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Andalucía
¡Lola, por Dios! A cien años de La Faraona
Investigadora en el Instituto de Migraciones de la UGR.
Integrante del colectivo Antroposures.
“Siempre digo que nadie podrá conmigo ni me podrá cambiar ni hará nada conmigo por mucha fuerza que le echen, por mucha maldad o por mucha buenaventura como Dios tiene conmigo. Dios tiene todo el poder conmigo por eso digo que soy de otro planeta, no es que sea de otro planeta, soy del planeta tierra, pero con una luz especial” Decía la de Jerez convencida, mientras se movía al borde de un acantilado.
Lola, la Lola. La de los ojos abiertos, la de la fuerza de Chernóbil. Quien todo lo puede hacer, con método.
Vendría al mundo un 21 de enero para fecundar el arte jerezano y de ahí, de Jerez, al mundo. Jerez-Sevilla-Madrid-América-Marbella y donde tú quieras, Lola. La acusaron de no saber cantar, no saber bailar, pero “no había que perdérsela”, decía el New York Times, pero ¿qué sabrán “esos”?. Y es que claro, cuando eres tan genuina que solo a ti se te ocurre enseñarnos que el brillo de los ojos no se opera, eclipsas y por ende, se generan sombras.
Lola formó parte de una generación de de batadecoleras, de manos grandes y caderas firmes. De aspas de molino como Rocío Jurado, “la piedra dura de Chiclana", que tuvieron un calado indudable en venideras como María Jiménez, Lole Montoya o Remedios Amaya. Una encarnación de lo femenino-flamenco que partía las aristas del molde canónigo. Grandes, de voz grande, de ala ancha y centros de su remolino. Domadoras de mitos, poniendo orden en la arqueología de nuestro conocimiento. Diluyendo clichés y sentando cátedra.
De ojos icónicos. Intelectuales empedernidas, cabezas de las economías familiares, pero construidas desde lo foráneo como “las folclóricas”, cuando realmente fueron “las folclorizadas” y es que el arte tiene género pero además tiene cuerpo y tiene un cuerpo muy delimitado. La perspectiva analítica desde la que se describen bailes como el ballet, interpretados como de máxima técnica y entrega o el propio baile flamenco que acompaña un espectáculo, dista mucho a la interpretación que se ha hecho de mujeres cuyo propio ser era el espectáculo, porque, de igual modo, han sido espectacularizadas. Debord habla de una sociedad del espectáculo en la que son los capitales los que dialogan y no las conversaciones genuinas entre la gente. El halo de informalidad, de irracionalidad, de espectáculo de gradas que se ha construido entorno a ellas, no siempre ha tenido en cuenta el trabajo, la técnica, la excelencia, la disciplina que engendran. Paco de Lucía dijo una vez que practicaba trece horas al día con su guitarra, pero que decían que él lo que tenía era “duende”. Y esta misma interpretación reduccionista, natural, despojada de sacrificio y retos, se ha aplicado a estas trabajadoras del arte, vistas a su vez como un problema. Cuando no puedes encogerte, cuando no puedes representar otra cosa que lo grande, lo espacioso, lo ancho, no hay posibilidad de que te acoten. No es casual que hablemos de La Faraona o La Más Grande. Pero sigamos un poquito más en este análisis sobre lo grande. En las mujeres lo grande se asocia a lo rudo, lo basto, lo tosco, lo masculino, lo que no nos corresponde, lo que no es nuestro. Tener unas piernas grandes, grandes voces graves, el cabello grande, los ojos grandes, las manos grandes, los pies grandes, se ha construido en torno a las mujeres como un problema. Esto desafía a la mitificación de la femme-enfant. La femme enfant es una figura del surrealismo creada por Bretón en su obra Nadja, donde amor, mujer y locura son el mismo ente. Así, la femme enfant (eterna niña) es bella, joven, enigmática, inocente y con capacidad de sorpresa, a la vez que vagabunda y extravagante. La femme enfant posee un talento que lidia entre la excelencia y la locura. Y por supuesto tiene una relación de dependencia con su superiores. Depende del escenario: coreógrafos, directores, parejas, pintores de musas o en definitiva “creadores”. Y de todas las características de la femme enfant, la central sería la locura. A la femme enfant le prosigue la “mujer esfinge” que incluye la irracionalidad femenina en un mundo racionalmente masculino. Estos elementos vertebran la construcción de un mito sobre las folclóricas, reducidas a femme fatales, pues precisamente su poder es su condena Por eso, no se reconocen como obreras del arte, como jornaleras del volante, sino como seres toscos que por casualidad han estado ahí, pero sin ser la norma ni el raciocinio. En ningún momento se pusieron en el centro sus horarios laborales, sus estudios, sus dotes creativas o la creación de sus marcas o firmas o estilos propios. Más vistas como souvenirs que como profesionales.
Urge contar con ellas no para tratarlas como personajes históricos, porque son mujeres atemporales. Siguen siendo más necesarias que nunca. Necesitamos situar y saldar deudas compartidas con quienes comenzaron a reflexionar abierta y orgullosamente de temas esenciales para el sostén de la vida como:
-La empatía: “Si me queréis, irse” (Lola Flores)
-La perspectiva de género en el cante: “Me siento orgullosa de cantar temas que en boca de hombres nunca hubieran extrañado y que a las mujeres también nos suceden porque somos seres humanos” (Rocío Jurado)
-El empoderamiento/poderío: “Lucha, lucha, lucha” (Rocío Jurado)
-La agencia de decisión en los horarios laborales: “yo solo canto cuando me da la gana...y mi coño no canta aquí” (María Jiménez ante la petición de Juan de Borbón
-La crítica a reconocer el hacer solo en el espacio público: “No se puede decir que he vuelto, porque nunca me fui” (Lole Montoya)
-La autoreflexividad: ¿Quién maneja mi barca, quién? Que a la deriva me lleva, quién (Remedios Amaya)
No con el recuerdo, sino con la prosperidad que nos depara contar contigo, Lola y con todas las que son, valgan estas líneas allá donde estés para felicitarte.
Cien años no son nada cuando eres Lola Flores.