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Ecologismo
Felices elecciones, Coronel Nicholson
Quizá, si peinan canas, hayan asistido como nosotros a una catequesis religiosa y les hayan proyectado, antes del power point, montajes de diapositivas con historias edificantes. Nuestra preferida de aquella época fue El puente sobre el río Kwai, donde se narraban las desventuras de los soldados británicos durante su estancia en un campo de prisioneros japonés de Tailandia en la II Guerra Mundial, la construcción de cuyo puente causó la muerte de 100.000 prisioneros.
Sin embargo, ya de adultos, conocimos otra historia, sin duda apócrifa, pero más realista y creíble: la película homónima de 1957, El puente sobre el río Kwai, del gran David Lean, experto en superproducciones épicas protagonizadas por héroes coloniales torturados como Lawrence de Arabia, basada en una novela de Pierre Boulle. La historia de El Puente, es realmente singular, con dos partes bien diferenciadas. La primera nos muestra la feroz resistencia del Coronel Nicholson, el líder de los prisioneros, frente al alcaide japonés para exigir que los oficiales, según la Convención de Ginebra, no participaran de los trabajos pesados. La segunda, una vez superado el castigo del 'horno' bajo el sol inclemente y conseguida su reivindicación, paradójicamente, la colaboración entusiasta del Coronel Nicholson en la construcción de un puente estratégico para el ejército japonés, con el objeto de demostrar la superioridad técnica y organizativa británica.
Otrora heroicos ecologistas haciendo hoy un alarde de negacionismo bien temperado son capaces de vendernos crecepelos milagrosos como el aceleracionismo tecnológico, el Green New Deal o la democracia formal
La escena final, cuando un comando aliado sabotea el puente (diferente del final de la novela, en la que no es derribado), es antológica; la cara de súbito espanto del Coronel Nicholson, encarnado por el flemático Alec Guinness, al descubrir en el último momento el sabotaje de su querido puente y su fatal error, y provocando su explosión de manera involuntaria al ser abatido, quedará en la memoria de cualquier cinéfilo. Y el Coronel Nicholson como el modelo del colaboracionista (in)voluntario y tardíamente arrepentido por implicarse en los planes del enemigo...
¿A qué viene este recordatorio fílmico? Cuando pensamos en el colapso ecosocial en marcha, llámese para la ocasión con el eufemismo que se quiera, por ejemplo, crisis climática (como si fuera pasajera), pensamos en los numerosos Coroneles Nicholson que pululan en nuestro entorno (y dadas la fechas, el que no sea cofrade, que no tome vela). Otrora heroicos ecologistas que haciendo hoy un alarde de negacionismo bien temperado son capaces de vendernos crecepelos milagrosos como el aceleracionismo tecnológico, el Green New Deal o la democracia formal... y que probablemente al final tendrán que reconocer, cuando sea evidente, su error de juicio. El puente sobre el río Kwai del capitalismo reventará sí o sí, sin necesidad de comandos saboteadores, por sobrecarga estructural o por la embestida de un carguero descontrolado como el de Baltimore, o mutará en algo peor. Aunque su caída dure décadas y lo vivamos en nuestro tiempo vital como una implosión en cámara lenta. La realidad es que el colapso ya ha tenido lugar, y estamos en el tiempo de descuento de sus síntomas más duros, que en ciertas regiones del planeta ya están sufriendo, y ni el reformismo capitalista, ni el milenarismo survivalista, ni la mágica esperanza de un giro de guion in extremis, va a remediarlo.
¿Qué queda por hacer ante este desolador panorama? Y, sobre todo, ¿para qué? El colapso puede acontecer de muchas maneras, unas mejores y otras peores. Entre las peores, ya lo intuimos: barbarie, ecofascismo, etc. Y, entre las mejores, la posibilidad que podamos sobrevivir en una etapa postcolapso medianamente digna, gracias a un cierto decrecimiento con justicia social. En este sentido, cualquier acción o no-acción es decisiva. Estamos asistiendo, según nuestro involuntariamente provocativo criterio en Bienvenidos al Colapsoceno (ahora que el Antropoceno ha decaído para la ciencia) al comienzo de una nueva era de ambigua decadencia, en la que los Estudios colapsológicos no han de convertirse en un nuevo nicho académico sino en el laboratorio interdisciplinar que informe y se alíe con el activismo radical; pensar y divulgar el colapso es tan importante como organizar y construir comunidad(es) para resistirlo.
No obstante, más allá de consideraciones filosóficas que compartimos críticamente con algunos autores (Carlos Taibo, Ugo Bardi, Pablo Servigne/Raphaël Stevens, etc.) se están esbozando las vías materiales no de salvación sino de escape y de reconstrucción; Navegar el colapso, de Carlos Tornel y Pablo Montaño, apunta los enfoques globales del colapso o Decrecimiento: del qué al cómo, de Adrian Almazán y Luis González Reyes plantea propuestas de aplicación en el Estado que podríamos replicar a cualquier escala regional.
El problema no son las ideas, lo que falta -lo sabemos desde hace tiempo- es genuina voluntad política, no solo de las instituciones o lo grandes partidos del sistema, sino, también, del conjunto de la izquierda, de partidos y sindicatos y, lamentablemente, de parte significativa de nuestro ecologismo. Un ámbito en el que se está armando una legión de Coroneles Nicholson, unos más ingenuos y bienintencionados que otros, que con su visión reformista y tranquilizadora o aparentemente extremista pero desenfocada, contribuyen a que los trenes del capitalismo sigan funcionando hacia el abismo...
Infraestructuras
Autopista al colapso
El caso de la Supersur es paradigmático de la política de transportes de las instituciones vascas.
En la elecciones al Parlamento de la CAV es como si los problemas asociados al colapso hubieran desaparecido de la agenda y solo se ofrecieran tiritas y parches para remediar los primeros síntomas alarmantes
En las pasadas elecciones autonómicas al Parlamento de Navarra una alianza ecologista convocó a los partidos políticos a un debate sobre el tema: más allá de dimes y diretes sobre la timorata Ley del cambio climático y transición energética (replicada en Gasteiz) su respuesta fue impecablemente inane. En la elecciones al Parlamento de la Comunidad Autónoma Vasca asistimos a más de lo mismo, como si los problemas asociados al colapso hubieran desaparecido de la agenda, y solo se ofrecieran tiritas y parches para remediar los primeros síntomas alarmantes. En general, la política dominante es la del avestruz, no bajo tierra sino dentro de la txapela, como si fuera un problema local.
Mientras, Catalunya se sume en la sequía pero no importa porque en la cornisa cantábrica de momento no nos afecta; mientras, los agricultores despliegan sus tractoradas (a ver cuando lo hacen para reivindicar al proletariado agrícola de jornaleros y migrantes), nos contentamos con asociarlos a la fachosfera rugiente...y así nos va. La inercia del colapso sigue adelante, con sus guerras por territorio y recursos, sus catástrofes climáticas o la entronización de líderes neofascistas, mientras los elementos más activos de una sociedad como la nuestra, orgullosa de su activismo medioambiental, asisten impotentes o se conforman con ocuparse solo de casos concretos, obviando el elefante al fondo del planeta Tierra. ¿Quizá haya llegado el momento de desafiar al ecosistema político vasco? ¿Merecen los partidos actuales nuestro voto? ¿Hay alguna forma de presionarlos eficazmente? Que cada cual rumie su respuesta y actúe en consecuencia.
El Colapsoceno no es el Apocalipsis, sino el nuevo campo de batalla en el que la retaguardia tiene mucho que decir y aportar. La búsqueda por abajo de amplios consensos entre diferentes tendencias y sensibilidades es una tarea que la sociedad ha de encabezar y exigir. La creación de un nuevo imaginario, más allá de la distopía disciplinaria de Netflix, con sus zombis y plagas, es una de las principales... Toda ayuda para hackear el futuro desde el presente será bienvenida.
La inercia del colapso sigue adelante, con sus guerras por territorio y recursos, sus catástrofes climáticas o la entronización de líderes neofascistas, mientras los elementos más activos de una sociedad como la nuestra, orgullosa de su activismo medioambiental, se conforman con ocuparse solo de casos concretos
El director japonés Nagisa Oshima filmó en 1983 Feliz Navidad, Mr. Lawrence, en la que un irreductible prisionero británico, encarnado por un desafiante David Bowie, plantaba cara al comandante japonés de un campo de prisioneros hasta que este lo dejaba morir tostado al sol en un agujero en la arena, ofreciendo así un modelo ético a prisioneros y carceleros. Frente a la falsa resistencia colaboracionista, la resistencia total parece no tanto la mejor opción como la única posible. Así que, cruzando y saboteando títulos de ambas películas, le diremos a nuestro amigo: Feliz colapso, Coronel Nicholson. O, lo que en nuestro caso, es lo mismo: Felices elecciones, Coronel Nicholson, ojalá no sean las últimas que disfrutes.