Opinión
¿Es necesario seguir esperando?
Diversas investigaciones apuntan tanto a los impactos ambientales como sociales o personales de las líneas de alta tensión.

Las líneas de alta tensión destrozan nuestro entorno y nuestra salud. En el ámbito ambiental, cabe destacar que aumentan el riesgo de incendios debido a la eliminación de la vegetación que se lleva a cabo alrededor de las instalaciones. A su vez, provocan el desplazamiento de los animales, siendo más trágico su impacto sobre la avifauna. Según los cálculos de asociaciones ecologistas, más de 30.000 las aves que mueren al año en el Estado español por colisión y electrocución con cables de alta, media y baja tensión.
Estas infraestructuras producen la ionización del aire que rodea el cableado, hecho que aumenta con la humedad y que puede producir ruido, interferencias y ozono troposférico, además de atraer aerosoles contaminantes y gas radón, conocido agente cancerígeno, presente sobre todo en los entornos de las zonas industriales. A todo ello hay añadir la toxicidad y el aumento del efecto invernadero, producido por el uso de aceites y gases en las subestaciones, según el estudio Mayor exposición a aerosoles contaminantes cerca de las líneas de alta tensión por la acción de los iones corona, del físico Peter Fews.
En Suecia, uno de los países más avanzados en el tratamiento de este problema, el Instituto Karolinska de Estocolmo realizó un estudio sobre 436.503 personas entre los años 1960 y 1985 (Los campos magnéticos y el cáncer en personas que viven cerca de las líneas de Alta Tensión). Bajo la dirección de María Fleychiting y Anders Ahlbom, se analizaron los casos de cáncer en niños y de leucemia y tumores cerebrales en adultos. Mediante mediciones de 24 horas diarias en los hogares, la investigación concluyó que los niños en espacios expuestos a radiaciones electromagnéticas de 0,3 microteslas tienen cuatro veces más riesgo de contraer leucemia, y que en los expuestos a 0,2 microteslas el riesgo es tres veces superior al normal. En los años noventa, otros trabajos de universidades de gran prestigio internacional avalaron dichos resultados.
Según la OMS, “hasta la fecha no hay pruebas que permitan concluir que la exposición a campos electromagnéticos de baja intensidad sea perjudicial para la salud de las personas”, aunque reconoce que al ser un tema controvertido, hay investigaciones internacionales en curso que “se centran en el estudio de posibles relaciones entre el cáncer y los campos electromagnéticos, a frecuencias de radio y de red eléctrica”.
Así las cosas, a estas alturas resulta imposible ignorar los daños que producen los campos electromagnéticos. En consecuencia, la estrategia de la industria implicada y de las administraciones afectadas pasa por negar la evidencia “hasta conocer exactamente el mecanismo de cómo los campos electromagnéticos causan cáncer, leucemia y otras enfermedades”.
Pero treinta años después de que la Epidemiología probara que el amianto es cancerígeno, los científicos no conocen bien el mecanismo, como tampoco saben cómo el tabaco reacciona en el pulmón hasta producir cáncer, o como el DDT actúa en el tejido mamario y deriva en cáncer de mama. Si las autoridades sanitarias hubieran esperado al “conocimiento completo” de los mecanismos de ciertos agentes ambientales, no habría legislación preventiva ni advertencias sobre los peligros de la nicotina, los pesticidas u otras sustancias que hoy en día se saben peligrosas y hasta letales. Entonces, ¿es necesario seguir esperando?
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