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La semana política
Fin de curso
Eran tiempos fecundos en expresiones ocurrentes. Nacieron y murieron algunas como la “reforma pactada”, el “café para todos” autonómico, cuyo inventor ha fallecido este mes de junio. Se recuperaron otras, como aquella “El rey reina pero no gobierna”, que había sido inventada en el siglo XIX por el ejecutor de la Comuna de París, Adolphe Thiers. Se rescató también el verbo “borbonear” para definir la práctica de injerencia política de Juan Carlos I que, más de lo que se quiere recordar, gobernó, dispuso, se lucró y también reinó. Todo a la vez.
Hoy se recuerdan como tiempos en los que la concordia lo podía todo, pero hay que reconocer que se trataba más de un momento de improvisación condicionada. Una improvisación con las suficientes condiciones impuestas por el contexto internacional como para solucionar las dudas con una simple interpretación de lo que se esperaba que España hiciera. Las condiciones estaban dadas desde hacía muchos años: dos partidos de centro, uno a izquierda y otro a derecha. Que gobiernen por turnos y estén de acuerdo en lo esencial en cada momento. 'En cada momento' fue durante la entrada en la OTAN, el acatamiento de los Tratados de Maastricht, el artículo 135.
Y, aunque quedaba claro que la cuestión de la unidad nacional se estaba cerrando en falso —y que eso tenía un peaje de sangre, sufrimiento e incomprensión— el discurso derivó pronto a lo celebratorio, conformó un canon y se extendió como una historia de éxito sin igual en la Historia universal. Había sido una modernización espontánea, creada de la nada por unos nuevos padres de la patria que han sido recompensados con el capital emocional —y dinerario— de ser el perejil de todos los guisos y los propietarios todas las opiniones respetables. Con el tiempo se les llamó Constitucionalistas, incluso a aquellos que pertenecían a los clubes donde se llamaba a la carta la Prostitución.
La nueva derecha reclamaba un golpe de mando del jefe de Estado: Ayuso le pedía, de forma indirecta, que no sea “cómplice” de la firma de los indultos, esto es, que se sitúe por encima del poder Ejecutivo
Todo estaba preparado para que el monarca de relevo no tuviera que “borbonear”, es decir, se convirtiera en una figura sin más desempeño que recibir felicitaciones por su papel discreto y sus consejos disimulados. Por eso, cuando el 13 de junio la estrella política de la nueva derecha, Isabel Díaz Ayuso, acaparó los titulares con su discurso en la manifestación de Colón contra los indultos, el castillo de naipes se desmoronó. La nueva derecha reclamaba un golpe de mando del jefe de Estado: Ayuso le pedía, de forma indirecta, que no sea “cómplice” de la firma de los indultos, esto es, que se sitúe por encima del poder Ejecutivo.
Y es cierto que el 3 de octubre de 2017 ya el rey ya había dejado ver que cuando ordena otros estamentos —hola, poder judicial, hola, fuerzas armadas— se ponen firmes, es decir, que el rey es el jefe de un partido político sin siglas. Pero no ha sido frecuente, al menos en las últimas décadas, que una trama civil aluda con desparpajo y abiertamente a la posibilidad de que el jefe de Estado cambie el pacto del 78 y escriba otra historia. Si acaso, esa posibilidad ha sido un sobreentendido, café para los muy cafeteros, cuestiones dichas a media voz entre las bambalinas de la “marca España”.
Así que la ocurrencia de Díaz Ayuso ha tenido que ser censurada. La Casa del Rey ha emitido las señales convenidas: se llevará a cabo escrupulosamente el compromiso de firmar lo que el poder Ejecutivo presente. Los indultos a los políticos condenados en el juicio del Procés serán ratificados en un día de la semana que viene o de la siguiente y no se escuchará una queja del rey. El ruido tiene que apagarse: al fin y al cabo se trata de nueve indultos y no de terminar la causa general contra el independentismo.
La consigna pasa a ser que las cosas solo se pueden sacar de quicio en el Congreso, como si eso fuera poco. Que la paranoia de traiciones que domina la política española —nadie está a salvo de ser acusado de traición, como ha comprobado Inés Arrimadas— no puede extenderse a la Zarzuela.
Tras la Casa del rey es la CEOE la que emite mensajes de apaciguamiento. Esta semana, el viaje de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, ha desbloqueado el primer paquete de ayudas a las multinacionales conocido como España Puede, dentro del programa Next Generation. Buenas noticias para las grandes empresas, suficiente para que no agiten el avispero de la desestabilización. El dinero aun no ha llegado pero se respira cierto optimismo. Los estudios económicos auguran un buen final de año para el PIB. Aire y cierta legitimidad en el terreno de la “gestión”. Tres de cada cuatro personas creen que lo peor de la pandemia ha pasado ya.
En su flanco izquierdo, el Gobierno apenas teme la que puede liar el movimiento por la vivienda. Vive en una calma chicha pese a su reiterada falta de voluntad o incapacidad (va por barrios) para subir salarios, fulminar la Ley Mordaza y reducir la precariedad derogando la reforma laboral de 2012. En la calle, hay una tregua implícita y resignada, derivada de la constatación cada vez más firme de que está llegando el turno de la nueva derecha.
La ventanita que ha abierto Díaz Ayuso no la cierran las fotografías de Sánchez y Von der Leyen sonrientes, ni el paso conveniente dado por Antonio Garamendi. Posiblemente solo lo cierre, temporalmente, el cambio de turno. La salida de Sánchez de La Moncloa y la llegada de una jerigonza de las derechas, desechas ya de cualquier impulso modernizador o de regeneración y, al contrario, dispuestas a ir más allá de 1978.
Banderas de nuestros traumas
Las condiciones de partida siguen estando ahí, pero en los últimos tiempos los empalmes, las ñapas, los consensos, también han reventado en el nivel global: Estados Unidos, el gran país interventor, es aun una X global. Aunque Donald Trump fue derrotado en las elecciones de noviembre de 2020, la nueva derecha tiene una respuesta a esa incógnita sobre el destino al que dirigirse: distintos grados de supremacismo, envueltos en retórica familiarista y natalista, como una oferta política de recreación de las clases medias propietarias. Seguros privados como oferta para la demanda de certezas colectivas.
El plan está en marcha y es hegemónico en tres espacios importantes, los medios de comunicación tradicionales, los medios de comunicación social, y el espacio físico transformado por un urbanismo diseñado en las últimas décadas para la segregación y perfectamente adecuado para la polarización, como refleja Jorge Dioni López en su ensayo La España de las piscinas.
Urbanismo
La España de las piscinas Jorge Dioni López: “La izquierda debe montar un tenderete cada fin de semana en los PAU y no ir solo cada cuatro años”
Desde esa ventaja, la propuesta de superación del sistema de 1978 por parte de la nueva derecha es una opción de máximos. Solo así se entiende que Díaz Ayuso se salte las convenciones políticas establecidas para proponer a Felipe VI un nuevo pacto en el que se convierta en el mascarón de proa, visible, de ese nuevo proyecto, definido en este momento contra el comunismo, los bilduetarras, los independentistas catalanes y contra quienes se opongan a ese plan. El símbolo ya lo tienen y no lo van a soltar (y no queda nadie con fuerza para disputarlo), es la bandera de España, que en diez años se ha acelerado como factor de confrontación.
La tensión para el curso que viene es comprobar si la intención de dar un paso hacia un nuevo sistema como el que ha sido investido este viernes en la Asamblea de Madrid es recogida de forma mayoritaria por la descascarillada sociedad salió del 78, o si, aunque la falta de proyecto sea evidente, es capaz de oponer resistencia esa mezcla entre quienes reivindican aquel consenso y quienes, aun añorando una profundización en clave republicana de la democracia, en este momento solo temen la purga anunciada por la nueva derecha.