Ana Fernández: “La dispersión es como un socavón sin arreglar”

Ana Fernández Esparza (Iruñea, 1970), regenta, por relevo generacional, un pequeño comercio textil que su progenitora fundó junto con otra amiga en 1985. Su hermana mayor, Sara, murió en accidente de tráfico hace catorce años, cuando iba a visitar a un preso de ETA.

Ana Fernandez
Ione Arzoz Ana Fernández
12 mar 2018 06:44

Ana Fernández Esparza nació en 1970 en Iruñea. Estudió Imagen y Sonido en Andoain, y anduvo trasteando con la cámara pero no acabó de decantarse por el oficio. Madre, separada y autónoma, regenta, por relevo generacional, un pequeño comercio textil que su progenitora fundó junto con otra amiga en 1985. Su hermana mayor, Sara, murió en accidente de tráfico hace catorce años, cuando iba a visitar a un preso de ETA.

¿Amazon acabará con las tiendas pequeñas?
Mientras quede gente con ganas de resistir, creo que no.

¿Y tú cómo andas de resistencia?
Bien. La tengo muy interiorizada. En gran parte creo que es debido a que fui alumna de la Ikastola Municipal de Iruñea: el empeño de una generación de esta ciudad para que sus hijos pudieran estudiar en euskera en la red pública. A las familias les decían de todo: que aquellos métodos pedagógicos innovadores eran un fraude y que íbamos a ser unas fracasadas, pero fue una experiencia maravillosa. Me vienen a la cabeza debates colectivos entre profesoras, padres, madres y txikis; las clases en barracones, en la calle, en aulas de edificios a los que entrábamos después de que alguien forzara una cerradura... Ahora es igual.

¿Llevas un juego de ganzúas a mano?
Me refiero a que puedes ir por la vida sin enterarte demasiado o metiéndote en el barro hasta los sobacos. Yo soy más de las segundas.

¿Ahora también?
A principios de marzo del año pasado ya habían asesinado a 16 mujeres y, por alguna razón, hubo algo de gota que colma el vaso. Le di muchas vueltas y decidí cerrar la tienda el 8 de marzo todo el día con la ilusión de que al año siguiente se animaran más comercios. Lo hice con preocupación, porque no quería jorobar a las clientas, que algunas son mayores y venir les cuesta un esfuerzo, y porque no me va lo de significarme. Puse unas fotos de mujeres trabajando en el escaparate y un cartel en el que escribí a mano: “Por la mujer que lucha y por la que ya no puede luchar, por la que grita y por la que calla. Maite ditut eta konplize ditut denak”.

¿Y qué tal?
En los días siguientes me felicitaron varias personas, y alguna me dio un abrazo y todo. Ocho de cada diez clientas son mujeres. Muy variadas, pero mujeres.

¿Cómo de variadas?
Clásicas, lanzadas, discretas, locas, monjas, punkis, gente de orden, chavalas que diseñan complementos de ropa, jóvenes que están haciéndose un disfraz, abuelas que cosen ropa a los nietos... Por aquí pasa de todo. Ha sido así desde 1985, cuando se montó, cuando trabajaba mi hermana Sara y también ahora.

¿Cómo era Sara?
Seria, callada y tenaz. Solíamos discutir de política: yo con las tripas, ella con las ideas. Era alguien que apreciaba la libertad. Se fue de casa a los 18 años y no le importó pasarlo mal limpiando casas para ser independiente. Con 28 años volvió a la universidad, se licenció en Biología y empezó el doctorado. Estaba estudiando modelos para regenerar con flora autóctona los taludes que provocan las grandes obras, pero no pudo acabar sus investigaciones.

¿Qué ocurrió?
Fue el 29 de noviembre de 2003. Lo recuerdo porque era San Saturnino, que aquí es festivo. Iba a visitar a un amigo a la cárcel de Valdemoro. Entre ida y vuelta son casi mil kilómetros. Pasó por Gasteiz a recoger a Izaskun, una chica que tenía preso a su compañero en esa prisión madrileña. En Aranda de Duero se salieron de la calzada. Mi hermana murió y su acompañante estuvo cuatro días en coma. Yo entonces acababa de tener a mi segundo hijo y llevaba una vida muy estresante, entre el trabajo y la maternidad. Llegué la última a casa de mis padres. Me abrió la puerta mi aita. Nos miramos. Le abracé y me acuerdo que le dije: “Aita, ¿qué te han quitado?”.

¿Qué es la dispersión? 
Yo suelo decir que es como cuando hay un socavón en la calle que el Ayuntamiento tiene que arreglar, pero que pasan los años y ahí sigue. Se rompe un tobillo la primera abuelica y, bueno, mala suerte. Pero cuando ya hay dieciséis amonas que se han hecho un chandrío, ¿no es hora de hablar de responsables y de crímenes? He pensado muchas veces en por qué mi hermana no pudo ir dando un paseo desde su casa hasta la cárcel de Pamplona a ver a su amigo. Fue injusto ese castigo fabricado por el Estado. En mi familia hemos sufrido mucho y, además, son infiernos que se pasan en soledad: desde fuera te pueden ayudar hasta cierto punto. Sin embargo, a estas alturas, como dije en mis comparecencias del Ayuntamiento de Pamplona y del Gobierno de Navarra, y aunque creo que mi hermana fue asesinada por la dispersión, yo tengo la mano tendida.

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