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Punk
Manolo Kabezabolo: “Hay que aprender a creer en uno mismo, tirar para adelante aunque te pisen una y otra vez”
Aprovechando su reciente visita al Espacio Utopía (sala de conciertos y eventos de Valdencín, en el norte de Cáceres), Nuria Zurita entrevistó a Manolo Kabezabolo. Allí, el músico y cantante ofreció un concierto y presentó su documental Manolo Kabezabolo (Si todavía te kedan dientes es ke no estuviste ahí).
Tus canciones siempre han desafiado la normatividad no solo desde la música, sino también en el contenido: absurdo, crítica y humor. ¿Crees que esa mezcla ha sido una herramienta para enfrentar tus propios procesos emocionales y desafiar los prejuicios?
Lo has dicho perfectamente, esa mezcla es lo que me ha mantenido vivo. Desde mi primer ingreso en el psiquiátrico —que fue toda una farsa— , mi familia tristemente decidió, bajo sus convicciones —por lo que no puedo reprochárselo— tener el estigma de un enfermo mental al de un traficante de drogas. Así de claro. Fue muy duro para mí, precisamente por eso, porque yo sabía que no estaba loco. Como digo siempre, la música me salvó la vida; luego, en su día, las drogas ilegales me salvaron la vida de las legales. Y al final he tenido que dejar todas, porque ya somos muy mayores (risas).
Música
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Defiendes que el punk no es solo un género, sino una explosión y que sigue viva.
Eso ya lo decían los Clash, aunque yo no lo sabía en su momento. Cuando me preguntan si el punk ha muerto, siempre digo: si murieron dos de Eskorbuto y Paco sigue grabando, ¿de qué me estás hablando? El punk es actitud y aptitud. Me da igual la apariencia, el hábito no hace al monje.
La música me salvó la vida; luego, en su día, las drogas ilegales me salvaron la vida de las legales. Y al final he tenido que dejar todas, porque ya somos muy mayores¿Crees que hoy esa chispa vive en géneros como el trap o el hip-hop?
Sí, la tienen, pero la otra explosión es más grande: el reguetón. Lo escuché por primera vez en República Dominicana, aunque allí la bachata y el reguetón, especialmente cuando lo cantan mujeres, tienen un matiz muy diferente al que se entiende aquí. Eso sí, que nadie me venga con que es el nuevo punk. Para ser punks, hay que ser apátridas. La anarquía es otra cosa.
Ahora que estás de nuevo solo, sin banda, recuperando canciones para celebrar tu carrera, ¿cómo lo afrontas? ¿Qué sientes al empezar de nuevo tú y tu guitarra?
Me siento como entonces, pero sin drogas.
¿Y eso es para bien o para mal?
Para bien, para bien. Bueno, CBD sí que fumo, tampoco en demasía, pero me va bien. Y cuando no he estado tomando pastillas, he tenido algún que otro escarceo. Pero la peor droga es el tabaco y el alcohol. Bueno, y la televisión... ¡la televisión!
Escuché por primera vez reguetón en República Dominicana, aunque allí la bachata y el reguetón, especialmente cuando lo cantan mujeres, tienen un matiz muy diferente al que se entiende aquí
Tus conciertos han sido durante años un espacio de desahogo masivo, casi terapéutico para cierta parte del público. ¿Sientes que esa energía compartida también ha funcionado como una red de apoyo personal para ti?
Totalmente. Es como una red de apoyo, incluso para trapecistas (ríe). Porque yo me tiré al vacío sin saber qué había abajo. Y cuando me levanté, volví a caer. Una vez me preguntaron si había “sentado la cabeza” y yo les dije: “sí, he sentado la cabeza, he levantado los pies… y he vuelto a rodar”.
A menudo se te ha acusado de apología de las drogas por cantar sobre lo que viviste de primera mano. ¿Cómo afrontas esas críticas? ¿Crees que esas canciones ayudaron a poner sobre la mesa temas que eran tabú?
Exactamente. A los 21 años, cuando dejé el ejército, ya había pasado ocho meses en el psiquiátrico de Sant Boi. Probé las drogas legales, pero al final volví a las ilegales. Y esas canciones no son más que la realidad de lo que viví. Como decía Barricada: “Es muy difícil claudicar”. No hay más que añadir. Una vez me echaron de un Centro Social por apología a las drogas y al año siguiente me llamaban del Ayuntamiento.
He tenido gente de Vox que me dice que son fans míos, policías, militares e incluso guardias civiles que no me multan porque dicen que son mis fans. Esto no es un sistema, esto es una trampa
La música tiene un poder inmenso como refugio emocional y válvula de escape. En tus momentos más oscuros, ¿sientes que el punk fue más efectivo que cualquier tratamiento convencional? ¿Qué te daba la música que otros métodos no lograban?
Sin duda, la música me ha salvado. Pero hay algo que me molesta: que digan que mi mejor canción es Spiz amarillo. Esa gente no ha entendido nada. La mejor canción de Manolo siempre está por llegar. Siempre. Como dice Nacho Tajahuerce en el documental: “Si te quedas solo con la barbaridad, no ves el trasfondo”. Y el trasfondo es llegar hondo, a lo más profundo... lo que te empuja a saltar hacia arriba.
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En ocasiones, tus conciertos han sido auténticos espacios de catarsis colectiva, donde el caos y la energía del público se entrelazan contigo. ¿Cómo vives esa conexión tan singular con quienes asisten?
Por supuesto, la conexión es muy fuerte. Pero hay gente que no capisca. A mí me ha llegado a pedir una foto un jovencito con su polo de banderita. Me la he hecho, pero le he dicho: “Te estás equivocando”. Y aún así, sigue siendo fan mío. He tenido gente de Vox que me dice que son fans míos, policías, militares —porque yo lo he sido—, e incluso guardias civiles que no me multan porque dicen que son mis fans. Esto no es un sistema, esto es una trampa.
Has dicho que la música te salvó de “pudrirte en el psiquiátrico”. ¿En qué momentos sentiste que los conciertos eran esa cuerda que te sacaba del fango?
Sí, me salvó. Pero déjame desmontar un poco la figura de los managers. En el documental, hay un señor que dice que se me llenaba el corazón cuando me sacaban a tocar. Yo siempre le estuve agradecido por eso, pero si las cosas hubieran sido legales, y me cuesta decirlo pero es la verdad, no hubiéramos ido al 50%. Normalmente, los managers se llevan un 15-20% y llegó a exigirme un 10% de mis derechos de autor, cuando el artista era yo. Intenté que el último proyecto funcionara con “Los que se van del bolo” y con él, pero no pudo ser.
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Has hablado de momentos de oscuridad profunda, pero también de cómo los has transformado en canciones. En ciertos espacios empieza a hablarse de la locura como resistencia, incluso del derecho al delirio, más que como un defecto a eliminar. Desde el punk y el arte en general, parece que ese malestar puede convertirse en una fuerza creativa. ¿Cómo lo ves tú?
Exactamente. Ahí le has dado. Cuando entré en la mili, mi proyecto ya se llamaba Locura Prematura. Muchas canciones mías han nacido en el psiquiátrico.
Has vivido el estigma de las enfermedades mentales en primera persona. Vivimos en una sociedad que etiqueta y medicaliza todo. Tú has hablado de cómo la psiquiatría y sus diagnósticos han influido en tu vida. ¿Cómo lidiaste con esas etiquetas y qué aprendiste sobre ti mismo?
Me defiendo como puedo, “como gato panza arriba” (canta). Es una canción sudamericana. O como decimos aquí: “Al que nace para martillo, del cielo le caen los clavos”. Pero el martillo de Thor siempre tira para arriba otra vez. Ya sin tormentas.
La revolución ya no se trata de tomar las armas, para mí consiste en hacer lo que puedas dentro de tu entorno, porque eso terminará abriendo camino hacia otros lugares
Huyendo de las lógicas medicalizadas que buscan la normatividad y corrigen la diferencia, ¿qué crees que le falta al sistema para tratar el sufrimiento humano de forma más libre y menos coercitiva? ¿Crees que es posible crear un sistema de apoyo horizontal, autogestionado y libre de coerción?
Es lo único que nos queda. Hay que cambiar la sociedad.
¿Cómo?
Educando desde el amor, la cooperación en lugar de la competencia. Sin Dios, sin patria, sin amo. Ya llevo cinco ¡eso es escalera de color! Además, hay que decir no a la guerra, la tercera guerra mundial está por venir. Voté “no” a la OTAN desde que entramos. Por eso no volví a votar más. La autogestión tiene que ser una obligación. Autogestiónate y enseña a los demás a autogestionarse. La revolución ya no se trata de tomar las armas, para mí consiste en hacer lo que puedas dentro de tu entorno, porque eso terminará abriendo camino hacia otros lugares. Y si porque nos corten un dedo dejamos de tocar la guitarra... Recuerda a este cantautor chileno...
¿Víctor Jara?
¡Ese! Y una cosa más: la tristeza y la depresión son estados de ánimo, no enfermedades. ¿Por qué nos recetan pastillas en lugar de ofrecer terapia?
¿Y qué opinas sobre la necesidad de los Grupos de Apoyo Mutuo (GAM)?
Son indispensables. El apoyo mutuo es imprescindible. Tenemos que centrarnos más en la terapia que en la medicina. Como vi en un meme una vez, “la medicina ha avanzado tanto que parece que ya todos estamos enfermos”. Pues eso.
Salud mental
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Después de 40 años de carrera, ¿cómo te gustaría que se recordara a Manolo Kabezabolo?
Pues mira, Tere Auserón —la hermana de Santiago Auserón—, que murió hace unos años, quería escribir un libro sobre mí titulado “Mimito. Desmontando a los mitos”. Y me hacía gracia, pero yo siempre pensé que me pegaba más algo como “Un colgado encantador”. O algo así, ¿no? Pero eso sí: ¡que no me cuelguen! (risas).
Tu música no solo ha sido una herramienta para resistir, sino también para construir comunidad. Manolo, ¿qué mensaje le darías a quienes hoy enfrentan el sistema psiquiátrico, los estereotipos o su propio malestar, buscando resistir desde sus propias formas?
A veces ni la familia es suficiente. A veces. Otras veces pensamos que el psicólogo será nuestro mejor amigo y tampoco es eso. Hay que aprender a creer en uno mismo, tirar para adelante, aunque te pisen una y otra vez. Como decía Loquillo en esa canción de Siempre libres, “a desde el colegio tuve siempre que aguantar”. Pues eso. Aquí seguimos y aquí seguiremos.
Punk
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Manolo Kabezabolo publica su séptimo disco junto a Los ke no dan pie kon bolo. Tanto tonto monta tanto cambia totalmente de registro, aunque sigue brindando la esencia del punk que ha enganchado a su público desde hace 30 años.