Análisis
De los megaincendios al fuego controlado con el paisaje mosaico

Un cambio de paradigma territorial que aplique el modelo de paisaje en mosaico conseguiría su adecuado control además de proporcionar un escenario para un futuro más ecológico y económicamente sostenible.
Incendios Greenpeace aereas - 9
Greenpeace Pedro Armestre 30 agosto 2025. Villardevós. Ourense.
16 dic 2025 11:50

El fuego es un fenómeno natural, no dejará de existir. Los grandes incendios, sin embargo, son únicamente causa de nuestra necedad. Un cambio de paradigma territorial que aplique el modelo de paisaje en mosaico conseguiría su adecuado control además de proporcionar un escenario para un futuro más ecológico y económicamente sostenible.

A falta de una imagen mental que nos sirva de guía, este texto pretende ilustrar a través de cinco personas entrevistadas ese futuro sin grandes incendios con el fin de facilitar la unificación de esfuerzos de cara a un destino que beneficie a toda la comunidad. Dada su extensión, este documento se divide en dos partes, una en la que se explora la problemática y otra en la que se profundiza en las soluciones y que se publicará en los próximos días.

La naturaleza, en condiciones de cambio climático, se ve cada vez con más frecuencia afectada por el fuego. Los incendios que tuvieron lugar este 2025 fueron los más grandes de la historia gallega. Aparecieron un día de viento y bochorno en el que el avance de las llamas era rápido, peligroso y difícil de apagar. Eso, sumado a la prominente continuidad del territorio forestal en Galicia o Asturias, hizo que, a pesar de los grandes esfuerzos de los equipos de extinción, solamente la lluvia y la humedad los consiguiese detener días más tarde.

La solución se presenta enigmática: más que un problema a resolver, parece un misterio a descubrir. No obstante, el remedio ya existe, es complejo, sí, requiere tiempo y recursos; pero no es tan complicado como en un principio puede dar la impresión, pues se está aplicando con éxito en diferentes puntos del territorio español.

Isabel Villalba: “El paisaje mosaico hace que, cuando hay fuego, sea más fácil actuar”

Para conocer el estado del rural gallego e indagar sobre el futuro que se puede construir, hablamos con Emilio Díaz Varela, profesor de ordenación del territorio en la Universidad de Santiago de Compostela; Mar Pérez Fra, economista especializada en el ámbito de la política agraria y profesora en la USC; Isabel Villalba Seivane, secretaria general del Sindicato Labrego Galego; Sandra Otero, ingeniera forestal en la empresa privada, y Lourenzo F. Prieto, catedrático de Historia Contemporánea de la USC. Todos ellos no solo están concienciados en la problemática que suponen los incendios tanto a nivel ecológico como social, sino que trabajan activamente para darle solución.

“¿Cuál fue el motivo de los incendios?”, se pregunta Sandra Otero. “Las noticias culpan a los tractoristas”, añade. Esta ingeniera forestal sabe que, a pesar de haber accidentes, no todo el fuego es un infortunio. Incluso en el caso de un accidente, “de estar el monte bien gestionado, no arderían más de dos, tres o cuatro hectáreas”, explica. “Cuando son 50.000 hectáreas, ¿qué es lo que pasó?”.

La solución está en las fotografías de hace setenta años: el paisaje mosaico

El paisaje mosaico es un modelo de desarrollo territorial que tiene como propósito mitigar el riesgo de incendios a través de la creación de parcelas de cultivo, zonas de pastoreo y explotaciones forestales sostenibles. El objetivo es construir cortafuegos productivos que, además de detener las llamas, generen riqueza y empleo locales.

Tras los grandes incendios de 2017, se solicitó al personal docente e investigador de la Universidade de Santiago la creación de un documento que describiese una nueva política para el rural gallego. La evidencia científica asegura que “las condiciones edafo-climáticas de Galicia [del suelo y el clima] permiten el aprovechamiento de otras especies arbóreas, muchas de ellas productoras de madera de calidad, que junto a la ganadería extensiva y las producciones no madereras podrían sustentar una actividad económica diversificada y menos dependiente de un único tipo de mercado, el de la madera de pino y eucalipto”.

Por desgracia, este documento fue ignorado y los cambios necesarios no llegaron a ser aplicados por el gobierno. Como queremos imaginar con detalles el aspecto que tendría el rural gallego y su sociedad en caso de que estos consejos se hubiesen llevado a cabo, echamos mano de nuestras entrevistadas. Mar Pérez Fra, economista especializada en el ámbito de la política agraria y profesora en la USC, nos cuenta que “ese rural potencial se parecería mucho al paisaje mosaico”, y continúa: “Antes el territorio era principalmente agrario, no era arbolado”.

“La imagen de un paisaje en mosaico la tenemos en el pasado de hace sesenta o setenta años”, explica Lourenzo F. Prieto, historiador, “aunque que no se trata de volver a hacer las cosas como en aquellos tiempos”. Prieto nos dice que nos podemos inspirar en la distribución territorial anterior a las concentraciones parcelaria y forestal. “Tenemos que romper con la inercia de la arborización”, insiste, “desde 1940 se hizo una concentración forestal para saciar una producción de papel considerada importante por la dictadura de Franco, lo que significa que el monte se transformó por procesos de ingeniería social armada, no hubo una evolución natural”. Y continúa: “Ese mosaico de hace más de medio siglo se construyó durante miles de años, no fue algo casual como acostumbramos a pensar; la industrialización agresiva e invasiva de estas últimas décadas puede revertirse”.

La profesora de la USC, Mar Pérez Fra, critica que la agricultura de las últimas décadas era muy intensiva, “y no va a volver”. Desde su perspectiva de economista considera que Galicia tiene espacio para tener un sistema diverso de producción agroforestal con “espacios para pastos aprovechados por el ganado con el consecuente descenso en el coste de producción, menos dependientes de insumos del exterior (maíz y soja)”, es decir, “una desintensificación de la producción ganadera”.

Si pretendemos tener un territorio sostenible y resistente a grandes incendios, entonces “la producción forestal y la ganadería tienen que ir de la mano”, afirma Pérez Fra, “el ganado es necesario para el control de la masa”. Esta economista considera que el “eucalipto es una forma de abandono” y que, por el contrario, “necesitamos silvicultores implicados en diversificar el cultivo”.

La profesora y economista también menciona la pérdida en la diversificación de cultivos agrícolas, explicando que se podría “recuperar la patata, el trigo u otros cereales”, los cuales son productos demandados en el mercado nacional e incluso planificar “implantaciones forestales controladas sin masas continuas”, puesto que “las superficies forestales abandonadas no son un sector productivo”.

Mar Pérez Fra: “La mayor ganancia la llevan las madereras mientras que quien habita el rural asume las consecuencias de los incendios y las personas contribuyentes pagamos la extinción con nuestros impuestos”

Cuando se le pregunta por la utilidad de este modelo a Isabel Villalba, del Sindicato Labrego Galego, nos dice que “el paisaje mosaico hace que, cuando hay fuego, sea más fácil actuar”. “Por ejemplo —señala—, un incendio de copas con días calurosos, sequía y viento fuerte llega a temperaturas altísimas, lo que resulta muy difícil de apagar si no hay una discontinuidad”. No solo se trata del territorio arrasado, sino también la seguridad de quien tiene que apagar las llamas, ya que los “equipos de extinción no pueden trabajar de noche, y con esas temperaturas y condiciones es imposible acercarse porque es peligroso”.

Isabel conoce bien las consecuencias de la amenaza del fuego tanto a través de su trabajo como en la vida personal, y sabe que “el fuego no va a desaparecer, puesto que los accidentes pasan, muchos incendios tienen que ver con problemas en el tendido eléctrico, por maquinaria que se incendia y cosas similares”. Su propuesta se engloba en el modelo de paisaje mosaico y comenzaría por “empezar protegiendo el suelo de alto valor agrario” facilitando de este modo que se cree esa discontinuidad necesaria para una rápida extinción del fuego.

El negocio de la madera

“La planificación territorial la hace la economía”, dice Emilio Díaz Varela, ingeniero especializado en ordenación del territorio. “Lo que se planta o no se planta depende más de lo que se paga que de lo que dicen los Planes de Ordenación de Recursos Forestales (PORFS)”, las herramientas administrativas diseñadas para llevar a cabo una planificación del territorio que responda a necesidades sociales y ecológicas. Por encima de eso, Emilio también cuenta que “esos planes no están aprobados” por lo que tampoco se ponen en práctica.

“Un matorral es biodiversidad”, recalca Mar. “Si gestionamos el territorio no pasa nada”, pues “es totalmente contraeconómico pensar que podemos estar limpiando el monte constantemente”, añade.

Tras ver las más de 60.000 hectáreas calcinadas en este 2025, no pude evitar hacer la pregunta: ¿si tenemos en cuenta las pérdidas que se tienen con los incendios podríamos decir que continuar con el monocultivo en un contexto de cambio climático es negocio de riesgo? Mar contesta sin dudar: “Si miramos la madera vendida y restamos los gastos de extinción se reducirían los beneficios”. Y ​añade: “la mayor ganancia la llevan las madereras mientras que quien habita el rural asume las consecuencias de los incendios y las personas contribuyentes pagamos la extinción con nuestros impuestos”.

“Tienes la economía de un país en las manos de dos o tres grupos empresariales”, resume Isabel al preguntarle sobre el negocio de la madera, “lo cual es construir un sistema económico muy poco resiliente, dependiente de que una de estas empresas decida irse a otro lado”. “Plantar lo que uno quiera sin hacer control de biomasa puede ser rentable para un absentista [propietario ausente que no gestiona su terreno] o una empresa forestal, pero no lo es para el resto de la sociedad”, explica con relación a las consecuencias directas que los incendios tienen sobre el medio ambiente global y la población rural en particular.

Sandra, ingeniera forestal en el sector privado, comparte su experiencia con las comunidades de montes: “Hacemos proyectos de ordenación en los que se promueven las frondosas y se amplían las franjas de gestión; procuramos no hacer monocultivo”. La empresa de Sandra es un caso poco frecuente, ya que, según indica, “es complicado aplicar una visión ecológica”. 

“El territorio tiene mucho valor, pero el capitalismo se ha encargado de decirnos que no lo tiene para que las empresas lo adquieran y exploten a bajo precio”, dice Sandra

“La empresa forestal no lo tiene como prioridad —apunta—, e incluso el mercado de CO₂ es al final todo un tema de dinero”. Las grandes empresas forestales obtienen una certificación supuestamente ecológica, pero después “reciben dinero para plantar pino del país y lo hacen en monocultivos, lo cual va a arder rápida y extensamente devolviendo todo ese CO₂ a la atmósfera”. La mayor dificultad con la que se encuentra una empresa que decida aplicar esa visión de sostenibilidad a su trabajo es que “la gente sigue sin entender que si no participa todo se va al traste; nos falta la base que es la educación”.

“Si quieren tener una producción de madera hay que hacerlo con cuidado, escogiendo especies autóctonas y maderas de alta calidad que supongan un mayor beneficio”, explica Sandra. “Si tienen parcelas agrícolas no deberían permitir arbolado, pues los que tienen actividad normalmente se ven oprimidos y poco a poco [los terrenos agrícolas] merman y desaparecen”. De este modo, las montañas se van cubriendo de masa forestal y la discontinuidad natural que había gracias a los pastos y la actividad agraria va desapareciendo. Así ha sido cómo el paisaje mosaico que cubría Galicia décadas atrás desapareció para dejar un extenso y continuado monocultivo forestal. “Todo el trabajo comunitario que se hacía antes venía de una necesidad”, apunta la ingeniera, “entonces era la de comer, ahora es la de controlar los incendios”.

Cuando su equipo llegó a trabajar con las personas de la comarca del Barbanza, Lourenzo se encontró con que, siguiendo “la lógica de los intereses, la zona estaba llena de alcornoques, porque antes se necesitaba el corcho para la pesca, y de pinos, para hacer cajas para los barcos”. Ahora, tras los incendios que hubo en esa área y las iniciativas que han ido apareciendo acompañadas de los conocimientos que aportan desde la universidad y la comunidad que habita la zona, se busca alinear de nuevo los intereses de la población con la producción que allí se leva a cabo para que el mantenimiento de los montes se haga por necesidad y no por miedo a una multa.

“El territorio tiene mucho valor, pero el capitalismo se ha encargado de decirnos que no lo tiene para que las empresas lo adquieran y exploten a bajo precio”, dice una Sandra preocupada por la desvalorización de un bien esencial. “Si perdemos la gestión del territorio, perdemos el control”, incide. Pone como ejemplo casos como el proyecto de la celulosa de Altri u otros tantos ya asentados por el suroeste gallego, y en particular la industrializada zona de Valga, donde ella trabaja. “Lo primero que te van a hacer es cerrarte el grifo del agua”, sentencia. “Cuanta más industria tienes más agua y recursos gastan”.

Mantener el control de lo que se hace en el propio territorio es lo único que puede proteger a la población de las desoladoras consecuencias del fuego. “A las comunidades de montes siempre les digo que nunca pierdan la gestión del territorio, que les están robando en su cara”, aclara Sandra. “Te dan cincuenta mil euros, pero son treinta años. ¿Y la letra pequeña? Cortan cuando quieren y el precio lo marca la industria por lo que la tendencia es que baje, y encima si hay un incendio ese contrato ya cambia”, sentencia.

La problemática va más allá del presente, se transmite al futuro. Sandra trata de explicarlo: “Tus hijos van a tener que gastar dinero para arreglar el desastre que te van a dejar”. El cambio de mentalidad del que habla requiere “tener claro que no quieres algo a corto plazo y desear dejarle algo a tus hijos”.

Por otro lado, están las ayudas para realizar trabajos en el monte. “Se priman ciertas empresas”, dilucida ella y concreta que se hace “a través de la legislación y los tipos impositivos”. Los convenios son firmados con mayor frecuencia con grandes terratenientes y las ayudas, por como funciona el sistema de valoración, favorecen a los grandes productores. “Deberían apoyar a los pequeños para que la gente quede y gestione el monte”, se queja, “ahora compiten con los mismos puntos una pequeña comunidad de montes y una empresa privada de gran tamaño”.

Uno de los mayores inconvenientes para una transformación de paradigma en el negocio de la madera es la poca oferta de alternativas con la que se encuentran aquellos que poseen pequeños terrenos, o las dificultades fiscales y legislativas de los autónomos que muestran interés en trabajar el monte, ya que esto desanima a que más gente se una al cambio. “Si tú permites y favoreces que la industria tenga la gestión”, añade, “no puedes esperar que el pequeño propietario y productor sobreviva”. Sin una motivación especial o una consciencia de la situación ecosistémica en la que se encuentra Galicia, la ciudadanía media se ve empujada a dejarse llevar por los intereses empresariales, que lo último que les preocupa es que el monte arda, puesto que las pérdidas que se ocasionan corren a cargo de quien pagamos los impuestos.

¿De quién es el monte?

Arrastrada por los estereotipos que acompañan la habitual concepción del rural, la mayoría de la gente piensa que se necesita acudir a las aldeas para informar a la gente del rural sobre las complejidades del actual sistema de gestión. Sin embargo, resulta que las personas propietarias del monte, es decir, aquellas que necesitan aprender sobre gestión forestal, residen principalmente en zona urbana. En 2023, los ayuntamientos que ingresaron mayores beneficios de las cortas forestales en Galicia son los de Lugo ciudad (447.140 m3), A Coruña ciudad (419.527 m3) y Santiago (205.154 m3), en ese orden. Es decir, las decisiones que se toman sobre el territorio forestal gallego se emiten mayoritariamente desde zonas urbanas. El siguiente ayuntamiento sería Narón. Por lo tanto, continuamos hablando de una pequeña ciudad, con 121.135 m3. Si lo comparamos con Chandrexa de Queixa, afectado este 2025 por el segundo mayor incendio de la historia de Galicia, arrasando más de 16.000 hectáreas, puede resultar ridículo que quien reside en este ayuntamiento solo recibiese los beneficios de 60 m3. Considerando que su población es de 478 personas y mayoritariamente avejentada, no le podemos responsabilizar de gestionar el territorio que la rodea y que no posee.

“La mayor parte de los gallegos estamos vinculados con el rural a través de la propiedad de fincas rústicas. El ayuntamiento que más ingresa por cortas forestales es una ciudad. La producción eléctrica sale del rural y va para zonas urbanas. Los propietarios beneficiados por la explotación forestal viven en la ciudad y non soportan las consecuencias de los incendios”, se queja Mar, quien ha estudiado en detalle el vaivén económico de la producción agroforestal. La formación, si bien es ventajosa en el rural, debe ser localizada con prioridad en ámbito urbano, ya que es donde está la gente que puede marcar la diferencia. Responsabilizar y culpar a la gente del rural por la situación del territorio bloquea la capacidad de acción.

Sandra nota que entre las personas propietarias con las que trabaja no hay concienciación ecológica o de prevención de incendios. Según nos cuenta, actúan más bien porque “tienen miedo cuando les mandan las cartas”, y lejos de pensar en el riesgo medioambiental que supone un monte sin gestionar “lo que ven son importes a pagar”.

Después están las comunidades de montes, que por lo general sí se responsabilizan activamente de la gestión, aunque cada vez más reciben ofertas por parte de grandes empresas para que la exterioricen. “Las comunidades de montes nos piden que hagamos proyectos de ordenación, planificamos unas gestiones y así”, aclara, “al tener un instrumento de gestión, ya tienen unas obligaciones, y entonces sí que se van haciendo los trabajos necesarios en los plazos adecuados”.

Las Sociedades de Fomento Forestal (Sofor), son una figura de gestión comunitaria de la que se habló mucho en su momento, ahí por 2011, pero que no se ha desenvuelto gran cosa. “Algunas empresas hay que lo venden pero luego los propietarios andan a palos”, cuenta Sandra, pues su experiencia le dice que las dificultades de la gestión en estos casos siempre radican en los conflictos personales entre vecinos o familias.

Las Sofor ofrecen tanta libertad de acción que en realidad no acaban de crear un marco que funcione como guía a la población interesada en la gestión del territorio. Según el Manual de éstas, emitido por la Xunta de Galicia, son poco más que una figura de administración fiscal, aparentemente pensada para facilitar la gestión del territorio desde un punto de vista empresarial, pero que se olvida de aplicar de facto el elemento de la sostenibilidad medioambiental y no acaba de fortalecer la acción colectiva.

¿Cómo transformamos Galicia para un futuro sin incendios?

Para rectificar o innovar sobre el territorio necesitamos que los gobiernos actúen de forma planificada y con ciertos objetivos. “Los estados intervencionistas no gustan, pero consiguen que se produzcan cambios dirigidos”, cuenta Lourenzo. “Los liberales acaban fracasando porque revuelven el mundo ambiental”, incide.

“Ahora tenemos una planificación sectorial que se enfoca solo en la parte económica mientras que para que exista una prevención de los incendios es necesaria una planificación integrada, es decir, aquella que tiene en cuenta todos los agentes envueltos en el territorio: forestales, ganaderos, agrícolas, sociales, etc”, explica Emilio.

Tener en cuenta todas estas variables y abarcar todo el territorio gallego al mismo tiempo es una tarea titánica, casi imposible. “El nivel territorial de planificación óptimo sería el de comarca”, aclara, “los ayuntamientos necesitan trabajar juntos con un apoyo autonómico o provincial para la coordinación”. Las características comunes que definen una comarca presentan cierta homogeneidad territorial: factores ecológicos ambientales, geográficos, estructuras de agrupación humana, conexiones para la comunicación y el transporte. Teniendo en cuenta estos aspectos resulta más fácil abordar la gestión con una planificación integrada.

La experiencia de Sandra con los planes territoriales se enfoca desde otra perspectiva: “Nadie los quiere porque es una responsabilidad. La Consellería do Medio Rural le pasa la bola a los ayuntamientos y estos se la devuelven o la pasan a Seaga, quien se supone hace inspecciones y notifica a los propietarios, pero ninguna institución se quiere hacer cargo porque es un problema complejo de gestionar”. Al mismo tiempo observa que “hay mucha controversia entre las franjas de gestión, espacios que deben estar limpios y sin especies arbóreas, y el suelo de núcleo, suelo urbano donde en realidad hay muchas especies arboladas que no deberían estar, pero nadie comunica nada a los propietarios” por la falta de una legislación clara y una planificación forestal adaptada al territorio.

“Muchas iniciativas pueden partir de una estructura o tejido social del territorio, pero la despoblación dificulta esta vía”, lamenta Emilio al tratar el tema del vaciado rural, aunque reconoce que el mayor esfuerzo de transformación está surgiendo desde movimientos sociales o vecinales mientras que a menudo la administración toma decisiones sin tener en cuenta a las personas que luego cargan con la responsabilidad y las consecuencias de las mismas. La alternativa sería planes que incorporan proyectos de participación pública, “que la sociedad no solo sea objeto de planificación, sino también sujeto de planificación”. Con la experiencia del trabajo de campo, Emilio ha llegado a la misma conclusión que Sandra. Existe un reto a la hora de obtener consenso dentro de una comunidad que está presente en todo el territorio gallego, mientras tanto, “los planes pueden fomentar la comunicación y participación de la población, eso puede formar parte de los propios planes o facilitar acceder a otros instrumentos”.

Una intervención adecuada debe tener en cuenta todos los agentes sociales implicados, por lo que los planes territoriales necesitarían “algún elemento de coordinación a diferentes niveles para la protección de la población”, opina Emilio. Las intervenciones son distintas según el tipo de territorio y sociedad. “Es muy diferente intervenir en un territorio donde lo común es el abandono o la pasividad que en uno en el que hay cierto dinamismo. En el primer caso te encontrarás con una actitud reactiva al cambio mientras que en el segundo puede que ya haya iniciativas en funcionamiento o medio encaminadas”, señala. Durante su acercamiento al proyecto Serra de Xistral-Red Natura se percató de que las comunidades afectadas “no tienen la impresión de que les escuchen”, pues las intervenciones del pasado no los han tenido en cuenta. Por el contrario, “cuando tienes una escucha activa hay más posibilidades de acertar a dar soluciones a necesidades que ellos tienen”, facilitando que la colaboración y la iniciativa perduren en el tiempo.

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