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Medio ambiente
La perspectiva que tendría que cambiarlo todo: limpiar la mente, repensar el futuro y comprometernos con él
Cuando comenzamos, si es que comenzamos alguna vez, a tener un pensamiento propio, crítico, nos encontramos con la cabeza llena de muebles que ni hemos fabricado ni hemos elegido. Hay una especie de imaginario de época que nos ocupa la mente con las ideas y los esquemas predominantes. No solo, ni principalmente, en las escuelas, los institutos, las universidades… ni siquiera sobre todo a través de sus programas. Lo esencial se aprende al margen de ellos, en la calle, en los grupos de todo tipo en los que estamos, en los medios de manipulación… y en los juegos, las pelis, las series, los libros aparentemente neutros... en cómo nos tratamos, en cómo se abordan los conflictos, en las jerarquías visibles e invisibles, en los cuentos y en las mentiras...
Tratamos de entender la realidad, nos hacemos nuestras ideas y nuestros esquemas ―con demasiada frecuencia aún poco nuestros― y cuando nos parece que hemos conseguido, en alguna medida, entender la vida, ésta nos “da sorpresas”. A medida que avancen las diferentes crisis, que sea evidente que no se trata de un paréntesis del que se sale y vuelta a empezar, nuestras ideas, nuestros esquemas, nuestras creencias, nuestros supuestos, nuestro imaginario... irán deshaciéndose y cayendo.
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De qué hablamos cuando hablamos de colapso
Nos será imposible o muy difícil seguir creyendo que la historia es una línea ascendente de progreso sin fin, que el progreso consiste en producir y consumir cada vez más bienes y servicios, que el sentido de la vida se halla en situarse lo más arriba posible en la pirámide del privilegio, que el mundo rico y su cultura es el modelo al que deben llegar los demás, si es que pueden, que los amos ―pintados de benefactores verdes― y sus herramientas ―tecnologías maravillosas que en el último momento se sacarán de la chistera―, que nos han traído a esta trampa y a este agujero, nos sacarán milagrosamente de ellos. Cómo en las películas.
Tal vez (no es más que una hipótesis alternativa) la historia de la humanidad, en lugar de esta magnífica y falsa línea ascendente, se parezca más de lo que nos gustaría al mito de Sísifo ―aquel que, castigado por los dioses, debía intentar subir eternamente, una y otra vez, porque siempre terminaba rodando hasta el fondo, una gran roca a lo alto de una montaña―.
Nos será imposible o muy difícil seguir creyendo que la historia es una línea ascendente de progreso sin fin, que el progreso consiste en producir y consumir cada vez más bienes y servicios, que el sentido de la vida se halla en situarse lo más arriba posible en la pirámide del privilegio
Juguemos con el mito, démosle vueltas, imaginemos interpretaciones. Al fin y al cabo son las hipótesis arriesgadas las que permiten, mientras la realidad las sustente, avanzar en el inseguro y accidentado proceso de nuestra comprensión.
Éste es, esquemáticamente, el resultado de mi juego:
La roca se cae siempre, hasta ahora, porque, por una parte, cada vez es más grande, pesa más y es más difícil de manejar y, por otra, porque Sísifo se va debilitando conforme asciende.
Hay algo intrínseco a la roca que la hace crecer y pesar más. Hay algo intrínseco en Sísifo que lo debilita.
Hay algo en la montaña y, sobre todo, en Sísifo que hace que éste reinicie su camino una y otra vez. Sísifo no puede vivir sin intentar subir la montaña.
Hay una forma de subir, a pesar de todo, la roca a la montaña: conseguir que la roca pese cada vez menos y sea más fácil de manejar… y que Sísifo no sólo no pierda fuerza sino que la gane conforme se aproxime a la cima.
El hábito del parasitismo de unos grupos humanos sobre otros ha llevado a su naturalización/normalización y a considerar esta forma enfermiza de convivencia no sólo como natural y obligada, sino como óptima
Pienso que ya he estirado el mito sobradamente y que debo pasar, sin más demora, a intentar exponer lo más clara y sencillamente que pueda, sin metáforas ni alegorías, mis creencias sobre el asunto (y podéis jugar, si os place, a adivinar qué tiene que ver lo anterior ―el mito en sí y los resultados de mi propio juego― con lo que sigue):
1. Cada “mundo” ―en la Tierra ha habido siempre muchos “mundos”, aunque ahora haya sólo uno dominante que lo ocupa y lo anula casi todo― ha tratado de organizarse (formal o informalmente) a su manera, no sólo entre quienes conviven en proximidad ―grupos locales―, sino en relación a aquellos otros colectivos con los que había algún contacto significativo -grupos zonales, comarcales o más extensos-.
2. Los “mundos”, aunque se nos haya ido olvidando, no abarcan sólo a las comunidades humanas, sino al conjunto de los seres vivos y a las características físicas y climáticas que les dan soporte.
3. Hay dos modos esenciales de relacionarse: la simbiosis y el parasitismo, entendidas ambas de forma muy amplia. Dentro de la simbiosis, la fusión o la convivencia benéfica, con todas sus formas intermedias. Dentro del parasitismo, la convivencia depredadora o la destrucción, también con sus correspondientes formas intermedias.
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Cómo podría ser el proceso de colapso
4. La especie humana actual ha ido parasitando la naturaleza circundante y, en los últimos tiempos, pasando de la convivencia depredadora a la destrucción. El hábito del parasitismo humano sobre la naturaleza ha ido produciendo cambios culturales que han desembocado en la falta de reconocimiento de la propia esencia parasitaria de nuestra acción en/con ella y en la autoconcepción como distintos, independientes y por encima, llamados a dominarla.
5. Dentro de las propias colectividades humanas, a partir de posibles e históricas convivencias simbióticas, unos grupos han ido parasitando crecientemente a otros, pasando finalmente de una convivencia depredadora a procesos de destrucción. Esta evolución puede haberse dado varias veces a lo largo de la historia de la humanidad. El hábito del parasitismo de unos grupos humanos sobre otros ha llevado a su naturalización/normalización y a considerar esta forma enfermiza de convivencia no sólo como natural y obligada, sino como óptima.
6. La convivencia, especialmente la convivencia parasitaria, produce distorsiones (conflictos y crisis) tanto en el ámbito de la naturaleza en su conjunto como, dentro de ella, en el de la especie humana. Hay distorsiones de tal naturaleza que, en determinadas fases, el propio sistema puede asimilar y reajustase/reequilibrarse mediante modificaciones que no lo alteran esencialmente. Hay otras distorsiones que, en fases de signo distinto (tiempos rápidos, conflictos y crisis especialmente importantes, debilitamiento y pérdida de capacidad del sistema…), desencadenan procesos que lo alteran profundamente y en un proceso imprevisible y cambiante (crisis crecientes y encadenadas, colapso, lenta recuperación, competencia de modelos y tipos…) dan lugar a otro sistema esencialmente diferente.
7. Después de la caída entran en liza, en las diversas épocas históricas, nuevas variantes y combinaciones de los modelos básicos y esenciales de convivencia, aunque no siempre con la misma potencia:
- Modelos jerarquistas, que defienden y favorecen desigualdades en el acceso a bienes y servicios, en el acceso al poder ―sobre y en el acceso al prestigio y la valoración sociales―, y modelos igualitaristas, que defienden y favorecen un acceso más equitativo a la riqueza, al poder, para y a la valoración y el respeto sociales.
- Dentro de los modelos jerarquistas hay múltiples diferencias según la utilización de la violencia física y/o la violencia manipuladora, según la amplitud de las complicidades que los sustentan y los modos como éstas se consiguen, se desarrollan y se perpetúan, según las instituciones y hábitos que generan un sentido común y una cultura hegemónicas…
- Dentro de los modelos igualitaristas las diferencias estarían principalmente entre los modelos (paternalistas/elitistas) que restringen, temporal o permanentemente, el protagonismo y la autogestión colectivas y aquellos (comunitaristas) que consideran que estos son esenciales siempre.
8. Estos modelos pueden concretarse en variaciones y combinaciones históricamente inéditas, aunque recuerden lejanamente otros en los que quizás se inspiraron. Entiendo el postcolapso como una época de creatividad, de ensayo y error, de apariciones y desapariciones, relativamente caótico e imprevisible.
Tanto la profundidad del colapso ―y, por tanto, lo que este conserve, altere o destruya―, como el panorama postcolapso dependen en gran medida de lo que en el precolapso se genere y se afiance. De ahí la trascendencia de lo que se rechace, se construya y se desarrolle en el momento actual
9. Todo cuanto haya sobrevivido al colapso (según sea éste más o menos catastrófico) constituirá el contexto que induce ventajas o desventajas para el “triunfo” de cada modelo, para la construcción de una nueva hegemonía. Induce y no produce. La producción de cada modelo y su devenir, es más el resultado de la acción humana personal y, sobre todo, colectiva.
10. Tanto la profundidad del colapso ―y, por tanto, lo que éste conserve, altere o destruya―, como el panorama postcolapso dependen en gran medida de lo que en el precolapso se genere y se afiance. De ahí la trascendencia de lo que se rechace, se construya y se desarrolle en el momento actual.
11. Unas claves finales de mi interpretación del mito. La roca pesará más cuanta más destrucción y más injusticia produzca. Sísifo (el sísifo colectivo tan minoritario que ahora nos tiraniza) se irá debilitando más cuanto más solo se encuentre aferrándose a la cumbre de la pirámide jerárquica. La roca sólo podrá irse aproximando establemente a la cumbre cuanto menos pese y en la medida en que Sísifo sea realmente una comunidad que nos abarque a todas las personas y grupos.
¿Cuáles son nuestras posibilidades reales de intervenir, de superar la eterna condena de Sísifo? Incluso en el supuesto de la alta probabilidad del colapso, ¿no podemos aminorar el golpe e, incluso, no podemos hacer nada para que la salida no nos conduzca a los mismos errores que nos han llevado a él?