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Iglesia católica
De pendones, cofradías y ayuntamientos
Aunque sé que, de nuevo, se trata de predicar en el desierto, merece la pena volver a recordar al público en general, pero sobre todo al particular que le gobierna, que en estas significadas fechas, tan dadas a la superstición sacra y a la clerigalla, los poderes públicos se deben a toda la ciudadanía, pues en su juramento como cargo edilicio o electo, cuando lo fueren y no hubieran aterrizado en la institución mediante el sistema digital, se expresa aquello de servir al pueblo, sin adjetivo alguno y sin que en dicho predicado aparezca en ningún momento el pueblo elegido, es decir, el pueblo de Dios.
Religión
La Extremadura beata, a la cola de la laicidad
El fervor religioso de las instituciones extremeñas, su entregada devoción a los asuntos de la Iglesia, se corresponde, en justa proporción, con lo reflejado en el Informe Ferrer i Guàrdia 2018 sobre el aumento y la consideración de la laicidad en el Estado español. En Extremadura sus gobernantes se desviven por poner las instituciones al servicio de la Iglesia.
Y ello es merecido porque, de nuevo también, en estas repetitivas fechas en las que nos entretienen con el cuento de la redención, quienes temporalmente ocupan los estamentos del Poder con mayúsculas, no por méritos propios, aunque eso lo explicaremos otro día, acostumbran a dar la orden para que se engalanen los balcones y paredes exteriores de los ayuntamientos y otros palacios municipales con banderolas, pendones y demás trapos de las diversas cofradías que se reparten el cotarro en esta semana llamada Santa, en la que cada cual, atendiendo a un ritual aprendido e inconsciente, expresa su particular fanatismo, una palabra que no debe asustar a los creyentes que por tal se tengan, pues según su etimología se tomó por conducto del francés derivado del latín fanun, que significa “templo”, y de ahí lo de servidor del templo, es decir, su Santa Madre Iglesia. De nada.
Educación pública
Iglesia Semana Santa: negocios, procesiones en colegios, inmatriculaciones y fervor
Tenemos, así, vestidos los edificios públicos con coloridas telas cuyos símbolos recuerdan historias de flagelantes que antaño asolaban las calles fustigándose las espaldas propias o las del penitente de al lado por cuestiones relacionadas con la herejía o la blasfemia, una costumbre perdida hoy por quienes desfilan con trajes y correaje de los caros, ajenos por completo a la fe y creencia que movía en su día a los disciplinantes, más cercanos en la hora actual al materialismo y a la vida muelle que al recogimiento y contrición, dolores del alma cuyo significado seguramente desconocen, como desconocen en su mayor parte la doctrina y el catecismo de las creencias que les mueven, a pesar de los años de adoctrinamiento escolar y de cumplimiento dominical.
Ignaros son también los representantes de la cosa pública que, guiados por sus miedos, creencias y supersticiones, ceden el uso del espacio público, de cuya custodia deben ser garantes, para espurio usufructo de los fanáticos, en un revival del cuius regius, eius religio, convencidos y convencidas de que Dios les ayudará en las próximas elecciones a mantenerse en la poltrona. Y cuando, a voces, en medio de la plaza pública, denuncias este nepotismo de lo religioso, siempre hay alguno o alguna que te sale con aquello de “qué mal hará tener ahí puestos los trapos de las cofradías”, cuando no te dicen que hay que aprender a respetar las ideas de los demás, olvidando, obviando el hecho de que el Laicismo no es, ni mucho menos, un principio antirreligioso, sino una defensa del derecho de toda persona, en su ámbito individual, a no ser violentada o discriminada a causa de sus convicciones religiosas. Es decir, es un derecho individual, no de los sistemas ideológicos, una idea que no es mía, sino que está copiada de lo que dejaron en el camino durante cientos de años librepensadores y defensores o defensoras de los derechos humanos, muchos de ellos quemados en la hoguera o aherrojados en profundas mazmorras.
El laicismo defiende que no haya grupos religiosos que disfruten de privilegios, como puede ser el uso del espacio público a expensas de TODA la ciudadanía, y sufragado por TODA ella, como sucede en este país con la Iglesia católica, una institución que no solo practica el fraude fiscal de modo consentido, sino que trivializa y trata de tapar crímenes execrables, como es la práctica de la pederastia a cargo de sus ministros, un adjetivo este, el de execrable, cuya etimología viene del latín exsecrari, derivado de sacer, “santo, sagrado”, y cuyos sinónimos son los de abominable, aborrecible, maldito, detestable, odioso, repugnante, despreciable, nefando, étimos que parecen olvidarse a la hora de juzgar las prácticas consentidas por la Iglesia.
El laicismo defiende que no haya grupos religiosos que disfruten de privilegios, como puede ser el uso del espacio público a expensas de TODA la ciudadanía, y sufragado por TODA ella, como sucede en este país con la Iglesia católica
Otros conceptos que deberían conocer los poderes públicos, puestos a que conozcan algo, si acaso tienen tiempo entre tanta y tanta procesión, deberían ser el de Laicidad, una ética civil, universalista, independiente de cualquier confesión e ideología, y el de Secularización, la progresiva separación del poder político respecto al poder eclesiástico, algo ajeno a la realidad que muestran esos pobres niños y niñas adoctrinados que desfilan uniformados como disciplinantes y portan en andas imágenes religiosas, ajenos por completo al significado de lo que hacen, manipulados por sus padres, madres y profesores para satisfacción de sus propias creencias y su ego confesional. Que Dios les perdone.
Otros conceptos que deberían conocer los poderes públicos (...) deberían ser el de Laicidad, una ética civil, universalista, independiente de cualquier confesión e ideología, y el de Secularización, la progresiva separación del poder político respecto al poder eclesiástico
Quien no suele ejercer el librepensamiento y está atado o atada aún a la esclavitud religiosa, cree que cualquier crítica al despotismo religioso en cuanto al uso de los bienes públicos, con consentimiento de sus gestores, es un ataque a sus creencias o ideas personales. Su falta de criterio intelectual ve un enemigo o enemiga en cualquiera que no piense o crea en sus supersticiones, que rigen su vida y la ordenan, algo incuestionable mientras no afecte a la libertad de los y las demás. Como se ha expresado desde diversos foros del laicismo, y desde hace ya tanto tiempo, cuando esa actitud se aprovecha de los estamentos públicos y los convierte en altavoz de sus propias declaraciones, arrogándose de cierta actitud moral única e infalible, trasciende lo individual y pisotea la libertad de los demás, recurriendo en ocasiones a la amenaza, la coacción y la imposición, rasgos típicos de la intolerancia religiosa, sea cual sea la deidad o deidades que se veneren.
A la vista está estos días, entre tanto munícipe cofrade, el estado de la cuestión religiosa.