We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Opinión
Aquella revolución cubana que tanto nos enamoró
Fidel Castro, el 1 de enero de 1959, entró triunfante en Santiago de Cuba al mismo tiempo que la gente se volcaba a las calles de La Habana a festejar el triunfo de la revolución y la huida del dictador Batista. Al día siguiente, entre otras columnas, lo hacían las del Movimiento 26 de Julio comandadas por Camilo Cienfuegos y el Che Guevara. Ese mismo día, en cumplimiento del acuerdo adoptado en 1958 en el Pacto de Caracas firmado por todas las fuerzas antibatistianas, el presidente Urrutia tomó posesión de su cargo en el ayuntamiento de Santiago e instaló el primer Gobierno Revolucionario en la biblioteca de la Universidad de Oriente. El primer gabinete se constituyó, fundamentalmente, por políticos civiles de los partidos tradicionales –ortodoxos y auténticos– y dirigentes del Movimiento 26 de Julio, no pertenecientes al núcleo central de la dirección revolucionaria.
Uno de los primeros nombramientos del magistrado Urrutia fue el de Fidel Castro como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Tierra, Mar y Aire del nuevo ejército cubano. El 6 de enero el Gobierno se trasladó al palacio presidencial de La Habana. Fidel Castro, con el grueso de las fuerzas del Ejército Rebelde entró en La Habana el 8 de enero. La insurrección había triunfado.
“Un mes después de la huida de Batista, Castro había adquirido una influencia personal y simpatía en el pueblo cubano como ningún líder latinoamericano había tenido nunca”
En mayo de 1959 Fidel definía a la revolución como «ni capitalista ni comunista», pues si debía optar entre «el capitalismo que hambrea al pueblo, y el comunismo que resuelve el problema económico, pero suprime libertades (...) nuestra revolución no es roja, sino verde oliva, el color del ejército rebelde que surgió del corazón de Sierra Maestra». En un primer momento, el Ejecutivo de Estados Unidos reconoció al Gobierno Revolucionario. El editorial del New York Times del 2 de enero de 1959 se mostró de forma muy clara a favor de la victoria militar de Castro.
El nuevo Gobierno reconoció expresamente la plena vigencia de la Constitución de 1940. Declaró disuelto el Congreso y cesó en sus cargos a las autoridades ejecutivas nacionales y locales. Así mismo, quedaron abolidos el antiguo ejército y los órganos represivos batistianos, a la vez que se creaban tribunales revolucionarios para juzgar a torturadores y criminales de guerra. En el plazo de un solo mes la carta magna de 1940 fue objeto de varias reformas y a partir de 1961 de importantes restricciones a los derechos civiles y políticos.
Hay que señalar que la constitución de 1940, negociada y redactada por un heterogéneo grupo de políticos e intelectuales, fue una Constitución democrática, progresista y reconocida como una de las más avanzadas de su época. La opción por el republicanismo social fue explícita. Estuvo inspirada en buena medida en la Constitución mexicana de 1917, en la de Weimar de 1919 –pioneras en el reconocimiento constitucional de los derechos sociales–, y en la española de la II República. Su texto consagró el principio de inspiración keynesiana de intervención del Gobierno en la economía. Desde el punto de vista de los derechos humanos, se trató de un documento de vanguardia del constitucionalismo occidental en el que se regularon, con ocho años de anticipación, casi todos los derechos y libertades del ciudadano enumerados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada y proclamada por la Asamblea General de la ONU en 1948.
“Las principales disensiones dentro del primer Gobierno estuvieron determinadas por la orientación ideológica, la suspensión del habeas corpus, los tribunales de guerra y la posposición de las elecciones”
En resumen, se constitucionalizó la versión más avanzada que Cuba había conocido hasta entonces de un Estado social y democrático de Derecho y, hasta 1952, en medio de una gran corrupción estructural, celebró elecciones cada cuatro años. Aunque no dio los frutos que de ella se esperaban y sólo duró doce años, la Constitución del 40 adquirió una significación política que creció después que fuera derogada por Batista. Se convirtió en centro de la convergencia nacional. Todas las fuerzas políticas y las organizaciones que se opusieron al régimen batistiano coincidieron en reclamar su restitución.
El presidente Urrutia y Castro llegaron al acuerdo de celebrar elecciones en 18 meses para todos los cargos del Estado, las provincias y los municipios, bajo las normas de la Constitución del 40 y el Código Electoral del 43 y entregarle el poder al candidato que resultara electo. Un mes después de la huida de Batista, Castro había adquirido una influencia personal y simpatía en el pueblo cubano como ningún líder latinoamericano había tenido nunca. Se convirtió en primer ministro y dado su enorme carisma y su personal estilo de liderazgo, será reconocido como el máximo dirigente de la revolución. Su hermano Raúl le sustituiría en la jefatura del nuevo ejército y, unos meses más tarde, sería nombrado ministro de las Fuerzas Armadas.
En Cuba, las medidas tomadas por el Gobierno Revolucionario le proporcionaron un amplísimo apoyo popular, pero a medida que se profundizaban los cambios crecían las críticas y desconfianzas sobre el rumbo político de la revolución. El «frente unido» de principios de 1959 se fue resquebrajando progresivamente. La reforma agraria, pese a ser moderada, provocó un fuerte debate en la esfera pública de la isla y las primeras tensiones con EEUU. De todas formas, las principales disensiones dentro del primer Gobierno estuvieron determinadas por la orientación ideológica, por la suspensión del habeas corpus, los tribunales de guerra y la posposición de las elecciones.
“Cuba será víctima de la polarización de la Guerra Fría, y tras el embargo norteamericano y Playa Girón, se impondrá el modelo soviético de partido único, propiedad estatal y fuerte control social”
El fracaso de la famosa zafra de azúcar de 10 millones de toneladas en 1970, que se presentaba como una gesta heroica, obligó a un serio replanteamiento del curso de la Revolución. El modelo económico y político cubano, aún en experimentación y sin demasiada definición hacia mediados de los sesenta, resultado del equilibrio de fuerzas en el interior de la Revolución, entró en crisis. Los deseos de quienes venían defendiendo y aspiraban a construir un modelo económico autónomo con el propósito de garantizar un espacio propio en el orden político y económico mundial, se vieron truncados. Cuba será víctima de la polarización de la guerra fría, y tras el embargo norteamericano y Playa Girón, se impondrá el modelo soviético de partido único, propiedad estatal y fuerte control social.
La institucionalización de la revolución: la Constitución de 1976
Tras década y media de emergencia política, provisionalidad revolucionaria y falta de certidumbre jurídica, con la aprobación, por referéndum, de la Constitución socialista en 1976, se dio por concluido, en sus líneas fundamentales, el proceso de cambio iniciado por la Revolución. La nueva constitución socialista, sin precedentes en la tradición liberal, republicana o populista de las constituciones latinoamericanas, se inspiró en los modelos constitucionales de los socialismos reales del campo del bloque soviético, concretamente en la redactada en 1936 por Stalin en la Unión Soviética.
José Martí continuó siendo una referencia retórica del proceso revolucionario, pero el eje de articulación del discurso pasó a ser la versión soviética canonizada del marxismo-leninismo. A partir de este paradigma, el proceso revolucionario se proyectó como una modernización autoritaria, burocrática y articulada con un estilo caudillista de liderazgo político.
A partir de 1976, consumada la revolución propiamente dicha, la isla entrará en un período de estabilidad y continuidad que, a pesar de los pequeños giros ideológicos y políticos en las décadas siguientes, se mantendrá, fundamentalmente intacta. Desde los años 90 las reformas económicas han venido buscando una reintegración paulatina de Cuba al mercado occidental que supliera, primero, la disolución de la URSS y el campo socialista, y, posteriormente, el sostén que supuso durante un tiempo Venezuela.
La evolución de la economía cubana no ha discurrido por una vía única, ha sido más bien un proceso zigzagueante, lleno de saltos adelante y retrocesos, ciclos más «idealistas» y otros más «pragmáticos». Aunque en determinados momentos prevalecieran, frente a las relaciones mercantiles y la utilización de los ‘estímulos materiales’, como incentivos al trabajo para aumentar la producción, los ‘estímulos morales’, el voluntarismo y algunos otros de los postulados más idealistas del Che, para poder construir el comunismo y el ‘hombre nuevo’, el Partido Comunista Cubano siempre acudía a ciertas palancas del mercado cada vez que la economía amenazaba con colapsar. Así sucedió a mediados de la década del 70, durante el «Período Especial» en los años 90, como consecuencia del colapso de la Unión Soviética, y en los últimos años, en los que la iniciativa privada está tomando un impulso creciente.
“El modelo de colectivización y centralización de toda la economía no ha tenido éxito, Cuba no ha logrado transformar su estructura productiva”
El modelo de colectivización y centralización de toda la economía en Cuba no ha tenido éxito, no ha obtenido los resultados esperados, no ha sido un modelo sostenible. La pretensión de un modelo social donde una minoría decide y planifica toda la actividad económica de la sociedad resultó tan utópica como su rival, la utopía del libre mercado completamente competitivo sin monopolios ni externalidades.
La ayuda soviética sostuvo, a la vez que apuntaló, un sistema productivo especializado, desequilibrado y generador de ingresos insuficientes para costear la política distributiva. Cuba no ha logrado transformar su estructura productiva, la autosuficiencia alimentaria, ni tampoco generar suficientes exportaciones para pagar por sus importaciones crecientes.
América Latina
Nueva constitución cubana: ¿punto de llegada o de partida?
Al igual que en 1976, la actual Constitución ha sido sometida a un amplio debate público, en el que han participado millones de personas en sus centros de trabajo y de estudio y a nivel territorial-local en el seno de las organizaciones de masas.
La caída del muro de Berlín y después de la URSS mostró a plena luz el fracaso de la industrialización y la modernización de estructuras productivas después de 30 años de revolución. Desde entonces hasta hoy, Cuba, con una estructura económica dependiente y muy frágil, en un entorno internacional adverso, se encuentra sumida en un régimen de simple supervivencia, en el que una pequeña élite político-militar, atrincherada en un sistema de partido único, se arroga de forma exclusiva el derecho a decidir, monopolizando la gestión de los asuntos nacionales amparada en una legitimación de origen por su protagonismo en la victoria insurreccional de 1959.
La carga afectiva y simbólica que siempre ha tenido la revolución cubana en la izquierda no pone las cosas fáciles a la reflexión crítica. También hay que tener en cuenta la envergadura de las dificultades a las que se enfrentaron desde el principio las fuerzas insurreccionales cuando llegaron al poder en 1959, la realidad de un país desigual, con escasos recursos económicos y técnicos, con un alto grado de analfabetismo, con un fuerte hostigamiento exterior, económico y militar. No hay duda de que el bloqueo ha infringido un gran daño en la isla, especialmente en los años tempranos de la Revolución, cuando forzó a reorientar la mayor parte de su actividad económica hacia el bloque soviético.
“Los jóvenes de la isla que desde posiciones críticas ejercen como vanguardia son censurados o reprimidos por las instituciones oficiales y necesitan de la solidaridad internacional por parte de la izquierda”
No hubo en América Latina, EEUU y Europa, intelectual que no hubiera sentido el hechizo de la revolución cubana, que no fuera seducido o seducida por el carisma de sus líderes y por el carácter poco ortodoxo de una revolución que no había sido encabezada por el Partido Comunista tradicional, impregnada de un espíritu fresco y romántico totalmente diferente del que predominaba en los países de la Europa del Este, engrandecida por producirse en conflicto con el acoso de la primera potencia mundial. Aquella épica y revolución que tanto nos enamoró, que desapareció a finales de los años sesenta, perdura hoy en algunas imágenes y canciones que forman parte de la memoria sentimental de varias generaciones y del imaginario colectivo de la izquierda que en muchos casos la glorifica de forma acrítica.
Una parte de la izquierda internacional ha privilegiado un discurso sobre la revolución cubana centrado en la solidaridad con el Gobierno y con sus máximos líderes, en contra del injustificable bloqueo. Deslumbrada por su lenguaje antiimperialista ha desechado el análisis riguroso y honesto de los procesos económicos, políticos, sociales y culturales en el interior del país, entendiéndolos a partir del discurso elaborado por sus dirigentes, justificando de esta forma el régimen político autocrático.
Una de las consecuencias más negativas de esta posición ha sido la relativización del valor de las libertades y la democracia, dejando en la indefensión a la población, particularmente, a los sectores cada vez más numerosos de jóvenes de la isla que desde unas posiciones críticas del statu quo ejercen hoy como vanguardia, en sus prácticas civiles y culturales, en reivindicar, sin grandes gestos visibles, más democracia en lo político, económico, cultural y social. En los dos últimos años más de 400.000 cubanos, la mayoría jóvenes, han abandonado la isla. Son estos jóvenes, todos los días censurados o reprimidos de distintas maneras por las diferentes instituciones oficiales cubanas, los que necesitan de la solidaridad internacional por parte de la izquierda.
“Ciertas defensas y reconstrucciones sesgadas, apologéticas, autocomplacientes, idealizadas, míticas o simplemente falsas del pasado revolucionario pueden acabar corrompiendo la calidad política transformadora del presente y del futuro de la izquierda”
La experiencia soviética, la china, la cubana y la de otros países ha permitido apreciar, por un lado, que no hay justicia sin libertad –como no hay libertad sin justicia–, y, por otro, hasta que punto es un problema difícil, y un problema sin resolver empíricamente, conseguir trenzar satisfactoriamente las formas de una democracia política que respete los derechos humanos fundamentales y una economía alternativa que resulte al mismo tiempo, democrática en sus métodos, tendencialmente igualitaria en la distribución, ecológicamente sostenible y eficaz en cuanto a su funcionamiento.
El capitalismo tiende al exceso, es injusto y produce enormes desigualdades. La lucha y aspiración a un mundo más justo y mejor que el que habitamos continúa y no ha dejado de tener sentido porque el modelo de construcción del socialismo –el modelo soviético–, que se presentó como alternativo al capitalismo el siglo pasado haya resultado no sólo un fracaso, sino un fiasco para millones de honestos comunistas, así como una terrible dictadura para sus propios pueblos. La reflexión que hagamos de ese pasado revolucionario es muy importante ya que ciertas defensas y reconstrucciones sesgadas, apologéticas, autocomplacientes, idealizadas, míticas o simplemente falsas pueden acabar corrompiendo la calidad política transformadora no sólo del presente sino del futuro de la izquierda.