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Cine
‘La ciudad es nuestra’, la película sobre las primeras asociaciones vecinales de Madrid, cumple medio siglo
Especulación inmobiliaria, cierre de comercios tradicionales, expulsión de vecinos y vecinas, desahucios y fondos buitres campando a sus anchas se están convirtiendo en elementos habituales del paisaje de los barrios de Madrid. Ante esto, comunidades de vecinos como las de Tribulete 7, Ermita de Santo 14 o Galileo 22 y diferentes organizaciones ciudadanas y sindicatos de inquilinos se están juntando para defender sus derechos y reclamar unas condiciones dignas de vida, que pasan por un acceso a la vivienda justo. Con un paupérrimo parque público de viviendas, los alquileres disparados y la falta de una regulación efectiva que favorezca este derecho constitucional, la lucha vecinal y asociativa se antoja como respuesta imprescindible.
Un ejemplo claro de la importancia de las luchas vecinales y de la colectivización de los problemas y las respuestas para lograr objetivos comunes lo tenemos en los años 70, cuando aún en dictadura, surgieron en Madrid las primeras asociaciones de vecinos, constituidas para reclamar mejoras en los barrios periféricos de la ciudad, aquellos que se empezaron a levantar en los 50, a raíz de la crisis de trabajo de los pueblos y la consiguiente emigración a las ciudades, donde había trabajo, pero no vivienda y ningún organismo oficial se hacía cargo de esta necesidad.
De 1955 a 1965 la población de Madrid se incrementó en más de un millón de habitantes y para acometer la carencia de vivienda, muchas familias tuvieron incluso que construir su propias casas de forma clandestina, en terrenos que carecían del más mínimo acondicionamiento urbano: calles sin asfaltar, sin alumbrado público, sin alcantarillado, sin recogida de basuras, o la ausencia de centros hospitalarios o escolares eran elementos comunes de los espacios asignados a la clase trabajadora. En este contexto y ante la falta de soluciones políticas que acometieran de forma efectiva estos problemas, se comienza a desarrollar un amplio movimiento reivindicativo de la población de estos barrios populares para mejorar sus condiciones de vida.
En 1975, el cineasta y artista plástico Tino Calabuig y el director de fotografía Miguel Ángel Cóndor se adentraron en varios de estos barrios de Madrid, para documentar la actividad de algunas de estas asociaciones de vecinos: El Pozo del Tío Raimundo, Orcasitas, el barrio del Pilar son protagonistas, con la participación también de la de Villarosa de Hortaleza, San Blas o Leganés, y con ello realizar una película colaborativa, que actuara como elemento contrainformativo, cuestionando los discursos oficiales, creando un relato propio, en primera persona, con el que dar voz a los agentes implicados. Así surgió La ciudad es nuestra.
Filmada en 16mm, comienza con un recorrido en coche por el centro de la ciudad, mostrando lugares del Madrid más reconocible —la Puerta de Alcalá, Gran Vía, La Cibeles, Callao o Plaza de España— para después adentrarse en los barrios periféricos, en un arranque que recuerda al de Cerca de la ciudad (Luis Lucía, 1952), donde un cura, interpretado por Adolfo Marsillach, recorre Madrid desde el centro hasta la zona de Canillas y el arroyo Abroñigal, actualmente soterrado bajo la M-30. Su destino, la Parroquia de San Juan Bautista en la que va a entrar a trabajar. En el camino va dejando tras de sí las zonas nobles de la ciudad, para adentrarse en esta zona suburbial, en la que malviven unos vecinos sin recursos, en un entorno que carece de urbanismo, servicios e higiene. La degradación del extrarradio de Madrid queda patente, si bien la película achaca gran parte del problema no a las administraciones públicas, sino a la dejadez y falta de moral de los habitantes del barrio que han abandonado la iglesia, y la solución planteada pasa por la vuelta a Dios, en un discurso de exaltación nacionalcatolicista, propio del cine oficial de la época.
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En La ciudad es nuestra, este viaje centro-periferia establece un juego de contrastes entre ambos territorios, la ciudad del desarrollismo y la modernidad impostada, auspiciada por el franquismo. No en vano, el primer elemento reconocible, y que aparece de forma recurrente en el arranque de la película, es el Arco de la Victoria (actual Arco de La Memoria) erigido para conmemorar la victoria del bando sublevado frente al bando republicano en la Guerra Civil, frente a la ciudad abandonada por la administración pública, sin servicios mínimos (asfaltado, transporte público, hospitales, escuelas) de hacinamiento chabolista o vertical, barro y sufrimiento, en la que el asociacionismo ciudadano y las luchas vecinales son la herramienta fundamental para revertir la situación y construir un futuro para los lugares en los que viven.
Junto a estos problemas comunes se presentan distintas realidades dentro de la ciudad, la de los barrios del sur como Orcasitas o El Pozo del Tío Raimundo, zonas autoconstruidas que se desarrollaron sin planificación alguna, tan solo atendiendo al aquí y ahora de cada nueva familia que llegaba al barrio, con la imperiosa necesidad de encontrar una vivienda. También el barrio del Pilar, al norte de la ciudad, impulsado por la promotora privada de José Banús —que dio al barrio el nombre de su mujer, Pilar Calvo y Sánchez de León—, con una alta densidad de población, habitando colmenas de edificios de protección oficial, de ínfima calidad constructiva y altos beneficios para su constructor.
La película se estructura a partir de una serie de encuentros con representantes de las distintas asociaciones vecinales —entre ellos se reconoce al ahora concejal de Más Madrid, Félix López Rey en cuya casa se fundó la de Orcasitas— quienes hacen un repaso histórico sobre la construcción de los barrios y la fundación y organización asamblearia de las asociaciones, exponen sus problemas y explican las acciones que han llevado a cabo y las que van a llevar, con la idea de convertirse en interlocutores válidos frente a las administraciones en defensa y mejora de los barrios y contra la inminente expulsión de muchas familias por intereses inmobiliarios.
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Las asociaciones de vecinos no solo se convirtieron en espacios democráticos de encuentro y aprendizaje, sino que además sus sedes, levantadas de forma autogestionada, ayudaron a cubrir las necesidades básicas de muchas familias relacionadas, por ejemplo, con el aseo, ya que un alto porcentaje de casas carecían de váter y/o ducha. Dando asistencia también como escuela nocturna, biblioteca o asesoría legal.
Junto con todos los participantes, la propia ciudad de Madrid se convierte en protagonista de la película, con una minuciosa documentación de las calles, viviendas y locales de los diferentes barrios.
De las luchas vecinales, la solidaridad barrial y el movimiento asociativo de los años 70 quedan grandes ejemplos de los que aprender y tomar nota para el momento actual, como la victoria del barrio de Orcasitas con el Plan parcial de 1971, del que se habla en la película, por el que el Ayuntamiento de Madrid propuso un nuevo desarrollo urbano para el barrio. Esto incluía la demolición de todo el entramado chabolista con el consiguiente desalojo de las familias y la construcción de un nuevo parque de viviendas, en el que según la memoria del proyecto, volverían a habitar los mismos vecinos. Nada más lejos de la realidad: el verdadero proyecto de la administración no contaba con ellos. Tras años de lucha y resiliencia vecinal y constantes movilizaciones y protestas plantando cara ante las diferentes administraciones, el 16 de junio de 1977 el Tribunal Supremo les dio la razón. Los vecinos podían volver legítimamente a su barrio, participarían de forma activa en todo el proceso de remodelación urbana y la memoria de un proyecto se convertía, a partir de este momento, en vinculante. Historia viva de la lucha vecinal, que además quedó reflejada en el callejero de la zona con calles y plazas como: Plaza Asambleas, Calle Participación, Plaza Movimiento Ciudadano, Calle Encierros y por supuesto, Plaza de la Memoria Vinculante.
La película tenía entre sus objetivos ser mostrada como herramienta de trabajo y concienciación para otros barrios y asociaciones que estuvieran viviendo en condiciones similares tanto en Madrid como a lo largo de todo el Estado
La ciudad es nuestra es una obra paradigmática de cine militante y contrainformativo, que practicó, como lo definió el Grupo Ukamau —colectivo de cineastas bolivianos fundado en los años 60 del que formaron parte directores y escritores como Jorge Sanjinés, Beatriz Palacios u Óscar Soria—, “un cine revolucionario no puede ser sino colectivo, como colectiva es la revolución y su protagonista principal será siempre el pueblo”. La película tenía entre sus objetivos ser mostrada como herramienta de trabajo y concienciación para otros barrios y asociaciones que estuvieran viviendo en condiciones similares tanto en Madrid como a lo largo de todo el Estado, y así pudieran conocer de primera mano diferentes formas de actuación y posibles soluciones. Cineclubs, centros sociales, sedes asociativas y sindicales fueron algunos de los espacios donde la película fue mostrada, pero también tuvo un recorrido dentro del ámbito cinematográfico participando en festivales tanto a nivel nacional como internacional.
Tino Calabuig formó parte del Colectivo de Cine de Madrid, activo en los años 70, junto con otros nombres como Andrés Linares, Adolfo Garijo, Carmen Frías o Miguel Hermoso. Pusieron voz e imágenes a la oposición a la dictadura franquista, filmando los acontecimientos de la vida política, social, laboral y cultural de especial relevancia dentro del Estado español: huelgas, manifestaciones o la lucha obrera y estudiantil. Entre sus películas están Vitoria, marzo 1976, Concierto de Raimon en Madrid o Amnistía y libertad.
Posteriormente, Calabuig ha seguido desarrollando una activa carrera cinematográfica, al margen de la industria y siempre con un alto compromiso político, con títulos como Lunes negro, Atocha 55 (1997) sobre la matanza de los abogados de Atocha, Tardará mucho en nacer (1998) en la que recoge los últimos momentos de la vida de Federico García Lorca, o la más reciente De Porlier a La Almudena (2024) que recupera la memoria de personas que sufrieron la violencia y la represión del franquismo, haciendo un recorrido por todas las prisiones que hubo en Madrid durante la dictadura.
A día de hoy, La ciudad es nuestra continúa igual de vigente que cuando se filmó, convirtiéndose en una película de imprescindible visionado, tanto por su valor documental histórico —entre otras cosas además podemos escuchar al cantaor y militante obrero Luis Marín, andaluz, de Ronda, emigrado a Madrid y vecino del Pozo del Tío Raimundo, asesinado en la capital poco antes de cumplir los 30 años, el 20 de junio de 1978, cuando fue atropellado por un coche de forma intencionada— como por el ejemplo que nos presenta, en un momento como el actual de atomización de la sociedad, en el que lo individual le ha ganado el terreno a lo colectivo, sobre la importancia de tener un tejido asociativo fuerte, espacios de resistencia y ayuda mutua que empujen las transformaciones sociales y con los que poder combatir la especulación en la ciudad. No podemos olvidar que, como canta Biznaga, “Madrid nos pertenece a ti y a mí”.