Opinión
Garzón y los puritanos

No, los expolíticos de la izquierda no se tienen que conformar con tocar la flauta en los centros sociales o hablar para cuatro pirados. Pero sí, también tienen un vínculo con aquellos con quienes compartieron un proyecto político.
garzón pit investidura
Dani Gago Pablo Iglesias, Irene Montero, Jaume Asens, Alberto Garzón y Noelia Vera, en 2019.
15 feb 2024 15:03

La decisión de Alberto Garzón de renunciar a su fichaje por el lobby Acento ha cerrado, solo de forma temporal y posiblemente en falso, varios debates entrelazados sobre la reinserción de exministros y la vida después de estar en la unidad de quemados más extensa del mundo que forma eso que se llamó nueva política en el ciclo 2014-2019. 

En el caso de Garzón, se trata del primer ministro de Izquierda Unida que afronta el “después de”. No es el primero de los ministros de la coalición, pero su caso no se asemeja al de Podemos —que basan su fuerza o su escasez de ella precisamente en el hecho de ser enemigos del establishment— ni al de personas con su carrera hecha y ajenos a la cultura militante de la izquierda de las últimas décadas como Joan Subirats y Manuel Castells. Decía Gregorio Morán algo así como que es más importante, o da más rédito, ser exministro que ser ministro. Pero, en el caso del espacio que ha representado Garzón, parece completamente anómalo adaptarse a la vida del exministro en términos de régimen. No se trata de un exministro cualquiera. 

En algún momento, Garzón representó un modo de hacer política firme pero sin estridencias, alguien señalado por los propios y por muchos ajenos como una persona inteligente y coherente, extraordinariamente apta y alejada de la fontanería de los partidos. En una estructura anquilosada como la Izquierda Unida de los primeros años 2000, fue la encarnación del 15M, ciudadanos jóvenes anónimos pero sobradamente formados dispuestos a dar un vuelco al modelo de representación política y desnudar el funcionamiento del sistema (“lo llaman democracia y no lo es”).

Grandes esperanzas o expectativas desmedidas puestas en un individuo generan inevitablemente grandes incomprensiones. De ahí la reacción de algunos de sus camaradas cuando se conoció el fichaje por la consultoría del maestro de maestros fontaneros (socialistas y más allá) José Blanco. No es extraño que esa decepción de sus camaradas y compañeros, especialmente de quienes forman parte de Izquierda Unida, haya sido un motivo fundamental para la renuncia al cargo en la consultora.

La edad sin inocencia

Toda la polémica se resuelve entre dos acusaciones distintas de inocencia. Quienes critican a Garzón, critican (o criticamos) su aparente inocencia a la hora de entender qué es la consultoría de asuntos públicos; cuál es el trabajo real que lleva a cabo Acento y por qué es difícil, casi imposible, pensar que ese tipo de agencias —que trabajan no para la sociedad civil sino para quien puede pagarlas— sean espacios desde los que “pensar” el futuro, como si se tratase de una especie de equipo de dinamizadores que ponen de acuerdo a los diferentes para llegar al bien común. Incluso reconociendo la capacidad de Garzón, es importante señalar que es más fácil que el sistema le cambie a uno que cambiar el sistema desde dentro. 

Cualquiera que conozca someramente las circunstancias alrededor de los acuerdos comerciales, sobre el eufemismo de la colaboración público-privada o la cooperación reguladora, sabe que los espacios semiformales de contacto entre expolíticos con una buena agenda y representantes de las multinacionales pueden ser determinantes en la elaboración legislativa. Por ser aún más claro, los bancos, aseguradoras, lobbies sectoriales (desde el juego a las armas o el petróleo) gastan enormes cantidades de dinero en la elaboración de informes proclives a sus intereses y, sobre todo, su elevación a espacios de poder en ese terreno, el lobby, vedado para no iniciados. En ese sentido, la salida laboral de Garzón no era una más e, igual que si se tratara de una energética, es legítima la crítica desde posiciones que se oponen al trabajo de esos lobbies y sectores.

Desde el otro punto de vista, se denuncia a los puristas que han “linchado” a Garzón por buscarse la vida y poner su conocimiento al servicio de una consultoría que, llegado determinado punto, puede hacer virar hacia una mayor utilidad a la sociedad. Se subraya el hecho cierto de que Garzón no abandonará sus principios respecto a, por ejemplo, la autodeterminación del Sahara Occidental solo por respirar el mismo aire de sus socios, que intercedieron para que el PSOE no votara en el Parlamento Europeo la investigación del sistema de corrupción institucional llamado Marocgate.


El comunicado del excoordinador de Izquierda Unida se apoya en estos argumentos. Pese a que se supedita a la opinión de esos compañeros que mostraron su perplejidad por el anuncio, es también una reprimenda a aquellos que considera “autorreferenciales”, ergo, dogmáticos. Incapaces de entender los sacrificios hechos en el pasado reciente ni la necesidad de entrar en otra fase, otro ámbito, en la que se valore su conocimiento. Inocentes o adolescentes políticos, en el mejor de los casos, que no saben cómo rueda el mundo.

Otra idea que subyace en este debate es que la llegada a un ministerio es una estación terminal; que ya no queda nada por hacer en política, incluso que esa es una fase superior, que dota al elegido de un conocimiento distinto al de sus antiguos compañeros o aquellas personas a las que se representó, un conocimiento que ya solo puede encontrar acomodo entre otros pares —otros exministros y políticos profesionales—. El hecho de que se haya criticado la decisión lanza un primer aviso: hay quienes siguen sin ver esa distancia entre representados y representantes. Haber alcanzado cargos de responsabilidad no cambia o no debería cambiar nada y tampoco es un fin en sí mismo.

Sugerir que el espacio que queda a la izquierda de Acento, de los lobbies o de los pesebres del régimen, es marginal, desquiciado, pobretón o inane es otra muestra de cinismo

Es más, hay quien considera legítimo, y no un linchamiento, cuestionar que quien se supeditó a un proyecto colectivo pueda desvincularse de este apagando un interruptor. La rectificación de Garzón no es sino un reconocimiento de que esos lazos siguen siendo importantes para él.

El sistema de representación, el único que se ha encontrado después del fallido intento de transformarlo en la pasada década, tiene como contrapartida el escrutinio por parte de la comunidad política de referencia de las decisiones aparentemente personales —si no que se lo pregunten a Pablo Iglesias e Irene Montero— y también es ingenuo negarlo.

Hay algo inocente, o extremadamente hipócrita, en criticar las nauseabundas tendencias de las redes sociales cuando se chapotea o se saca rédito en términos de capital social y político de ellas día sí, día también. Por otra parte, también es inocente pensar que la crítica legítima será espigada de las pedradas a Garzón o a cualquier político en una situación similar. La cosa funciona como funciona, ya va siendo hora de acostumbrarse. 

La dimensión de la cuestión más allá de las redes sociales habla de algunos de los síntomas del fracaso de este ciclo político. Uno es la imposibilidad de salir de las dinámicas de desencanto que proponen la realpolitik como única salida y, otro, la falta de imaginación para crear instituciones y organizaciones en las que, entre otras (muchas) cosas, salarizar a esos quemados y quemadas de la nueva política.

Ese espacio político ha tenido graves carencias a la hora de crear, sostener y reproducir instituciones y organizaciones en las que debatir desde perspectivas ecosocialistas, u otras que puedan confrontar a esta desde posiciones de emancipación, pero no puede sugerirse que no existen: ya existían y tienen capacidad de agencia e influencia. No, los expolíticos del espacio no se tienen que conformar con tocar la flauta en los centros sociales o hablar para cuatro pirados. Sugerir que el espacio que queda a la izquierda de Acento, de los lobbies o de los pesebres del régimen, es marginal, desquiciado, pobretón o inane es otra muestra de cinismo o, peor, de autodesprecio. 

Hay varias lecciones que aprender del periodo del desencanto que siguió a la Transición política y cómo se desmantelaron los movimientos de transformación. Pero la principal lección es que no hay nada más peligroso que justificar que no hay otra alternativa. No se trata de una cuestión de pureza, sino de decidir si se quiere seguir trabajando en determinados objetivos políticos compartidos o si se plantea claramente que cada quien se salva como puede. 

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