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LGTBIAQ+
‘ConBivencias’: un aquelarre del activismo bisexual para aumentar su incidencia política
La activista envía otro mail. Se pregunta si este recibirá respuesta. Y si será hostil o el ansiado “sí”. Hasta ahora y en más de media decena de correos enviados a campamentos han recibido o bien silencio o bien agresividad.
La petición de la activista: que alguno de los campings pueda hospedar al centenar de personas que acudirá a unas jornadas sobre bisexualidad. A pesar de que envían adjunto el dossier de talleres y charlas, las empresas de alojamiento deben tener más en cuenta el estigma social que marca a las personas bi como “viciosas” e imaginar bacanales.
Tras mucho teclear para encontrarles un hogar, las I Jornadas Estatales Autogestionadas sobre Bisexualidad salieron adelante el año pasado. Son más conocidas como “ConBivencias”, nombre que sigue la costumbre/broma bisexual de cambiar grafías para incluir la sílaba “bi” allí donde sea posible.
Tras el éxito de la edición pasada, repiten: este primer fin de semana de septiembre en el campamento castellanomanchego que ya las acogió el año anterior. Las plazas, según cuentan desde la organización, se acabaron en “literalmente 15 minutos”: “Nos parece un indicador de la necesidad que hay de hablar de lo bisexual desde un lugar crítico”. Atiende a El Salto Elisa Coll como integrante del grupo organizativo de las jornadas, pero pide que también se mencionen a sus compañeras.
Son Clara Bafaluy y Julia Om, compañeras de Coll en el barcelonés DisturBi Col•lectiu; y Pal Gallego, Yaiza González y Elena Barceló, activistas del colectivo Taberna Bi, en Madrid. Ellas seis conforman la organización de tanto las primeras como las segundas ConBivencias.
“Llevábamos fantaseando con la idea de las jornadas durante años. Ha sido a medida que ha pasado el tiempo y se ha extendido el activismo bisexual que nos hemos visto capaces de abordar este proyecto”, cuenta Coll.
Sabían que querían conseguir un espacio de reflexión sobre la bisexualidad y su potencial político, además de hacer una puesta en común desde el activismo. Ahora bien, ¿cómo estructurar una idea tan amplia?
En las ConBivencias originales tuvieron una única línea de programación. Una actividad, después otra. “La sensación fue increíble, pero las actividades se quedaron muy cortas”, explica Coll. Por ello, en esta edición cuentan con tres líneas de actividades paralelas sobre superar el sujeto único bi, cuerpos y deseos, y violencias bifóbicas. “Lo del año pasado fue más presentar los temas. Este vamos a ir más allá”, asegura la activista.
Desmontando el sujeto único bi: ¿blanco, joven, sin peques y de ciudad?
El activismo bi quiere ampliar la mirada y escapar del sujeto único, que la organización define en su Instagram como “blanco, joven y sin hijes, de ciudad”. “Mujer, delgada, femenina y dispuesta a hacer tríos con varones”, añade a la definición June Fernández, activista y periodista.
Fernández acude a las ConBivencias a explicar un proyecto en el que participa: BiZi (Bisexualitatea eta komunitate euskalduna o Bisexualidad y comunidad vasca). En este, ella y Oli Artola, quien ideó y comenzó el proyecto, entrevistan a personas bisexuales y euskaldunas para paliar la falta de referentes bi vascoparlantes en Euskal Herria.
La periodista de Pikara Magazine, como bibollo y habitante del rural, se niega a que las ciudades se visualicen como “hábitat natural” de las personas LGBTIAQ+, especialmente las bi. Cuestiona la idea de que una persona cuir siempre vivirá peor en una localidad pequeña: “En el pueblo no hay anonimato, para bien y para mal. Hay más control social, pero también menos impunidad y agresiones”, afirma.
Quiere que el rural sea un espacio más donde puedan existir las personas del colectivo. Que proliferen las asociaciones LGBTIAQ+ en los pueblos para que irse a vivir al campo no solo no suponga meterse un armario, sino que tampoco implique aislamiento.
Además de hablar como integrante del proyecto BiZi, también se espera que en las ConBivencias lo haga como madre. Una de las problemáticas que encuentran los activismos bi en sus espacios es la ausencia madres, adres o padres. Fernández cree que se debe a que los ritmos de los colectivos son difíciles de compatibilizar con la crianza.
Y, menos inocentemente, también se debe, en su opinión, a la bifobia, definida como todo tipo de violencia estructural dirigido hacia las personas bisexuales por el hecho de serlo.
“En los espacios LGBTIAQ+, a las personas bi se nos mimetiza como lesbianas, y en el gran mundo se nos mimetiza como hetero. Dependiendo de nuestra expresión de género se nos va a ver como lesbianas o como heterosexuales”, cuenta June Fernández, activista y periodista
“A las personas bi se nos exige cierta mimetización”, cuenta Fernández, y se explaya: “En los espacios LGBTIAQ+ se nos mimetiza como lesbianas, y en el gran mundo se nos mimetiza como hetero. Dependiendo de nuestra expresión de género se nos va a ver como lesbianas o como heterosexuales”.
Esto se aplica a la maternidad. Lo explica así: “Siendo madre en una pareja bollera, buscamos una comunidad de maternidades lésbicas que se corresponda con esta realidad, pero en la que muchas veces no hemos nombrado cosas específicas que nos pasan como bisexuales”.
Cada elemento que no se ajusta al sujeto bisexual único añade problemas nuevos, según cuenta. Pone por ejemplo una de las entrevistas de su proyecto, en la que una persona racializada relataba haber sido víctima de racismo en espacios cuir: “Se enfrentaba a comentarios exotizantes, a que se le preguntara constantemente de dónde era o a que le tocaran el pelo”, narra Fernández.
Estos son elementos concretos de un problema estructural: “La conversación antirracista en los espacios de activismo LGBTIAQ+ se limita con suerte a una mención que responde más a un mero compromiso que a un deseo real por abolir el régimen heterosexual blanco”. Así lo denuncian Gabriel Vargas, Laura Romero y L. Elisa Cebrián en el libro que salió de las pasadas ConBivencias: Actibismos: Una mirada bi sobre las luchas disidentes (Pikara Magazine, 2023).
Este monográfico se compiló con tres intenciones: contribuir a la proliferación de discursos políticos sobre lo bi; generar un archivo histórico sobre la primera edición de las ConBivencias; y conseguir fondos para posibilitar la edición de este año.
En la parte del monográfico que les corresponde, Vargas, Romero y Cebrián indican el camino para seguir por parte de la comunidad cuir: “El colectivo debe hacerse cargo, asumir, trabajar y ocuparse del racismo. Reconocerse en el problema como parte del mismo, no como una concesión. Sometiéndose a la acción antirracista y creando una agenda justa y restauradora”.
Diversidad de deseos y cuerpos
El objetivo del activismo bi es romper con toda idea monolítica sobre la bisexualidad y de quien halla sus coordenadas dentro de ella. “En una alianza entre el machismo y el capitalismo, cala una idea de que las personas bi, sobre todo las mujeres, son normativas y consumibles”, denuncia Coll.
Ese no es el caso. La bisexualidad es una gran escala de grises en la que puedes sentir atracción en mayor o menor medida hacia tu género u otros. O ninguno, en caso de que la persona en cuestión sea asexual y solo se interese por la parte romántica.
“La bifobia y el alosexismo [el sistema de creencias que establece como norma sentir atracción sexual por otras personas y pena lo contrario] están muy vinculados porque son estructuras de opresión que castigan la ruptura del binarismo”, explica Coll.
“La fluidez es algo bastante bi y que se extiende más allá de la orientación sexual a la vivencia del género y las relaciones”, declara Fernández
De esta manera, Fernández encuentra una simbiosis entre la bisexualidad y el no binarismo o las no monogamias: “Es bastante recurrente para nosotres no identificarnos de forma estanca en un género o clasificar a nuestros vínculos en términos de novia, amiga o amante. Esta fluidez es algo bastante bi y que se extiende más allá de la orientación sexual a la vivencia del género y las relaciones”.
Bifobia: el enemigo menospreciado
El activismo bi es aún joven en el Estado español. En palabras de Coll, está “en fase de euforia” por encontrarse creciendo tan rápido. Por ello, no identifican una lista común de reclamaciones entre todos los colectivos.
Con una excepción notable que señala Fernández: la “interpelación” al movimiento LGBTIAQ+ para que se acepte la bifobia como una violencia estructural. “Resulta muy triste y duro encontrar bifobia dentro de la comunidad cuir”, asegura.
“La bifobia, incluso en entornos cuir y feministas, se ve muchas veces como homofobia con un asterisco, o como machismo con un asterisco, pero no como una violencia estructural”, afirma Elisa Coll, activista y escritora
“La bifobia, incluso en entornos cuir y feministas, se ve muchas veces como homofobia con un asterisco, o como machismo con un asterisco, pero no como una violencia estructural”, declara Coll.
“Esto es un problema muy grande”, continúa, “porque nos deja vacías de recursos para señalarla. Es una doble zancadilla, porque sufres una agresión como parte del colectivo LGBTIAQ+ que eres y luego tienes problemas para que se valide como tal”. Esto, señala Coll, redunda en que la B sea la letra con peores índices de salud mental de todas las siglas.
Opinión
El juicio que borró la bisexualidad
Tanto la demanda como la sentencia contra Javier Vilalta obvian completamente la bisexualidad del demandado, en un ejercicio de “borrado bisexual” por el cual las personas bisexuales estamos ausentes, “borradas”, del imaginario colectivo.
“Cuando la bisexualidad habla, suele saberse cuestionada”, sentencia Clara Bafaluy, integrante de la organización de las jornadas, en Actibismos. Relata que, incluso en espacios cuir y politizados, la pregunta que se espera que respondan las personas bi es: “¿Por qué estás aquí y por qué debería importarme?”.
“Solemos intentar responder”, asegura Bafaluy. Y continúa así: “Si nos sentamos cuatro ponentes en una mesa y de tres se asume su derecho a ocupar ese espacio, pero de una se espera que lo demuestre, el discurso de esta última acabará siendo superficial”.
En el monográfico, la periodista Noemí López Trujillo relata la paradoja de la bifobia en espacios cuir. Esta opera en dos partes. La primera consistiría en caricaturizar a las mujeres bi como unas “kamikazes” que, “pudiendo elegir” (también entre comillas en el texto original), convivan con hombres que podrían maltratarlas y violarlas.
En la segunda parte de esta paradoja, sin embargo, se dice que las mujeres bi viven tranquilas porque, con un hombre a su lado, nadie las insultaría por la calle ni les negaría el alquiler de un piso.
La bifobia es un enemigo de muchas caras. Por un lado, Fernández indica la institucional, que relaciona con la patologización: “Se vincula la bisexualidad a patologías psiquiátricas como el trastorno límite de la personalidad (TLP). Esto tiene que ver con que se diagnostica más cuando tienes comportamientos fuera de la norma. En ese sentido, ser bisexual se asocia a confusión, y ese ‘no saber lo que se quiere’ lo igualan a estar trastornada”.
Por otro lado, Fernández también se dirige a la bifobia médica y social, adscrita a la idea de promiscuidad y de infecciones de transmisión sexual (ITS). “En la crisis del SIDA, se culpaba a los hombres con prácticas bisexuales de contagiar a sus esposas por mantener relaciones con otros varones y luego llevar el VIH a sus casas”, asegura. También califica de “humillante” las preguntas médicas en una consulta de pruebas de ITS.
La bifobia interiorizada es la que da más que hablar en espacios bi, hasta el punto de que el colectivo Taberna Bi se pregunta en su manifiesto cómo es posible no odiarse o replantearse
Pero la vertiente de violencia bifóbica que da más que hablar en espacios bi es la interiorizada. “Cómo no dudarnos, odiarnos, negarnos o replantearnos [como fruto de la bifobia]”, se preguntan desde el colectivo Taberna Bi en el manifiesto publicado como parte de Actibismos.
“Se nos demanda mucho socialmente que demostremos que somos bisexuales, y eso se acaba interiorizando y generando el síndrome de la impostora del que tanto hablamos. Esto conlleva un aislamiento brutal”, afirma Coll.
La escritora pone un ejemplo: “Nos ha pasado mil veces que venga gente a asambleas diciendo ‘bueno, yo no sé si debería estar aquí’ porque no tiene el tic de todas las cosas que se supone que debes tener para ser bi”.
Un activismo eufórico
Durante su entrevista para El Salto, Coll echa la mirada atrás. Y asegura que, en comparación con hace cinco o seis años, el activismo bi ha aumentado “de forma brutal”. Y está emocionada: “Hemos avanzado un montón. Lo bi desde un punto de vista crítico y político ha echado a volar”. Y no piensan parar.
“Este domingo, como cierre de las ConBivencias, tendremos un taller para intercambiar herramientas con el objetivo de generar colectivos bi en otros territorios. El año pasado encontramos pequeños núcleos de gente que se reconocía de su pueblo o de su ciudad. Y no se necesitan más de tres personas para empezar un colectivo”, cuenta con la vista puesta en el próximo 23 de septiembre, Día de la Visibilidad Bisexual.
Fernández reivindica la potencia de los colectivos ya activos en Euskal Herria. Subraya uno, Bilera Bi, que genera espacios de socialización. “Antes de que existiera este grupo, como mujer cuir solo podías ir a fiestas de lesbianas ‘solo para mujeres’, con todo el miedo que esto puede generar en personas trans, binarias o no, a encontrarse con ‘policías del género’”, cuenta la periodista.
“Es posible para lo bi hacer de nexo a la hora de crear espacios habitables para cada persona, superando el cisexismo o el genitalismo”, asegura Fernández.
“Bilera Bi ha demostrado con sus fiestas que se pueden generar espacios más inclusivos y menos esencialistas. Es posible para lo bi hacer de nexo a la hora de crear espacios habitables para cada persona, superando el cisexismo o el genitalismo”, asegura Fernández.