Opinión
El devenir paranoico de las clases medias

En la democracia de propietarios de la metrópoli vasca la reproducción de la clase media se garantiza, como en gran parte de España, a partir del acceso a la educación superior, las expectativas laborales respecto al empleo público, la transmisión familiar de patrimonio inmobiliario y el grado de pertenencia a estructuras comunitarias.
Furgón de la Ertzaintza San Francisco
Un furgón de la Ertzaintza patrulla por la calle San Francisco tras el fin del confinamiento. Miguel Virizuela
Santxikorrota
28 dic 2022 06:27

El «hombre pequeño» de Wilhelm Reich, la unidad sociológica mínima fundamental para comprender la psicología de masas del fascismo del periodo de entreguerras, es un personaje reprimido. Tiene el deseo clausurado, y su frustración es el caldo de cultivo perfecto para que la subjetividad mutilada que lo atormenta (y de la que no puede escapar), despliegue un gradiente de instintos sádicos bajo la cobertura del patriotismo y la solidaridad de raza. Es un ser humano vulnerable al que el capitalismo violento somete haciéndole temer la perdida de lo (objetivamente) poco que tiene y que, de manera progresiva, se escorará hacia el odio al diferente, al otro, a quien no forme parte de la nación. En los años treinta del siglo pasado, la interacción y retroalimentación de millones de individuos resentidos alcanzó una apoteosis colectiva cuyo clímax desembocará en la Segunda Guerra Mundial.

Cien años después, ¿tienen aquellos sectores urbanos empobrecidos por la inflación desbocada, y cebados por la humillación de la derrota militar en la Primera Guerra Mundial y por el deseo de venganza tras la derrota política de los imperios alemán y austrohúngaro, elementos en común con el devenir de las clases medias del siglo XXI? Como consecuencia de su desclasamiento generalizado, ¿hasta qué punto están las «increíblemente menguantes» clases medias occidentales moviendo la ventana de Overton del sentido común político hacia los perímetros racistas y fascistas?

¿Hasta qué punto están las «increíblemente menguantes» clases medias occidentales moviendo la ventana de Overton del sentido común político hacia los perímetros racistas y fascistas?

En la democracia de propietarios de la metrópoli vasca la reproducción de la clase media se garantiza, como en gran parte de España, a partir del acceso a la educación superior, las expectativas laborales respecto al empleo público, la transmisión familiar de patrimonio inmobiliario y el grado de pertenencia a estructuras comunitarias.

Al mismo tiempo, su posición respecto a la pobreza se compone de un doble constructo que neutraliza el estrés derivado de la amenaza ambiental capitalista. Por un lado, y frente al deterioro de sus condiciones de vida, el miedo y el odio (en sus versiones más paranoicas) hacia los sectores más vulnerables de las clases subalternas se abren paso en las cabezas de los propietarios. En este punto, las pulsiones de las clases medias se cruzan con el poder policial, al que otorgarán toda la discrecionalidad necesaria para el disciplinamiento de las clases subalternas.

Las estadísticas no engañan (como tampoco los vídeos grabados por cualquier transeúnte que presencia delitos cometidos por miembros de las fuerzas y cuerpo de seguridad): cada vez se golpea, multa, juzga, tortura, mutila, encarcela y se hace perder la vida a más gente. Da igual que el artículo 176 del Código Penal (que hace referencia a las penas para la autoridad o funcionario que permita que otras personas ejecuten violencia) establezca que «Se impondrán las penas respectivamente establecidas en los artículos precedentes a la autoridad o funcionario que, faltando a los deberes de su cargo, permitiere que otras personas ejecuten los hechos previstos en ellos». Las vidas de las personas pobres que mueren en comisaría tras ser detenidas por grupos de policías nacionales uniformados y de paisano (como Elhadji Ndiaye y tantos otros), no merecen mayores explicaciones. Los tribunales no aprecian indicios de hechos sancionables: ningún juez tiene nada que decir sobre el hecho de que las cámaras de comisaría, cuando existen, estén habitualmente apagadas.

Por su parte, los distintos estratos del Estado permanecen atentos a la evolución de la subjetividad en los segmentos sociales nucleares en Euskal Herria. Y, en ese sentido, acompasan y endurecen las leyes, la retórica y las sentencias para garantizar un orden social que siga permitiendo la reproducción del capital. Las advertencias que no se andan por las ramas son cada vez más fecuentes y tajantes, como el polémico pasaje del informe publicado por la Fiscalía de la Comunidad Autónoma del País Vasco, correspondiente al año natural de 2021, y que señalaba en el apartado sobre la evolución de la criminalidad: «[...] Preocupa una tendencia creciente a que estas agresiones se produzcan utilizando medios lesivos muy peligrosos, en especial, armas blancas, lo que aumenta la lesividad del comportamiento. Este tipo de situaciones proviene mayoritariamente de colectivos en cuyos lugares de origen el porte y uso de armas blancas está normalizado por razones culturales y de orden público. A este respecto, ha de acentuarse el control en el porte de estos instrumentos y promover un cambio de la pauta cultural más adecuada a los parámetros en que nos movemos en este ámbito geográfico».

Opinión
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Sin embargo, la estigmatización completa del tercio inferior de la pirámide social es un reto ideológico que demanda una depravación moral no siempre sencilla. En este punto, se torna necesario un segundo constructo que alivié la presión sobre las cabezas de los propietarios de las clases medias: ese otro (pobre, migrante) que sí que merece compasión. Y así como el primer constructo se metaboliza a través de la segregación de las clases subalternas y del poder policial, la integración (ficticia) de ese segundo constructo se lleva a cabo por medio de los medios de comunicación, la arquitectura del entretenimiento y las industrias culturales. En todas ellas, se representa la figura de una otredad que, a pesar de formar parte de un contexto adverso (y despreciable) merece pertenecer a las clases medias: un mensaje redentor que reconcilia a ambas partes. A las clases peligrosas, porque por la vía de fantasear con el espejismo de un ascenso social improbable controlan una desesperación amarga y destructiva... y a las clases propietarias, porque en la medida que traza conexiones con las clases perdedoras, les devuelve una imagen humanizadora que se constituye en dique de contención frente a las pasiones tenebrosas y a las pulsiones de muerte.

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