Estados Unidos
Zohran Mamdani, el largo camino hacia el socialismo en Estados Unidos
Nueva York es, posiblemente, una de las ciudades que mejor capta el espíritu ambivalente de nuestro tiempo. Ninguna urbe expresa mejor los monstruosos efectos de la expansión sin límites de los mercados financieros en los setenta, un fenómeno que el cineasta iraní Ali Abbasi ilustra con precisión en The Apprentice (2024). En Manhattan, Donald Trump comenzó a adquirir propiedades inmediatamente después de la crisis fiscal y se enfrentó a la demanda del Departamento de Justicia en 1973, que le acusaba de negarse a alquilar apartamentos a inquilinos afroamericanos y puertorriqueños. Amasó una fortuna económica y un capital simbólico tan grande como para dar el salto de los negocios inmobiliarios al Gobierno, desde donde ha sostenido una política exterior —la gestión de la crisis imperial— estrechamente alineada con la de Ronald Reagan. Su torre homónima, un rascacielos discreto en comparación con los edificios que lo rodean, representa la fase superior del capitalismo: la historia de quien especula con el futuro de un lugar y después se presenta como candidato para solucionar los problemas que él mismo ha creado con la misma receta —más mercados— y las mismas externalidades: desigualdad, violencia, racismo, guerra de clases y destrucción climática. Esta es la parte pesimista.
El optimismo de la voluntad, en cambio, nos dice que ninguna otra ciudad en el mundo logra sintetizar lo que transmite NUEVAYoL. El socialismo democrático de Zohran Kwame Mamdani, “el candidato de las minorías urbanas” (lidera el voto asiático, afroamericano y latino) y de los jóvenes blancos de barrios progresistas, es el significante que aglutina el sentido común anti-trumpista. Su discurso mezcla la cultura con la clase; sus acciones, el folklore con la etnia o la raza, cristalizando así la filosofía espontánea de las masas (agrupa sus creencias críticas, experiencias sedimentadas e ideas filosóficas).
El “diccionario mental” del primer alcalde musulmán y de ascendencia surasiática de la Gran Manzana habla el lenguaje del futuro. Es una utopía concreta atada a la experiencia cotidiana en la ciudad: una vida sin guerras, con condiciones materiales “asequibles” —alquileres congelados, autobuses gratuitos, cuidado infantil universal, supermercados municipales, salarios mínimos, impuestos a los ricos. Y se proyecta desde lo urbano hacia lo multicultural, como muestra el logotipo diseñado por la ilustradora iraní Rama Duwajo, inspirado en los taxis amarillos, los colores de la MetroCard y los letreros pintados a mano de las bodegas. Mamdani es la identidad del Nueva York del nuevo milenio, el de las grandes migraciones que llegaron en los noventa y los dos mil.
¿Excepcionalismo Mamdani?
Si Gramsci se topara con “el sistema mágico” de la industria publicitaria en Times Square tras la victoria del militante de los Democratic Socialists of America (DSA), posiblemente pensara lo mismo que en la prisión fascista de Bari: la sensación de estar ante una inflexión en la sociedad, donde la economía entra en tensión con todo lo demás (política, ideología y cultura). Tras una campaña donde el lenguaje mediático ha adquirido una pose islamófoba, clasista, racista y antisemita, todas las cabeceras periodísticas —la mayoría en propiedad de millonarios republicanos y demócratas— reconocen el excepcionalismo de Mamdami en sus portadas. Pero, ¿estamos ante una “coyuntura histórica”? Gramsci respondería que la espontaneidad es una ilusión. Los eventos no planificados (“improbables” e “increíbles”, como dicen las portadas) a menudo se ven manipulados por los intereses de clase.
Sin haber leído aquellos extensos Cuadernos de la cárcel que el régimen de Mussolini consideraba un antídoto terrible para la propaganda fascista, Engels, Lenin y Trotsky atisbaron en las diversas crisis económicas, políticas y culturales de Estados Unidos el surgimiento de la política de masas y nuevas formaciones ideológicas. Así lo recordaba Mike Davis en un artículo de la New Left Review, publicado cien años después de la carta de Engels donde recomienda al “atrasado” movimiento obrero inglés que tome como modelo “avanzado” a Los Caballeros del Trabajo (una de las primeras grandes organizaciones obreras de EEUU) y apoye a Henry George (economista célebre por su propuesta del impuesto único a la tierra). La misma conclusión extrajo Lenin tras los avances del Socialist Party of America en las elecciones de 1912, y también Trotsky tras las grandes huelgas de 1936-1937. De entre todos, solo este último vivió en Nueva York, durante su exilio temporal en 1917, tras ser deportado desde España, y antes de regresar a Rusia para la Revolución Bolchevique. Ningún otro, mucho menos Gramsci, pisó la llamada tierra de la libertad.
De haberlo hecho, argumenta Davis, quizá se hubieran topado con un patrón histórico. Con más fervor desde 1856-1857 —las huelgas obreras que acompañaron el ascenso del movimiento antiesclavista—, pero también en 1892-1896 —las grandes huelgas ferroviarias— o en 1912 y 1919 —desde la insurgencia de los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW por sus siglas en inglés) hasta la ola huelguística de la posguerra—, la intensidad de la lucha de clases en Estados Unidos ha dado lugar a la aparición episódica de nuevas izquierdas en cada generación.
La conciencia de clase obrera ha estado conformada por experiencias comunes de militancia, como la que dieron lugar a la acción política independiente del “abolicionismo obrero”, el “populismo obrero” o el “socialismo debsiano”. Sin embargo, en palabras del teórico urbano, “el dominio del capital se ha mantenido instalado con mayor fuerza y con menor grado de impugnación política que en ninguna otra formación social capitalista avanzada”. Esta tendencia se confirmó tras la Segunda Guerra Mundial, un periodo marcado por la integración fordista de la producción en masa y el renacimiento del sindicalismo industrial. ¿Estamos entonces ante un realineamiento de clase capaz de “generar los apoyos sociológicos para una subcultura proletaria unitaria”?
¿Será suficiente para la izquierda luchar para ampliar ligeramente el Estado de bienestar en miniatura creado durante la edad de oro del capitalismo?
Para descifrar el excepcionalismo de Mamdani, el consejo que nos daría Stuart Hall sería distinguir si los cambios que se han producido en la sociedad son “orgánicos” y reflejan, por tanto, transformaciones profundas en la estructura económica, como alerta el trumpismo al tildar al joven alcalde de “terrorista”, “yihadista” o “comunista” (la batería discursiva habitual del macartismo), o si se trata de acontecimientos puntuales, “casi accidentales”, que carecen de “gran trascendencia histórica”.
Al respecto, la experiencia de la lucha obrera nos enseña que existe otra arista fundamental para entender la coyuntura: lo urbano media en el proceso de hegemonía de las clases dominantes, incorporando sus macroestructuras en el día a día. Según Henry Lefebvre, el aspecto central del orden social de la posguerra y la supervivencia del capitalismo fue precisamente la fusión de todos los aspectos del espacio social a través de la urbanización.
¿Es posible que se hayan creado las condiciones objetivas para el cambio, al concentrar la mano de obra y el capital en Nueva York, o la urbanización es una fuerza de separación, segregación e individualización? ¿Sigue latente, en algún lugar, una solución política socialista a la crisis urbana y a la situación material del proletariado de los barrios marginales? ¿Será suficiente para la izquierda seguir en busca de las instituciones pérdidas de antaño? ¿Es “nostálgico”, como escribe The Economist (“Make New York Great Again”), hacer campaña para incrementar ligeramente el tamaño de un Estado de bienestar urbano en miniatura creado durante la edad de oro del capitalismo?
Nueva York, la capital global de las finanzas
Esta historia arranca en el París de 1860. No repite la de Nueva York, pero rima. Como recuerda David Harvey en su estudio sobre la capital de la modernidad, el barón Haussmann activó todo el aparato del Estado bonapartista para afrontar un problema central del capitalismo: la sobreacumulación. Para ello recurrió a un endeudamiento gigantesco que alimentó con sus propias obras de reforma, aquellas que redibujaron para siempre su geografía urbana.
La ciudad quedó desnuda ante el circuito del “capital-dinero”, y los prestamistaS se cobraron hasta el último franco francés que había costado rescatarla. En esta misma época, el escultor Frédéric Auguste Bartholdi presentaba los planos de la Estatua de la Libertad, monumento concebido para encarnar los aún incipientes principios de república y democracia en Estados Unidos.
La llegada de este mamotreto al puerto de Staten Island desplazó la capital de la modernidad y alteró para siempre nuestra concepción de la libertad. Como si esa llama, encendida sobre los cuerpos de lo communards de París, sirviera para borrar el recuerdo de los workies de Nueva York; como si se quemara con la bandera roja que hacía mucho tiempo había ondeado en la Comuna, antes de que Haussman borrara su memoria; como si el arder evidenciara un mapa mental completamente diferente, en otro momento histórico distinto al de la Belle Époque parisina. Uno en el que cada metro cuadrado de la ciudad aparece ya diseñado por bancos, fondos y multinacionales para controlar sus inversiones en todo el planeta.
Más de un siglo después, en los setenta, casi no queda rastro de la organización keynesiana de la economía, del consenso surgido tras la Segunda Guerra Mundial basado en que el gasto social no es “deficitario”, y mucho menos se recuerda la propuesta de la Escuela Austriaca, que veía el creciente papel del Estado como una vía pacífica para la introducción del socialismo en los países capitalistas avanzados. Las finanzas habían tomado el mando. El auge de la desregulación, la privatización y el establecimiento de la competencia como única forma organizativa de gobernar el mundo encontró su laboratorio de pruebas en la crisis fiscal de Nueva York.
En 1975, por un lado, la ciudad experimentó una depresión aguda en la economía real, y por otro, se produjo un fallo sin precedentes en el mercado de bonos municipales, que estuvo a punto de colapsar. La condena histórica a la austeridad se produjo en menos de una década, y la violencia financiera desatada tras su rescate todavía se puede ver en un Nueva York totalmente decadente, La Sustancia (2024) hecha urbe, muy lejos del sueño que perseguían los artistas y escritores que arribaron tras la guerra.
Citando el huracán de datos de Michael Beyea Reagan en Gotham Center, la crisis del capitalismo industrial en Nueva York se llevó por delante un promedio de 1.000 empresas manufactureras cada año entre 1969 y 1976. Eso se tradujo en la caída de 500.000 empleos, lo que empujó el desempleo al 10% y tumbó a la mitad el empleo industrial de la ciudad desde su máximo de posguerra (poco más de un millón).
Los pilares de su economía —Macy's, el Daily News, Citibank, Olympia & York, The Trump Organization— quedaron debilitados o quebraron. Se cerró el puerto de aguas profundas de Nueva York, su sistema ferroviario de carga. Se cerraron sus fábricas, destruyendo los negocios locales, y se cortaron los servicios públicos (tránsito, saneamiento, policía y seguridad contra incendios) a comunidades empobrecidas y de clase trabajadora. También se destruyeron 11.000 unidades de vivienda entre 1970 y 1975 por abandono y demolición, de manera que a finales de la década había casi un millón de residentes menos. En el Bronx, se marchó uno de cada cinco.
El valor de los bienes inmobiliarios se multiplicó por veinte en Nueva York durante los setenta. Se disparó el valor de la tierra, los trabajadores pobres fueron expulsados y las fábricas cerraron una tras otra
Pero lo que agravó la crisis de las finanzas municipales fue el colapso histórico del mercado de bonos emitidos por la ciudad para financiar proyectos públicos, como escuelas y carreteras. Nueva York se convirtió en el mayor activo tóxico del mundo, con un rascacielos de deuda de 11.000 millones, porque nadie quería comprar sus bonos a precios normales. Financiados durante años con deuda que los grandes de Wall Street vendían alegremente en mercados de todo el planeta, la ciudad casi declara la bancarrota por la desconfianza que generaban sus cuentas. Cuando los bancos vieron que el barco se hundía, vendieron unos 2.300 millones de dólares en bonos (le pasaron el riesgo a inocentes, aseguradoras y fondos de pensiones), salvando su posición en los mercados, y algo aún más kafkiano, reorganizando la ciudad —totalmente devastada— a favor del capital financiero.
“Influenciados por el nuevo pensamiento económico proveniente de Milton Friedman y sus discípulos de Chicago”, relata Beyea Reagan en su artículo, en la primavera de 1975 los bancos empezaron a imponer peticiones sin precedentes, como datos actualizados al día sobre las cuentas municipales. En el verano, demandaron recortes sin precedentes al gasto público, incluyendo los programas emblemáticos. La “contracción planificada” fue devastadora: 6.000 policías despedidos, 6.000 maestros, 2.500 bomberos, y la matrícula gratuita fue eliminada en CUNY, la universidad pública de Nueva York, por primera vez.
Fue la mayor guerra de clases bipartidista del siglo XX: desregularon la economía y atacaron la tributación progresiva, disminuyendo el alcance de los bienes públicos y el poder del trabajo organizado. Fue así como se instaló el pensamiento mágico de Davos en la subjetividad de los neoyorquinos. Los mercados, como motor orgánico del capitalismo, desestabilizan la sociedad y la naturaleza al mismo tiempo que ofrecen sus servicios como solución.
En The Assassination of New York (Verso Books, 1996), Robert Fitch documenta las “externalidades” de esta formación ideológica: la ciudad pasó de ser la más rica del mundo a ser también a una de las más pobres de América del Norte, con casi dos millones de personas en las calles. Pese a que más de 400.000 residentes de la ciudad no tenían trabajo, la ciudad había construido seis millones de metros cuadrados en oficinas. La planificación urbana del establishment, diría Lefevbre, alteró el nuevo orden natural de las cosas. El valor de los bienes inmobiliarios se multiplicó por veinte y, al dispararse el valor de la tierra, se expulsó a los trabajadores de clase trabajadora, que fueron reemplazados por la “clase profesional-directiva” descrita por Barbara Ehrenreich. Las fábricas industriales cerraron una tras otra.
Entre 1945 y 1975, Nueva York había tenido educación superior pública y un sistema hospitalario municipal gratuito, había gastado miles de millones en vivienda pública y cooperativa, activado un control de rentas y programas de capacitación laboral, ampliado los pagos de bienestar y, famosamente, había subsidiado la tarifa de transporte, que se mantuvo en solo cinco centavos durante los primeros cuarenta años de existencia de la Autoridad Metropolitana del Transporte (MTA, por sus sigla en inglés). Todo eso fue arrasado por los bancos que asentaron sus operaciones en Wall Street.
No obstante, la victoria de los financieros y los conservadores resultó limitada porque los sindicatos municipales se movilizaron contra los despidos y recortes más salvajes. La coalición política formada entre inquilinos organizados, sectores de la izquierda y la socialdemocracia urbana, y freeriders del Partido Demócrata, amenazó con huelgas o las llevó a la práctica, demostrando que tenían la capacidad real de bloquear el funcionamiento de la ciudad.
A través de, primero, sus inversiones en los fondos de pensiones, y después, en la Municipal Assistance Corporation (MAC) —el ente estatal que emitió los bonos para reemplazar parte de la deuda vieja de la ciudad— preservó la negociación colectiva y gran parte de su poder. La regulación de rentas no fue eliminada, y las tendencias socialdemócratas fueron moderadas pero no erradicadas. En Nueva York sobreviven todavía instituciones y sujetos políticos nacidos tras décadas de lucha obrera. El presupuesto municipal de 112.400 millones de dólares sostiene el sistema escolar más grande del país, su mayor red de hospitales públicos, un transporte público financiado en su mayor parte por el estado, parques y bibliotecas, vales de alquiler, abogados para los inquilinos que se enfrentan a un desahucio y viviendas públicas para aproximadamente uno de cada 17 residentes.
¿Puede el populismo digital de Mamdani, al eliminar la división entre cultura (migración) y economía (alquileres), crear una contrahegemonía que convierta a los movimientos en mecanismos de cambio histórico?
La pregunta es, entonces, si Zohran Mamdani puede construir una contrahegemonía que no se limite al desplazamiento de unas ideas —ya fracasadas— por otras, sino a la construcción discursiva de un nuevo proyecto político transformador que integre las prácticas culturales populares negadas desde los setenta. ¿Puede este populismo digital, centrado en eliminar la división entre las cuestiones culturales (migración) y las económicas (alquileres), armar una ideología orgánica que consolide los movimientos de base como mecanismos de cambio histórico?, ¿puede conseguir que desempeñen su propio papel en el establecimiento del contexto para el cambio, y no que simplemente sean parte de un movimiento viral construido a partir de la representación pública de diferentes demandas individuales? Estas preguntas acechan a los populismos occidentales y latinoamericanos desde hace décadas.
Entre la organización y el canvassing
De origen ugandés, creció en una familia de intelectuales y artistas indios que a mediados de los noventa llegó a Nueva York. Es hijo de Mira Nair —directora de cine reconocida internacionalmente— y del teórico poscolonial Mahmood Mamdani, disciplina que actualmente enseña en la Universidad de Columbia, quien declaró haber conocido la obra de Karl Marx por primera vez cuando fue interrogado por el FBI antes de una marcha por los derechos civiles en los sesenta. Durante su formación universitaria, Zohran Mamdani se vinculó al movimiento por la justicia en Palestina y, posteriormente, trabajó en la defensa de inquilinos amenazados por desahucios hipotecarios (ambas luchas, local y global, definieron la línea electoral posterior de Mamdani).
En 2020 accedió a la Asamblea Estatal de Nueva York de los Socialistas Demócratas de América (DSA), cuando la formación inciaba una estrategia de fortalecimiento a nivel territorial. Hoy cuenta con más de 80.000 miembros, frente a los apenas 7.000 de la década de los ochenta, y una edad media de 33 años con respecto a los 68 que tenían antes de la primera campaña presidencial de Bernie Sanders, cuando Mamdani se afilió. Esta labor organizativa no solo se ha traducido en la creación de una ideología socialdemócrata contraria a las élites del Partido Demócrata, sino en resultados prácticos de envergadura: más de 250 candidatos vinculados al DSA ocupan actualmente cargos electos, con el 90% de estos éxitos concentrados en el período posterior a 2019 (no se recuerdan cifras similares desde 1912).
Además del nuevo alcalde de la Gran Manzana, enumera Jacobin sobre las últimas elecciones en distintas ciudades, salieron victoriosos diversos miembros del DSA: en Minneapolis (MN), Robin Wonsley (tercer mandato), Soren Stevenson, Aisha Chughtai y Jason Chavez llegaron al consejo municipal; en Atlanta (GA), Kelsea Bond se convirtió en la primera socialista de la historia de la ciudad; en Detroit (MI), Denzel McCampbell; en Ithaca (NY), Jorge DeFendini regresó al consejo y Hannah Shvets se convirtió en la socialista más joven electa en la historia de EEUU; en Poughkeepsie (NY), Daniel Atonna; en la propia Nueva York, fueron reelectos Alexa Avilés, Tiffany Cabán, Shahana Hanif (tercer mandato) y Jumaane Williams como defensor público; en Cambridge (MA), Ayah Al-Zubi y Jivan Sobrinho-Wheeler (tercer mandato); en Greenbelt (MD), Frankie Fritz; y en Carrboro (NC), Danny Nowell.
Como señala Jane McAlevey en No hay atajos (Verso Libros, 2024), la izquierda ha utilizado métodos erróneos durante el último medio siglo, centrándose en la movilización en lugar de la organización. Este último es un proceso más lento y complicado, pero, a la larga, permite que el movimiento crezca. “La clase obrera necesita más poder para ganar”, escribe sobre las lecciones del Committee for Industrial Organization (CIO). Así lo entendieron en el DSA, aunque aplicando las lecciones sindicales de McAlevey a las comunidades laborales de Nueva York; esos grupos de amigos que se forman fuera del centro de trabajo, en su entorno barrial. Mediante una canvassing operation, integraron en su campaña a 100.000 voluntarios, que llamaron a 3 millones de puertas, logrando movilizar a un 25% de las personas que votaron por adelantado.
Paola Navigovitch explica en El País cómo se estructuraban grupos como “Gays for Mamdani” o “Latinos for Mamdani”, mayoritariamente compuestos por la mezcla de nuevos activistas y veteranos del ala progresista Demócrata: a pie de calle, día tras día, por vecindarios y por franjas horarias, con turnos que se iniciaba con los líderes de los equipos —más de 700— dando instrucciones precisas sobre cómo actuar. El éxito fue absoluto. Durante los últimos 100 días de la campaña electoral se registraron 30.000 ciudadanos (frente a 3.000 en 2021).
La aplicación de canvassing MiniVAN, un sistema en propiedad del Partido Democráta para conectar a los voluntarios con los votantes, fue el “corazón” de la campaña del alcalde de Nueva York
Ahora bien, nada de ello hubiera podido ocurrir sin una aplicación móvil de canvassing llamada MiniVAN, algo así como una herramienta para la coordinación social. “El corazón de esta campaña”, decía Mamdani sobre la plataforma que puso en contacto a los voluntarios con sus votantes y simpatizantes, recopilando datos o sincronizando en tiempo real el feedback o la información electoral gracias a su base de datos NGP VAN. Este servicio ha sido utilizado por el Partido Demócrata en todas sus campañas desde la de Barack Obama en 2008, así como por otras organizaciones sin ánimo de lucro autorizadas por el Partido Demócrata. La empresa que lo ofrece fue fundada por un ex alto cargo de Hillary Clinton, pero hace pocos años fue comprada por una firma de capital privado llamada Apax Partners, con una amplia cartera de empresas y donantes tanto demócratas como republicanos entre sus socios, según The Intercept.
El dominio del populismo digital
Más allá de los límites democráticos de esta tecnología de canvassing, si Zohran Mamdani ha logrado movilizar a votantes que tradicionalmente se abstenían en las primarias y que se alejaron de los Demócratas en 2024 es porque ha expandido su base social mediante el uso creativo de las tecnologías comunicativas. La radicalización del discurso mediante su aceleración; sacarlo del centro político, donde la izquierda acumula derrotas por doquier, en vídeos menos de dos minutos. Esto es algo que no consiguieron otras primeras espadas progresistas, por ejemplo, la miembro del DSA Alexandria Ocasio-Cortez, a quien la “guerra de género” progresista le impidió hacer campaña.
Con millones de visualizaciones en redes sociales, el nuevo alcalde articula un mensaje que conecta las demandas de clase con las identidades culturales. Es la expresión más clara de cómo disputarle a la derecha el terreno del “marxismo cultural” y superar los límites del modelo soviético al mismo tiempo: abriendo, como propondría Stuart Hall, nuevos frentes de lucha en ámbitos como la cultura juvenil y la migración. Inspirado por Eugene V. Debs y Jawaharlal Nehru, Mamdani entiende que los conflictos de clase se manifiestan en la sociedad a través de la cultura y la ideología, y que el racismo desempeña un papel central en la supervivencia del capitalismo. No articula demandas “flotantes” de cualquier manera —cooptando o criminalizando la ideología woke— sino en base a las contradicciones materiales específicas que se producen en la estructura del capitalismo neoyorquino.
Desde luego, Zohran Mamdani emplea la tecnología como una extensión de la batalla cultural. Al menos de momento, el dominio de las redes sociales le ha permitido abrir un “tercer espacio” donde no llega la contrarrevolución populista de la burguesía conservadora (MAGA, con un 60% de sus miembros identificándose como hombres blancos, cristianos y mayores de 65 años), pero tampoco la posición anti-marxista del Partido Demócrata.
Los vídeos de dos minutos de Mamdani en TikTok e Instagram, a cargo de la agencia digital Melted Solids y la documentalista Olivia Becker, escapan a las cámaras de eco partidistas de los medios de comunicación. Los mensajes, manufacturados por el estratega Graham Platner, se dirigen hacia el malestar social, canalizan los miedos posteriores a la pandemia, y afrontan las preocupaciones financieras mediante políticas muy concretas. Diseñadas por la organizadora Elle Bisgaard-Church, refuerzan la confianza en la política democrática y combaten el antiintelectualismo. Lo hacen además con una estética setentera, diseñada por la artista Rama Duwaji, presentando a Nueva York como el escenario de las batallas históricas por los derechos civiles y contra las guerras imperiales.
El acierto de Mamdani radica en su capacidad para utilizar los espacios digitales no como vectores del nihilismo propio de MAGA —dependiente de la parálisis y el resentimiento—, sino como herramientas para estimular la creatividad y las ganas de su joven audiencia, e incluso para impulsar la militancia en el DSA. Lo señala Dodai Stewart: “inspira a todo el mundo, desde ciudadanos de pie hasta artistas y músicos consolidados, a crear sus propios vídeos en su nombre”.
Contra el falso debate entre boomers y millennials, sus publicaciones e intervenciones construyen conciencia intergeneracional porque representan todas esas prácticas culturales y sociales que ocurren en la vida cotidiana. Nadie puede negar que el recién elegido alcalde neoyorquino se ha ganado a la ciudad mediante la discusión pública de los problemas económicos, sea colocando sus marcos en los podcasts de deportes (Pablo Torre), moda (Throwing Fits) y finanzas (Bloomberg's Odd Lots), haciendo TikToks con la conocida artista de performance y entrevistadora a pie de calle Crackhead Barney, o apareciendo en los Twitch de Hasan Piker, “una mente progresista en un cuerpo MAGA”, cuyos vídeos de “bro” tratan temas culturales como el fitness, los videojuegos y la moda desde una perspectiva socialista.
En apariciones que acumulan millones de reproducciones en las redes sociales, Mamdani baila salsa con ancianos en el Lower East Side, usa un dastaar amarillo canario en un Nagar Kirtan sij en Richmond Hill, saluda a simpatizantes sirios en dialecto levantino en Steinway Street, baila bachata sensual con un gato llamado Coca en una bodega del Bronx... Henry Lefebvre estaría realmente impresionado al descubrir que el populismo en torno al derecho a la ciudad puede sustituir la “utopía abstracta” de la ciudad capitalista por una “utopía concreta” donde todos los habitantes, incluidas las clases trabajadoras, inmigrantes y jóvenes, sienten el poder de influir en las decisiones, desafiando el control técnico de la burocracia.
Apenas nueve horas antes del cierre de urnas el día de las elecciones, Mamdani entró en una sala abarrotada de docenas de creadores y creadoras de contenido de la ciudad y procedió a responder en directo a una avalancha incesante de preguntas ciudadanas sobre temas que van desde la política de vivienda hasta el cuidado infantil y los derechos LGBTQIA+.
La recapitulación de Dan Chiasson en NYRB sobre la maratón nocturna de Mamdani del domingo preelectoral también capta a la perfección cómo su discurso populista digital ha permeado mediante la captura espacial de la ciudad: a las 11:24 PM aparece en Gabriela; a las 11:41 en Toñita’s, el club social caribeño de Williambsburg que frecuenta Bad Bunny; poco después de la medianoche está en Damballa, el local más popular para bailar; a la 1:00 AM en Mood Ring, “el bar gay”; a la 1:14 en Papi Juice, una fiesta de arte itinerante que “celebra las vidas de personas queer y trans de color”; a la 1:24, impecable y tiritando, visita un camión de comida halal.
La puesta en escena de Mamdani durante la campaña ha roto el “espacio-tiempo”. Daniel Denvir, presentador del podcast The Dig, expresa en el New Yorker que Mamdani “es verdaderamente un talento político generacional, un comunicador político al nivel de Obama, pero con buenas políticas”. John Cassidy, una de las grandes figuras heterodoxas de esta revista, dedica un artículo influyente a las “Zohranomics”, una agenda radical asentada sobre la accesibilidad.
La cabecera cultural más cool de la ciudad se rinde ante su programa, que incluye guardería universal gratuita, financiación para bibliotecas y el sistema hospitalario, un nuevo departamento de ”seguridad comunitaria“ para eliminar la carga de intervención, autobuses gratuitos más rápidos, un sistema de cinco supermercados de propiedad municipal, aumentar el salario mínimo a 30 dólares por hora en los próximos cinco años, un impuesto del 2% sobre los ingresos superiores a un millón de dólares —unos 34.000 hogares de la ciudad— que añadiría 7.000 millones de dólares al presupuesto anual de la ciudad.
Desde su identidad “mezcla masala”, Mamdani ha hecho un ejercicio de pedagogía sobre las diásporas del sur de Asia y África. Un relato complejo sobre la historia desigual, la esclavitud, la raza, el imperialismo y el capitalismo
El núcleo de estas “políticas económicas trotskistas”, en palabras de Larry Summers, alto cargo en la administraciones de Clinton y Obama, es un populismo que llama a algo tan básico como congelar la renta y hacer cumplir las regulaciones de los propietarios, además de construir 200.000 viviendas más con alquiler estabilizado durante los próximos diez años. Su campaña planea lograrlo ampliando las inversiones públicas, modificando las leyes de zonificación y acelerando la aprobación de los planes urbanísticos. A diferencia del Partido Demócrata, y de sus identity politics, que se focalizan en el reconocimiento en lugar de la redistribución —decía Nancy Fraser sobre “la época post-socialista”—, Mamdani ha conseguido un enorme apoyo popular hablando de esto último desde su identidad “mezcla masala”.
La estrategia populista ha sido un éxito porque ha sido un ejercicio de pedagogía sobre las diásporas del sur de Asia y África, un encuerpamiento de los relatos complejos sobre la historia desigual, la esclavitud, la raza, el imperialismo y el capitalismo en el país. Así lo señalaba Anneeth Kaur Hundle en un análisis magistral para Zócalo, donde apuntaba que la película Mississippi Masala (1991), de su madre, ya exploraba los encuentros desiguales que se producen en las comunidades fruto de las cambiantes diásporas.
“Los bonos municipales estrangulan al socialismo”
Ahora bien, el hecho de dominar la ciencia política del populismo económico y de la guerra cultural no debería dejar de alertarnos sobre los límites de la nueva agenda socialdemócrata, donde el “socialismo de mercado” entrará en choque con el mercado de los bonos municipales.
El primer reto de Mamdani empezará con torcer el brazo del gobernador y los legisladores estatales de Albany, sobre cuyos hombros recae la decisión de conceder a la nueva administración los miles de millones de dólares que necesitará para llevar a cabo sus propuestas estrella. El alcalde y el Consejo Municipal solo manejan una pequeña fracción de los ingresos generados por los impuestos y, de todas las ciudades del país, Nueva York quizás sea también la que tiene las finanzas más restringidas por el gobierno.
Meses antes de su victoria, Alexandre Zevin advertía en Sidecar de esta inminente moderación: “no se tocará el principal mecanismo que permite asfixiar las reivindicaciones sociales en la ‘capital del capital’... porque no se puede tocar el impuesto sobre la propiedad del que la ciudad obtiene aproximadamente un tercio de sus recursos”.
Únicamente se podrá aumentar aplicando una fórmula que se determina a nivel estadual, pero la gobernadora Kathy Hochul ya hizo saber su oposición a su proyecto. Quizá la lucha por su reelección el año que viene suponga un incentivo para que actúe. “Necesita conseguir una gran victoria”, reconoce Amit Singh Bagga, quien trabajó en la administración de Hochul y asesoró a Mamdani, que será una pieza clave a la hora de movilizar a los votantes.
Por eso, si bien se mantiene cercana a los intereses del sector inmobiliario y de las grandes empresas, la prensa progresista está de acuerdo en que la gobernadora mostrará apertura a la hora de aumentar los impuestos a las empresas y a financiar nuevas viviendas. Aunque su idea de invertir 100.000 millones de dólares en gasto público para la construcción de cientos de miles de viviendas tendría que obtener el permiso del Estado para pedir prestados unos 70.000 millones de dólares por encima del límite de deuda actual de la ciudad.
La congelación de los alquileres en un mercado que ya cubre casi la mitad de los apartamentos de la ciudad y la asistencia universal para el cuidado infantil —que costaría 6.000 millones de dólares al año, especialmente si se equipara el salario de los trabajadores de guarderías con el de los profesores de escuelas públicas— pueden ser victorias algo más factibles.
Pero el verdadero cuello de botella que “estrangula al socialismo” no está en los presupuestos públicos, escribe David I. Backer, sino en el mercado de bonos municipales. La propuesta de Zohran Mamdani para mejorar las escuelas de Nueva York no se financiaría mediante una simple ampliación de la recaudación fiscal, sino a través de títulos de deuda adquiridos por inversores de todo el mundo: un mercado de unos cuatro billones de dólares, en el que más de 90.000 administraciones emiten más de un millón de bonos distintos.
El autor de As Public as Possible: Radical Finance for America’s Public Schools (The New Press, 2025) explica que el plan de Mamdani depende de un instrumento muy específico: los Building Aid Revenue Bonds (BARBs), emitidos por la New York City Transitional Finance Authority (NYCTFA), “una autoridad semiautónoma que opera como un mini Ministerio de Hacienda en paralelo”.
Un documento de la propia NYCTFA, utilizado para colocar casi 1.400 millones de dólares en BARBs y citado por Backer, ilustra la lógica perversa del modelo. En 2026, la ciudad deberá pagar 157 millones solo en servicio de deuda por esa emisión; un año después, la cifra saltará a 600 millones. Solo en intereses, calcula Backer, Nueva York desembolsará 90 millones en dos años. Y aun así, esa cantidad es apenas un tercio de los 3.400 millones anuales que el Departamento de Educación destina al pago de deuda: alrededor del 8% de su presupuesto total. En otras palabras, aproximadamente lo mismo que costaría poner en marcha el propio plan de Mamdani.
La propuesta para mejorar las escuelas de Nueva York no se financiaría mediante la recaudación fiscal, sino a través de títulos de deuda adquiridos por inversores de todo el mundo
El andamiaje financiero de la ciudad funciona como una auténtica “camisa de fuerza” para el programa de Mamdani. Por un lado, están los límites fiscales legales al endeudamiento municipal; por otro, y sobre todo, pesa la amenaza constante de una rebaja en la calificación crediticia —la estimación de la capacidad de la ciudad para pagar puntualmente sus deudas. Cuanto mayor se percibe el riesgo, mayor es el interés exigido. De este modo, agencias como Moody’s, S&P y Fitch —las mismas que otorgaron calificaciones indulgentes a la deuda hipotecaria tóxica y contribuyeron a desencadenar la crisis financiera de 2008— conservan hoy la potestad de definir el nivel de riesgo al que la ciudad puede endeudarse.
En el caso de los BARBs, su calificación es de entrada peor que la de otras modalidades de deuda municipal. Eso implica que cada inversión social debe asumir intereses más altos por cada dólar prestado por entidades financieras como Bank of America, Morgan Stanley o Barclays, todas ellas rescatadas tras la primera gran crisis financiera global del capitalismo.
Citando de nuevo a Backer, Mamdani “tendrá que ponerse la chaqueta, como todos los alcaldes antes que él: emitir bonos, refinanciarlos con impuestos futuros y negociar con un gobierno en la sombra de tecnócratas no elegidos que manejan un mercado tan complejo que casi nadie lo entiende”. En definitiva, el propio diseño institucional de la ciudad está orientado a proteger a los tenedores de bonos, no a garantizar el derecho a una escuela digna. ¿Será posible cumplir la agenda municipal con políticos neoliberales y de extrema derecha, como Hochul y Trump, ocupando cargos estatales y federales?
Las contradicciones del programa de Mamdani
¿Y qué hay de la otra propuesta estrella de Zohran Mamdani, combatir la subida de los precios de los alimentos en la ciudad? De acuerdo con su programa, ello debería traducirse en la inversión de 60 millones de dólares en un supermercado público por cada distrito (Manhattan, Brooklyn, Queens, el Bronx y Staten Island).
Según expertos como Errol Schweizer, este es un buen primer paso, pero resulta insuficiente para generar el impacto necesario. Junto a Raj Patel, los dos miembros del Panel Internacional en Sistemas Alimentarios Sostenibles, que estudian los sistemas alimentarios locales más exitosos del mundo, calculan que se necesitarían al menos veinte tiendas medianas en los barrios más desatendidos para alcanzar economías de escala efectivas, con inventario reducido y salarios sindicales dignos. El coste, señala Patel en un artículo para Boston Review, rondaría los 400 millones de dólares anuales —menos del 4% del presupuesto de la policía neoyorquina en 2024 y apenas un 0,38% del presupuesto municipal total.
El reto será aún mayor si se reconoce que la clave del modelo no está solo en abrir tiendas donde el sector privado no llega, sino en “construir una cadena de suministro pública completa donde la ciudad compraría directamente a productores, gestionaría almacenes y distribución, eliminando intermediarios privados, especulación inmobiliaria y extracción de beneficios. También serán necesarios “impuestos a la comida basura”, “restricciones publicitarias”, “educación alimentaria” y “mejora de los menús escolares” para enfrentar colectivamente el poder de la industria alimentaria.
En lo relativo a la mejora de la salud pública, la discreta omisión de Mamdani sobre la cobertura universal muestra el realismo, más que la ideología, del socialismo democrático. “La cruel ironía del sistema sanitario estadounidense es que cuanto más desigual y caro se vuelve, más se resiste al cambio”, escribe Tai Dinger, experto de Harvard. Esto es especialmente relevante en una ciudad donde las desigualdades socioeconómicas fueron un factor fundamental en las muertes de la COVID-19.
Es cierto que la elección para el equipo de transición de Lina Khan, quizá el baluarte político más importante de Mamdani, se ha entendido como una “advertencia al capital privado” que ha monopolizado el sector sanitario, comprando clínicas sin tener que revelarlo públicamente por estar debajo de ciertos umbrales. Como presidenta de la Federal Trade Commission en la administración Biden, Khan intentó obligar a revelar dichas adquisiciones para hacerlas más transparentes. Este mecanismo se podría activar para fortalecer hospitales públicos y evitar contratar a empresas privadas para servicios médicos (ambulancias, dispositivos, etc.).
Ahora bien, el tipo de “populismo anti-monopolio” del que hicieron gala Lina Khan y Elizabeth Warren nunca consiguió detener que el bloque histórico de las grandes empresas tecnológicas, los grandes capitales globales (Arabia Saudí, SoftBank y JP Morgan), y el gran Estado (el Pentágono y la NSA) se pusiera del lado de Donald Trump.
¿La amenaza? Una falsa cultura de la participación popular. Un grupo de expertos que diseñan las políticas de la ciudad, pero desconectados de todo proceso de creación de una política innovadora
En resumen, lo más complicado será escapar del populismo de la universalidad, “una constelación de conceptos parcialmente rebatidos, que mantienen unida a una base electoral poco cohesionada a través de una serie de preguntas, más que de respuestas, en condiciones de alta fragmentación social”, como se le achaca desde la academia al DSA. ¿La amenaza? Una falsa cultura de la participación popular que termine dando lugar a un grupo de expertos técnicos que diseñan las propuestas políticas de la ciudad, pero que se hallan desconectados de todo proceso de creación de una organización política genuinamente nueva e innovadora.
Dado que la cuestión en último término será de suma cero, garantizar la estabilidad entre las necesidades de acumulación de capital y el bienestar social, el peligro es que las inercias institucionales se decanten por lo primero.
De momento, The New York Times ha hecho saltar la voz de alarma. El relato de Astead W. Herndon describe que en los últimos meses Mamdani mantuvo reuniones privadas con ejecutivos empresariales y demócratas escépticos. También pidió consejo a empresarios de Wall Street y activistas pro-Israel contrariados por su defensa histórica de Palestina o por su inicial ambigüedad ante el eslogan ”globalizar la intifada“ (uso que posteriormente desalentó). El tabloide neoyorquino explica que las dos figuras cruciales en el puente de Mamdani con el establishment son Patrick Gaspard, exdirector del Comité Nacional Demócrata bajo la administración Obama, y Sally Susman, ejecutiva corporativa y miembro de los comités de financiación de las campañas presidenciales de Obama, Clinton y Biden.
También está en contacto con Robert Wolf desde su reunión en julio con la Partnership for New York City, consorcio de 350 bancos, bufetes y corporaciones que recauda fondos para el Partido Demócrata. “Para mí, Zohran es más bien un capitalista progresista”, le contestó Wolf a Herndon para el reportaje donde documenta que Mamdani hará lo que haga falta para acomodar los distintos intereses en disputa en la ciudad. ”Las condiciones bajo las cuales acepto y hago respaldos se basan en la agenda con la que me presento. Tengo apertura a trabajar con cualquiera para lograr esa agenda“, respondió de manera pragmática sobre si alguna vez respaldaría a un candidato demócrata titular frente a un rival del DSA.
¿#DefundTheNYPD?
¿Terminará la ambigüedad pragmática de Mamdani revitalizando el ala izquierda demócrata, la de Sanders y Ocasio-Cortez —facilitadores clave de la Casa Blanca de Biden en política económica y cambio climático—, mediante reformas municipales que mejoren un poco la vida de los ciudadanos?, ¿o será más bien una estrategia de pendiente resvaladiza para provocar cambios más amplios en la estructura de clases?
Las relaciones que se dan en la ciudad son complejas, históricamente específicas, multi-dimensionales, y requieren un análisis de cómo la militarización urbana va de la mano del largo proyecto imperial estadounidense, pero también de la ideología y la cultura del bloque dominante. Por el momento, documenta Ali Winston en The Baffler, las contradicciones con las facciones populares que sostienen a Mamdami se acrecentarán debido a su negación a transformar el monstruo autogobernado y profundamente disfuncional que es el Departamento de Policía de Nueva York.
En junio de 2020, durante las protestas por George Floyd, Mamdani tuiteó: “No necesitamos una investigación para saber que el NYPD es racista, anti-queer y una amenaza importante para la seguridad pública. Lo que necesitamos es #DefundTheNYPD”. Desde las primarias, ha tomado distancia de esas declaraciones, afirmando repetidamente que se disculparía con el Departamento de Policía una vez en el poder.
Tras ganar las elecciones, se reunió con la actual comisionada, Jessica Tisch, para mantenerla en el cargo. Tecnócrata y heredera de una inmensa fortuna inmobiliaria, encarna todo lo que Mamdani dice combatir: inició su carrera en la División de Inteligencia del NYPD durante el ”mosque-raking“ (la vigilancia masiva de musulmanes neoyorquinos implantada tras el 11-S.), es una figura del establishment pro-Israel y culpa a las reformas sociales del aumento del crimen.
Jessica Tisch es amiga personal de Ivanka, como reconoció el propio Trump, lo que hizo calmar los ánimos en su primera reunión con Mamdani, y forma parte de la familia Tisch, con miembros que han donado cientos de miles de dólares a un super PAC que se opuso al candidato del DSA.
Entre sus muchos galardones, relata Winston en otra pieza para Wired, Tisch fue la principal promotora del programa Domain Awareness System de la policía, una enorme red de vigilancia levantada sobre la nube de Microsoft, con un coste de 3.000 millones de dólares, y que cuenta con “decenas de miles de cámaras de vigilancia privadas y públicas, lectores de matrículas, detectores de disparos, feeds de redes sociales, datos biométricos, análisis de criptomonedas, datos de localización, transmisiones en directo de cámaras corporales y de salpicadero”.
Si bien las comparaciones pueden resultar odiosas, la única propuesta que recoge el programa de Mamdani en este ámbito es la creación de un Departamento de Seguridad Comunitaria con un presupuesto de 1.000 millones de dólares, que se encargaría de atender las llamadas al 911 que no sean de emergencia en lugar de la policía armada.
¿Qué nos hace pensar que Trump no atacará a las instituciones de la ciudad si mantiene al frente de la policía a alguien que podría facilitar la agenda de deportaciones? ¿Qué postura tendrá la ciudad en materia de vigilancia policial? ¿Evitará las redadas federales de inmigración? ¿O, en su lugar, se negará a ceder datos policiales locales, como huellas dactilares y rostros faciales? ¿Cancelará acaso contratos como el de Microsoft?
El nombramiento de Elex Vitale, famoso por su libro El final del control policial (Capitán Swing, 2021), por parte del equipo de transición de Mamdani abre espacios para pensar que puede intentar combatir la brutalidad policial y la represión aunque sea en el terreno de lo simbólico, evtando el despliegue de las tropas militares de ICE en las calles de Nueva York. Pero difícilmente podrá evitar que sigan sucediéndose los recortes presupuestarios (de momento, por valor de 187 millones de dólares), lo que complicará mantener los sueldos de los cuerpos de seguridad y ya no digamos invertir en una institución comunitaria alternativa como la que propone en su programa.
Solo se desencadenarán cambios en la infraestructura urbana —empezando por el reconocimiento de un nuevo estatuto municipal en la constitución del Estado— si se realiza una ofensiva contra la modernización regresiva de la segunda administración Trump
En algún momento, decía Anneeth Kaur Hundle, la “socialdemocracia multirracial” chocará con el “neoliberalismo multirracial”. Entonces, el partido Demócrata trabajará para que la lucha se resuelva en sus términos de clase: el reconocimiento cultural y no de los derechos socioeconómicos básicos de las personas (vivienda adecuada y sistema de salud gratuito). Así lo evidenció Hakeem Jeffries, el estratega demócrata en la Cámara de Representantes de Estados Unidos, alcón de Israel, y a quien Mamdani decidió no enfrentarse bloqueando que el activista del DSA Chi Ossé se presentara contra él en la siguientes elecciones. El mismo día en que el nuevo alcalde tomó posesión, Jeffries votó favorablemente a la moción que denunciaba los “horrores” del socialismo junto a otros 85 demócratas, aprobada con una mayoría de 285 a 98.
¿Hasta dónde llegará la pragmática de no romper puentes con la mansión de los gobernadores? La única opción viable para alcanzar una nueva era dorada en Nueva York será politizar las relaciones con los legisladores estatales de Albany y la Casa Blanca, rompiendo también con las prácticas heredadas de las financiarización. Para ello, el ataque contra Trump deberá moverse del terreno discursivo —no basta con sugerir que es “fascista” en la Casa Blanca— hacia el plano donde se labra el terreno de la política.
Todos los analistas de izquierda de las semanas posteriores a su victoria están de acuerdo en que la ideología orgánica se combate formando coaliciones, organizando a las comunidades y movilizando el apoyo popular en todos los niveles de acción posibles, desde el plano municipal hasta el nacional. Solo se desencadenarán cambios más amplios en la infraestructura urbana de la ciudad —empezando por el reconocimiento de un nuevo estatuto municipal en la constitución del Estado— si se realiza una ofensiva que trastoque los cimientos de la modernización regresiva trumpista a escala de la administración estadounidense.
Algo que ha entendido hasta el mayor intelectual orgánico del movimiento MAGA, Steve Bannon: “Olvídate del Partido Republicano en Nueva York, eso es una broma, pero el Partido Republicano nacional y algunos de los estrategas más inteligentes no se dan cuenta del poder del Working Families Party y el DSA en la campaña electoral. La política moderna ahora va de involucrar a los votantes con baja propensión a votar, y claramente los movilizaron esta noche, y este es el modelo de Trump.”
En una conversación con Politico posterior a la victoria de Mamdani, “un marxista, un neomarxista”, Bannon trataba de utilizar el triunfo en la Gran Manzana del candidato del DSA para intentar conseguir que los Republicanos finalmente firmen el pacto diabólico con la ideología MAGA. De lo contrario, entiende, el socialismo democrático lo firmará con los Demócratas, si es que no lo ha hecho ya, poniendo en jaque las conquistas del Estado alcanzadas en los últimos años. “Todos los republicanos me dicen: ‘Oh, Steve, esto es lo que siempre hemos querido, un socialista’. Yo les respondo: ‘Este tipo es un bolchevique, es un marxista’. Estos tipos se van a atrincherar durante un tiempo, se van a apoderar de todos los aparatos del gobierno de la ciudad de Nueva York y van a empezar a presionar a las empresas. Y ya lo verás, van a arrasar, van a arrasar con fuerza.” Pero la realidad, como sabía Gramsci, siempre es más compleja.
¿Es el DSA un partido bolchevique?
“Autobuses gratis en la ciudad más rica del mundo”, decía Briahna Joy Gray, la secretaria de prensa de Bernie Sanders, en Al Jazeera. “Es tan sorprendentemente obvio”. No sabemos si los 11.200 miembros del DSA en la ciudad lograrán torcer el brazo de los 384.500 millonarios que la habitan para conseguirlo. Pero nada, ni siquiera el significado, la identidad, la ideología o las condiciones políticas, son inmutables.
Así lo ilustra el activista Cal Winslow al describir la historia de los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW), que lograron echar raíces en un barrio de Seattle entre leñadores, trabajadores agrícolas itinerantes, mineros y empleados de los astilleros. Los conocidos como wobblies fueron los responsables de liderar la huelga general del 6 al 10 de febrero de 1919, “la única en la historia de Estados Unidos en la que los trabajadores estadounidenses se hicieron cargo del funcionamiento de una ciudad”, lo que les valió el apodo de “el Soviet de Washington”.
Rashida Tlaib, la primera persona palestino-estadounidense en el Congreso de EEUU, hablaba de manera similar de la labor del DSA: “Las masas trabajadoras están hambrientas de un cambio revolucionario”. La crónica de Todd Chretien en Jacobin sobre la última Convención Nacional de los Socialistas Democráticos de América celebrada en Chicago capta bien el hecho de que las utopías del pasado siguen vivas en el presente. Por primera vez, vemos en el National Political Committee de la organización una mayoría de caucuses revolucionarios (al menos, sobre el papel): SoR, RS, MUG, RR, BnR, LSC, y Carnation.
En los últimos tiempos, los miembros del DSA han adquiridos roles clave en los sindicatos más combativos del país, han participado en la organización de las marchas del 1 de Mayo y el Día del Trabajo en cientos de ciudades, y han llevado a cabo la práctica del salting (envío de organizadores preseleccionados) para sindicalizar a los trabajadores de Starbucks y Amazon. Los capítulos locales se han movilizado en acciones de solidaridad con Gaza, protestas contra el ICE y en defensa de las comunidades LGBTQIA+.
“El surgimiento del DSA marca la primera vez que el socialismo estadounidense ha contado con un apoyo organizativo tan amplio desde el apogeo del Partido Comunista durante la década de 1930”, argumenta el profesor Jonah Birch, y eso refleja una ironía histórica: “la tradicional debilidad del socialismo estadounidense se ha convertido ahora en una ventaja” para llegar a los jóvenes que solo conocen el lenguaje de la austeridad. El DSA quiere aprovecharlo para desempeñar un papel fundamental a la hora de construir y desarrollar, por primera vez en generaciones, una izquierda genuinamente popular y de clase trabajadora.
No hay consenso en el DSA sobre si se debe crear un nuevo partido socialista y de los trabajadores, ni cómo y cuándo hacerlo, en lugar de presentar candidatos a través del Partido Demócrata
Pero, ¿y si miramos la letra pequeña? Como relataba Chretien en su crónica sobre la convención, existen algunas dudas sobre el papel que podrían jugar los miembros del DSA a la hora de ser esos “intelectuales orgánicos” que participan activamente y contribuyen a las luchas sociales y políticas. “La ausencia generalizada de análisis coyunturales presentados y debatidos —en forma de informe político presentado por la dirección— fue una ausencia flagrante”. Muchos otros veteranos también coincidieron en afirmar que “pesa el faccionalismo” y “la ausencia de una estrategia coherente para hacer frente al trumpismo”.
¿Será el DSA “un agente para el impulso” social o solo una máquina de crear candidatos electorales? ¿Son sus “intelectuales orgánicos”, como los describían Gramsci y Hall, figuras con la capacidad de alinearse con las fuerzas populares emergentes y elaborar nuevas corrientes de ideas? ¿O son solo fantásticas agencias de marketing socialdemócratas?
El estudio en profundidad de la fundación Rosa Luxemburgo sobre el DSA actual, en comparación con el de la época debsiana, arroja conclusiones demoledoras. En primer lugar, no hay consenso en la organización sobre si se debe crear un nuevo partido socialista y de los trabajadores, cómo y cuándo hacerlo, en lugar de presentar candidatos a través del Partido Demócrata.
Al mismo tiempo, la “ruptura sucia” planteada por Eric Blanc para abrir una línea socialdemocrata en el interior de éste no ha surtido efecto. Existen además muchos caucuses con visiones incompatibles —algunos quieren un partido vanguardista, otros no quieren un partido independiente—, lo que ha dado lugar a la escenificación pública de divisiones importantes sobre Palestina y la salida de miembros veteranos después del 7 de octubre de 2023.
En plano laboral, se critica, no han cambiado los manuales de estrategia “rank-and-file” ideada por Kim Moody (“las acciones de base, principalmente en el lugar de trabajo, para construir un poder obrero genuino en el conflicto con el capital y luchar por transformar la naturaleza burocrática del sindicato”), ni cuando el movimiento sindical se encuentra más debilitado por las transformaciones del capitalismo.
En un momento en que la ultraderecha ha iniciado la conquista del Estado democrático, movilizando cientos de billones de dólares para desarrollar “tecnologías autoritarias”, como ilustra el proyecto Stargate de la administración Trump, ¿qué margen tiene el DSA para dar la batalla? Los analistas más sagaces de la izquierda dicen que cualquier movimiento con aspiración a restaurar el potencial emancipador de la revolución rusa deberá entender por qué la derecha contemporánea representa mejor la esencia del leninismo: la formulación de una estrategia a largo plazo en un terreno hostil.
Al respecto, el profesor de la Universidad de California, Berkeley Cihan Tuğal enumera magistralmente las bases del bolchevismo de derecha: primero, “la eliminación postsectaria, la incorporación y la disciplina de los colaboracionistas y los partidarios de la línea dura”; segundo “la formación (semisecreta) de cuadros”; tercero, “la creación de coaliciones hegemónicas”; cuarto, “la infiltración en las instituciones”; quinto “el debilitamiento del enemigo”; y sexto, “la creación de un universo paralelo de intereses materiales”. Por su parte, Dilan Riley exige en The Ideas Letter trascender el “nihilismo intrínseco de MAGA”, que carece de una visión utópica que proyecte la ira hacia un futuro alternativo. “Los bolcheviques, a pesar de sus numerosos y graves errores, se dedicaban a la liberación de la humanidad”, escribe Riley.
Tal vez fuera esa la salida que buscaban Joseph M. Schwartz, vicepresidente nacional de los Socialistas Democráticos de América, y Jason Schulman, editor de New Politics, en un artículo fundacional para el DSA en 2012. Sobre las líneas maestras para alcanzar la libertad y abolir la diferencia entre teoría y práctica, escribían: “las revoluciones democráticas del siglo XVIII imaginaban un mundo caracterizado por ‘la libertad, la igualdad y la fraternidad’. Las desigualdades de poder y riqueza perpetuadas por el capitalismo frustraron esa visión. El socialismo democrático propone nada menos que completar esa larga revolución… No puede garantizar la felicidad humana. El fracaso humano seguirá existiendo. Pero la clase social, la raza o el sexo de un niño ya no influirán en sus oportunidades en la vida.” Cinco años después, Schulman reconocía que la principal tragedia de los bolcheviques nunca fueron sus acciones, “sino las justificaciones ad hoc de éstas como normas”. Lenin, escribía en Jacobin, “nunca fue un teórico lo suficientemente innovador como para merecer su propio ‘ismo’”. ¿Lo merecerá el ‘Zohranismo’?
Queda por ver si Mamdani utilizará la maquinaria de Nueva York para exponer los límites del autogobierno de las finanzas. Y si, en su lugar, luchará por el autogobierno de las masas trabajadoras, jóvenes y migrantes
No se sabe si el DSA, como se le critica a Michael Harrington, el padre intelectual de la organización, “seguirá comprometiéndose con el mismo sistema que pretende derrocar”, ni si seguirá pronunciando la monótona apelación al “gradualismo visionario”. Tampoco existen visos para pensar, siguiendo a Bernard Harcourt, que el DSA podría intentar colocar el elemento leninista del “movimiento autónomo” en el centro de toda la vida urbana y el cambio social, alimentando “un proceso dialéctico donde la solidaridad y la cooperación superen el odio, la exclusión y la violencia”.
Lenin distinguía radicalmente entre el partido socialista que dirige políticamente a los órganos de poder obrero (soviets, sindicatos, asambleas) sin sustituirlos, del partido que ocupa posiciones estatales y termina gestionando el orden existente mediante la cooptación de la creativida colectiva. Queda por ver si Mamdani utilizará la maquinaria de Nueva York para exponer los límites del Estado trumpista, donde el autogobierno del pueblo estadounidense está determinado por las finanzas, y si, en su lugar, establecerá un autogobierno directo de las masas trabajadoras, jóvenes y migrantes.
Por el momento, “turn the volume up!”.
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