Opinión
La extrema derecha culta del siglo XXI
Asociamos habitualmente la ultraderecha con los fascistas violentos. Su ruda obviedad esconde otros posicionamientos más cultos y sosegados que aprovechan la oportunidad que le brindan la ocasión para socavar los valores de una sociedad sembrada de dudas.

En esos meses en los que los franceses se vieron abocados a elegir entre el gobierno de la extrema derecha neoliberal, encarnada por el Sr. Macron, y la extrema derecha clásica del Frente Nacional, tuve ocasión de escuchar a Marine y Marion Le Pen y un escalofrío de espanto recorrió mi espalda. Alejado de la dialéctica macarra y ultramontana a la que nos tienen acostumbrados los “ultras”, el discurso era consistente, bien enmarcado en los problemas de la ciudadanía y, sobre todo, en sus bajas pasiones. Estructurado alrededor de ese individualismo egoísta que ha ido cultivando la publicidad y contagiando a los partidos liberales y socialdemócratas desde 1981, se mostraba muy sólido.
Vivimos aquella realidad como si Francia fuera un lejano planeta pero, esas mismas posiciones de corte ultraderechista, democráticamente cultivadas, aparecen en la prensa española de vez en cuando como el disparo certero del francotirador en una batalla. Tan sólo un ejemplo: El 13 de septiembre de 2016, el Sr. Pérez Reverte, haciendo uso de la patente de corso que le ha concedido XL Semanal, se lanzaba al abordaje de nuestras conciencias con un artículo en el que, escamoteando la verdad histórica, construía medias verdades -que son las peores de las mentiras-, para exaltar las posiciones del miedo en relación con los refugiados. Seis meses más tarde, nuestro académico T mayúscula afilaba de nuevo su pluma, esta vez alimentando la islamofobia.
Sin pudor alguno, en su habitual estilo, se quejaba de que una mujer musulmana con pañuelo, desde su papel de maestra, pueda orientar moralmente a nuestros hijos. A pesar del tiempo transcurrido, el artículo corrió en las redes como un reguero de pólvora tras el atentado de Barcelona.
El carpetovetónico narrador sabe que, reforzando el ancestral papel del hiyab, evita que la convivencia pacífica con él diluya su atávico significado. Es plenamente consciente de que provocando esa polémica se fomentan tensiones, se destruye la espontaneidad, se exacerban las posturas más radicales y se estimula el rechazo. Al mejor estilo Le Pen, el autor no tiene inconveniente en tergiversar la historia sin pudor alguno.
Afortunadamente, en este país a nadie se le hace un examen de ortodoxia religiosa antes de entrar a un aula. Por lo que ese mismo papel que le va a tocar jugar a la maestra, evidenciando con el yihad sus creencias, lo puede ejercer desde el anonimato un maestro del Opus, una ultraconservadora profesora católica, un intransigente testigo de Jehová o una ultramontana estalinista si se diera el caso.
Soy profesor, tengo alumnos y alumnas musulmanes, algunas de ellas llevan pañuelo, otras no. Pues bien, la realidad, la que escapa a la sarta de prejuicios que perlan los discursos de la ultraderecha culta, la conforman esos chicos que el Sr. Reverte olvida porque no llevan chilaba, y esas chicas que él identifica unívocamente con la sumisión machista cuando llevan el pañuelo. Españoles y españolas todas ellas, serán maestros, ingenieras, periodistas, poetas… y los juzgaremos por sus decisiones, no por su religión ni por su aspecto. A día de hoy, muchas de ellas –y de ellos- demuestran tener un criterio moral mucho más limpio que el que destila el Sr. Pérez en su artículo y, si como padre, pudiera elegir quien da clase a mis hijos o quienes orienta su posicionamiento moral, les aseguro que las prefiero a ellas con hiyab y a ellos con chilaba que a esos versados adalides de la supremacía occidental a los que parece ensalzar nuestro apuesto escritor.
Pero, ¿cómo contrarrestar ese torpedo a la línea de flotación de la racionalidad? En teoría es fácil: sirve con estimular los valores de justicia, igualdad, equidad y solidaridad que dieron corpus a la Declaración Universal de Derechos Humanos y que en Europa adoptamos como propios. Sólo en teoría parece fácil dar la vuelta a sus asertos. La realidad evidencia que es más difícil de lo que parece. El problema de los francotiradores es que gozan de un entorno de destrucción en el que eligen la oportunidad propicia para hacer un disparo selectivo. Mientras tanto, en campo abierto, algunos seguiremos defendiendo el orgullo de una cultura mestiza y defendiendo a los cuatro vientos la otra mitad de la verdad. Aquella que demuestra cómo esta civilización occidental, que algunos se empeñan en asociar de forma absoluta e inequívoca a Grecia y al humanismo, tuvo en el mundo islámico su principal valedor. Y cómo esta Europa ultraracionalista de la que nos enorgullecemos hoy, es el fruto maduro de una evolución que tuvo como protagonistas a al-Farabi, Avicena, Avempace y Averroes -desde el lado islámico- y a Maimonides e Ibn Paquda desde el judío.
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