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Análisis
Trump no ha inventando nada o ¿qué hacemos frente al mundo-frontera?
![Donald Trump Arizona 2024](/uploads/fotos/r2000/5473e55d/53952718151_7daa0e0a1e_6k%20copia.jpg?v=63904846197)
En una tarde de invierno de Madrid mi madre y yo estamos ante un cine. Se nos acerca una mujer que parece no estar bien. Nos pregunta qué películas ponen en la cartelera, pero parece una excusa para empezar una conversación cualquiera. En seguida me pregunta que de dónde soy. “Somos de aquí”, decimos madre e hija. Pero la mujer me mira a mí: “ah, pensaba que no eras de aquí… Es que ahora con esta invasión”. “¿Qué invasión?, ¿la de racistas?”, contestamos casi al unísono. La mujer quiere quedarse a discutir, pero nosotras no tenemos ganas. Un pedazo de frontera se nos ha clavado en el ánimo.
A lomos de la promesa de frenar la invasión de inmigrantes y drogas, Trump llegó por segunda vez a la presidencia de Estados Unidos el pasado 20 de enero. En un artículo publicado en Politico este 2 de febrero, se analiza cómo el mandatario ha puesto su tan anunciada deportación masiva en el centro de su comunicación política. El plan en sí ni siquiera ha empezado, explica la publicación estadounidense, las detenciones en frontera y las deportaciones están al nivel de las que en otros momentos se han dado con Biden o con Obama. Pero Trump y su gobierno promueven otra imagen: detienen a gente a quien tienen que liberar después, porque no hay recursos donde mantenerlos retenidos o porque no tienen ningún tipo de antecedente. En las ruedas de prensa donde explican cómo avanza su agenda anti personas migrantes, reciclan los carteles que usaron ya en campaña, donde exhibían imágenes de convictos migrantes para alimentar la narrativa de que están haciendo el trabajo: limpiar el país de inmigrantes ilegales delincuentes, esa amalgama que se esfuerzan en solidificar en la mente de la gente.
Si sobredimensionan el alcance de su programa es porque Trump ha vendido que dará unos servicios a sus votantes y tiene que cumplir. Este es el encargo: echar a millones de personas del país, ser todo lo cruel que sea necesario. Eso es lo que le piden tantos de sus conciudadanos, gente que claramente no está bien, y repite “invasión” como un mantra, personas aparentemente funcionales que se conceden ser crueles en nombre de la autodefensa, porque detrás de la persecución al otro siempre hay un autorrelato de victimización: tenemos que protegernos, la gente de afuera está jodiendo nuestro país, nos han traído el crimen y las drogas.
Estados Unidos
Extrema derecha Trump anuncia un campo de concentración para 30.000 migrantes en Guantánamo en el 80 aniversario de Auschwitz
Para cubrir —cuan CEO eficiente de la empresa-país que ahora dirige— resultados, al menos en su dimensión cuantitativa, Trump va a tener que detener y deportar a mucha gente que no tiene antecedentes policiales. Se trata de llegar a los números, gestionar con éxito el proyecto. Esto no lo ha inventado Trump, en 2009, bajo el mandato de un ministro de interior del PSOE, Rubalcaba, se reveló que algunas comisarías de Madrid ponían unos cupos mínimos de detención de personas migrantes en situación irregular, incentivando así las paradas por perfil racial. En aquel momento aquello fue un escándalo, ya nada escandaliza.
Por si con la construcción machacona del significante inmigrante-ilegal-delincuente no bastara, la secretaria de prensa del gobierno Trump, Karoline Leavitt, ya afirmaba la semana pasada que, en realidad, toda persona migrante que haya cruzado la frontera ilegalmente puede ser considerado un criminal, y por tanto, carne de deportación. Así, de poner el punto de mira en las personas migrantes que hayan cometido crímenes de gravedad, se pasa a aquellas que hayan cometido delitos más leves y, por último, a cualquier persona que haya atravesado la frontera sin los permisos requeridos. Esto tampoco se lo ha inventado el gobierno estadounidense, es la misma tesis que viene defendiendo Vox desde hace años, y que llevo en forma de moción al Congreso sin éxito el pasado otoño.
Tampoco es necesario que desde la Casa Blanca se esfuercen demasiado para que todo el mundo acabe identificando el no tener papeles con ser un delincuente. A la gran mayoría de su electorado la cosa le da un poco igual: según una encuesta publicada la última semana de enero, señalada por el mismo artículo de Politico, el 44% de los y las estadounidenses están a favor de la deportación masiva de personas que hayan cometido crímenes y el 39% a favor de la deportación de todas las personas migrantes en situación irregular. Solo un cinco por ciento parece, entonces, preocuparse por el matiz. Las personas que contestaron a este sondeo presentaban reparos a la deportación sobre todo en tres casos: si se separa a familias (lo que no se sabe es si en este caso prefieren la no deportación o que se vayan todos juntos), si las personas migrantes están casadas o tienen hijos estadounidenses (es decir, si son de los “nuestros”), o si son necesarios en determinados ámbitos laborales (si “nos” sirven para algo).
El cuerpo-frontera
Siendo el desplazamiento de seres humanos, junto al cambio climático, una de las cuestiones fundamentales de nuestra época, desde las izquierdas no ha habido una toma de conciencia a la altura, una mirada que sitúe a la persona desplazada, al refugiado, como la figura central de la lucha por la emancipación del siglo XXI, así como lo fue la clase trabajadora, el proletario, en el s. XIX. Esta reflexión la trae la escritora y traductora Marie Cosnay, en el prólogo del libro la danza de las luciérnagas (Katakrak, 2024), publicado por el sociólogo Ignacio Mendiola tras cuatro años observando la “geografía fronteriza” del Bidasoa.
Esta frontera interna del espacio Schengen cuenta con sus propios espaldas mojadas, personas migrantes que tras haber sobrevivido a su travesía hasta territorio europeo se ven forzadas a encontrar grietas, pasadizos, en un nuevo e inesperado muro. El libro recoge cómo en 2020, tras la muerte de un sacerdote en manos de un joven migrante trastornado, Francia declaraba la emergencia terrorista ubicando controles en los puentes que unen Euskal Herria a un lado y otro del Bidasoa, el río que separa al estado español del francés.
Aunque el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó en 2022 que prolongar el control en esta frontera más allá de los seis meses excepcionales que permite Schengen era ilegal, Francia no lo tomó en cuenta. Ni Trump se ha inventado saltarse la legalidad cuando se trata de luchar contra los “ilegales”, ni Alemania suspender el espacio Schengen en sus fronteras bajo la excusa del terrorismo. El pasado mes Trump incluía a las bandas como organizaciones terroristas para deportar a sus miembros a campos de detención como el célebre Guantánamo. La fronterización de la política, o, como la llama Mendiola “la frontera como lo más reseñable de lo político” es una máquina apisonadora de garantías jurídicas o derechos humanos.
En este mundo-frontera, hay quienes no tienen otra opción que moverse, por mucho que la sinfonía de principios de siglo excite la creación de muros y la caza de personas. “¿Cuál es el espacio de aquel a quien solo le queda perseverar en el pasar porque no puede volver atrás? Porque para algunas personas solo queda pasar. Seguir pasando”, apunta Mendiola en su libro. Ese es el quid de la cuestión de nuestros tiempos, y si no se responde a eso, no habrá respuesta para nada. Se puede acudir a la frontera real, la que se traza en los mapas, aquella en la que las personas buscan recovecos para seguir pasando aunque los “cuerpos-centinela” como los llama Mendiola en su libro, intenten siempre impedirlo. Pero “la frontera se expande”, en la persecución policial, en el discurso mediático, en las miradas desconfiadas de los vecinos, en la amenaza de deportación. La frontera ya gobierna el territorio, la llevan los “cuerpos-frontera” consigo. “Para el cuerpo frontera todo es frontera, la vivencia encarnada de una negación que le excluye de la dignidad”, afirma Mendiola.
Fronteras
Fronteras Ignacio Mendiola: “No hay caza de personas sin el desprecio hacia el otro amenazante”
Bukele tampoco ha inventado nada
Las personas migrantes no son solo un recurso político del que sacar rentabilidad en las campañas electorales, son también un recurso económico del que extraer beneficios. Lo sabe el conglomerado de la industria tecnológico-militar europeo o israelí, en gran expansión gracias al control de fronteras. Lo saben muchos países del Sur, que retienen personas migrantes a cambio de miles de millones de euros, a veces por complicidad, a veces como resultado de un burdo chantaje, a veces por las dos cocas. A Bukele sin embargo, no hay que chantajearle ni sugerirle, él mismo ha ofrecido su mega cárcel llamada Centro del Confinamiento del Terrorismo —ese gran Primark penitenciario, una maquila de la detención de personas— a su colega del Norte, a cambio de una módica tarifa. No es Estados Unidos precisamente ajeno al lucro penitenciario, una industria que mueve millones de dólares en el país. Pero en este caso, para optimizar el beneficio político del recurso persona migrante, la externalización no parece mala opción. ¿Acaso no ha sido externalizar y deslocalizar el ABC del neoliberalismo global? A este lado del Atlántico, la externalización hace tiempo que es una de las apuestas preferidas de la necropolítica.
Sin embargo, Bukele, un creativo del fascismo de nuestros días, sí trae con su régimen penitenciario una innovación. Los centros penitenciarios son históricamente lugares de no derecho, pero los estados se afanaban al menos en dar una apariencia de legalidad, de respetar ciertos estándares, de abrazar el relato de que, ni aún convictas, las personas han de ser despojadas de su dignidad. Bukele supo captar con su olfato de CEO del futuro que la dignidad cotiza a la baja en estos tiempos, y hace campaña desde el desprecio a la vida de quienes considera que no merecen nada. Para tener lleno su centro de detención masiva y cumplir objetivos, su policía detiene vulnerando la legalidad, amalgamando a quienes han cometido delitos graves con aquellos (hombres jóvenes pobres) que podrían quizás cometerlos según sus prejuicios. Así como el equipo de Trump no para de hacer públicas imágenes de detenciones y deportaciones, su contraparte salvadoreña muestras fotos de sus presas continuamente, hacinadas, deshumanizadas. Ante la oferta de Bukele de recibir no solo a migrantes deportados de cualquier origen, sino también a convictos estadounidenses, Trump dijo hace unos días que no sabía si eso sería legal “lo estamos estudiando ahora mismo, pero podríamos llegar a acuerdos para sacar a esos animales de Estados Unidos”.
Trump, Bukele, la extrema derecha europea, los sionistas, no inventan, alardean de aquello que antes se intentaba ocultar, lo amplifican. Cuando el status quo neoliberal y racista alardea, muestra su cara fascista sin circunloquios. Así opera la frontera: deshumaniza a las personas migrantes, abre las puertas a una deshumanización que acaba despojando de dignidad a cualquiera que se considere problemático o sobrante. Los Trumps del mundo, pero también los Biden, las Von der Leyen, sacrifican al cuerpo-frontera en el altar de un futuro para “los nuestros”. Pero, como decía Cosnay, las izquierdas no son capaces de ver a ese cuerpo-frontera, a las personas migrantes, como el centro de todas nuestras luchas. Urge, por tanto, defiende Mendiola en su libro, sentir vergüenza por el sufrimiento que, en nombre de ese “nosotros”, se infringe sobre los cuerpos-frontera, enarbolar una “hospitalidad incondicional”. “El espacio se abre desde una exigencia ética que deviene irrenunciable: hay un derecho a venir, a moverse, a quedarse”, explica. Y el futuro se cierra, replico yo, si no entendemos que confrontar este mundo-frontera es la única forma de evitar que el tiempo que se nos viene, tenga la forma histórica de un callejón sin salida.