Opinión
¿Estamos dejando las maternidades en manos de la extrema derecha?

Cuatro periodistas de Hungría, Italia y España, creadoras del podcast “La familia correcta”, desentrañan durante seis capítulos una red de ultraderecha a nivel internacional que está instrumentalizando a las mujeres y sus maternidades. En el segundo episodio hablan sobre Hungría, donde el gobierno de Viktor Orbán ha establecido políticas familiares para aumentar la natalidad. Las periodistas mencionan cómo muchas madres han acogido con gran aceptación unas medidas que les otorgan recursos para poder maternar. Sin embargo, además de dejar fuera a numerosas familias, las madres receptoras de estas ayudas que decidan romper con el modelo familiar “correcto” (por ejemplo, separándose de sus maridos) podrían encontrarse con una grave situación de endeudamiento.
Lo que sucede en Hungría no es un caso aislado y nos lleva a plantear un problema que siempre ha sido complicado para el feminismo occidental: si la ultraderecha hace una defensa de la maternidad (en concreto de la familia) y otorga recursos, ¿es posible defender las maternidades y otorgar recursos desde la izquierda? ¿O el miedo a ser relacionada con los valores tradicionales ha hecho que, en demasiadas ocasiones, las propuestas maternalistas queden exclusivamente en manos de la derecha?
El maternalismo (activismo social de madres) se ha considerado al mismo tiempo conservador, progresista, feminista y antifeminista
Como analizó Lynn Weiner junto a otras autoras en su estudio sobre el maternalismo (activismo social de madres) en diferentes países, este movimiento se ha considerado al mismo tiempo conservador, progresista, feminista y antifeminista. De hecho, podemos encontrar varios ejemplos: el maternalismo sudafricano (Motherism) se ha definido, por un lado, como un movimiento revolucionario y una alternativa al individualismo del feminismo blanco occidental, al defender la identidad materna como una parte importante de la comunidad y, como menciona la historiadora y feminista nigeriana Nwando Achebe, una respuesta a la colonización masculina a través del retorno a lo materno. Sin embargo, otras autoras lo han identificado como un movimiento conservador por defender la maternidad y sus valores.
En mis investigaciones con grupos de apoyo de madres (de lactancia y crianza) he podido comprobar cómo también han tenido muchas dificultades para ser reconocidas dentro de ciertos entornos feministas. Hablar de maternidad, y más aún de lactancia materna, las hace sospechosas. Cuando además expresan su deseo de permisos amplios para permanecer con su bebé más tiempo, directamente son acusadas de querer una vuelta al hogar. Incluso colectivos que llevan el feminismo en su nombre, como la asociación PETRA Maternidades Feministas, no siempre han sido bien recibidos en algunos entornos, principalmente del feminismo institucional, a pesar de defender derechos y recursos para las madres.
En el libro Ecofeminismo, María Míes nos cuenta cómo en Alemania surgió un movimiento de madres contra el desastre de Chernóbil, que fue acusado de fascista por el feminismo alemán por defender la maternidad igual que lo hicieron los nazis. En el mismo libro aparece otro ejemplo, cuando un grupo de madres del Partido Verde Alemán redactó un manifiesto cuestionando que el perfil mayoritario de este partido (mujeres jóvenes sin hijos/as) no las estaba incluyendo. También fueron acusadas de fascistas. Pero, ¿qué maternidad defendía el nazismo o cuál se defiende ahora desde la ultraderecha? ¿Acaso no existen diferencias entre las propuestas fascistas o postfascistas y las propuestas feministas en relación a las maternidades?
La primera diferencia es el claro antifeminismo de las primeras, pues la defensa de la maternidad no tiene como objetivo otorgar derechos a las mujeres-madres, sino su instrumentalización para lograr el crecimiento de la nación y la pureza de la raza a través del recorte de derechos sexuales y reproductivos, como el derecho al aborto. Íntimamente relacionado con esto encontramos la defensa de un único modelo de familia (que a veces denominan natural), donde la diversidad familiar queda sin reconocimiento, sin derechos (o directamente ha sido víctima del exterminio).
¿Acaso no existen diferencias entre las propuestas fascistas o postfascistas y las propuestas feministas en relación a las maternidades? El pronatalismo de la extrema derecha está ligado a medidas antiinmigración, racistas y homófobas
El pronatalismo de la extrema derecha está ligado a medidas antiinmigración, racistas y homófobas. Como pasó en Europa en periodo de posguerra, el aumento de la natalidad se incentivó de dos formas muy diferenciadas: los países democráticos fomentaron ayudas para las madres, como permisos amplios, prestando especial atención a las más vulnerables, como las monomarentales. Este aumento de derechos para la maternidad también se tradujo en un aumento de la tasa de empleo femenino. Mientras, en dictaduras (como la franquista) las ayudas iban destinadas al padre, se fomenta la subordinación de las madres al marido, la salida de las mujeres del mercado laboral, se impiden derechos como el aborto o el divorcio y se bonifica solo a las familias numerosas.
Además, los métodos de crianza también difieren: mientras las madres feministas en la actualidad defienden una crianza respetuosa, no adultocéntrica y la coeducación, el postfascismo tiene un pasado bastante turbio respecto a la infancia. El régimen nazi instauró métodos de crianza autoritarios, como el manual de Johana Haarer, donde las madres eran aleccionadas para mantener el mínimo apego y vínculo con sus criaturas, dejándolas llorar en su cuna, amamantando exclusivamente para alimentar, no siendo demasiado cariñosas… La separación de la diada madre-bebé, la ruptura del vínculo y la formación de madres autoritarias y desapegadas era fundamental para el desarrollo de individuos débiles y con carencias, fáciles de dominar y doblegar, que aceptasen la autoridad sin cuestionamiento.
Respecto a la vuelta al hogar de las mujeres casadas, no siempre se ha producido. Algunos regímenes, como el franquismo, instaron a las mujeres casadas a abandonar sus empleos, sin embargo, las madres nazis no fueron relegadas al cuidado del hogar, pues su mano de obra barata era imprescindible para elaborar maquinaria de guerra o para ocupar provisionalmente los puestos de trabajo (generalmente menores) que habían dejado los soldados, al igual que ocurrió en otros países durante la segunda guerra mundial. En la actualidad, el fascismo ha sabido suavizar su lenguaje, consciente de que negarse a determinados avances es impopular (como sacar a la mujer del ámbito laboral o público) y ha pasado de un “discurso del no” a hablar en positivo (provida, profamilia, pronación) que, a pesar de llevar el odio implícito, adquiere mayor aceptación social. Por ejemplo, en algunos países, en lugar de posicionarse contra la ley del aborto, han restringido este derecho con una promoción de organizaciones de apoyo a la maternidad, de ideología conservadora y antiabortista, que se aprovechan de las necesidades de las madres más vulnerables. En la Italia de Meloni encontramos los Centros de ayuda a la vida, financiados con dinero público y, en el Estado español, la fundación RedMadre, que ha firmado convenios de colaboración en localidades gobernadas por el PP y VOX.
Otro aspecto importante de los sectores antifeministas es situar al padre como cabeza de familia. Los supuestos subsidios familiares que otorgan estos regímenes van destinados a la figura paterna y no a la madre, o bien, como en Hungría, a la familia “natural”
Otro aspecto importante de los sectores antifeministas es situar al padre como cabeza de familia. Así, los supuestos subsidios familiares que otorgan estos regímenes van destinados a la figura paterna y no a la madre, o bien, como está ocurriendo actualmente en Hungría, a la familia “natural”, obligando a la madre a permanecer con el marido si ha solicitado préstamos de apoyo a la familia (siendo un grave problema para mujeres víctimas de violencia de género). Otorgar recursos a las madres y no a los padres es una medida feminista que ha causado miedos en sectores reaccionarios, al favorecer la independencia económica de las mujeres.
Por poner un ejemplo, las ayudas sociales que se ofrecían en los años 30 y 40 a las madres estadounidenses fueron cuestionadas porque, según voces conservadoras, estaban generando una castración masculina y un matriarcado de carácter patológico. Se propuso así reestablecer al padre como cabeza de familia, endureciendo el acceso a las ayudas y controlando de forma invasiva la vida de estas mujeres. Esto afectó sobre todo a las mujeres negras y pobres, principales beneficiarias, quienes además estaban fuera del ideal doméstico blanco y eran obligadas a aceptar cualquier tipo de empleo precario. El movimiento de madres negras por la asistencia social que se organizó en los años 60 fue muy importante y un claro ejemplo de cómo la lucha por los derechos sociales para la maternidad es claramente feminista y antirracista. A pesar de esta importante lucha, que no tuvo apoyo ni relevo por parte del feminismo blanco, EE UU sigue siendo el único país rico del mundo sin permiso de maternidad. En el Estado español, la última modificación legislativa en materia de permisos también ha priorizado los derechos del padre. La sorpresa es que esta medida proviene de sectores de izquierdas y feministas. Aunque su objetivo ha sido el aumento de la corresponsabilidad paterna, dotar de recursos a los padres en lugar de a las madres ha sido, como hemos visto, una medida abiertamente antifeminista.
Resulta comprensible que cuando la maternidad ha sido una imposición y destino único de la mujer y se impide la libre elección, escapar de ella (o delegarla en el padre) parece la opción más viable. Sin embargo, no podemos olvidar que el mandato de maternidad en sociedades patriarcales nunca ha ido acompañado de un aumento de poder para las madres, quienes se ven expuestas a mayores tasas de violencias machistas (económica, institucional, obstétrica, simbólica…). Es decir, dentro del patriarcado, las mujeres que son madres tendrán menos opciones de ascenso en los diferentes ámbitos (laboral, económico, profesional, político, etc.), así que la idealización de la maternidad es una entelequia que no se materializa.
Por otro lado, los movimientos conservadores tampoco realizan una defensa de la maternidad per sé, ya que mientras se posicionan contra el aborto y ofrecen ayudas a las familias blancas, heterosexuales y de clase media o alta, las mujeres negras y racializadas siguen sufriendo las consecuencias de esterilizaciones forzadas, una historia colonial de usurpación de sus maternidades, un estigma impuesto sobre sus prácticas de crianza y el racismo institucional. La extrema derecha, con su teoría del gran reemplazo, es selectiva en sus políticas pronatalistas, donde el término provida tiene como objetivo el aumento de la procreación de mujeres blancas.
A los gobiernos de izquierdas les ha costado defender políticas sociales favorables a la maternidad; para el feminismo institucional defender a las madres podría causar sospecha de estar bajo ideologías reaccionarias y patriarcales
A pesar de estos antecedentes, a los gobiernos de izquierdas les ha costado defender políticas sociales favorables a la maternidad. La feminista polaca Agnieszka Graff se plantea por qué todo lo relativo a las familias y la maternidad queda en manos de la derecha. Pone como ejemplo el caso de una propuesta lanzada en el año 2013 por el sector político más reaccionario de Polonia que consistía en bajas maternales remuneradas de tres años. A pesar de ser una medida abiertamente antifeminista, tuvo gran apoyo social debido a la situación de precariedad de las familias, que la izquierda no estaba teniendo en cuenta para elaborar sus políticas públicas. Algo similar ocurre ahora en Hungría, cuando el gobierno de extrema derecha propone permisos de maternidad de tres años, ayudas familiares, préstamos de bajo interés y apoyo a la vivienda. Políticas sociales que serían un paraíso para la crianza si no tuvieran detrás un claro componente antifeminista, racista y contra toda diversidad familiar.
Cuando la organización feminista anarquista Mujeres Libres planteó como uno de sus objetivos apoyar a las madres y realizar una defensa de sus crianzas (ofreciéndoles ayuda y formación) tenían un motivo contundente: tener a las madres de su lado significaba no dejarlas en manos de la Iglesia y su moral conservadora. Sin embargo, parece que no hemos aprendido nada. Para el feminismo institucional hablar de maternidad sigue siendo un problema y defender a las madres podría causar sospecha de estar bajo ideologías reaccionarias y patriarcales.
Sin embargo, el concepto de familia tradicional que es defendido por unos sectores y criticado por otros, ya apenas se materializa como realidad tangible. Las familias han experimentado una gran cantidad de transformaciones sociales, como la incorporación de las mujeres al mercado laboral, el retraso de la maternidad (en la población mayoritaria), la disminución del número de hijos e hijas, el aumento de familias monomarentales, reconstituidas y una gran diversidad familiar en general, el aumento de la población migrante, la disminución de la familia extensa, etc. Todos estos cambios hacen que la “madre tradicional” solo exista en el imaginario social, como un mito. Los sectores reaccionarios tienen bien presente este mito como horizonte a alcanzar y pretenden llegar a él recortando derechos. Pero es muy desafortunado que los sectores progresistas también lo utilicen para elaborar teorías antimaternalistas.
Mitos como el de la maternidad intensiva ocultan la verdadera situación de precariedad de la maternidad actual y fomentan la creación de teorías alejadas de la experiencia de las madres
Los mitos (como el de la supuesta “madre intensiva” como la nueva madre tradicional) ocultan bajo su fantasía la verdadera situación de precariedad de la maternidad actual y fomentan la creación de teorías, también abstractas y alejadas de la experiencia de las madres. Así, la mayor parte del debate que existe hoy sobre las maternidades en los feminismos es puramente teórico y apenas toca tierra, aunque ha sido la base para elaborar políticas públicas (en lugar de preguntar a las madres qué necesitan).
La extrema derecha se ha aprovechado, haciendo uso del populismo y el miedo, de la falta de propuestas políticas y sociales de la izquierda en esta materia. No conseguiremos ponerles freno si no cambiamos de estrategia. No dejemos que la familia y la maternidad sean su bandera ni su moneda de cambio.
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