Kabilas de mesa camilla
¿Ramadán mubarak? o ¿ramadán digital?

La omnipresencia hace que las pantallas lo ocupen todo, incluso ese vacío que deja la abstinencia de comida y agua, y donde se supone que cada criatura se encuentra con lo que emana de sí misma.
Hafsa Arrabal
13 mar 2025 06:00

Hace más o menos un mes que acabamos la aceituna. Me acuerdo bien porque fue el fin de semana del día oficial de Andalucía.

Sí, el fin de semana. En el campo andaluz se trabaja los sábados, de forma habitual, y si estamos en campaña de algo en particular (aceituna, almendra, hortaliza, frutos rojos, etc.) se echa jornal hasta el domingo, a veces, por el mismo módico precio.

El campo no espera, así que hay que apurar todos los días. Seas del color que seas y le reces al dios que quieras, si trabajas en el campo andaluz, libras el día de Navidad y el de año nuevo como mucho. Sin quitar agravios a ninguna situación administrativa, para enmendar irregularidades en este sector hay que mirar los papeles de la tierra (agrarian reform), y no sólo los de las criaturas que la trabajan. Eso sí, una reforma agraria en condiciones dejaría poco sitio para la “caridad” y la “solidaridad”, valores religiosamente laicos donde los haiga, para con los “pobres jornaleros”.

Todo el día sin comer. ¡Hasta sin agua! Pero, ¿quién aguanta las horas de sol sin el móvil en la mano?

Para no faltar a la verdad, diré que quienes no trabajan ni domingos ni lunes son los amos de la casa grande, herederos de familias que se hicieron con las tierras comunales por derecho de conquista, que hoy siguen cobrando la paguita del ducado (ayudas europeas directas de la Política Agraria Común) y, que para más inri, son auspiciados como influencers en todos los programas de la televisión. Pero este no es el tema.

Acabamos una ¿hilada? (fila de olivos dispuesta a conciencia en el olivar), y mientras se vaciaban los ¿manteos?, alguien preguntó “¿lloverá?” y de las cuatro o cinco personas que habíamos hubo quien alzó los sacáis al cielo y hubo quien echó mano al móvil, todas buscando la misma respuesta.

Como dice mi vecina: “los móviles lo han cambiao to”. Es verdad. Lo han cambiado todo; la forma de aburrirnos, de consolarnos, de estudiar, de aprender, de relacionarnos entre especies y con el medio, de expresarnos, etc.

¿El sistema mundo? No sé cómo nombrar “la mano invisible que se encarga de regular el precio del alquiler para que parte importante de la población no tenga acceso a una vivienda digna o a una alimentación decente, pero que se preocupa de que el aparatito con acceso a internet esté al alcance de toda persona que quiera tenerlo y de que además, esté todo el santo día pegado a ella”. Antes era la muerte la que nos igualaba a ricas y pobres, ahora antes de la muerte, el smartphone.

Vamos a ir arrimando el ascua a la sardina. ¿Afecta de alguna manera la interconexión al ayuno durante el mes de ramadán?

La pregunta se responde sola. La omnipresencia hace que las pantallas lo ocupen todo, incluso ese vacío que deja la abstinencia de comida y agua, y donde se supone que cada criatura se encuentra con lo que emana de sí misma.

Recuerdo sobremesas en las que sin debates impuestos se contaban anécdotas de la historia del islam, tanto de profetas como del resurgir en Alándalus. Se contaban para evitar el aburrimiento. ¿Qué sentido tiene contarlas ahora en una época de ocio infinito?
El resto de meses del calendario lunar las pantallas ocupan más vida de la que se vive; la espera del transporte público, el descanso de la fábrica, la parada para el bocadillo, las clases aburridas de la Uni, las sobremesas, etc. y ahora durante el mes de ramadán, además ocupan los espacios que el ayuno deja libre.

Por el móvil se cuelan predicadores de toda índole divulgando interpretaciones del islam descontextualizadas, imposibles y neoliberales que asustan; una especie de mindfulnes en el sentido en que pone all individuo en el centro de toda duquela, además de involucrar figuras islámicas (Mahoma, Alá) para, en aras de lo “bueno” y no “malo”, acabar reforzando la culpabilidad y nutriendo la filosofía del pecado. Estos mensajes se llegan en las casas, dando argumentos a los cuñados (que los hay de todas las religiones) sin aportar nada porque, “¿quién eres tú para replicarle a dios?” o “eres muy moderna y no me gusta”, parafraseando la rumba de Canelita.

Recuerdo sobremesas en las que sin debates impuestos se contaban anécdotas de la historia del islam, tanto de profetas como del resurgir en Alándalus. Se contaban para evitar el aburrimiento. ¿Qué sentido tiene contarlas ahora en una época de ocio infinito?

También se cuela la islamofobia, los insultos, las faltas de respeto, el racismo, etc. y por muy ignorantes que sean quienes se esconden detrás de perfiles sin foto y cuentas privadas, da coraje, y la hirbia es mala compañera de ayuno. Porque no son cuatro mindundis, son un ejército de cuentas falsas mandando a la población musulmana a su país, mezclando churras con merinas y pasando por alto los derechos ganados en los Acuerdos del 92, que costaron gasolina y sangre. Quien la lleva, la entiende.

Antes de la era internet por doquier, se traía de la mezquita un papel con las horas de las azalas, incluidas las que marcan el inicio y el final del ayuno. Se miraba una vez y ya se sabía el horario para todo el mes. Ahora, se descargan aplicaciones y se consulta mil veces el reloj buscando el minuto exacto no vaya a ser por un minuto más o menos “se invalide el ayuno”, como ha dicho un video del Tiktok.

En lo que a cuidados de la familia y gestión del hogar se refiere, sería mejor no compararse con las influencer que muestran una vida perfecta, halal y ordenada. Mientras sus seguidoras sobreviven en un piso de cincuenta metros cuadrados en la periferia de la ciudad, enganchadas en videollamadas infinitas con sus amigas, cuñadas, hermanas, sin poder acceder a esas decoraciones ramadaneras tan chic, esos banquetes, esos lugares de descanso, esos maridos cariñosos, perfectos y limpios que no llegan hastiados de echar diez horas en el mercado con el p1k0l3to detrás del cogote, por nuestra seguridad.

Me pregunto si la frustración emana de la pantalla o si es la frustración natural del devenir diario la que nos hace echar mano a la pantalla. ¿Cuántas veces cogemos el móvil para mirar la hora y acabamos enredadas cuatro y cinco minutos toma que toma con el pulgar como pollo sin cabeza?

El ayuno se define como no comer, no beber, no fumar, no hacer eso, no pensar en lo otro, no, no, no. Detrás de todos esos no hay (o había) un sí (o varios). Sí al descanso de los órganos digestivos y depuradores, sí al eco y la resonancia que provoca en unas tripas vacías (el segundo cerebro) lo que ocurre a su alrededor. Sí a una nueva forma de ver el mundo, a otra perspectiva ante la cotidianidad y sus conflictos. Sí a un revés en la escala de asuntos importantes y urgentes. Detrás de los noes del ayuno había un sí al cultivo de la atención y la paciencia.

Las pantallas, con su inmediatez y su bombardeo constante de estímulos, influyen en nuestra forma de percibir el tiempo y la espera. La paciencia, que antes se cultivaba mediante la observación pausada, hoy se encandila con tanta luz LED y la rapidez de los scrolls infinitos hace mella en la capacidad de atención y en esta bulla es difícil discernir entre el deseo sugerido y el genuino.

Todo el día sin comer. ¡Hasta sin agua! Pero, ¿quién aguanta las horas de sol sin el móvil en la mano?

Kabilas de mesa camilla
Kabilas de mesa camilla ¿Por qué lees a Nawal El-Saadawi?
¿Sabéis a quien no leo? A la Europa islamófoba que usa la vivencias de las mujeres como argumentos falaces en debates amarillistas que no aportan nada y que para colmo son tan machistas, o más, como el islam del que quieren salvarnos.

Se ruega no intenten esto en casa porque corren el riesgo de aburrirse, descansar la vista, desocupar las manos, inventar y otras locuras analógicas, entre ellas olvidar la lista de deseos o el carrito de la compra de la web de turno.

Por cierto, todo lo dicho anteriormente se basa en experiencias de ayuno en el marco del Reino Borbón de España. Hablar de Palestina es harina de otro costal.

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