Pensamiento
Evgeny Morozov: “La izquierda debe ser menos algorítmica, reinventar su pensamiento y el socialismo”

Tras producir los podcast A Sense of Rebellion y The Santiago Boys, el autor trabaja en un manuscrito donde repasa el trabajo de pensadores como Marx, Hayek o Habermas para ofrecer una teoría crítica sobre el capitalismo contemporáneo y propone un sistema alternativo, innovador, centrado en la cultura, los hábitos sociales, el deseo o la creatividad propia del sujeto postmoderno.
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Evgeny Morozov en la plaza del Arenal antes de su charla en Bilbao Ekaitz Cancela
21 sep 2024 05:00

El intelectual público italo-bielorruso Evgeny Morozov aterrizó en Euskal Herria 12 años después de su primera visita con la ironía mordaz que caracteriza a uno de los pensadores más en forma del siglo XXI: “Estoy delante del taxi, pero no está el conductor. ¿Debo conducirlo yo?”, escribe en Signal. No sabe conducir. Tras una década y miles de millones quemados por inversores internacionales, los coches autoconducidos de Uber solo han llegado a San Francisco y Los Ángeles. Ni siquiera Bilbao se ha turistificado lo suficiente como para que exista una oferta amplia en sus servicios. Como ilustran la decisión del jurista Alexandre de Moraes de bloquear a X en Brasil y la campaña internacional en su apoyo, el terreno de lucha tecnológico es siempre ambivalente, contingente. Sobre eso versa la visita.

En estos años, el pensamiento del también fundador del Center for the Advancement of Infrastuctural Imagination ha girado radicalmente. Primero, en sus dos primeros libros, como una intuición sobre los peligros de reificar internet, término que aún sigue exigiendo desmitificar, así como de las tecnoideologías sobre el progreso asociadas. Tras distintos borradores de libro, abandonados, ilustrando la supuesta llegada del feudalismo, término que desafió posteriormente en la New Left Review, su próximo manuscrito será una crítica inmanente, frontal y destructiva, a la hegemonía neoliberal. También una reinvidicación de pensar la utopía socialista desde la innovación y la creatividad, alegatos que recupera esta entrevista.

Morozov traza a continuación los contornos de la modernidad capitalista y ensaya salidas en el terreno de las ideas a  través de lecturas profundas sobre Marx, Hayek, Habermas o docenas de pensadores oscuros, algunos de ellos procedentes del Este de Europa, quienes primero trazaron la crítica a la deriva antidemocrática del comunismo, pero también de intelectuales latinoamericanos, encargados de introducir el marco de la teoría de la dependencia para observar la economía política del desarrollo tecnológico.

De este proyecto intelectual apenas existe rastro hasta el momento, a excepción de algunos podcasts (Future Histories), conferencias (UC Berkeley D-Lab / Social Science Matrix) y entrevistas recientes (Jacobin o Panamá Revista). En lugar de terminar sus libros, el intelectual bielorruso ha pasado sus últimos años llevando su propia teoría a la práctica creativa escribiendo guiones de podcast. Tras arrasar con Santiago Boys, cuya adaptación al cine se espera, acaba de publicar otra producción sonora titulada A Sense of Rebellion, que se inició hace más de una década con una tesis –aún embargada– en el Departamento de Historia de la Ciencia en la Universidad de Harvard.

La idea central de este último podcast se remonta a los experimentos en los 70 de un extravagante laboratorio de Boston especializado en tecnología y ecología que investigaba y experimentaba con tecnologías más humanas, incluso divertidas, formas de entender nuestra relación con los ecosistemas vivos. Eran tiempos de Guerra Fría, del invierno de la inteligencia artificial, del auge de la psiquiatría, las pruebas con el LSD de la CIA, las primeras pseudoteorías como la Cienciología y la indeterminación del filantrocapitalismo sobre el camino de inversión ideológica a seguir. 

En ese relámpago casi epistémico, un grupo de hippies maoístas que seguían la lectura de Herbert Marcuse sobre la emergencia de nuevas necesidades biológicas liberadas de los hábitos industriales diseñaron un tipo de técnica con fines distintos a la IA actual: jugar en lugar de vigilar; organizar los recursos finitos, y no expropiárselos al Sur global; la apertura a la práctica colectiva de las tecnologías, en lugar de la opacidad algorítmica; la eficiencia autoorganizada y descentralizada, en detrimento de la ineficiencia, la contaminación o los desechos electrónicos derivados de la centralización del capital; alternativas populares, no corporativas; o la novedad y variedad contra la estabilidad y pretensión de predecir cualquier interacción humana que proclaman los CEO de Silicon Valley.

Ese mundo ha desaparecido, pero existió. La alternativa, en esa imagen, se torna posible, realizable, tiene un cariz político revolucionario. Realizarlo en la conciencia constituye la utopía en la postmodernidad. Y Morozov lo traslada en formato podcast, usando además aplicaciones artesanales de análisis de datos, tecnologías de lenguaje natural e inteligencias artificiales entrenadas con bases de datos más curadas y sistemáticas.

Antes de que impartiera la conferencia en el edificio de La Bolsa (Casco Viejo de Bilbao) donde resume algunos de sus planteamientos contemporáneos, La variable desaparecida: hacia una nueva agenda tecnológica para la izquierda, en una sesión a puerta cerrada en la sede de Iratzar-Sortu, rodeados de 50 personas procedentes de instituciones sociales, políticas, periodísticas y sindicales, se produce la siguiente conversación improvisada en inglés con Evgeny, motivo por el que ha sido editada posteriormente.

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Ilustración de Lucy Jones para el podcast A Sense of Rebellion, producido por Post-utopia.

Hacia una teoría crítica del capitalismo

¿Qué transformaciones desecandenarán las turbulencias actuales del capitalismo, como la subida en las tasas de interés o el auge de la inteligencia artificial, en lo que en otras ocasiones has denominado un “capitalismo digital ampliamente financiarizado”?
El desarrollo de la economía digital ocurrido en los últimos 10 o 15 años está estrechamente conectado con la crisis de 2008. El hecho de que los tipos de interés fueran extremadamente bajos dio lugar a que una gran cantidad de dinero fluyera hacia las startups de Silicon Valley. Muchas de ellas incluso sobrevivieron a la competencia capitalista a pesar de que no eran rentables, como Uber, que reportó beneficios este año por primera vez en más de una década.

Ahora bien, el hecho de que los tipos de interés ya no sean tan bajos significa que la dinámica de la economía digital probablemente cambiará. Algunas empresas saldrán del negocio debido a la intensificación de la competencia, o simplemente desaparecerán aquellos servicios gratuitos o baratos que dotaron de legitimidad a la economía digital debido a la necesidad de las firmas de subir los precios. Existía una especie de estado de bienestar digital paralelo, en la sombra, porque los capitalistas de riesgo y los fondos soberanos estaban vertiendo dinero en las plataformas, pero está muriendo.

Existía una especie de estado de bienestar digital en la sombra porque los capitalistas de riesgo y los fondos soberanos estaban vertiendo dinero en las grandes tecnológicas, pero los servicios gratuitos desaparecerán

Si nos fijamos en los proveedores de servicios de computación en la nube, pero también de inteligencia artificial, sus modelos de negocio no tienen en cuenta los problemas asociados. No sabemos cuál es el coste real de hacer una consulta a ChatGPT o de mantener esas tecnologías abiertas para que sean usadas por todo el mundo. También generan dependencias en la periferia, producen sesgos de género, raza y clase o acrecientan la precariedad de quien realmente trabaja detrás de las máquinas.

Sin embargo, los gobiernos y ministerios de muchos países han empezado a firmar contratos con las grandes tecnológicas para incorporar la inteligencia artificial a las instituciones públicas. Tarde o temprano nos daremos cuenta de que son extremadamente caros y que nuestras infraestructuras públicas dependen de Silicon Valley, con un funcionamiento muy inestable y que no sabemos si será eficiente a largo plazo, lo cual para mi es un gran factor de riesgo y tendrá consecuencias sobre el funcionamiento de los Estados.

La invasión sobre Ucrania y los bombardeos en Gaza han provocado que la guerra emerja como el nuevo vector para la acumulación de capital. Además, la economía post-crash no remonta el vuelo. Al igual que en la Guerra Fría, los discursos sobre la soberanía tecnológica del hegemón estadounidense se han resignificado en la línea de la seguridad nacional para justificar una mayor inversión pública en desarrollo e investigación a su vez destinado a alimentar los beneficios de los accionistas de las firmas privadas.
El Estado, ya sea a través de sus estamentos militares, con la industria de la seguridad nacional y las agencias de inteligencia en el centro, o a través de las estrategias del Departamento de Comercio, ha liderado siempre el desarrollo de la economía digital. No lo ha hecho porque deseara manifestar alguna suerte de espíritu emprendedor, sino porque quería consolidar su liderazgo en el sistema mundial. En última instancia, la economía digital está impulsada por consideraciones geopolíticas, no por algún tipo de particularidad inherente a la tecnología. Como bien sabes, la tesis –ampliamente extendida– sobre la necesidad de impulsar el Estado emprendedor desde el sector público termina justificando el rol del Pentágono porque lo presenta como algo que no es: una agencia de innovación.

Esta visión olvida que las personas que han experimentado sobre sus cuerpos dichas innovaciones se encontraban en el terreno de batalla, en Camboya, Vietnam y Laos, durante la década de los setenta. Estaban muriendo debido a las bombas que tiraban todos esos aviones emprendedores. ¿Cómo podemos alabar felizmente los frutos del Estado emprendedor estadounidense, inmerso en desarrollar tecnología para el Ejército y el Pentágono, porque finalmente trajera como resultado un dispositivo electrónico como el iPhone? Necesitamos contar una historia de la innovación tecnológica que no sea ciega a la forma en que tales innovaciones son a menudo un producto de la Guerra Fría, la competencia, el imperialismo americano o el colonialismo. De lo contrario, no entenderemos la reconfiguración del capitalismo global en líneas militares.

El Estado emprendedor termina presentando al Pentágono como una agencia de innovación. Pero sus tecnologías se probaron en el terreno de batalla de Camboya, Vietnam y Laos en los setenta

Hemos de recordar además que aquella fue una época en la que numerosas personas abogaban por este modelo de emprendimiento, argumentando que generaba empleo y contribuía a la creación de gigantes industriales como Boeing y Raytheon, entre muchos otros en Estados Unidos. Este fenómeno, en cierta medida, explicaba el dinamismo de la economía estadounidense de entonces, así como sus efectos indirectos en la industria automotriz y aeroespacial, entre otras, durante los años 70 y 80.

Lo que sí ha cambiado en tiempos más recientes es la percepción de algunas voces acerca del Pentágono. Personalmente, coincido con la visión de que parece inspirarse en Silicon Valley, por ejemplo, intentando crear sus propios fondos de capital de riesgo. Busca transitar hacia un modelo que se aleja del keynesianismo, y no trata necesariamente de provocar un impacto sistémico en el resto de la economía estadounidense, sino que se enfoca en la eficiencia y en asegurar el máximo rendimiento a sus inversiones.

El “neoliberalismo militar”, como tú lo has denominado, emerge para desplazar más recursos públicos hacia la industria de la guerra y seguir engrasando el capital global. Los casos españoles de Indra y Telefónica, convertidos en dos gigantes de la defensa, son una buena muestra de lo que describes.
El concepto “neoliberalismo militar” ilustra que no existe una contradicción inherente en buscar la eficiencia y el beneficio, características del neoliberalismo, siempre y cuando permita consolidar el dominio militar de Estados Unidos. En esencia, el cambio del keynesianismo al neoliberalismo no altera las soluciones ofrecidas a la crisis, solo sus mecanismos de estabilización. Si bien plantea preguntas sobre el rol del Estado, el sector público y la ciudadanía, siempre conduce a la misma conclusión: un modelo keynesiano con actores industriales tradicionales o un modelo neoliberal con capitalistas de riesgo e innovadores de Palo Alto. La resistencia a la militarización de la economía requiere un tipo de economía orientada hacia la paz, donde lo producido no sean misiles ni armamento, sino productos y servicios diferentes.

“Dado que la principal exportación cultural de EE.UU. y la base de la diplomacia blanda parecía ser la tecnología, decidieron que los CEO de estas empresas podrían ayudar a impulsar la imagen nacional en el extranjero,” le decías a la New Left Review hace casi diez años sobre el cambio en política exterior introducido por Barack Obama.
El dilema radica en que el Estado y los actores públicos han adoptado en gran medida la ideología y mitología propagada por Silicon Valley sobre lo buenos que son sus servicios. También han asumido su definición de Internet. Las empresas tecnológicas han construido una narrativa que presenta la red como algo lógico y universal, capaz de cumplir con las promesas de la modernidad, permitiendo que nos comuniquemos con personas de otros países. Esta percepción ha provocado que políticas racionales, como que el tráfico de internet no pase por los servidores de tres empresas estadounidenses, así como todo tipo de experimentos alternativos, sean simplemente descartados. Han apelado a la falsa creencia de que eso podría contradecir la naturaleza de Internet. Es todo una estrategia retórica para crear un mercado global disfrazado de red digital.

Durante la década de 1990, Internet fue instrumentalizado por los grandes capitales estadounidenses (Hollywood, Wall Street y las empresas de telecomunicación). Este esfuerzo, sostenido en el tiempo gracias a decisiones políticas como la privatización o la liberación, tenía como objetivo infiltrarse y consolidar sus modelos de negocio en cada rincón del mundo. Insisto: desde su concepción se entendió como una herramienta para crear nuevos mercados.

El Estado y los actores públicos han adoptado la ideología de Silicon Valley sobre la tecnología como la última fase de la modernidad, pero es todo retórica: siempre se trató de crear un mercado global, aunque disfrazado de red digital.

Cuando no se entiende este proceso de centralización de poder, la dimensión y el enfoque de todas las discusiones políticas se reduce al conjunto habitual de temáticas liberales: libertad de expresión, privacidad, protección de datos, noticias falsas, guerra de información, etc. Estas son cuestiones importantes, pero forma parte de una especie de capa superior, si se quiere, de un iceberg mucho más complejo y profundo. Aunque las dimensiones económicas, o materiales, y políticas son mucho más importantes, los enfoques liberales reciben desproporcionadamente más atención en el debate público y en los medios de comunicación. Efectivamente, nuestros debates en redes sociales están manipulados, y también tenemos que asegurarnos de que a la gente no le laven el cerebro, o de que nuestra privacidad esté bien protegida. Es un tema perenne, que será relevante dentro de 500 años. Pero existen otros problemas más importantes para nuestra vida democrática, como la propiedad de estas infraestructuras y la manera en que se han mercantilizado por los actores corporativos.

Señalaban los teóricos del sistema-mundo que el capitalismo se había alterado debido a la llegada de los medios de comunicación electrónicos y el declive de Estados Unidos, que ha intentado movilizarlos para mantener su hegemonía. No obstante, China ha conseguido presentar una alternativa, obligando a India a escoger una ruta necesariamente autónoma, en línea con la posición (más democrática) de algunos países de América Latina. Pero la Unión Europea no ha terminado de despertar del sueño de la Segunda Guerra Mundial (la libre competencia en el mercado traerá la paz al mundo). Y eso complica su posición geopolítica.
En un mundo donde la dependencia del capital global, y especialmente del estadounidense, es una preocupación geopolítica de primer orden, algunos países han entendido que se hace indispensable el desarrollo de mecanismos de defensa. Esto implica la creación de zonas de amortiguación y protecciones nacionales que permitan resistir la influencia externa movilizando los recursos de manera autónoma. China no solo ha entendido esta dinámica, sino que también ha logrado integrar la digitalización de su economía en su estrategia industrial y planes de desarrollo económico. 

La asimilación por parte de Europa de la ideología neoliberal supone un desafío significativo en este escenario global: la falta de planes de desarrollo coherentes dificulta tanto la discusión como la implementación de estrategias similares. Efectivamente, esta realidad contrasta con la situación en América Latina y, hasta cierto punto, con India, donde el debate sobre la industrialización, el desarrollo y la creación de sistemas públicos sólidos sigue siendo relevante y prioritario. Estas regiones mantienen un enfoque en cuestiones consideradas por algunos como anticuadas, pero que son esenciales para el desarrollo autónomo y sostenible. Tienen que ver con cómo industrializarnos, desarrollarnos, construir sistemas públicos y burocracias fiables.

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El podcast Santiago Boys de Evgeny Morozov, una historia de cómo los ingenieros de Allende y un consultor británico se atrevieron a desafiar a empresas y agencias de espionaje estadounidenses.

En el podcast The Santiago Boys y en tus trabajos más recientes haces referencia permanentemente a la teoría de la dependencia latinoamericana. ¿En qué medida nos ayuda a entender la economía política de las Big Tech?
Silicon Valley, como cualquier otra empresa americana de tecnología en la historia, o para el caso actual, la tecnología china, crea dependencias y cuellos de botella en el desarrollo económico. Estamos ante la misma situación que los teóricos de la dependencia describieron en los años 1960 y 1970: el progreso tecnológico se produce de manera paralela a la regresión económica o el subdesarrollo industrial. Un país puede estar digitalizando, con redes 5G, Internet de las Cosas y ciudades inteligentes por todas partes, pero los costes de esta digitalización, en términos de lo que tiene que pagar por los servicios de computación en nube o de Inteligencia Artificial, equivalen a algo así como al pago de un nuevo impuesto o una deuda. Paradójicamente, este peaje al desarrollo es tan grande que se convierte en prohibitivo, impide la innovación e inhibe el desarrollo. 

El año pasado colaboraste conmigo en el lanzamiento de The Santiago Boys, donde exploramos las experiencias tecnológicas alternativas de Chile y el resto de América Latina. Recordarás a la compañía ITT, uno de los primeros propietarios de Telefónica en España. En aquel entonces, países como Chile subestimaron la importancia de la telefonía, pensando que era simplemente un servicio, así que invitaron al capital extranjero a desarrollar su red nacional. A medida que la economía chilena empezaba a crecer e industrializarse, se volvió evidente cuán importante era una infraestructura de telecomunicaciones propia y no corporativa para el desarrollo económico, ya que permitía al gobierno crear medios de comunicación eficaces para coordinar un país tan extenso. 

Un país puede estar digitalizado, con 5G, Internet de las Cosas y ciudades inteligentes, pero esos costes equivalen a al pago de un nuevo impuesto o una deuda. El peaje es tan grande que se convierte en prohibitivo, impide la innovación y el desarrollo

Pronto se dieron cuenta de que los elevados costos de la telefonía y la falta de voluntad para modernizar la red de las empresas representaban un obstáculo significativo para el progreso. Ello llevó al gobierno de Salvador Allende a iniciar un proceso de nacionalización que trataría de recuperar el control de la red. Buscaba superar las barreras que impedían el desarrollo nacional, las necesidades del país y, en última instancia, prevenía la influencia externa, que limitaba el propio crecimiento económico del país. Este capítulo de la historia, este patrón, resalta la importancia de entender y aprender de nuestras interacciones históricas con el capital internacional para forjar un futuro soberano.

¿Podemos utilizar las llamadas plataformas públicas digitales para articular una estrategia de soberanía tecnológica a nivel nacional o regional que nos permita, como en la era de Salvador Allende en Chile, reimaginar el socialismo desde un internacionalismo digital?
Dado que solo puedes escoger un camino alternativo con una posición firme contra el desarrollo de infraestructuras dependientes de capitalistas extranjeros, sean estos americanos o globales, las infraestructuras públicas digitales tienen que estar en el centro de las discusiones políticas. Necesitamos formas alternativas de cultivar ingredientes clave a nivel nacional para que nuestras economías puedan desarrollarse, prosperar y crecer. ¿Si una empresa se convierte en el proveedor por defecto de los servicios de análisis de datos en nuestros ministerios de salud, el Estado de bienestar seguirá siendo el mismo o serán privatizados por las grandes tecnológicas?

En cualquier caso, la pregunta que planteas asume que existen estrategias claras para el desarrollo postindustrial, lo cual implicaría dotar de contenido y dirección política a nuestros planes de futuro alternativos. Sin embargo, la izquierda aún está lejos de haber descifrado siquiera una fracción decimal de este rompe cabezas básicamente porque no conoce la forma de transformar las infraestructuras digitales en estrategias eficaces para su agenda. Mi conocimiento sobre la situación específica en el País Vasco es limitado, lo que me obliga a admitir mi ignorancia en ese contexto. No obstante, basándome en mi experiencia a lo largo de Europa y, hasta cierto punto, Norteamérica, puedo decir que las fuerzas progresistas a menudo carecen de una visión proactiva y se limitan a defender lo existente, como el estado de bienestar y los servicios públicos. Estas defensas son cruciales, pero no suficientes.

Chile
PROYECTO CYBERSYN Lecciones de la lucha de Chile contra las grandes tecnológicas
Al conmemorarse el 50 aniversario del golpe de Estado en Chile, es tentador presentar a Allende como una figura trágica que pasó buena parte de su presidencia defendiéndose de los intentos de derrocarle.

Navegando la postmodernidad

En un momento de falta de certezas e incertidumbre acarreados por la postmodernidad de mercado, ante una estrategia de confusión estratégica de la ultraderecha y de guerra cultural para retornar hacia tradiciones de violencia y autoritarismo, ¿cuáles son en tu perspectiva las líneas de fuga en las posiciones neoliberales y las ofensivas posibles para la izquierda?
Los defensores más sofisticados del neoliberalismo no defienden el mercado aludiendo a que es un mero mecanismo de eficiencia o redistribución, como se hacía en los años 30. Argumentan que el mercado y las relaciones sociales mercantiles constituyen la principal institución de la postmodernidad porque facilita la satisfacción de deseos individuales y estimula el impulso hacia la innovación y la creación de lo inédito. El mercado se presenta no solo como un lugar de transacción, sino como una plataforma para la experimentación individual y la creación de novedad en el mundo. Es una infraestructura clave para el desarrollo personal, como consumidor o emprendedor, a gran escala.

Lo que a la postre supone una renovación de las posiciones liberales sobre el mercado genera entusiasmo, ya que contrasta radicalmente con la percepción, a menudo negativa, de la planificación centralizada; esta última es vista como una estructura opaca y restrictiva que limita la experimentación individual y lúdica con la vida, las relaciones interpersonales y el sentido de comunidad. Puede parecer una discusión demasiado abstracta y teórica, pero es crucial que las fuerzas progresistas conciban y comuniquen un proyecto igual de vibrante y coherente para escapar de la posición defensivas. De lo contrario triunfarán las fuerzas reaccionarias.

También debemos abordar la cuestión de qué infraestructuras son necesarias para sostener dicho proyecto. No es suficiente aferrarse a instituciones del pasado, como el Estado de bienestar en el Reino Unido o el sistema de seguridad social instaurado por Bismarck en Alemania, y defenderlas como mecanismos que facilitan el desarrollo individual, por ejemplo, a través de pensiones, merecidas tras décadas de trabajo. Aunque necesarios en la lucha contra la privatización y otros desafíos, estos discursos deben formar parte de un esfuerzo más amplio y profundo para desbloquear los elementos emancipatorios de la postmodernidad que el mercado no logra satisfacer. 

Creo que es la primera vez que te escucho sugerir que debemos abrazar la postmodernidad. ¿Cómo se contrapone esta posición a los debates contemporáneos que tratan de recuperar la idea del comunismo mediante mecanismos cibernéticos?
Algunas discusiones existentes en España, aunque pueden parecer especializadas o de nicho, incluyen temas como el cibercomunismo y sugieren que el gran desafío de las infraestructuras digitales consiste en actualizar el concepto de planificación central, pero añadiendo una capa adicional de sofisticación proporcionada por la inteligencia artificial y el Big Data. Me parece que esta perspectiva revela ciertas limitaciones intelectuales en la izquierda, que no ha logrado una introspección profunda ni ha formulado una respuesta clara sobre cómo su visión de las infraestructuras, tanto política como institucional, puede cumplir con las promesas de la posmodernidad de una manera tan efectiva como lo es el mercado para los neoliberales.

Debemos articular, implementar y materializar esta visión para erigir nuevas instituciones enfocadas a la coordinación social y a la creación de modelos de economía solidaria que después se puedan diversificar y expandir hacia cada esfera humana. Puede que descubramos que la respuesta socialista al entusiasmo neoliberal por el mercado como fuente de liberación postmoderna reside en la cultura. En esta línea, diversas prácticas sociales, hábitos, estilos de vida y formas de coexistencia, desde vivir en una casa ocupada hasta participar en foros de debate públicos, pueden ser reconocidas como innovaciones valiosas que merecen ser promovidas, compartidas y potenciadas de manera similar a como lo hace el mercado cuando comercializa sus productos o servicios.

Puede que la respuesta socialista al entusiasmo neoliberal por el mercado como fuente de liberación postmoderna resida en la cultura, diversas prácticas sociales, hábitos, estilos de vida y formas de coexistencia

Simplemente estoy explorando ideas, pero para mí es evidente que sin un proyecto político más amplio y convincente, reflexionar sobre infraestructuras digitales carece de utilidad práctica. Se corre el riesgo de reinventar estructuras que defienden un modelo ya superado por el neoliberalismo. Insisto, creo que la solución no radica únicamente en seguir la estrategia gramsciana tradicional de infiltrarse en las instituciones y conquistar ámbitos como las universidades y los medios de comunicación porque seguiremos sin haber desplegado una agenda política clara. Y no veo a ningún think tank o fundación política progresista trabajando seriamente o siquiera preocupada por esta problemática: entender la sensibilidad postmoderna para trascender al mercado. Sin un programa político sólido que guíe las conquistas políticas de las instituciones para producir un sujeto postmoderno terminaremos con una estrategia defensiva contra el neoliberalismo, que, aunque útil para frenar su avance, ofrece soluciones temporales difíciles de mantener a largo plazo y promueve la desafección política.

En la New Left Review también has escrito sobre cómo salir de la dicotomía entre plan y mercado para ofrecer una mirada alternativa sobre el socialismo digital, y en A Sense of Rebellion te refieres de manera explícita a la división entre lo material y lo espiritual, la necesidad y la libertad, el trabajo y el juego. Hablas abiertamente del deseo como un espacio de disputa político.
El eterno debate entre socialistas y neoliberales giraba en torno a las mejores maneras de satisfacer nuestras necesidades básicas. Arraigado en el dilema del cálculo socialista del siglo XIX, se trataba determinar cuál de los dos sistemas podría cumplir de manera más eficaz con los imperativos objetivos y físicos de la población, ya fueran estos dormir, comer, procrear o cualquier otro elemento que forme parte de la pirámide de Maslow. Entre 1930 y 1980, especialmente tras capitalizar la cultura del movimiento de mayo de 1968, los liberales lograron situar el mercado como un mecanismo para descubrir y cumplir con nuestros deseos más profundos. 

La visión de Friedrich Hayek transformó nuestra percepción del mercado y la competencia, situándolos como medios de acceso y distribución, pero también como un procedimiento para el descubrimiento de lo novedoso, lo original y lo genuino. Argumentó que el mercado sirve para ofrecer opciones que trascienden a las meras necesidades básicas, permitiéndonos inventar nuevas prácticas y dar forma tangible a nuestros impulsos y deseos para después compartirlos con la sociedad. 

El desafío para los socialistas es construir instituciones sostenibles a gran escala que permitan el deseo, la flexibilidad, la ambigüedad, el juego y la creatividad propia del individuo postmoderno

Hayek y el resto de teóricos neoliberales señalaban que la planificación central o cualquier alternativa estatal sería ineficiente, una visión cuestionada durante la Guerra Fría y aún más discutible a día de hoy, pues asume que el mercado es la única infraestructura capaz de satisfacer tanto nuestras necesidades como nuestras libertades. El problema radica en que, como decía, nadie en la izquierda está persiguiendo activamente la creación de instituciones alternativas capaces de satisfacer las realidades materiales básicas, pero sobre todo la exploración y posterior realización de nuestros deseos.

Este es el desafío que le planteo a la izquierda, a los socialistas de todas las corrientes: ¿cómo podemos construir instituciones sostenibles a gran escala que nos permitan, de alguna manera, buscar el deseo, algo que tiene que ver con la flexibilidad, la ambigüedad, el juego y la creatividad propia del individuo postmoderno? Estas no son cualidades negativas; al contrario, son atributos que deberíamos defender en lugar de rechazar. El problema es que la ideología neoliberal ha dominado este terreno, colocando el mercado como una solución universal y la figura del emprendedor como el ideal a alcanzar.

Existe una enorme reticencia en la izquierda a asumir el concepto de emprendimiento.
La respuesta de la izquierda no debería ser denigrar la idea del emprendimiento o las capacidades creativas e innovadoras de cada persona. ¿Por qué aspirar a la homogeneización de la producción o a la estandarización de la actividad humana? Convertir a las personas en trabajadores con uniforme y horarios rígidos no es la única opción en una sociedad deseable y distinta a la capitalista. Con esta exageración busco ilustrar que la solución no es reprimir la creatividad ni la flexibilidad, ni mucho menos culparnos por reivindicar estos valores.

El individuo postmoderno es inventivo, innovador y creativo. Necesitamos instituciones que permitan explorar y expresar esos impulsos de manera socialmente constructiva, en contraposición a las dinámicas destructivas del mercado

En realidad, la figura del emprendedor resuena profundamente con la naturaleza del individuo postmoderno: inventivo, innovador, creativo, alguien que da forma tangible a sus deseos y aspiraciones. Necesitamos instituciones que permitan a las personas explorar y expresar esos impulsos de manera socialmente constructiva y productiva, en contraposición a las dinámicas a menudo destructivas propiciadas por el mercado, para intervenir sobre nuestros deseos más profundos. Siento hablar de Spinoza en este coloquio de mediodía.

¿El debate inaugurado por el crédito social chino, un mecanismo de coordinación social similar al que describes, por muchas críticas que podamos hacer sobre su carácter autoritario, ilustraría ese tipo de instituciones, si se quiere postmodernas, que debemos construir en oposición al mercado? En algunas ciudades italianas como Bolonia llevan una década utilizando sistemas tecnológicos para facilitar la movilidad sostenible o en la actualidad carteras ciudadanas para promover un estilo de vida ecologista.
Solo por aclarar una cuestión, no creo que estuviera diciendo que necesitamos construir instituciones para generar y producir actividades novedosas como tal. Creo que podemos encontrar esa subjetividad en nosotros mismos. Se trata de una sensibilidad postmoderna que, de momento, el mercado está interpretando y materializando de manera más efectiva. Por lo tanto, no estoy sugiriendo que necesitemos adoptar el enfoque de la Unión Soviética en la década de 1920 como respuesta al neoliberalismo, es decir, la construcción de un nuevo hombre soviético y el desarrollo de una nueva subjetividad soviética que acompañe a la praxis socialista. Pero es cierto que resulta interesante observar lo que China, en cierta medida, está intentando con su sistema de crédito social, el cual también aborda, en parte, la problemática del cambio climático.

Es un mecanismo que fomenta la retroalimentación de los ciudadanos, y lo hace en base a sus comportamientos, una función similar a la que cumple el mercado. Si intentas vender tu coche a un precio y alguien lo compra de inmediato o no lo compra a un precio más elevado, recibes una señal de mercado sobre qué necesitas ajustar en tu comportamiento para llevar a cabo dicha actividad mercantil con éxito. Según Hayek, el mercado es un sistema para generar retroalimentación y determinar qué comportamientos son aceptados en la sociedad y cuáles son sancionados. El sistema de crédito social, aunque ha sido ampliamente demonizado en los medios occidentales, en esencia realiza esta misma función, ¿no es así?

Es cierto que en China se sostiene sobre una estructura bastante jerárquica, por decirlo de alguna manera, que además responde a la estrategia del gobierno central. Estás sujeto a penalizaciones que pueden resultar en la imposibilidad de obtener un préstamo o acceso al crédito. Pero se podría concebir un sistema similar, no solo para forjar el nuevo hombre soviético al que aspiraba la visión soviética, sino para facilitar el surgimiento del nuevo hombre climático. El diseño institucional priorizaría y recompensaría comportamientos amigables con el clima o la solidaridad de clase, mientras que sancionaría otros. Esto podría interpretarse como parte de un enfoque tecnocrático o un experimento en ingeniería social, pero, hasta cierto punto, resulta mucho más pragmático que lo imaginado por la mayoría de los socialistas.

Digamos que el sueño socialista presupone que, tras instaurarse la sociedad de clase, de repente todo el mundo se sentirá guiada por la solidaridad y estará dispuesta a hacer sacrificios. Hablando desde mi experiencia, a pesar de ser muy joven [nació en 1984], nunca observé tal nivel de solidaridad en los últimos años de la Unión Soviética. Esto no significa que la solidaridad no pueda surgir de manera orgánica de abajo hacia arriba, de hecho, esa es una de las potencias de las infraestructuras digitales: permiten experimentar con sistemas de retroalimentación distintos al mercado, radicalmente democráticos.

Pensamiento
Morozov en Madrid Un intelectual bielorruso para revivir a los movimientos antisistémicos

Evgeny Morozov ha logrado anticiparse a algunas de sus tendencias para arrojar análisis certeros que deben comenzar a permear hasta las agendas de los movimientos sociales para ser llevadas después a la acción política

La estrategia política de la izquierda

En el intercambio de preguntas con el público, surgen algunas cuestiones relacionadas con las alternativas sociales y políticas en comunidades que entienden la reproducción fuera de los circuitos mercantiles capitalistas del Norte global, pero también sobre la inteligencia artificial, que recojo junto al resto de mis preguntas para facilitar el tránsito por el pensamiento de Evgeny.

Existen esfuerzos, como los planes verdes, para intentar realizar ese sujeto climático, pero no ocurre lo mismo en el ámbito tecnológico. ¿Cuál debe ser el rol de los Estados a la hora de fomentar proyectos que permitan escalar las iniciativas individuales?
Respecto al tema climático, mi enfoque no es necesariamente optimista, ni sugiere que mi visión esté desconectada o no alineada con los esfuerzos para el decrecimiento. Pero creo que la razón por la cual Europa ha logrado mayores avances en la descarbonización, en comparación con la construcción de infraestructuras digitales, radica en la claridad y facilidad para articular un proyecto político industrial. Esto permite simplificar objetivos y establecer programas masivos de financiamiento y subvenciones para llevarlos a cabo. Aunque el debate sobre el destino de estos fondos y su correcta utilización es pertinente, en el caso de las infraestructuras públicas digitales carecemos de un consenso similar al existente, aunque fragmentado, en temas climáticos.

También hay una falta de entendimiento, especialmente entre las fuerzas progresistas, sobre qué forma debería adquirir esta infraestructura digital. Sin una definición clara, es improbable lograr un avance significativo en materia de digitalización similar a los esfuerzos de descarbonización. Por ejemplo, planificar el gasto de 50.000 millones de euros para 2030 con el objetivo de desarrollar tecnologías inteligentes. Esta visión es esencial para mantener nuestra autonomía frente a entidades como OpenAI y Microsoft, que, según distintos medios, están invirtiendo sumas cercanas a los 100.000 millones deuros en el desarrollo de chips. Asegurar la soberanía no es un esfuerzo menor y requiere una estrategia financiera considerable.

Señalabas antes que la izquierda carecía de un proyecto emancipador, en abstracto. Me gustaría volver al tipo de debate intelectual existente que ha producido esa ausencia y al rol que ha jugado el marxismo occidental en todo ello.
No tener un proyecto es, en sí mismo, un proyecto. Solo que un proyecto deficiente. Desafortunadamente, esa es la posición en la que se encuentra gran parte de la izquierda actualmente. Se podría argumentar que esto es abstracto, pero en cierto modo el proyecto de la derecha también lo es. Y no hablo solo de la extrema derecha, que focaliza su ataque en los inmigrantes, sino también de los liberales. Lamentablemente, ellos son la fuerza hegemónica, incluso para las facciones de extrema derecha. Es su visión del mercado la que determina las acciones del resto de fuerzas políticas.

Aquellos postulados que parecen más concretos, por ejemplo al afirmar que la construcción y defensa del estado de bienestar es suficiente, o proponer la creación de un sistema de planificación central vinculado al Big Data para la asignación de recursos, en realidad también son abstractos a pesar de su aparente concreción. Proponen que la satisfacción de las necesidades debe ser nuestra principal preocupación, sin dedicar el tiempo suficiente a considerar cómo se satisfacen nuestros deseos. Básicamente, lo que intento expresar es que, como Keynes mencionó alguna vez, detrás de cada idea, de cada decisión, probablemente detrás de cada pensamiento, yace la influencia de algún economista muerto cuya teoría, si se indaga lo suficiente, ha moldeado esos conceptos.

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El intelectual italo-bielorruso Evgeny Morozov durante su charla en el edificio de La Bolsa, en el Caso Viejo bilbaíno Ekaitz Cancela

De manera similar, las discusiones que mantenemos, muchas veces filosóficas, abarcan temas tan tangibles y específicos como el estado de bienestar o la planificación central, pero están imbuidas en profundos posicionamientos filosóficos. En el fondo, estas discusiones ofrecen respuestas a la pregunta fundamental de qué significa el ser humano. Estudiando la corriente clásica marxista, desde sus orígenes en Karl Marx, encontramos que, especialmente en sus etapas más tardías, proporciona una visión bastante limitada. Este autor nos indica que, bajo el socialismo, contaríamos con un sistema productivo tecnológicamente superior y más eficiente que el capitalismo. Ello se asentaría sobre una estructura de clases distinta y la ausencia de la propiedad privada, que funcionaría como un obstáculo para el progreso tecnológico.

Marx propone utilizar estos desarrollos para cubrir las necesidades básicas, asegurando que cada persona, por ejemplo, tenga acceso a los alimentos o, como decía antes, garantizar la pirámide de Maslow. El resto de las esferas ajenas a la necesidad se quedan sin teorizar. Y con ello me refiero a la creación de algún tipo de cuerpo deliberativo que vaya más allá de la organización de la producción en el espacio de trabajo. El sistema de pensamiento marxista asume la existencia de una sociedad donde las personas trabajan en fábricas de 9 de la mañana a 5 de la tarde e intervienen políticamente con sus aportes sobre una sociedad sin clases. Pero este enfoque se centra únicamente en temas como la reproducción social o la formación del Estado, y la producción parece reducirse a lo que hacemos durante esas 8 horas.

Creo que debemos entender la fuente de poder de Silicon Valley, cuyas empresas han comprendido que la producción no se detiene a las 5 de la tarde, sino que estamos produciendo valor constantemente, con cada actividad cotidiana, un valor que es capturado a través de los dispositivos que llevamos en el bolsillo. Estas empresas han reconocido que la distinción entre vida y trabajo, tan arraigada en el pensamiento tradicional de la izquierda, es artificial. Además han sabido monetizar eficazmente esta realidad. Quizá necesitemos un programa político y filosófico que reconozca los errores fundamentales en nuestra conceptualización original de Marx, y tal vez podría replantearse la idea de una sociedad utópica e ideal basada, efectivamente, en la no distinción entre vida y trabajo.

Silicon Valley ha entendido que la producción no se detiene a las 5 de la tarde, producimos valor constantemente. La utopía socialista debe entender que la distinción entre vida y trabajo es artificial

Deberíamos pensar en la creación de un sistema socioeconómico que refleje nuestra esencia, uno que no consista simplemente en realizar tareas monótonas durante ocho horas al día para después alcanzar la liberación. La idea de Marcuse de incorporar el juego en el entorno laboral, las fábricas, intentando difuminar las líneas entre trabajo y recreación en los años 60, camina en la dirección correcta, pero no creo que sea la solución definitiva a nuestros retos actuales. Es esencial encontrar un nuevo enfoque.

Entiendo que en contextos donde la industrialización sigue siendo un motor económico vital, como en China y la India, las conversaciones al respecto puedan ser distintas. Sin embargo, en Europa, nuestras instituciones, el estado de bienestar y nuestro sistema industrial se han edificado sobre los cimientos del imperialismo, que datan de varios siglos atrás. Muchos de los logros que celebramos, incluida la salud y la educación, están íntimamente ligados a un profundo legado colonial que rara vez se examina. Debemos abrir esta “caja de Pandora” y enfrentarnos a nuestra historia. Pero no creo que tengamos que hacerlo utilizando teorías y enfoques tan abstractos y atados a la visión de la vida como era en 1850 y 1860, sino no como es en 2024.

Las aportaciones feministas y ecologistas de algunos países del Sur global, como la autoorganización de redes de cuidados en México o las iniciativas de permacultura a escala local o regional, contribuyen a imaginar alternativas al sistema dominante. ¿Cómo encajan en tu propuesta alternativa?
En cuanto a la situación en países como México y Brasil, lo que puedo decir es que el panorama no es alentador, aunque hay resistencias interesantes a los gigantes digitales dentro de los movimientos sociales. Mis visitas recientes a América Latina me hicieron ver que estos esfuerzos son importantes para contrarrestar las dinámicas de trabajo precarizado impulsadas por las plataformas digitales. Pero, aunque se están desarrollando enfoques novedosos y adaptando servicios existentes de manera creativa, las iniciativas políticas suelen ser episódicas y carecen de una visión unificadora que permita cierta potencia en la acción. A diferencia del movimiento obrero de los siglos XIX y XX, que logró articular una agenda política compartida a pesar de sus múltiples frentes, la oposición actual a las Big Tech carece de cohesión suficiente. Este problema se debe más en una crisis de pensamiento en la izquierda que en nuestra capacidad para comprender el mundo digital.

Parto de la base de que vivimos bajo un sistema hegemónico, y que ese sistema es el mercado, diseñado para organizar nuestro consumo, producción, reproducción colectiva y todo lo demás. En general, las campañas individuales, incluidas las de las feministas, los ecologistas y muchos otros grupos, alertan sobre esa dinámica. Cuestionan partes del sistema, y pueden idear prácticas alternativas para, usando el lenguaje de antaño, desvincularnos del capitalismo. Ahora bien, no plantean una desvinculación completa. Necesitamos construir un sistema alternativo postsocialista para, de alguna manera, dar respuesta a todas esas prácticas de la vida cotidiana que el mercado institucionaliza. Tener el espacio suficiente como para reconfigurarlo de manera que satisfaga los valores, las necesidades y las creencias de una comunidad política y social en particular. Pero el sistema alternativo tiene que estar ahí, y debe ser teorizado.

De lo contrario, estaremos creando espacios de escapismo y utopía, como en los años 60 y 70, por ejemplo, con la contracultura hippie en las comunas o las experiencias de los países que iniciaban sus procesos de liberación nacional y descolonización en el Sur global. Se pueden crear esos lugares comunes de resistencia, y si son lo suficientemente ricos y tolerantes, incluso crear nuevas formas de vida que duren varias décadas, pero esa estrategia no tienen capacidad para ser escalada. No podemos pensar en las alternativas como si se tratara de una feria, con distintos proyectos yuxtapuestos al mercado y presentados como un sistema equivalente para ofrecer prácticamente lo mismo. Todavía tenemos que resolver el gran rompecabezas de cómo crear una alternativa, ponerla en marcha, y luego entender cómo conciliarla con todas las luchas radicales por las identidades colectivas e individuales que están en curso y que deben continuar.

¿Por qué es tan complicado para los países desplegar propuestas tecnológicas cohesionadas distintas a las que ofrecen las empresas de Silicon Valley?
Llevo 15 años hablando sobre políticas digitales con personas que participan de las grandes batallas de nuestro tiempo, que trabajan sobre el terreno, pero también con políticos, ministros o presidentes de distintos países. En muchos casos falta una visión del mundo tecnológico como un sistema complejo. Muchas de las cuestiones relacionadas con el cambio climático, los derivados o los mercados financieros se relacionan con la dimensión digital, y las empresas de Silicon Valley han logrado acumular una enorme reserva de legitimidad porque ofrecen servicios gratuitos, formas de sobrevivir a los resultados y las consecuencias del liberalismo y la privatización. Determinar qué es un problema y qué es una solución también forma parte de lo político. Y pasar de la abstracción a la práctica también lo es. Por eso los capitalistas están ganando la batalla.

Ayer estaba en el metro en París, y a mi lado estaba sentada una chica joven, de unos 12 años. Hacía sus deberes a mano, escribiendo en un trozo de papel con su bolígrafo. En la otra mano, sostenía uno móvil con ChatGPT. Le hacía preguntas sobre cómo rellenar sus deberes y terminaba resolviéndolos. Este hecho simbólico me hizo entender que en la actualidad, cuando nos enfrentamos a un problema, cada vez más recurrimos a ChatGPT para pedirle que nos ayude a resolverlo en la cantidad limitada de tiempo que tenemos. Eso genera un cierto vínculo emocional entre nosotros y las empresas que los políticos no necesariamente quieren problematizar porque simplemente no saben cómo van a reaccionar nuestras empresas o los consumidores de sus servicios si fueran eliminados de un plumazo. Siento sonar como alguien que cree en los intelectuales o en el idealismo, pero existe un enorme trabajo intermedio los académicos, sociólogos, periodistas, intelectuales que deberíamos hacer para intentar dibujar una estrategia de ruptura.

No podemos interactuar con la tecnología y la inteligencia artificial de manera diferente porque faltan instituciones o infraestructuras para una sociedad que no sea capitalista y neoliberal. Eso solo es posible cuando la innovación tiene lugar de manera descentralizada

Se ha hablado mucho sobre la moratoria al uso de la inteligencia artificial, pero quizá fuera mejor, como he planteado anteriormente, empezar a hablar de una moratoria sobre el uso de ciertos clichés relacionados con la forma en que hablamos de la digitalización, la inteligencia artificial, la innovación o Silicon Valley. ¿Cómo puede cualquier periodista en 2024 salirse con la suya usando permanentemente la metáfora del ciberespacio? He estado en muchos países, tengo en mi pasaporte spams de las visitas a todo ellos que no tienen un sello en el ciberespacio. ¿Qué es el ciberespacio? ¿Alguien ha estado alguna vez allí? No existe una respuesta, pero esa metáfora sigue estructurando cómo pensamos la gobernanza, la soberanía o el control de las plataformas digitales.

De nuevo, puede parecer una posición trivial e idealista, pero el debate está nublado por la abstracción y mistificación, lo que permite a los gigantes tecnológicos enmarcar todos los debates desde su perspectiva. Tenemos que elevar el costo de producción de bullshit en la esfera pública sobre estos temas y construir los puentes necesarios para conectar la tecnología con la política, la economía, la geopolítica, las cuestiones de dependencia y otros aspectos de la vida. No sé si seremos capaces de movilizar a la gente en torno a ese proyecto alternativo porque incluso estamos fracasando en las cuestiones mucho más inmediatas y aprehensibles, como el clima, pero deberíamos crear cierta conciencia de que la tecnología no son solo metáforas oscuras relacionadas con el ciberespacio y la aldea global, sino que estamos hablando de relaciones económicas de poder y control donde los países son dependientes de la infraestructura extranjera vital para una vida en sociedad. 

¿Sería deseable limitar los avances recientes en inteligencia artificial o crees que pueden ser movilizados para diseñar un mundo no capitalista?
Esta dicotomía limita nuestra capacidad para perseguir nuestros propios sueños y proyectos políticos. Pensar en la capacidad que tenemos para avanzar en el ámbito de la inteligencia artificial, vista por algunos como la nueva iglesia por la que todos debemos pasar para innovar o crear, es concederle demasiado terreno a la industria tecnológica que, de algún modo, se posiciona fuera del mercado, como si se tratara de una entidad aparte. Sin embargo, al considerar el asunto desde la óptica que propongo, el dilema que señalas no es único ni exclusivo de la IA o de la tecnología en general.

Por ejemplo, si descubro una nueva manera de lavar los platos y quiero compartir esa idea a gran escala de manera sostenible, especialmente si requiere cierto conocimiento técnico, la ruta convencional en el sistema capitalista es trazar un plan para lanzar una startup, es decir, buscar financiación de los fondos de capital de riesgo y desarrollar un modelo de negocio exitoso basada en la mercantilización de los datos. Esta es por defecto la manera de institucionalizar la innovación en nuestra sociedad: individuos que idean soluciones novedosas e interactúan con el mercado y, si la respuesta de este es positiva, las innovaciones se difunden ampliamente.

La razón por la cual no podemos interactuar con la tecnología y la inteligencia artificial de manera diferente se debe a la falta de instituciones, estructuras o infraestructuras para una sociedad que no sea capitalista y neoliberal, es decir, que el mercado no sea la única institución existente en la modernidad. Y eso solo es posible cuando la innovación tiene lugar de manera descentralizada. Solemos hablar de la innovación como algo que solo pueden llevar a cabo las empresas o los gigantes tecnológicos, pero las personas normales, los ciudadanos, crean e inventan cosas de manera constante en su vida diaria.

El socialismo significa darle a todo el mundo la oportunidad de aprovechar al máximo su vida y talento de tal manera que el poder –manifestada en las relaciones de clase, raciales, patriarcales o el legado colonial– no se interponga en su camino

En el 99 % de los casos, estas invenciones nunca salen a la luz, permanecen el interior de nuestras mentes, y eso ocurre porque la única forma de llevarlas a cabo es bajo las condiciones actuales que impone el capitalismo: asumir riesgos a nivel individual, crear una startup, reunir capital y convertirse en un emprendedor. Para encontrar una solución viable a cualquier problema, el capital determina que debes aprender a programar o, en el mejor de los casos en el mundo actual, aprender a escribir comandos para ChatGPT, que luego programará por ti. Así es como se institucionaliza la innovación en el mundo en el que vivimos ahora.

Ciertamente, puedo concebir una variedad de instituciones más allá del mercado que nos permitirían expresar nuestro ingenio de manera verdaderamente genuina y después materializar estos impulsos creativos en productos tangibles, infraestructuras y realidades concretas. Para que esto suceda, dichas instituciones necesitarían contar con los recursos adecuados y tener la capacidad de expandir sus innovaciones. Para los neoliberales, esta es precisamente la ventaja que ofrece el mercado: no solo facilita la innovación, sino que permite que se empaquete y se difunda globalmente. Existe un mecanismo para formalizar este proceso, conocido como sistema de precios. no es el único sistema posible, pero hasta ahora es el único que ha logrado institucionalizar la actividad humana de la manera más efectiva.

Para mí es evidente que si no exploramos y experimentamos con otros sistemas nos resignaremos a permanecer en el estancamiento actual a la hora de pensar en alternativas.  El objetivo organizativo y método del modernismo de mercado puede ser sustituido. Ahora bien, la planificación central no ofrece una solución definitiva. La inventiva y la creatividad, elementos esenciales de la vida cotidiana, no pueden ser simplemente legisladas, aunque la planificación central puede ser extremadamente útil para garantizar necesidades básicas como el derecho a una alimentación adecuada y a un techo. Pero la planificación debe apoyar también la expresión de nuestro impulso innovador, algo que debería ser promovido en lugar de reprimido. Si deseamos superar las limitaciones impuestas por el mercado, además, será imprescindible desarrollar instituciones alternativas.

Tecnología
Los nuevos ropajes del capitalismo (Parte I)

Evgeny Morozov realiza en este texto, publicado en dos entregas, una extensa e implacable crítica del libro de Shoshana Zuboff Surveillance Capitalism, el intento más reciente por conceptualizar el régimen social imperante. El intelectual bielorruso exige fijarse en las lógicas del capitalismo más que en las de la vigilancia.

Tecnología
Los nuevos ropajes del capitalismo (Parte II)

En esta segunda entrega de la crítica del libro de Shoshana Zuboff The Age of Surveillance Capitalism, Evgeny Morozov también salda cuentas con Toni Negri y las concepciones de los autonomistas italianos sobre el tecnocapitalismo.

Hacia una nueva definición de socialismo
Por último, [señala Evgeny Morozov hacia el final de su intervención pública] permítanme hablar también de las limitaciones que tiene enmarcar el debate bajo el prisma de la economía, independientemente de si nos inclinamos por los polos de desarrollo o decrecimiento que tiene este debate. Aquí es donde creo que sería útil mantener un debate mucho más amplio sobre lo que significan el socialismo y el comunismo hoy en día. Yo tengo una definición muy idiosincrásica de ambos, que se centra en darle a todo el mundo la oportunidad de aprovechar al máximo sus vidas y talentos de tal manera que el poder –tal y como se manifiesta en las relaciones de clase, raciales, patriarcales o el legado colonial, por poner algunos ejemplos– no se interponga en nuestro camino. Esta búsqueda del devenir no puede, por supuesto, ser solo la de los individuos. De lo contrario, acabaríamos asumiendo la utopía neoliberal, que abraza la existencia de emprendedores y consumidores que solo se relacionan en el mercado.

Me refiero más bien al devenir colectivo, uno en el que operamos dentro de las limitaciones que nos impone la presencia de otras personas y grupos sociales. Ahora bien, si ese es nuestro objetivo –asegurarnos de que todos podemos sacar el máximo partido de nuestras vidas y, por tanto, hacerlo como miembros de una asociación colectiva, y no sólo de individuos–, entonces, la tecnología puede hacer mucho para ayudarnos. Obviamente, es siempre una forma de dominar y descubrir nuevas prácticas sociales –lo que podríamos llamar innovación social– y de extenderlas hacia todos los confines de la vida, así como de coordinar nuestra convivencia en este sistema.

Puede que a estas alturas se hayan dado cuenta de que, en cierto modo, esto es también lo que promete el mercado: permite a individuos y grupos inventar cosas, empaquetarlas y luego recaudar los fondos necesarios para expandir sus inventos y difundirlos por todo el planeta. Este sistema de mercado conlleva muchos costes y debemos ser conscientes de ellos. Pero hemos de defender que no es el único sistema posible. Hay muchos otros mecanismos a través de los cuales coordinamos y propagamos la retroalimentación (el feedback) en la sociedad. Sin duda, la tecnología puede ayudar a inventar, ampliar e institucionalizar muchos otros mecanismos de coordinación social mejor que el mercado.

Al fin y al cabo, uno de los principales argumentos que los neoliberales movilizaron contra el socialismo es que no innovaba lo suficiente. Con el socialismo y el comunismo del pasado, ambos orientados únicamente a la satisfacción de las necesidades mediante un sistema de planificación central, esta crítica tenía cierto sentido. Pero con otro tipo de socialismo, más centrado en ampliar nuestros deseos subjetivos (y no solo en satisfacer necesidades objetivas), así como en ayudarnos a desarrollar nuevas habilidades y formas de entender del mundo, las tornas pueden cambiar: bajo el nuevo socialismo, quedará de manifiesto que el capitalismo es un sistema realmente poco innovador. En este tipo de sistema alternativo, la tecnología desempeñará un papel central, pero no como mera facilitadora de la planificación, como predican los planteamientos del cibercomunismo.

Ese es, en definitiva, el mensaje que me gustaría transmitirles esta tarde: la razón por la que la izquierda no sabe lo que puede hacer con la tecnología es sobre todo porque no tiene una visión política atractiva sobre cómo reinventar el socialismo y librarlo de muchos prejuicios cientificistas y modernistas de su paquete original, diseñado en el siglo XIX. El problema no es la tecnología, sino la falta de rigor intelectual y de imaginación creativa. Pero podemos solucionarlo, siempre y cuando nos demos cuenta de que la propia izquierda debe ser menos algorítmica y aprender a reinventarse a sí misma y también su pensamiento. Muchas gracias.
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