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Obituario
En memoria de Colette

Hace unos días falleció en Francia Colette, también conocida como Diana, de apellido de casada Marlot y de soltera Durruti. La noticia de su óbito, del que no sabemos la fecha exacta, ha trascendido a una reducida prensa y a los medios libertarios por ser hija de quien fue, Buenaventura Durruti, anarcosindicalista muerto en el frente de Madrid en 1936, en defensa de la capital frente al fascismo. ¿Quién no conoce a Durruti?
Apenas sabemos nada de la vida de Colette, salvo lo que tuvo que ver en ella el recuerdo de su padre. A veces, en ese recuerdo también aparece difuminada la figura de su madre, Émilienne Morin, la francesa a la que Durruti conoció en la Librería Internacional Anarquista de París.
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Émilienne tenía 26 años y trabajaba, o había trabajado, como secretaria en el periódico Ce qu´il faut dire..., fundado por Sebastian Faure. Hija de una obrera de fábrica, Ernestine Giraud, y de Étienne Morin, sindicalista, compagnon du bâtiment, Émilienne formó parte en su juventud del grupo del distrito 15 de París, junto a los Jóvenes Sindicalistas del Sena. Activa y comprometida con la causa revolucionaria, participó también en las campañas por la liberación de Sacco y Vanzetti, así como en los comités de apoyo para la liberación de Durruti, Ascaso y Jover cuando estuvieron presos en Francia, aún sin conocerlos. En 1924 se casó con el anarquista Mario Antonio Casari, también conocido como Cesario Tafani y Oscar Barodi, de quien se divorció tres años después.
El 14 de julio de 1927 Émilienne estaba en la Librería Social Internacional, también conocida como la Librairie Internationale Anarchiste, en el 72 de la Rue des Prairies, en el distrito 20 de París. La librería, a cuya apertura habían contribuido económicamente los anarquistas españoles, corría a cargo de Séverin Férandel, significado anarquista francés, políglota, editor y compañero por entonces de Berthe Suzanne Faber, directora del periódico en lengua española Acción. Berthe y Émilienne no solo eran compañeras, sino excelentes amigas.
Aquel día del verano parisino Berthe y Émilienne vieron entrar en la librería a dos españoles. Enseguida reconocieron a Durruti y Ascaso, que trabajaban en la Renault, y bastaron pocas palabras para que Durruti y Émilienne unieran su vida a partir de aquel momento, sellando una relación en el mejor paraíso que pudiera soñar un o una anarquista: una librería. Con el tiempo, Berthe Faber sería también la compañera sentimental de Francisco Ascaso. La relación entre Émilienne y Berthe, los avatares de su vida una vez desaparecidos sus compañeros, su intercambio epistolar mientras Berthe estaba en la Barcelona asediada y hambrienta del final de la guerra, en diciembre de 1938, y Émilienne en París participando en los comités de ayuda, su amistad en el tiempo, daría para otro artículo entero.

Las líneas de fuerza de Mimí, el apodo de Émilienne, eran la inteligencia y la independencia. Este testimonio lo dejó escrito Lola Iturbe, amiga personal, en su libro “La mujer en la lucha social y en la guerra civil de España”. Lola la describió como una mujer muy agradable, de tez clara y ojos azules, con el pelo cortado a lo garçon, con grandes dotes oratorias que se manifestaban en las controversias públicas que se sostenían. Lola y Émilienne se conocieron en Bruselas, poco después de que Durruti fuera expulsado desde Francia, en 1927. Émilienne se reunió allí con él en poco tiempo y participó en los debates públicos. Las controversias a las que hace referencia Lola Iturbe son las discusiones que se montaban en la Casa del Pueblo de Bruselas, especialmente con los comunistas.
La muerte de Durruti el 20 de noviembre de 1936, en el frente de Madrid, fue un duro golpe para Émilienne Morin. Colette ya había nacido. Tenía cinco años
La muerte de Durruti el 20 de noviembre de 1936, en el frente de Madrid, fue un duro golpe para Émilienne Morin. Colette ya había nacido. Tenía cinco años.
En marzo de 1979 Roberto Merino, abogado parisino de Émilienne Morin, publicó una carta en el diario El País, fácil de encontrar en Internet (Pensión para la viuda de Durruti), en la que denunciaba que Émilienne había solicitado al Estado español la pensión de viudedad como familiar de “español fallecido a consecuencia de la guerra de 1936-1939”, al amparo de un Real Decreto que abría las puertas a tales solicitudes. Sin embargo, la respuesta que Émilienne recibió del Estado español, a través del cónsul en París, donde ella residía, fue que la prueba más difícil sería demostrar la existencia de matrimonio entre Buenaventura y Émilienne, dado que ellos jamás se habían casado. En cierta ocasión, cuando le preguntaron a Mimí si se había llegado a casar con Durruti, contestó:
“Durruti y yo no nos casamos nunca, por supuesto. ¿Qué se figura usted? Los anarquistas no van al registro civil. Nos conocimos en París. Él acababa de salir de la cárcel. Había habido una campaña inmensa en toda Francia y el gobierno hacía cedido. Fue liberado. Durruti salió esa misma tarde, visitó a unos amigos. Yo estaba allí, nos vimos, nos enamoramos a golpe de vista y así seguimos”.
En su carta a El País, Roberto Merino denunciaba que se exigiese una prueba tan absurda por diversos motivos: el primero porque los anarquistas no se solían casar, por no reconocer ni Dios ni Amo (ni Iglesia ni Estado); la segunda, que existían numerosas y notables pruebas de que Durruti y Émilienne Morin eran un matrimonio, reconocido en los numerosos recortes de prensa y crónicas de la época, padre y madre de su hija Colette.

No sabemos si finalmente se le reconocería el derecho a la pensión de viudedad. Imaginamos que sí porque no vemos a una mujer como Émilienne resignándose a acatar los designios de un Estado cicatero que fundamenta la unión de las personas en un contrato por escrito.
Lola Iturbe nos cuenta que, cuando Durruti murió, vio a Émilienne dolorida, pero fuerte de espíritu. Iturbe conservó hasta su muerte la cuartilla que, estremecida de emoción, escribió Mimí en la máquina de escribir de un despacho de la Consejería de Defensa, que va encabezada con “À mon grand disparu”, A mi gran ausente, y que se publicó en el número 6 de la revista Mujeres Libres, y antes en Tiempos Nuevos. La carta dice así:
“En medio de esta inmensa multitud que llora sinceramente tu muerte, me siento menos sola, y esta grandiosa manifestación de simpatía (de adoración más bien) me da el valor necesario para sobrevivirte.
Ningún orgullo dicta estas palabras; la gloria, como a ti, me fue siempre indiferente, y en la soledad he de cultivar tu recuerdo.
Hasta la victoria final daré a la lucha antifascista mis modestos esfuerzos. He de cumplir también otra misión: la de educar dignamente a nuestra pequeña Colette, tu hija, de la que tan orgulloso estabas. Mi única ambición es hacer de ella una militante que se te parezca tanto en el espíritu como en los rasgos físicos; tú has dejado a la Humanidad un poco de tu carne y de tu sangre: nuestra Colette es una viva reproducción de tu faz enérgica y buena. Ante tu pobre cuerpo descompuesto, que quise contemplar por última vez, me prometí solemnemente a mí misma sobreponerme a mi dolor e inculcar en nuestra hija la energía indomable y la nobleza ingenua que presidieron toda tu vida. Hacer de nuestra Colette una verdadera DURRUTI, digna de tu estirpe espiritual, será toda la ilusión de mi vida rota.
A vosotros, a todos los camaradas que le lloráis, os dedico un saludo fraternal y, en nombre de todos los militantes oscuros que han dado su vida por el triunfo de la Revolución, os digo: ¡Adelante, hasta la victoria definitiva!”.
Émilienne Morin.
SALUD Y FRATERNIDAD”.
La vida de Colette estuvo ligada al recuerdo de su padre… y de su madre. En una intervención hecha para el diario El País, cuando se cumplían 60 años de la muerte del héroe en la Ciudad Universitaria, después traducido y publicado en francés, Colette Durruti recordaba que su madre nunca quiso hablar con ella sobre la muerte de su padre porque le dolía demasiado. Persona de carácter reservado, en palabras de Colette, Émilienne nunca quiso entrar en el debate sobre si la muerte de Durruti fue o no accidental. “Ella me dijo solo una cosa: tu padre, más que un héroe, era una buena persona”.
Émilienne y Colette apenas tenían recuerdos tangibles de Durruti. La ocupación de Francia por el fascismo en los años 40 les obligó a quemar todos los documentos que les pudieron comprometer, fotografías y cartas incluidas
Émilienne y Colette apenas tenían recuerdos tangibles de Durruti. La ocupación de Francia por el fascismo en los años 40 les obligó a quemar todos los documentos que les pudieron comprometer, fotografías y cartas incluidas. Tan solo conservaron la máscara mortuoria que Vittorio Macho hizo de Durruti a las pocas horas de fallecer, y que lucía en una de las paredes de la casa de Quimper. Colette siempre manifestó que conoció la vida de su padre por los muchos libros que se escribieron y se siguen escribiendo sobre él.
Colette se casó 1953 con Roger Marlot, con quien tuvo un hijo y una hija. Vino a España en diversas ocasiones, algunas de ellas invitada para participar en homenajes a su padre y a la memoria de su tiempo. Vivía en los Pirineos Orientales, en una localidad que conocemos porque hoy día las redes sociales e Internet permiten averiguar la condición íntima de cualquiera, pero que preferimos no dar a conocer aquí. Sabemos que su nieta, que debe de frisar ya los 40 años, sabe perfectamente quiénes fueron sus bisabuelos y qué significaron para la historia de un país que siempre ha sido tan ingrato con quienes lo quisieron hacer mejor.
Colette Marlot, de soltera Durruti, también llamada Diana, nacida el 4 de diciembre de 1931 y fallecida un día incierto de mediados de abril de 2025, nos ha dejado en primavera. Intuimos que siempre fue feliz con su familia, más allá de sus apellidos. Que la terre lui soit légère.