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Tribuna
Izquierda, coherencia y el dilema del voto
Se aproximan las elecciones autonómicas y municipales, la captación de votantes va a centrar la mayor parte de la dedicación política, dejando atrás la indiferencia y desapego que se ha mostrado durante la legislatura desde los cargos políticos actuales por el contacto con la ciudadanía de a pie. Personajes que, aun comprometiéndose a representarnos, durante cuatro años no han contactado con la gente en los pueblos ni ante la militancia de sus partidos han mostrado interés por sus inquietudes, ahora nos inundarán de cercanía.
En unos casos esa cercanía popular se traducirá en invitar a cañas, en presentarnos unos programas ideales; la atracción del voto la trabajarán dándonos mítines, a los que la mayoría de partidos animarán a acudir regalando bolígrafos, bocatas, abanicos, mecheros... O sea, atrayendo a la gente interesada. Recorrerán kilómetros volviendo a prometer, hablando de lo que han conseguido y de lo malísimamente que lo hacen los otros partidos, dando una visión irreal de nuestra tierra pero, casi seguro, sin reconocer qué no han hecho o qué han hecho mal. Su único interés en este cambio de actitud: que les demos nuestro voto. ¿Es que sólo nos quieren para eso? Y es que ni siquiera en esta cutre democracia puede enarbolarse la consigna del despotismo ilustrado, aquella de “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, pues no todo es para el pueblo, sino para los intereses de los poderes económicos y de manejo de masas.
Izquierda Unida (IU)
Por una izquierda útil
Esta es la cruda realidad. Pero tampoco la actitud ciudadana, en general, se queda atrás en faltar a la democracia. ¿Por qué la mayoría de la gente vive totalmente despreocupada de sus obligaciones como ciudadanos o ciudadanas? Por ejemplo, ¿cuántas personas se leen todos los programas electorales de principio a fin y durante la legislatura recuerdan a las autoridades municipales qué se van dejando atrás de lo que han prometido, o les piden explicaciones por lo que, en cambio, han hecho? ¿Cuánta gente asiste a los plenos municipales en los pueblos? Y tampoco parece que sea una demanda habitual, ni mucho menos, exigir a los alcaldes, o a la Asamblea de Extremadura, cauces de participación, de consulta, de debates abiertos, de recogida de propuestas o peticiones. Me ha alegrado lo que acabo de leer y desconocía: que en la época en que Teresa Rejas fuera presidenta de la Asamblea de Extremadura sí se propició que hubiera oportunidad de participación de la ciudadanía en los asuntos tratados en sede parlamentaria. Aun creyendo que el conocimiento de esa posibilidad no llegaba a gran parte de la gente, lo poco que hubo bajo aquella presidencia se perdió.
La gran mayoría de votantes no tiene clara conciencia de qué gobiernos prefiere, votando más bien influida por la imagen de los candidatos, la propaganda que más les impacta, el odio inculcado por los medios hacia ciertos líderes o por simples juicios sin fundamento. También, por seguidismo al mismo partido de siempre, en una especie de fidelidad similar a la de los hinchas de un equipo de fútbol. Este voto inconsciente hace un tremendo daño al conjunto de la población, porque consigue que nos gobiernen los que menos interés tienen en una democracia auténtica.
¿Cuántas personas se leen todos los programas electorales de principio a fin y durante la legislatura recuerdan a las autoridades municipales qué se van dejando atrás de lo que han prometido, o les piden explicaciones por lo que, en cambio, han hecho?
Sí hay algunos votantes que tienen muy clara cuál es su inclinación ideológica sobre cómo organizar la sociedad, con premisas de derecha o con principios de izquierdas. La gente de derechas piensa que una sociedad, para funcionar bien en el sentido de orden, debe estar estructurada en capas sociales con funciones y con cotas de poder diferentes; un orden estable, sin cuestionamientos, en que unos dispongan y otros ejecuten, donde haya propietarios y servidores, donde la gente se diferencie entre poderosos y dependientes de ellos, todo estructurado sobre la base de dueños del capital y clase obrera a su servicio (a cambio de un salario); un mundo que ,además, ha de ser competitivo, un sistema en el que el que más tiene más posibilidades acumula de ser titulado, empresario, propietario, de llegar al poder, a todo lo que aspire. Porque si tienes suerte, si disfrutas de bienes por herencia, si tienes linaje, o si arriesgas y compites para conseguir una situación dominante mediante creación de empresas o invirtiendo en bolsa, o bien si te matas a trabajar y a ahorrar sólo viviendo para acumular, en todos esos casos te mereces ser protegido por el sistema, que ellos prefieren que funcione protegiendo a los que más tienen en lugar de garantizando un bienestar social para todos. Mejor, evidentemente, si los medios de producción están en manos privadas, pues de estar nacionalizados se dificulta la lógica capitalista que divide a la sociedad en amos y súbditos que viven gracias a ellos.
Ese modelo individualista, del “emprendimiento”, del “sálvese quien pueda” o quien tenga un golpe de suerte, orden que ayudan a sostener la religión y los medios de comunicación basura anuladores de la conciencia colectiva e igualitaria, conforma el orden de cosas que defienden los partidos de derecha y de ultraderecha. Ese sistema, que es el actual, admite como orden natural la división en privilegiados y desfavorecidos; su paradigma es la Corona, pero su arraigo es mucho más extenso y profundo, perviviendo desde la dictadura, amparado por la falsa transición hacia las libertades y esa contradictoria Constitución que dice que todos somos iguales en derechos. El pensamiento de derechas no lucha contra las injusticias de la desigualdad; en algunos casos, porque mientras no les toque a ellos o a su familia la injusticia no les inquieta; en algunos otros, porque piensan que todas las personas no somos iguales; más lejos aún, los más inconscientes, porque son de los más desfavorecidos y sometidos a vasallaje pero admiten de buena gana su condición de inferioridad, manteniendo ese sentir medieval, de la España franquista profunda, de que “el señorito es quien me da de comer y le estoy agradecido”.
Y aquí está el dilema, el que se le presenta a muchas personas que, como yo, han sido defraudadas por los cargos políticos de izquierdas que se comprometieron a participar en las instituciones públicas según unos valores que, en la práctica, han ignorado
Por otra parte está la gente que no acepta el sistema actual, que considera que todos debemos ser iguales en derechos, en oportunidades y en obligaciones; que defienden los servicios públicos gestionados desde lo público y destinados a todos por igual, que quieren que la actividad humana no perturbe el equilibrio del planeta, que creen que la riqueza debe estar distribuida. Estos votarán a la izquierda, siempre que consideren que hay algún partido político que pueda funcionar honestamente según los principios de la misma. Y aquí está el dilema, el que se le presenta a muchas personas que, como yo, han sido defraudadas por los cargos políticos de izquierdas que se comprometieron a participar en las instituciones públicas según unos valores que, en la práctica, han ignorado, funcionando en cambio con incoherencias, con entrega a otros intereses y sin la contundencia que necesita la defensa de nuestras ideas.
Hay personas oportunistas, sin escrúpulos, que alcanzan puestos de dirección en los partidos de izquierdas por intereses personales, a base de engañar a sus compañeros. Además de incumplir con su electorado, se las arreglan para desplazar a compañeros muy válidos cuya única motivación es el trabajo militante, político, con total honestidad y humildad. Esos y esas trepas degradan los partidos de izquierdas. Además, perjudican profundamente a la sociedad, porque son quienes provocan la decepción y el desánimo en la gente con auténtica ideología de izquierda que, al no encontrar partidos fiables, decide no votar. El daño que hacen a la sociedad esos indeseables oportunistas es enorme: en lugar de extender la ideología de izquierdas abriendo la conciencia de la gente de la clase obrera, dando ejemplo de lo que predican, consiguiendo que cada vez seamos más los que luchamos por un orden de cosas igualitario y justo... En lugar de eso, hacen perder la esperanza en que se pueda mejorar el mundo desde las instituciones mediante los partidos políticos de izquierdas, tanto gobernando como desde la oposición. Convierten, además, a esos partidos en grupos sin actividad, vaciada de la gente de crítica constructiva y exigente con los principios, y sólo va quedando en ellos gente desmotivada y permisiva. Ese es mi caso. Dejé mi querido partido político de izquierdas, apenada de protestar por cosas inaceptables e intentando que se corrigieran, sin ser escuchada y sí tratada como si lo que buscara fuera la desunión y la bronca.
Algunas de las razones por las que dejé la militancia en ese partido cuya ideología estaba más próxima más a mis principios fueron claras: apenas se organizaba actividad conjunta, cada cargo municipal y cada militante debía funcionar únicamente por sus propios medios; no había instrumentos de debate, las críticas eran ignoradas y, casi siempre, reprimidas.
Convierten, además, a esos partidos en grupos sin actividad, vaciada de la gente de crítica constructiva y exigente con los principios, y sólo va quedando en ellos gente desmotivada y permisiva. Ese es mi caso
De hecho, la dirección participó activamente en reducir al mínimo la condena a un ex-secretario de ayuntamiento que había cometido falsificación de documentos para vender terrenos a un empresario, cuando nuestra obligación es perseguir a tope la corrupción. Se llegó a eludir, desde el área de feminismo, significarse abiertamente en la defensa de una mujer que sufrió violencia de género, violencia vicaria y violencia institucional.
En relación a nuestro representante en la Asamblea, cobró retribuciones por desplazamientos en base a kilómetros no recorridos, en contra de nuestros principios éticas. Desde el departamento de finanzas del partido, se convirtió dinero que había que reembolsar y devolver a Hacienda en donaciones personales al partido, gastos que son beneficiados con desgravación. En los puestos de trabajo de apoyo político del partido, siempre había una misma persona.
La dirección ni siquiera me proporcionó documentos que necesité, en formato accesible a mi discapacidad visual.
Y podríamos seguir, pero, ¿para qué? Cualquiera de estas cosas ya fractura nuestra coherencia, ya muestra un falso ejemplo ante la ciudadanía de lo que representa nuestro partido, de lo que debe ser.
Ahora, a pesar de la impotencia e indignación que siento, tengo un serio dilema sobre mi voto. Si no voto por las izquierdas, abro más aún el campo a las derechas, que considero con fundamentos injustos, responsables de las desigualdades y los atropellos ambientales. Si voto en conciencia, quizá esté apoyando a personajes que se han situado al frente de un partido de izquierdas al que están pervirtiendo, trabajando mal y dando un pésimo ejemplo que produce descrédito sobre una organización cuya función es ser herramienta para mejorar la sociedad. Por más que siga dándole vueltas a mi dilema, creo que tendré que escoger votar según los principios en los que creo.
Si no voto por las izquierdas, abro más aún el campo a las derechas [...]. Si voto en conciencia, quizá esté apoyando a personajes que se han situado al frente de un partido de izquierdas al que están pervirtiendo
La solución de esta cuestión, esa que haría que nadie que tenga claro que una organización de izquierdas es necesaria decidiera no votar (al entender que no hay partidos que lo merezcan) sería que la militancia de los partidos de izquierda fuera exigente, coherente, crítica, implicada. Sería que no hubiera entre nosotros adeptos a personas sino a ideas. Sería que sucediera que si un compañero falla o se equivoca, se retire porque la militancia lo pida, acepte con humildad la decisión y otra persona se haga cargo de sus obligaciones. Por eso, al menos en el caso que me implica, hay que regenerar nuestro espacio, despertar y que la militancia empoderada sea quien ponga al frente líderes rectos, eficientes y fiables.
¿Es mucho pedir? !No! Es nuestra obligación, es bien fácil de conseguir un partido honesto: simplemente tenemos que ser coherentes.
Demasiado difícil lo tiene ya la izquierda, con el continuado ataque de distorsiones malintencionadas y mentiras con que los poderes económicos, mediáticos y religiosos la intentan destruir como para que, desde nuestras propias filas, algunos hagan perder su credibilidad ante la gente, unos intencionadamente y otros por querer ocupar cargos sin actuar con la absoluta pulcritud que está en nuestra ética de partido.
Mi conclusión es que la gente de izquierdas tiene que ponerse las pilas, desde la simple ciudadanía o desde la militancia en partidos, siendo contundentes, exigentes, coherentes, activistas, implicados cada uno a su nivel de posibilidades. No darle votos de confianza ni nuevas oportunidades a quienes ya han demostrado su no valía; sí abriendo las puertas a que la gente honesta, válida, cumpla con las dificilísimas responsabilidades de dirigir nuestras formaciones de izquierdas y desempeñar los cargos institucionales que alcancen con total entrega y eficiencia. Para eso, no nos queda otra que participar todo lo activamente que esté en nuestras manos, colaborar en el trabajo de darnos a conocer, concienciar a la mayoría social de que la opción de izquierdas es la más justa, controlar y fiscalizar a los gobernantes, movilizarnos por tantas reivindicaciones necesarias. Y, en cuanto a las elecciones, votar por partidos que luchen por una sociedad igualitaria y justa, respetuosa con todos los seres y con el Planeta que nos sostiene.