Medio rural
            
            
           
           
Marc Badal: “La España vaciada está sin explicar”
           
        
        Marc Badal Pijoan vive en un baserri de Luzaide, en la vertiente norte de los Pirineos, a un paseo de Donibane Garazi, y a una hora y media en coche de Pamplona. Tras una vida académica, social y política con la vista puesta en los comunes urbanos y rurales, tiene ahora el cuerpo atravesado por una encrucijada: la producción cultural en el mundo (pos)campesino.
Pertenece a la generación libertaria y autónoma que se inició en los estertores de la campaña de la insumisión y que, posteriormente, cabalgó la ola de okupación urbana y rural de finales de los años 90. Inició su recorrido coincidiendo con el desalojo del Cine Princesa y sus legendarios disturbios en aquella lejana Barcelona de 1996. Continuó al año siguiente, con el no menos sonado desahucio de Sasé, el pueblecito del Sobrarbe aragonés donde 100 guardias civiles de los Grupos de Acción Rural expulsaron y detuvieron a 32 de sus habitantes. Participó en Kan Kadena, en Esplugues de Llobregat y, más tarde, transitó por Kan Pasqual y Can Masdeu, okupaciones rurbanas de la periferia de la Ciudad Condal, allende los barrios de Sarrià y Nou Barris respectivamente. A mediados de los 2000, se vino al valle del Irati y participó en la lucha contra el Pantano de Itoitz. Y al final de ese camino, empedrado con adoquines y cicatrices, estaba la playa del movimiento agroecológico en la Baja Navarra.
Desde el principio, ha tenido un pie en la práctica y otro en la militancia intelectual, implicándose en publicaciones académicas y en la reflexión social y colectiva. Siempre tratando de entender los problemas del movimiento, siempre explorando los límites, siempre en fuga.
Durante cinco años coordinó La llamada del cuerno, revista de información y agitación producida desde y para las nuevas ruralidades del Estado español. Más tarde publicó Los pies en la tierra con Daniel López y, ya en solitario, Vidas a la intemperie. Entre tanto, lleva años trabajando la investigación participante, a caballo entre la formación, la divulgación y la dinamización social. Es responsable de Haziera, archivo de semillas de la Fundación Cristina Enea y, junto con Anne Ibáñez Guridi, impulsor de Kanpoko Bulegoa, colectivo que analiza la intersección entre mundo rural y producción cultural. Recientemente, sin ir más lejos, ha codirigido el curso Heterotopías, lo agrario y lo rural como alteridad cultural.
Dice que vive sometido a los ritmos y ciclos del campo. Y que le duelen los riñones de desbrozar zarzas en pastos abandonados, de cortar leña y de plantar legumbres, pero le delatan los abundantes textos escritos, aquí y allá, durante la última década. ¿Puede un espíritu libre, con alma de payés y vocación nómada, limitarse a cultivar berzas en un territorio que antropológica, pluviométrica, micológica y orográficamente es una isla desierta en la administración foral? Obviamente, no.
¿Vuelve lo rural?
 Es una vieja historia. El campo se redescubre constantemente desde  hace dos mil años. Lo actual es la enésima reinvención del canon  bucólico que arranca con Teócrito, sigue con Virgilio, los grandes  momentos del Renacimiento, la novela pastoril, el romanticismo, y así  hasta completar una lista interminable. Ahora veníamos del cliché del  cateto en las películas de la época del destape, del garrulo de pueblo,  del auto-odio, que había llevado a agricultores y a ganaderos a  despreciar los conocimientos de las generaciones anteriores. Ahora se  aprenden las recetas técnicas que les pasan el ingeniero de turno o el  comercial de la casa de fertilizantes.
Se ven cambios...
 Es verdad que en cosa de los diez últimos años, no creo que mucho  más, ha habido un redescubrimiento de lo rural. A lo mejor tiene que ver  con que mi generación es la última que todavía pasó masivamente los  tres meses de verano en el pueblo de la abuela o del abuelo. Esta  generación, en muchos casos de maternidades y paternidades tardías, ha  empezado a tener descendencia hace no tanto, y quizás ahí haya una  clave. Lo cierto es que hay un momento, no muy lejano, en que la imagen  de lo rural se metamorfosea, en términos históricos una vez más, al  mismo tiempo que han ido madurando procesos profundos que venían de  atrás. El caso es que el garrulismo se matiza, y el campo ya no se  asocia a la beatería y al pueblo pequeño, infierno grande. De repente,  la naturaleza es un lugar deseable, de ocio, de búsqueda y de paz  interior. Y luego, hay también un momento clave que desencadena el  debate en profundidad y que es la enunciación de La España vacía o, como  se ha venido diciendo luego...
¿La España vaciada?
 Sí. Un proceso de despoblamiento que, por las dimensiones  cuantitativas y por su extensión en el tiempo, es relevante a nivel  europeo. Una de las cosas que me chirrían en algunos de los libros del boom de la España vacía es que ponen el acento en el drama de la  despoblación, apelando a lo lacrimógeno. Ojo, que no me parece mal. Pero  hay que ir más allá y tratar de comprender cómo ha podido pasar esto  durante décadas. La España vaciada está sin explicar, no hay una  hipótesis sofisticada que explique el conjunto. 
Y sin entender las causas históricas, políticas, económicas, culturales, sociales e, incluso coyunturales, de este despropósito, seguiremos dando vueltas sin encontrar la llave. Una de las cosas curiosas que me tocó ver en un máster que cursé fue la dificultad de los estudiantes sudamericanos para entender el fenómeno de los pueblos abandonados. Creo que porque no podían conectarlo con experiencias propias.
Decías que hay una cierta vuelta al pueblo, pero eso no quiere decir que se desee formar parte de una comunidad campesina.
 En sitios como Nafarroa hay todavía bastante comunal. Sigue habiendo  pastos comunales y aprovechamiento de la madera comunal, aunque cada  vez menos, porque todo tiende a municipalizarse. Pero sería injusto  negar ciertas expresiones que perviven, como los auzolanes, el batzarre,  la autoorganización para gestionar los conflictos, el reparto del  común, el círculo de las montañas...
 ¿Qué es eso?
 Una de las instituciones comunales de las que habla la antropóloga  norteamericana Sandra Ott en The Circle of Mountains. A Basque  Sheperding Community, a partir de un estudio de campo en el pueblo  xiberotarra de Santa Grazi. Habla del círculo de las montañas como de  una institución que es la del primer vecino. El primer vecino es el que,  entre otras tareas, se encarga del funeral. Si yo soy tu primer vecino y muere alguien en tu casa, yo me ocupo de todo. Y otro vecino se  encarga de mi casa. Y así sucesivamente. Luego, investigando otras  cosas, he encontrado la misma institución reseñada en otros lugares de  Europa, como Alemania. Es lógico que las instituciones comunitarias del  mundo campesino se parezcan mucho unas a otras, porque frente a un  problema, o a una pregunta, en una situación análoga, las respuestas  tienden a parecerse.  
La penetración de lo urbano en el campo no es muy compatible con las dinámicas campesinas, ¿no?
 Bueno, yo diría más bien que, en bastantes casos, el hundimiento de  lo comunitario en lo rural tiene más que ver con la velocidad en que  vivimos inmersos que con la influencia de la ciudad como tal. En el  medio rural ya no puedes vivir sin coche: ¿eso es una colonización  urbana? No lo sé, pero la generalización del uso de los vehículos a  motor supone una transformación radical. Los caminos asfaltados en las  zonas de caseríos suponen un cambio sistémico.
¿Por qué?
 Dejas de andar por los caminos en los que te cruzabas con los  vecinos, y en cuyas conversaciones, en buena medida, se tejía la  comunidad. El coche permite ir a trabajar a Pamplona y volver a dormir  al pueblo. Y ahí es donde surgen los pueblos-dormitorio o los  pueblos-urbanización. No es lo mismo pararte a hablar con alguien, por  un tiempo indefinido, e iniciar un diálogo con bifurcaciones, que andar  todo el rato saludando con una mano mientras sujetas el volante con la  otra.  
En esto también, ¿la izquierda está en el diván?
 Diría que al mundo rural le dedica entre poco y nada. Siempre hay  excepciones, claro. Ahí está Aleksandr Chayánov, el gran teórico de la  economía agraria durante la época soviética. Frente a las grandes  colectivizaciones y monocultivos, propugnaba un modelo de cooperativas  agropecuarias heterogéneas y con democracia interna. En los años 70, la  escuela de los Peasant Studies, con Teodor Shanin a la cabeza, recupera  su legado. Posteriormente, Eduardo Sevilla-Guzmán y otros, también desde  las ciencias sociales, y junto con agrónomos y biólogos, enunciarán el  paradigma de la agroecología. Pero el caso es que Aleksandr Chayánov  acabó en el gulag, y luego fusilado en los procesos de Moscú.  
¿La culpa de todo la tienen los bolcheviques?
 El proceso venía de atrás y fue arrinconando la satisfacción de las  necesidades materiales de la unidad productiva familiar a favor de la  integración de los productos en los mercados, primero regionales y luego  globales. Eso ocurre ya en el siglo XIX, cuando se agudiza la  monetarización de la economía campesina, muy en relación con el pago de  impuestos y con la estructuración del estado moderno. 
A finales de ese siglo empiezan la mecanización, la internacionalización de los mercados y, sobre todo, la especialización productiva. Jaén, aceitunas. Cuenca de Pamplona, cereal. Pirineo, pastos. Aun así, claro, la transformación avanza por los cinco continentes de manera desigual. En el Estado español, por ejemplo, hasta los años 50 del siglo pasado, hubo una gran diversidad agrícola y ganadera. Puede verse en las fotografías aéreas que hizo el ejército norteamericano en 1956. Hace unos años hicimos un paseo por la memoria agraria de Beizama, entre Tolosa y Azpeitia. Ahora es un paisaje arquetípico guipuzcoano, pero en los años 50, aunque también había maíz, aquello estaba lleno de campos de trigo, de laderas con rastrojos amarillos. En muchos lugares había un mosaico de aprovechamiento agrícola, ganadero y forestal, muy diverso dentro de cada uno de los subsectores, y que fue sustituyéndose por dinámicas de monocultivo a escala regional.
¿El arquetipo rural es funcional para la cultura urbana?
 Ahora hay novela, poesía y ensayo del boom de la España vacía. En  algunos casos, también hay interés por las prácticas de agricultores y  ganaderos, y por dar voz a los conocimientos agrarios de las clases  populares del medio rural. A veces son proyectos de cultura  contemporánea financiados por instituciones culturales cuyas sedes están  en las capitales de las regiones, o de los estados. Y ese apoyo  económico suele implicar que la primera condición es devolver la  producción artística a la institución cultural de la ciudad.
¿La ciudad vampiriza los conocimientos rurales?
 La científica chilena Camila Montesinos habla de ello. Critica el  supuesto “diálogo de saberes” entre el conocimiento técnico agronómico y  el conocimiento popular campesino. Considera que es una relación  desigual y colonialista.  
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