armada.
Lunes a miércoles, 23 a 25 de julio, cárcel de Pavía. Nos tratan bien a la entrada del penal y durante la revisión clínica, no como al activista zaragozano al que el médico del módulo de ingresos le ha roto dos costillas de un puñetazo. El compañero de celda me dice que prefiere no hablar porque no se fía de que nos hayan puesto micrófonos ocultos. Le digo que es un paranoico. Meses después se hizo público que los habían puesto. Algunas conversaciones se utilizaron para pedir condenas de muchos años de cárcel. Todavía hay activistas italianos en el exilio por aquello.
“El estado de excepción que se aplicó en julio de 2001 en Génova fue una confrontación política colosal en la que los amos del mundo y sus sabuesos perdieron la batalla contra una multitud diversa”
Jueves, 26 de julio. Con la excarcelación nos entregan una orden de deportación que nos obliga a abandonar Italia en veinticuatro horas, y que nos prohibe la entrada en los próximos cinco años. Hacemos listas de la ropa, objetos y dinero que nos ha quitado la Policía. Comprobamos que no nos han quemado las furgonetas, nos volvemos a Zaragoza. Ze arraio motelak, jarri freskatzen, sagardo botilak!
Posdata. A la hora de recordar el estado de excepción que se aplicó en julio de 2001 en Génova, lo primero que se viene a la cabeza es el muestrario de la violencia policial. Sin embargo, lo cierto es que fue una confrontación política colosal en la que los amos del mundo y sus sabuesos perdieron la batalla contra los centros sociales europeos y una multitud diversa. La sombra alargada del movimiento antiglobalización llega hasta nuestros días en formatos y contenidos diversos. Sin embargo, y por desgracia, no fue capaz de desarrollar sus extraordinarios aciertos políticos para escalar la potencia destituyente de su propuesta.
Movimientos sociales
¿Cuándo se jodió el movimiento antiglobalización?
Las movilizaciones descentralizadas de Seattle dieron el pistoletazo de salida a un movimiento antiglobalización que no vivirá otra fase álgida sin una estrategia internacionalista.