Euskal Herria
Jon Urzelai: “El monopolio de Last Tour en Bilbao es inmenso y tiene mucho que ver con el modelo de ciudad”

El sociólogo gipuzkoano analiza en ‘Su festak’ (Susa, 2023) el fenómeno de los macrofestivales y de sus consecuencias en nuestro territorio, no solo a nivel musical, también en lo que a gentrificación y hegemonía cultural se refiere.
jon urzelai
Jon Urzelai Urbieta, autor de 'Su festak' (Susa)

A principios de mayo, Last Tour, la promotora afincada en Bilbao, anunciaba a bombo y platillo la celebración de una nueva edición de Hirian, el festival de un solo día que se celebra anualmente en la capital vizcaína y que este año contaría con dos fechas más bajo el nombre Herrian, a celebrar en las localidades de Lekeitio y Mungia. Si los tentáculos de esta promotora llegaban ya a casi todos los ámbitos culturales de la ciudad y abarcaba casi todos los sectores musicales, con este anuncio su monopolio parece querer extenderse sin fin. En las mismas fechas se publicaba el ensayo Su festak (Susa) en el que Jon Urzelai Urbieta hace un interesante análisis del fenómeno de los macrofestivales y de sus consecuencias en nuestro territorio, no solo a nivel musical, también en lo que a gentrificación y hegemonía cultural se refiere. Ahí Last Tour juega un papel fundamental.

Cuando tuve conocimiento de la salida de este libro me esperaba un ensayo sobre lo que son los macrofestivales hoy en día y, sobre todo, una denuncia contra todo lo que suponen: cachés, monopolio, condiciones laborales, etc. En cambio, me he encontrado algo que va mucho más allá de eso: es también una reflexión de lo que es la cultura, la ciudad, lo urbano y lo real.
La idea original era hacer algo así como lo que tú esperabas: intentar describir los macrofestivales, lo que suponen y demás. Pero cuando me puse con ello salieron al camino diversos temas que he visto necesario tratar y que, de una forma u otra, tenían relación con los macrofestivales y lo que han supuesto en la sociedad. Entiendo que haya gente que se espere otro libro y también creo que el fenómeno bien puede ser tratado de diferentes enfoques. Este es el mío, me he quedado a gusto con lo que ha salido.

Lanaren Ekonomia
Lanaren Ekonomia Herri musika kapitalismoaren menpe
VV.AA.
Bilbo Hiria irratia, El Salto Radio, Hordago eta Argia elkarlanean, lanaren munduko analisia egiten

El libro comienza y acaba en una cueva. Viajamos de Mairuelegorreta en los años 60 hasta Zugarramurdi en la actualidad.
La de las cuevas es una imagen muy sugerente. Tenía dos festivales ya fichados que eran el de Mairuelegorreta de 1963 y el de Zugarramurdi de Crystal Fighters, que es justo 50 años después. Me parecía que era una idea muy potente unir esos dos eventos porque difieren bastante entre sí. Aparte de ser conciertos en ambos casos, el primero tenía relación con una época más reivindicativa con la identidad vasca. Se buscaba sacarla a la luz, salir de la cueva. Tenía un enfoque mucho más militante. El segundo estaba patrocinado por un banco y tenías que conseguir la invitación. Me parecía muy interesante haber tenido, en un lapso de 50 años, esos dos eventos. Vinculo el concepto de la cueva con el del akelarre porque me parecía que tanto estos como los festivales, que pueden parecer cosas muy diferentes, tienen mucho de mítico y un aura muy potente que puede ser usado de mil formas diferentes: ambos pueden tener una lectura muy folclórica  tan transgresora como hedonista. Con los festivales se está haciendo algo similar, que las lecturas se reducían a la gente saltando y lo espectacular del evento, y me parecía que faltaba, como ya se ha hecho con los akelarres, una lectura más política de lo que suponen. La cueva me daba pie para jugar con eso.

Eres crítico con la utilización que se hace de los akelarres a la hora de describir fiestas comunitarias, bien sean los macrofestivales o el fenómeno rave. Comparas los autos de fe y los tratados de brujería con algunas crónicas musicales.
Utilizar el akelarre como símbolo puede ser útil a la hora de intentar transformar ese concepto para dar una imagen liberadora. Los akelarres han sido usados por el feminismo y tiene sentido transferir el concepto original a tu beneficio. Pero creo que es muy necesario plantear lo que eran los akelarres, crudamente, y hacer lo mismo con los festivales. Porque se habla de fuego, baile, liberación y demás, pero un festival es más cosas aparte de una fiesta y una comunión entre gente extasiada. Federici describía los akelarres dentro de un fenómeno más amplio que es la caza de brujas. El objetivo del libro es, salvando las distancias, algo parecido: desnudar el concepto en sí, llegar a entender qué fue, qué es y qué puede ser un festival.

Realmente nadie puede pretender que los festivales hoy en día sean potencialmente revolucionarios o liberadores

Haces un repaso histórico a la evolución de los festivales; desde Woodstock en Estados Unidos o Mairuelegorreta en Euskal Herria, hasta lo que es hoy en día el Burning Man o el BBK Live. Analizas cómo han pasado de ser algo comunitario con un objetivo transgresor a simplemente ocio.
Me ha parecido pertinente, en ese primer capítulo, hacer el análisis partiendo del público. Seguramente esos eventos fueron tan importantes por eso: porque detrás había movimientos sociales, había una masa social muy potente que los hacía tan especiales. En el libro se habla de la Woodstock Nation, que decía Abbie Hoffman. Lo que se ha perdido, seguramente, sea eso: esa presión social no existe, lo que hay ahora es un intento por recrearlo en forma de simulacro que no responde a ningún impulso social u objetivo utópico, simplemente intenta utilizar o exprimir esa aura originaria que no la compra nadie. Realmente nadie puede pretender que los festivales hoy en día sean potencialmente revolucionarios o liberadores.

Pero se venden como una experiencia, no sé si comunitaria o individual.
Sí, claro, los movimientos contraculturales de los años 60 y 70 ponían mucho énfasis en las experiencias.  Pareciera que las experiencias comunitarias en sí mismas podían ser liberadoras. En el contexto actual se venden experiencias para casi todo. Todo son paquetes de experiencias: ir a comer a no sé dónde es una experiencia y todo es ya una mercancía. En el BBK Live se vende el bosque de Walden como una experiencia. Es imposible evitar que las experiencias comunitarias se conviertan cada vez más en difíciles de disfrutar, porque la única alternativa posible parece ser consumir. Evidentemente, es una propuesta creada de una manera muy vertical y no deja espacio para el juego. Tienes el paquete, parece que estás en un parque temático, estás prácticamente acompañado de un guía turístico. Es una empresa con un objetivo muy claro, un objetivo comercial evidente: te venden ya incluso cómo te lo tienes que pasar y cómo te tienes que sentir en cada momento de esta vivencia. Una experiencia así no puede ser sin que seas partícipe de la construcción de ella. Mediante el mercado nunca se va a dar. O se plantea de forma colectiva, con el otro, o siempre serán impotentes.

En el BBK Live se vende el bosque de Walden como una experiencia. Es imposible evitar que las experiencias comunitarias se conviertan cada vez más en difíciles de disfrutar, porque la única alternativa posible parece ser consumir

Utilizas mucho los conceptos de simulacro y realidad.
Me gusta la idea de Zukin, que sugiere que lo auténtico se deriva de la participación democrática, no es solo una opción estética. De todos modos, tampoco quiero frivolizar ni insultar a los asistentes a esos festivales. Creo que existe actualmente una necesidad de llenar un vacío existencial. Eso es real, no es ninguna tontería. Me parece que ese enfoque contracultural todavía tiene sentido, otra cosa es que la respuesta que se le ha dado sea totalmente errónea. Hay gente que es consciente de eso y aun así  acude a esos festivales. Cuando hablo de Berri Txarrak, por ejemplo, me acuerdo de que  cuando sucedió lo de los MTV Awards yo pensaba “hombre, qué le estamos pidiendo a Berri Txarrak, ¿que se monten otro festival alternativo? Si la sociedad no está realmente planteando un debate sobre esto, si no hay un movimiento que realmente lo cuestione, un individuo solo no puede hacer nada. Ni un grupo, por muy grande que sea”. El objetivo principal del libro es plantear el debate, que la gente se cuestione estas cosas, darle las herramientas. A veces caemos en el “esto es lo que hay”, pero cualquiera que haya participado en otro tipo de cultura sabe qué es lo que realmente le llena como músico y como participante.

Dices que la muerte del disco físico ha posibilitado el boom de los festivales, aunque no crees que esto haya beneficiado a la música en directo.
Se suele decir que antes se daban conciertos para vender discos y ahora se sacan discos para hacer directos. Se ha invertido la situación y hoy en día el panorama es tan desolador que la música no da dinero en ningún formato. Está el paradigma Spotify, que no da dinero a no ser que seas una estrella. Conseguir dinero en el mundo de la música es más complicado que nunca, aunque parezca estar al alcance de todos. Hay artistas que solo puedes ver en este tipo de festivales y eso parece que juega a su favor y no sé si no es un poco al contrario. Hace 15 años podías ver en Bilbao a Mars Volta, Bad Religion o Sonic Youth tocando en salas. Ahora mismo, el directo de la música está totalmente centrado en los festivales, sobre todo en el Estado español pero cada vez más en todo el mundo, y parece que cada vez más son la única alternativa. Está todo centrado en ese paradigma. También creo que es importante señalar que en Euskal Herria tenemos un panorama bastante mejor que en la mayoría de los lugares y eso hay que reivindicarlo.

La cantidad de festivales es grande, pero en el fondo, en el modelo de ocio, son todos lo mismo o muy parecidos. Quizás la razón de esto es que detrás de la mayoría solo hay dos grandes empresas.
El cuasi monopolio de AEG y Live Nation es el responsable de esto. Aquí en Euskal Herria tenemos a Last Tour, que tampoco se limita solo a nuestro territorio. Antes los festivales sí que podían estar más o menos relacionados con un género y hoy en día son un batiburrillo total de géneros y escenas, pero sin que haya escena detrás, porque para que haya escenas se necesitan locales, necesitas gente organizando cosas a pequeña escala, necesitas que se relacione todo ello en un ecosistema más o menos sano. Tal y como está montado, ahora se corta de raíz cualquier posibilidad de que surjan cosas nuevas.

Con el fenómeno de Chill Mafia la gente se emocionó tanto porque se supone que le daba otro barniz al euskera. La gente estaba deseando que algo así ocurriera

Estableces un contínuum en la historia festivalera de Euskal Herria. Del mencionado festival de Mairuelegorreta, pasando por Ez Dok Amairu, el RRV, Topaguneak, etc. ¿Podríamos llegar hasta el ZEID?
Es algo que va mutando. No es lo mismo, pero sí que hay un hilo. Aunque lo del ZEID me cuesta verlo. Creo que hay una inercia por intentar reproducir ese esquema, pero no creo que ese contínuum contracultural pase por ahí. Su propuesta es mucho más amable, no es una idea que me interese, pero sí es un debate que debería darse: si la existencia de un mainstream euskaldun es lo que necesita el idioma para normalizarse. Hoy en día tanto la propuesta más amable como la más contracultural carecen de la potencia que tuvieron el RRV o Ez Dok Amairu. Tiene que ver con la demografía, que no es la misma, ni el paradigma sociopolítico tampoco. No podemos obviar que muchas cosas han cambiado. La corriente donde se inscribe un grupo como J Martina, por ejemplo, sí que ha señalado que el peligro del euskera es quedarse en un clase-medianismo. Yo creo que eso es real, otra cosa es como salir de ahí. También sucede que yo, como euskaldun, me siento identificado con eso que decía Saizarbitoria de que toda su vida ha querido ser normal sin estar buscando estar a la contra. El RRV llegó más allá de eso y las propuestas actuales en absoluto llegan más allá de esas clases medias y profesiones liberales. Es bastante importante ser conscientes de eso y no hacernos trampas al solitario. Sucede también que muchos de los que no están en esas clases medias son gente racializada y ese es otro melón, claro, porque no se está haciendo ese diagnóstico. Todos los fenómenos culturales que se dan siempre se están leyendo desde el mismo prisma. Si lo nuevo rejuvenece el euskera y aporta algo al idioma, ya todos a muerte con eso. Con el fenómeno de Chill Mafia la gente se emocionó tanto porque se supone que le daba otro barniz al euskera. La gente estaba deseando que algo así ocurriera.

Hablando de Chill Mafia, en cuanto se hicieron virales no tardó Last Tour, a través de su sello, en hacerse con ello y sacarle rendimiento económico.
No pudo darse una evolución natural, ni pudo crearse un ecosistema a su alrededor. También era en pandemia y el contexto era raro, pero creo que últimamente Last Tour sí que ha tenido esa estrategia: ficharon a Hofe, Bengo Goxua´n Salsa, etc. Cualquier cosa que tenga potencial se lo llevan. Cualquier cosa que asoma la cabeza un poco que pueda ser, no sé si transgresora o interesante en cuanto a diversos aspectos, se lo llevan y ya entran en su circuito, lo meten en Hirian, Herrian, etc. De esta manera impiden que hagan otro camino, que se creen otras sinergias.

Es una estrategia de mercado salvaje: llegar, colonizar y extraer los recursos hasta que se agoten. En dos años Chill Mafia ha dado más de 80 conciertos.
Sí, habrá que ver qué recorrido tienen después de esto, cómo se desarrolla. Supongo que sacarán un segundo disco y habrá que ver cómo lo recibe el público euskaldun, si lo siguen aceptando o si pasa a ser un grupo que se mueva en otros parámetros. Recuerdo el bolo de Chill Mafia en el EHZ, las expectativas que había. Creo que esa Chill Mafia, la de ese momento,  ya no se va a desarrollar así. En el libro hablo mucho de la escena de Iruñerria y de Iruña NOLA? donde podríamos enmarcar también a Chill Mafia. Habrá que ver qué efecto ha tenido la irrupción de Last Tour en todo esto.

Last Tour se ha convertido en el brazo cultural y de espectáculos en directo de la Administración con una carga importante en este Bilbao post-Guggenheim

En el libro hablas mucho de la repercusión de los festivales, y de Last Tour en concreto, en la cultura de Euskal Herria y en la imagen de Bilbao como marca.
Last Tour se mueve en diversos territorios pero su epicentro es Bizkaia y, sobre todo, Bilbao. Aunque ahora con lo de Herrian parece que se expanden. Se ha convertido en el brazo cultural y de espectáculos en directo de la Administración. Para la mayoría de eventos de estas características se encargan ellos. También tienen una carga importante en este nuevo Bilbao post-Guggenheim. El museo es el cuerpo y estos eventos son el alma de esa ciudad que se transformó. Sin entrar en otros debates, las consecuencias son estas y el paradigma de ciudad que se abre está basado en eventos, en la captación de visitantes, de supuestas inversiones extranjeras. La cultura que se ha desarrollado es esta y Last Tour se encarga de llevarla a cabo. Tiene mucho que ver con una ciudad no participativa. Los ciudadanos se convierten en atrezo, en secundarios. Se cogen expresiones culturales propias y se explotan para que traigan visitantes, pero realmente se corta cualquier posibilidad de que surja nada original por sí mismo. Los que vamos de lugares más pequeños alucinamos con lo difícil que es montar algo en Bilbao, cuando luego en un pueblo como Azkoitia, por ejemplo, es mucho más fácil.

Parece que también van a abrir su propio local de conciertos.
Sí, parecía que esto iba a mayores y así es. Tienen una editorial de libros, una discográfica, varios festivales al año, un restaurante, etc. El monopolio de Last Tour en Bilbao es inmenso. Es como el BIME. Antes era una cosa más concreta, ahora es algo más abstracto, con bolos gratuitos aquí y allá, que no sabes muy bien quién paga. Hay dinero de instituciones públicas, pero lo monta Last Tour. 

En el libro hablas de la responsabilidad o de la repercusión que este tipo de gestión cultural tiene en el proceso gentrificador de Bilbao.
Las primeras ediciones del Hirian se hicieron en la zona de Bilbao la Vieja y San Francisco (luego en Deusto y Santutxu). Me parecía bastante llamativo la elección de ese barrio porque el fantasma de la gentrificación siempre lo ha rondado. La cultura también se puede usar conscientemente para eso, para darle un aire más bohemio a la zona. Más real, más urbano y más peligroso. Un sitio auténtico donde ir. Siempre decimos que las ciudades han perdido autenticidad y es justo esa búsqueda de la autenticidad lo que la aniquila. El caso de San Francisco puede ser polémico porque no es que se haya dado un proceso de acercamiento al barrio, es una simple fachada con gente racializada para darle un toque exótico y auténtico al tema.

Culturas
Macrofestivales Dopaje de ayudas públicas, elusión de impuestos y precariedad laboral en Last Tour
VV.AA.
Last Tour, la promotora del festival BBK Live, recibe millones públicos todos los años, subcontrata mano de obra barata y tracciona una cultura vasca cada vez más acrítica.

Aunque la realidad parece un muro inquebrantable, sí que hay grietas y en el libro das cuenta de algunas de ellas. Es curioso como casi todas ocurren fuera de ese vórtex oscuro de lo que fue la Euskal Hiria que es Bilbao. Una de las alternativas de todo esto puede ser frenar o salirse de esa idea de crecimiento constante del capitalismo, saliendo, al mismo tiempo, de las macrociudades.
Siempre defenderé esa visión un poco más reducida, no tanto basada de macroeventos, sino en eventos mucho más reducidos y de participación colectiva. Eso, por supuesto, es mucho más complicado en Bilbao que en otras partes, pero también es cierto que, queramos o no, la mayor parte de la gente de Euskal Herria vive en Bilbao. Es algo que no puedes simplemente no mirar. En el caso de Iruñea, por otro lado, su mayor potencia es (usando la idea de la Euskal Herria imaginaria de Santi Leone)  que se empeñaron en imaginar algo nuevo y eso les dio fuerzas para probar cosas. Al final es tener una excusa para hacer cosas y, basándose en ese impulso, empezar a mover un poco la calle; como una cosa lleva a la otra, ese movimiento acaba generando una escena.  A veces dudo de cuál es el tamaño real de este fenómeno. No niego que eso haya sucedido en Iruña, pero creo que el hecho de que todos estemos mirando ahí es signo de nuestra impotencia. 

¿Faltan espacios?
En este sentido, me parece importante resaltar la importancia de la red de gaztetxes que hay en Euskal Herria. Quizás no tengan la capacidad transgresora de hace 30 años, pero son fruto de ese estallido social y ahí están. Es una red que no la hay en ninguna parte. Hay muchos grupos, del tamaño de Zetak o Zea Mays, que si quieren hacer una gira de salas por Euskal Herria tienen que pasar por gaztetxes. Se han convertido en una red que nutre de cultura a todo el territorio. Por eso, que haya entrado Last Tour con tanta fuerza en la escena de Iruñea corta esas posibilidades de que se generen nuevos espacios posibles.

Me parece importante resaltar la importancia de la red de gaztetxes que hay en Euskal Herria. Quizás no tengan la capacidad transgresora de hace 30 años, pero son fruto de ese estallido social y ahí están

En el libro también hablas de la dicotomía evidente entre militancia y profesionalización. Hay muchas veces que puede ser comprensible que un artista, sea del género que sea,  se dedique a lo que se dedique, acabe pasando por el aro de Last Tour en busca de una profesionalización o más proyección.
He querido ir con pies de plomo y con mucho cuidado con este tema y ser muy respetuoso con eso, porque me parece simplista o fácil señalar a quien opta por este camino. ¿La alternativa es el circuito de gaztetxes? Yo he organizado cosas en ese circuito y sé cuáles son las condiciones que hemos dado. La inmensa mayoría de los grupos lo que quieren es tocar y establecer conexiones con gente. Por eso son muy necesarios los gaztetxes. Si somos sinceros, tenemos que ver si un músico que quiere ser profesional tiene alternativas. También me parece interesante reflexionar si los festivales ayudan o no en eso. Yo creo que en absoluto. En los festivales grandes tocan cuatro grupos vascos a las cuatro de la tarde. A algunos les pagarán bien, a otros algo o incluso nada. Además, estos macroeventos son una o dos veces al año y eso no te va a dar de comer. Yo no voy a señalar a nadie por querer profesionalizarse.

Ahí es cuando hablas de la desaparición de la clase obrera en la música.
Los festivales necesitan estrellas que reúnan a mucha gente y esos grupos son contados. Además, tampoco hay que ser muy espabilado para saber que, si no eres una mega estrella, Spotify tampoco te va a dar de comer. Ni YouTube ni nada. ¿Hoy en día quién puede permitirse tener una afición precaria que no da dinero y que pide horas? Seguramente sea esa clase media de la que hablábamos antes. Para las clases más populares es imposible ir a ensayar para que luego no te vaya a dar dinero, entonces esto queda reservado a quien tiene un colchón. No creo que este paradigma vaya a cambiar, sino que puede ir a peor.

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Tal y como nos ha enseñado la historia del capitalismo y visto lo que está pasando con la locura de las entradas que se acaban en minutos o lo que ha pasado con el AMFest, ¿puede ser que la burbuja esté a punto de explotar?
Lo que sí que veo, no tanto por las lógicas del mercado, es un cambio de conducta en cuanto a los fans, a la gente que le gusta la música. Al ser los festivales, cada vez más, eventos de entretenimiento y de ocio, no tan dirigidos a los que realmente les gusta la música, por mucho que haya conciertos muy interesantes, no estoy preocupado por su supervivencia. Otra cosa es que los amantes de la música vayan, cada vez más, buscando otro tipo de eventos.

Frente a la alfombra roja que se les pone a algunos y los obstáculos y multas que reciben otros, ¿es posible crear una alternativa que se contraponga a esta realidad cultural que vivimos?
La gente siempre va a tender a intentarlo. La gente de a pie, los colectivos, los músicos, los grupos... Yo creo que eso no cambiará, otra cosa es que lo tengan más o menos fácil. La clave está en que las instituciones puedan llegar a facilitar o, al menos, no impedir esas alternativas. Es interesante lo se está intentando en Durango, Azpeitia o Aiaraldea por ejemplo, que son iniciativas con la ayuda de sus instituciones, pero también de forma cooperativa. Otro buen ejemplo es Gernika y el festival Lekuek. En el pueblo hay una serie de sitios (Iparragirre, Astra, Kult Parnaso, etc.) donde se hacen cosas durante el año de forma autogestionada, colectiva y sin injerencias de las instituciones, y una vez al año organizan Lekuek como una celebración de ese ecosistema sano. Eso tiene sentido porque parte de una riqueza que ya existe. En cambio, el BBK Live no deja ningún poso cultural en la ciudad, no ayuda a generar nada. 

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La instalación en el distrito madrileño de Villaverde de un recinto para festivales de música enfada a quienes viven allí, que alertan de las molestias que van a tener que soportar.

El BBK Live llega a la ciudad, arrasa y se va. Pero Last Tour sí que tiene un discurso diferente, una forma de hacer las cosas más “jatorra”.
Es una forma de trabajo o de funcionamiento muy de aquí, muy del Oasis Vasco. Dentro de su tamaño es algo comedido. No es un ultrafestival como el Primavera Sound, aunque vaya muchísima gente. Es un poco más premium, como más cuidado, un poco basque: hacemos lo mismo, pero lo hacemos un poco mejor. Aquí no encuentras esas noticias como el Mad Cool que no puedes pillar un taxi porque tienen un contrato con Uber, como en el Medusa que muere un asistente o como en el Primavera que no hay agua. Te venden la experiencia de vivirlo en el monte, la naturaleza, aunque luego lo que encuentras ahí es algo muy distinto.

Acabas el libro diciendo que es una mirada atrás. Pero si miramos hacia adelante, ¿qué es lo que vemos?
No soy nada optimista en general, ni en términos políticos ni culturales. No veo que haya un movimiento que cuestione el modelo, no veo que las inercias se estén frenando. Lo de la discográfica y la editorial de Last Tour es bastante reciente y si ahora van a abrir una sala, y el Hirian este año se expande en tres fechas, dos de ellas fuera de Bilbao, todo esto demuestra cuál es su política. Además, tenemos otros actores que están aterrizando en el territorio [El concierto de Rosalía en el BEC lo organizó Live Nation y Mad Cool intentó hacer un festival en Basauri en 2022] y la tendencia es ir a mayores tanto aquí como internacionalmente. Por otro lado, tenemos las tendencias globales y la crisis ecosocial, eso va a traer cambios, inevitablemente.

En el libro haces un llamamiento a revivir “la magia que la tecnocracia ha asesinado” y das varios ejemplos de iniciativas en este sentido. Además, creo que sí es un debate que está entre quienes se mueven en el mundo de la cultura.
Eso es lo que intentaba hacer la contracultura, según Roszak. El marco neoliberal surgido a finales de los años 70 intentó dar respuesta a esta necesidad del deseo surgida a finales de los años 60. Es muy patente que la respuesta que ha dado el neoliberalismo es totalmente errónea. Es hora de buscar propuestas alternativas para llenar ese vacío que existe. En Bilbao mismo hay diversas experiencias como Espora, Sarean, Lakobra o Soinu Basatiak, que es gente que se está moviendo y están proponiendo cosas diferentes. Con la recepción del libro estoy viendo que la gente tenía ganas de que algo así existiera. Espero que el libro sirva para seguir generando debates y el surgimiento de iniciativas.

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