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Mozambique
La guerra del Norte de Mozambique: aprendizajes locales para otros abordajes de paz
El norte de Mozambique sufre un conflicto armado desde octubre de 2017. Se trata de una de esas guerras olvidadas que no ocupan la atención ni de los medios de comunicación, ni de las sociedades occidentales. En cambio, las casi cinco mil víctimas mortales, la mitad civiles, y el millón de personas que se han tenido que desplazar desde el norte de Cabo Delgado a otros territorios del sur de esta provincia y otras zonas cercanas, sí han conseguido la atención de las principales agencias humanitarias de Naciones Unidas, y de los gobiernos de los Estados Unidos y la Unión Europea. A pesar del desconocimiento ciudadano sobre lo que está aconteciendo en Cabo Delgado, la comunidad internacional está apoyando con ayuda militar a las Fuerzas de Seguridad mozambiqueñas, a la misión multilateral de la Comunidad Económica del África Austral (SAMIM) y al ejército ruandés, que están combatiendo a los grupos de insurgentes islámicos locales, y a las organizaciones yihadistas africanas que han aprovechado la escalada y militarización del conflicto para estar presentes.
Hay pocas dudas de que se trata de una narrativa simplificadora que pretende dejar en segundo plano otras claves explicativas de esta guerra, como las injusticias y el abandono del Estado que los sectores más populares han tenido que sufrir a lo largo de la historia de este territorio, y los impactos de los grandes megaproyectos neocoloniales extractivistas, que recuerdan a la época colonial de inicios del siglo XX. Entonces, bajo el gobierno de la corona portuguesa y de las compañías de indias, con sus grandes inversiones y la toma del control efectivo del territorio para explotar los recursos naturales, se marginalizaba a las comunidades autóctonas, condenándolas a la pobreza y a la mera supervivencia. Una narrativa simplificadora que no tiene en cuenta las violencias lentas, estructurales y simbólicas que ha venido sufriendo la población desde hace más de un siglo.
Desde los inicios de la década pasada, se han puesto en marcha varios megaproyectos extractivistas en la zona. Uno en el interior de la provincia que explota las minas de rubíes de Namanhunbir por parte de la multinacional Gemsfield. Y otros grandes proyectos para la extracción de gas offshore, de una de las reservas más grande del mundo en la cuenca del río Rovuma, otorgados por las autoridades mozambiqueñas a empresas estadounidenses y europeas.
Se han puesto en marcha varios megaproyectos extractivistas en la zona. Uno que explota las minas de rubíes de Namanhunbir por parte de la multinacional Gemsfield. Y otros grandes proyectos para la extracción de gas offshore
Es en esta zona costera, colindante con la frontera de Tanzania, donde se han producido las principales confrontaciones armadas, y de donde ha huido el grueso de las familias que se han refugiado principalmente en la región sur de Cabo Delgado en comunidades y en los centros de acogida que han habilitado las agencias de Naciones Unidas, alterando la ordenación territorial y demográfica de Cabo Delgado. El ejército ruandés y la misión internacional SAMIM han conseguido contener los ataques insurgentes cercanos a las plantas de extracción y procesamiento de la zona de Palma, y la exportación del gas licuado en metaneros hacia Europa se ha precipitado, acelerado por la crisis energética que ha provocado la guerra de Ucrania.
Esta operación militar ha sido complementada con una gran operación humanitaria asistencialista que, si bien ha atendido las necesidades perentorias de los centenares de miles de personas desplazadas, está generando importantes dependencias crónicas y desincentivando mecanismos de solidaridad tradicionales, y el fortalecimiento de capacidades comunitarias para hacer frente a esta situación humanitaria. Un 40 % de las personas que viven en Cabo Delgado han tenido que desplazarse y abandonar sus formas de vida por la guerra, a las que hay que sumar a unas comunidades de acogida que las apoyan con sus escasos recursos. Son las mujeres con sus micro-políticas de paz y supervivencia quienes están haciendo frente a la precariedad de la situación. La intervención humanitaria que se lleva a cabo a través de los clústeres de Naciones Unidas no está poniendo el foco en la cotidianidad de las comunidades desplazadas y de acogida, no está teniendo en cuenta la diversidad de realidades de desplazamiento, ni las fallas de su modelo asistencialista, paternalista y tecnocrático de redistribución de ayuda.
Un 40 % de las personas que viven en Cabo Delgado han tenido que desplazarse y abandonar sus formas de vida por la guerra, a las que hay que sumar a unas comunidades de acogida que las apoyan con sus escasos recursos.
A pesar de que las respuestas humanitarias, de cooperación para el desarrollo y de construcción de paz que la comunidad internacional propone para el conflicto armado en Cabo Delgado están dentro de los marcos de los ideales liberales del derecho internacional de los derechos humanos y de las propuestas de desarrollo humano y construcción de paz, la realpolitik de las potencias mundiales y su propuesta de paz corporativa se acaban imponiendo. La seguridad de las grandes inversiones extranjeras se antepone a las expectativas de futuro o a las mejoras de la ayuda internacional o de consecución de la paz que proponen las comunidades afectadas.
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Son muchos los aprendizajes que nos llegan de las comunidades afectadas por la guerra. La importancia de incluir los elementos geoeconómicos en el análisis de las causas del conflicto y de la pobreza estructural; el cuestionamiento de las bases del asistencialismo militar y humanitario que está generando dependencias crónicas y que desincentiva la generación de agencia colectiva en la población de Cabo Delgado y de alternativas de vida; la necesidad de incorporar en los análisis y en las propuestas de acción humanitaria, desarrollo y paz los conocimientos y saberes de las comunidades locales, particularmente de las mujeres y de su capacidad de resistir, superar, curar, y avanzar a pesar de las discriminaciones añadidas que sufren. En definitiva, hay que repensar el modelo de rehabilitación y de las operaciones humanitarias y de construcción de paz desde enfoques críticos feministas, decoloniales y de desarrollo humano local sostenible.
Son muchos los aprendizajes que nos llegan, como la importancia de incluir los elementos geoeconómicos en el análisis de las causas del conflicto y de la pobreza estructural o el cuestionamiento de las bases del asistencialismo militar que está generando dependencias crónicas y que desincentiva la agencia colectiva.
Con los trabajos que estamos llevando a cabo Gernika Gogoratuz, Centro de Investigación por la paz, Ayuda en Acción, y el Centro de Estudios y Acción por la Paz (CEAP) de Cabo Delgado y, particularmente, con este informe que se acaba de presentar, queremos seguir acompañando a las comunidades del Norte de Mozambique en sus planteamientos sobre las necesidades humanitarias y sus propuestas de alternativas de vida y de construcción de paz, con el propósito de que las agendas de las autoridades gubernamentales y de la comunidad internacional las prioricen, frente a los intereses de las élites políticas y económicas que están determinando el futuro de este territorio.