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Derecho a la vivienda
La vida después del incendio
Cuando se abre la puerta metálica de la calle Real de Villalba se entra en un breve pasillo. En frente, a pocos pasos, una puerta metálica y una tosca tapia de ladrillos taponan las escaleras que accede a los pisos superiores. Es la barrera que separa a quienes hace poco más de 20 días vivían allí, de sus hogares, y también de las cosas que tuvieron que dejar atrás en mitad del fuego. La pared se levantó poco después de que los habitantes de las 16 viviendas del inmueble tuvieran que desalojar los pisos donde residían a primera hora de la mañana después de despertarse por el humo provocado por varios focos de fuego en las escaleras.
Si sigues caminando, pasando las escaleras tapiadas, puedes acceder a otro bloque de pisos, este más grande, con unas 70 viviendas. El edificio se salvó del fuego porque sus habitantes pudieron reaccionar a tiempo. Sonia, vecina del bloque incendiado, e integrante de la Asamblea de Vivienda de Villalba, nos guía unos pisos más arriba. Ella ya ha hablado con los medios, pero hay muchas otras personas a las que no se ha escuchado. Personas que ante el incendio de sus viviendas no tienen dónde ir, pues no tienen ninguna red en el país, y sufren un plus de desamparo por su condición de migrantes.
Derecho a la vivienda
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Uno de ellos es Mustafa, este joven de ventipocos años hace de intérprete y a ratos también de portavoz de otros vecinos de origen marroquí que, como Sonia, han encontrado acomodo temporal en los bloques de enfrente, gracias a que había algunos pisos vacíos. Los vecinos vienen reclamando volver a sus casas, después de que Sareb —propietaria de las viviendas— y el Ayuntamiento hayan aprovechado el incendio —que todos saben provocado— para impedirles el acceso.
20 días después las expectativas de Mustafa y otros compañeros se han vuelto más modestas. “Al menos que nos abran las puertas para que podamos recuperar nuestras cosas. No tenemos forma de volver a las casas, tú has visto la pared que han puesto, encima han llenado todo de alarmas”. La tapia y las alarmas les separan de todo lo que tuvieron que abandonar durante la mañana del 28 de diciembre. Temen que si intentan acceder a sus cosas, llegue la policía y les detenga.
“Al menos que nos abran las puertas para que podamos recuperar nuestras cosas. No tenemos forma de volver a las casas, tú has visto la pared que han puesto, encima han llenado todo de alarmas”
Mustafa habla desde el piso que comparte con otros dos compañeros. Tiene vistas privilegiadas al edificio que se quemó, una estructura blanca con las ventanas ennegrecidas por el humo. Sus compañeros son dos amigos de la infancia en Castillejos, compañeros de migración y de vida. De fondo, en la tele, se ve una serie policiaca, en el único canal que sintonizan. Todas las tardes las pasan con los polis, bromean. En el salón también están Sonia y su hija veinteañera, Violeta —las únicas que dan su nombre real— después vienen otros compañeros más, supervivientes del incendio.
Vuelven a revivir lo ocurrido, una vez más, sin acabar de creérselo. “Cuando empieza a llegar el humo a la casa, nosotros estamos en el cuarto piso”, recuerda otro joven. “Piensas que ya está, que te vas a morir, que si abres la puerta y sales a la escalera te vas a encontrar a todos muertos”. Los chicos, alojados en el cuarto piso, pudieron salvarse de la asfixia subiendo al tejado el edificio. No fue hasta que llegaron los bomberos que consiguieron salir de allí. Debajo de ellos, familias con niños, personas mayores, y la incertidumbre sobre con qué o quiénes estaría arrasando el fuego.
A Karim, que lleva casi 20 años en Villalba, le despertó su primo Assad, el primero en percibir el humo. Y menos mal, porque él fue el primero en subir, a través de la ventana de su vivienda, a la azotea. Una vez allí empezó a ayudar a todos los habitantes del cuarto piso a escapar. “No sabía dónde estaba el fuego ni nada, cuando me asomé a la calle Real a ver qué pasaba, lo primero que vi fue a Amin y su compañero, Adil, en la ventana”, primero pusieron a salvo a la gata de ambos, luego Karim sacó a Amin, y juntos izaron a Adil. “Luego ya me fui a sacar a mi primo, a mis dos hermanos y a mi padre”.
Karim cuenta entre risas que cuando sacó a los primeros en vez de ayudarle se fueron a tomar aire. Luego matiza, habían tragado mucho humo, necesitaban respirar, luego todos ayudaron. Detrás de esa forma un tanto épica de recordar los hechos, subyace el hecho de que podrían haber muerto. El hermano menor de Karim se quemó las manos intentado salir, la barandilla de hierro de las escaleras, ardía. Su padre, asmático, inhaló mucho humo. Ambos fueron hospitalizados. El mismo Karim, tiene aún una mano escayolada. Lleva 20 días así, “me dijeron que me llamarían en una semana” y teme perder un trabajo que empezará pronto. “Me lo hice al día siguiente del incendio, intentando sacar cosas, me han dicho que me van a tener que poner tornillos”, cuenta. “¡Yo estaba convencida de que te rompiste la mano subiendo a gente al tejado!”, se sorprende Sonia.
Tras el incendio el frío
Del otro lado del pasillo Mariam, Mahmoud y sus dos hijos pequeños, pasan la tarde en el estudio que han conseguido ocupar después de que toda su casa ardiera. Es un espacio pequeño, ocupado por una cocina americana, una estancia donde han dispuesto una litera y una cama, y un baño. Las viviendas del bloque son así, estudios para una o dos personas, el tipo de unidades quizás más pensadas para invertir y poner en alquiler que para vivir.
“Esperábamos que algún día nos pudieran echar, o algo así. Pero fuego no. Han prendido fuego a las escaleras para que la gente no pueda escapar ni nada. No sé. Esto es que te quieren matar”
Es lunes y la ola de frío que se viene, es uno de los temas recurrentes de conversación. Aún hacinados y con frío, la pareja sabe que ha tenido suerte de encontrar esa solución temporal: “si no fuera porque los vecinos dejaron esta casa qué íbamos a hacer, ¿irnos a la calle con los niños?” En la casa de esta familia hay menos ligereza, el padre transmite su preocupación, con la ayuda de Mustafá, que traduce y suma su propia indignación. “Hay muchas familias aquí que tienen hijos, personas mayores. Servicios sociales sabe, y nadie hace nada. Vas a servicios sociales y no te hablan con respeto, solo te dicen que te van a quitar a los niños”. Al trato que recibe cuando va a buscar ayuda, a la amenaza de perder la custodia de sus hijos, Mahmoud le pone un nombre: “Nos tratan con mucho racismo”, apunta.
20 días atrás, Mariam y Mahmoud se despertaron con el humo, con dos niños pequeños, sin poder salir de casa. Les salvaron, pero la amenaza de perderlos continua, temen que buscar ayuda implique que les separen de los pequeños. “Si tienes familia aquí te pueden ayudar, pero si no, quién va a ayudarte, dónde vas a dormir, ¿en la calle?, ¿como un perro?”, explica Mustafá, tras ayudar a la pareja a contar su historia.
Collado Villalba
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Según vienen denunciando los y las vecinos, apoyados por la Asamblea de Vivienda de Villalba, que tomó estos edificios en diciembre de 2020, bloques propiedad de la Sareb —activos tóxicos herencia de la burbuja inmobiliaria que estaban vacíos desde 2008— la presión para echar a quienes allí viven ha sido continua desde el principio. Desde el cierre de fuentes aledañas para que no puedan aprovisionarse de agua, a la creación de una oficina antiocupación —que tuvo que cerrar después de que se descubriera que se había adjudicado sin concurso a una entidad relacionada con Desokupa— los esfuerzos desde el consistorio gobernado por el Partido Popular de desalojar a estos vecinos y vecinas no han cesado. En ese marco, explica Sonia, el incendio provocado, y la estrategia de tapiar las casas y sembrar las viviendas de alarmas, servirían al mismo fin. El señalamiento continuo de la gente de los edificios, ante cualquier problema de seguridad en la zona, formaría parte de la misma estrategia expulsiva.
En el piso donde conversan los jóvenes y no tan jóvenes habitantes de las casas quemadas, se habla de racismo. “Seguro que hay mucho racismo, pero no te lo van a mostrar directamente —reflexiona Karim— munca vas a saber lo que gente tiene dentro, ¿sabes? Vas a saber muchas cosas de la vida tal, pero nunca vas a saber que tiene una persona dentro”. Mustafá considera que hay de todo, “hay racistas y hay gente buena, hay piedra y arena, hay policías buenos y policías malos. Si te toca un policía malo, te cachean delante de la gente, y te insultan”.
Conscientes de que son vecinos incómodos, saben que la posibilidad de ser desalojados estaba ahí. “Esperábamos que algún día nos pudieran echar, o algo así. Pero fuego no. Han prendido fuego a las escaleras para que la gente no pueda escapar ni nada. No sé. Esto es que te quieren matar”, apunta Mustafa. O, como denunciaba la Asamblea de Vivienda en su comunicado tras el incendio: “unos señalan, y otros prenden la mecha”.