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La semana política
Fuera de la foto
Los resultados del barómetro de marzo del Centro de Investigaciones Sociológicas han constatado la enorme dimensión de la brecha que la guerra de Ucrania ha abierto entre los votantes de los partidos de izquierda en todo el territorio. La cuestión de si los sondeos presentados por este instituto público se deben a un sesgo introducido en la fórmula de introducir las preguntas tiene poca importancia: la división ya existía antes de la encuesta y ha dado lugar a una crisis de identidad en el seno de Unidas Podemos.
El pronóstico es malo: si la pregunta de las próximas elecciones generales, aquello que determina el impulso final a la hora de votar, es acerca de la guerra y del papel que España debe jugar en el conflicto, las opciones de izquierda —la división se extiende al electorado de ERC o incluso de EH Bildu— tienen todas las papeletas para despeñarse, ya sea por su indefinición o como consecuencia de una división inicial que no pueden reducir al carecer de medios de comunicación masivos desde los que desarrollar la idea de una vía distinta, no espectacularizada y militarista, en política internacional.
En el interior del proyecto, la crisis llegó antes que los resultados del CIS. Las palabras de la ministra de Derechos Sociales Ione Belarra sobre el PSOE, al que llamó “el partido de la guerra”, y la posición de la vicepresidenta Yolanda Díaz, que ha apoyado en todo momento las acciones de Pedro Sánchez, incluido el envío de armas a Ucrania, son potencialmente suficientes para la liquidación rápida de un proyecto de unidad que sigue en construcción y al que el conflicto ruso-ucraniano amenaza con arrasar.
Durante esta semana, la crisis ha remitido, en la medida en que la cuestión de la factura eléctrica —vinculada a la guerra pero también a los “beneficios caídos del cielo” del oligopolio energético español— es un terreno en el que es más sencillo el frente amplio y un programa de unidad.
Al margen de los procesos electorales por venir, la duración de la guerra determinará si hay alguna posibilidad de recomponer ese espacio unitario o si vamos hacia una fragmentación de la izquierda política española
Es evidente que en la construcción del espacio híbrido que hoy encabeza Yolanda Díaz se ha priorizado una visión en clave estatal-doméstica de la larga crisis del capitalismo de 2008 y que las cuestiones “geopolíticas” o simplemente europeas quedaron arrinconadas desde la derrota de la protesta contra la austeridad en Grecia. En ese sentido, el giro de esta semana hacia una salida social en el efecto dominó provocado por la guerra es un alivio pero da muestra también de lo frágil que es el proyecto, en gran parte por lo limitado de la anterior respuesta a la pandemia, una salida social que ha estado en todo momento vigilada y limitada por Nadia Calviño y José Luis Escrivá, los “hombres de negro” en el interior del Gobierno.
Crisis económica
Crisis La tormenta perfecta ya está aquí
La encuesta del CIS ha reabierto, o no ha permitido cerrar, una serie de incógnitas que se ensancharán si las conversaciones para el alto el fuego ruso-ucranianas siguen sin contar con el aval de la UE. Al margen de los procesos electorales por venir, la duración de la guerra —y la posible escalada en la retórica guerrera de las instituciones y principales partidos de la UE— determinará si hay capacidad para sostener ese espacio unitario o si vamos hacia una fragmentación de la izquierda política española. Una ruptura con visos de ser definitiva, ya que el cambio de época del que la guerra es uno de los hitos fundamentales invita a pensar en la irreversibilidad de los procesos políticos.
El problema de la guerra
Aunque existen otras lecturas políticas de izquierda que intervienen tangencialmente sobre las dos líneas principales, que van desde las más enraizadas en el antimilitarismo internacionalista hasta la izquierda pro-Putin genuinamente rojiparda, los espacios que hoy cubren Ione Belarra y Yolanda Díaz son relevantes no solo porque representan a mayor número de población —al menos a nivel electoral— sino porque tienen la doble condena de tener que defender su posición y, al mismo tiempo, tener que entenderse entre sí. A esta complejidad se le suma, o está marcada por, la relación con el PSOE y la aceptación de la subsidiariedad respecto al partido alfa en términos de política internacional, que influye infinitamente más en la escena doméstica de lo que se suele reconocer.
Yolanda Díaz no es “otanista” pero, desde el comienzo del conflicto, ha optado por mantener la versión hegemónica europea en un conflicto que evidentemente ha sido provocado por Vladímir Putin. La posición de la vicepresidenta sigue una lógica: es necesario ir paso a paso, no reaccionar con un tic identitario sino desplazarse lentamente esperando que el polvo arenoso de la guerra se disipe. La encuesta del CIS, realizada en los días de máxima tensión tras el inicio de los bombardeos sobre Ucrania, muestran una alteración que muy probablemente decrezca en las próximas semanas. Desde ese punto de vista, el envío de armas solo era un peaje para formar parte del consenso del centro-izquierda europeo y así lo ha refrendado el barómetro del CIS.
Durante esta semana, sin embargo, Díaz ha querido marcar perfil propio señalando que no es partidaria del aumento de 7.000 millones en el presupuesto militar, un polémico presupuesto que es mucho más alto del oficial del Ministerio de Defensa. El breve espacio que deja lo que la vicepresidenta entiende como lealtad hacia el presidente del Gobierno es esa protesta. También es el espacio desde el que mantener, aunque sea con respiración asistida, el acuerdo mixto o acuerdo de acuerdos que sostiene hoy Díaz, que le une a Podemos, a Izquierda Unida y al Partido Comunista de España.
La pregunta es si ese espacio de coincidencia en temas internacionales con el consenso UE, pero netamente socialdemócrata en política doméstica, es tan distinto al PSOE —y así lo ve la población— como para ser relevante electoralmente. La experiencia de Más País no ha resuelto aun esa duda, especialmente en el plano nacional.
Pero incluso en lo municipal, el Gobierno en el Ayuntamiento de Madrid durante el mandato de Manuela Carmena —y su laminación, rodaja a rodaja, de los espacios políticos menos identificados con el consenso socialdemócrata— es un aviso de lo que puede suceder si Yolanda Díaz no corresponde a los acuerdos vigentes: un empate catastrófico que puede empeorar los resultados electorales y, por encima de eso, exportar desde lo interno hasta el público general la desesperanza. Si en cualquier circunstancia ese encaje iba a ser difícil, el problema de la guerra, que explicita una diferencia ideológica y política radical, dificulta aun más el acople de esas distintas piezas de cara a una candidatura “de la ilusión” encabezada por Díaz.
La cuestión del Sahara Occidental puede ser el detonante de una crisis que expulse a UP del Gobierno, una baza con la que Sánchez ha jugado a lo largo de toda la legislatura
Desde el punto de vista de Podemos y su dirección —pero también desde el de organizaciones comprometidas históricamente contra el intervencionismo de la OTAN como IU y el PCE— la posición es igualmente resbaladiza. Hay un coste político evidente —y mediático-político aun más evidente— en denunciar la retórica militarista aplicada por el establishment europeo. Vuelve el riesgo cierto de quedarse fuera de la foto y ser barrido por ese consenso que es capaz de ver “putinismo” donde hay una condena firme de la lógica militar. Salirse de la foto y romper la hipérbole generada en torno a la gestión en el Ministerio de Trabajo por parte de Díaz asegura el doble de críticas por parte del establishment, la incomprensión de un sector mayoritario del electorado, y pasar de nuevo a una casilla de salida para presentar un proyecto político alternativo que, aunque tenga el “no a la guerra” por bandera, apenas contará con tiempo y con posibles aliados.
Hay una pregunta honesta que debe formularse antes de la cuestión de cómo generar el reencuentro tras la toma de posiciones inicial, y es si merece la pena intentarlo. ¿Es factible pensar que vayan a reconciliarse una posición política que opta por el consenso en el marco de la Unión Europea —y de la OTAN entendida como un “mal menor” ante el desvarío civilizacional de Putin— y una postura coherente con la historia de rechazo a la intervención imperial estadounidense? No es un debate que se vaya a dar en esos términos pero es lo que flota sobre las aguas de esta semana de relativa en la calima de la guerra, una semana que se cierra con la carta de Pedro Sánchez en las que España asume la posición de Marruecos respecto a la soberanía del Sahara Occidental. La decisión del presidente ha vuelto a abrir las carnes de sus socios de Gobierno. La carta de Rabat publicada ayer puede ser el detonante de una crisis que expulse a UP del Gobierno, una baza con la que Sánchez ha jugado a lo largo de toda la legislatura. Esa crisis marcará la historia política de la ministra de Trabajo.
El espacio por el que discurren hoy el proyecto de Unidas Podemos y el de Yolanda Díaz, que no son el mismo, es así de espinoso. No existe una contestación social que permita ver hacia dónde es más provechoso dirigirse, aunque sea en términos demoscópicos; sólo hay intuiciones. En esa incertidumbre, la encrucijada se simplifica y se transforma en una simple cuestión de ética: ¿cuál es el proyecto político a largo plazo que se quiere para España, para Europa y para el resto de pueblos en su conjunto? En la aceleración provocada por las encuestas que se publican bajo la niebla de la guerra en Ucrania, es difícil que nadie se tome el tiempo suficiente para responder a esa pregunta. Lo más fácil, como dice el chiste, es dar un paso al frente aunque se esté al borde del precipicio.
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