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Memoria histórica
Burguillos del Cerro, 14 de septiembre de 1936
Llegan los cuervos a su noche oscura
Llegan los cuervos y rompen la luna
Llegan los cuervos y no se van…
Y no se van…
Barricada, “Llegan los cuervos”, La tierra está sorda.
El 6 de junio de 1979, el Ayuntamiento de Burguillos del Cerro acordaba por unanimidad, y a propuesta del entonces alcalde socialista, Damián Moriche Hermoso, la construcción de una “fosa digna en el cementerio católico municipal a fin de que en ella descansen los restos de los que murieron en la última guerra civil”[1], además de iniciar los trámites para la modificación del callejero franquista.
Damián Moriche, que venía de una familia de represaliados por el franquismo –asesinaron a su hermano Antonio y a sus tíos Damián y Felipe Hermoso Aguilares–, se refería a los burguillanos y a las burguillanas que habían sido fusilados en Burguillos a partir del 14 de septiembre de 1936 y que fueron arrojados, en su mayoría, a una fosa común que los fascistas abrieron en el interior del cementerio. Se refería a ellos y a ellas porque los cadáveres de las víctimas que la violencia republicana dejó en este municipio fueron recuperados en la segunda mitad de septiembre del 36, y contaron, desde finales de ese mes, con numerosos homenajes y monumentos destinados a perpetuar su memoria, la memoria de los vencedores. Vestigios que en 2024 pueden observarse en el espacio público de Burguillos del Cerro: el mausoleo del cementerio municipal, el obelisco del Paseo del Cristo y la Cruz de los Caídos.
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A día de hoy, no se conocen datos ni registros de ningún tipo sobre aquella temprana exhumación, a diferencia de otros pueblos, como Casas de Don Pedro, donde sí se conservan fotografías. Lo que sí conocemos es que la matanza que los militares y derechistas católicos locales efectuaron en el cementerio en poco más de quince días, fue brutal, hasta el punto que los entonces médicos, Rafael López Gutiérrez, Antonio Balsera Espina y Joaquín Parra Busto, pusieron en conocimiento de la comisión gestora, el 3 de octubre de 1936, que en evitación de probables infecciones que puedan presentarse dado el número de cadáveres que se inhuman en el Cementerio de esta localidad por fallecimientos en choque con la fuerza pública es medida elemental de higiene pública que dichos cadáveres sean sometidos a su cremación antes de ser inhumados[2].
Aunque alegaban razones de salubridad pública, no hay que olvidar que, de haberse llevado a cabo la cremación de los cadáveres, hubieran desaparecido las pruebas de los delitos[3].
La valentía de Damián, y la de los familiares de las víctimas, que dieron el consentimiento para la apertura de la fosa en una fecha donde todavía predominaba la incertidumbre, podría considerarse la primera acción en materia de “memoria histórica” en Burguillos. Sin embargo, no sería hasta 2016, casi cuatro décadas después de la construcción de la “fosa digna”, cuando pudimos escuchar la voz de las burguillanas y de los burguillanos que durante tantos años fueron obligados a callar y a olvidar, y conocer esa parte de la historia que nunca nos contaron, la de los vencidos excluidos del relato histórico, gracias a la publicación de la investigación de Manuel Lima Díaz, Del dolor y la memoria. Nombres y testimonios de la Guerra Civil en Burguillos del Cerro (1931-1939), editado por Aconcagua Libros. Este estudio monográfico sustentado, aunque no solo, sobre una importante base de testimonios orales, una herramienta imprescindible para historiar el pasado más cercano, nos sirve para acercarnos a la historia de este pueblo a partir del 14 de septiembre de 1936.
***
Entre las seis y las siete de la mañana del lunes 14 de septiembre de 1936, las tropas sublevadas contra la democracia republicana entraban en la localidad de Burguillos del Cerro.
Aquel mismo día comenzó a construirse la memoria franquista de este pueblo, pues la entrada de los golpistas coincidió con la celebración de la fiesta del Cristo, una oportunidad que la propaganda fascista y los derechistas católicos locales, convertidos en las nuevas autoridades, no iban a desaprovechar, inventándose aquello de la “liberación milagrosa” de Burguillos e incorporando, como muestra de “agradecimiento” al “Señor” –como se conoce popularmente al Cristo y por quien se tenía una gran devoción en el pueblo–, un nuevo acto de culto a la celebración tradicional: la procesión de la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno (en adelante, NPJN).
Burguillos del Cerro se había convertido, entre el mes de agosto y la primera mitad de septiembre de 1936, “en paso obligado cuando no en núcleo de acogida de cientos de huidos de la procedencia más diversa”
Burguillos del Cerro se había convertido, entre el mes de agosto y la primera mitad de septiembre de 1936, “en paso obligado cuando no en núcleo de acogida de cientos de huidos de la procedencia más diversa”[4], un importante enclave republicano donde se llegaron a concentrar cerca de 1.200 milicianos y milicianas[5]. El mayor contingente fascista, compuesto por dos centurias de Falange de Almendralejo, Montijo y Zafra, una compañía de fusileros, una de Asalto y otra de ametralladoras, y una batería de artillería ligera, liderado por el capitán García Blond, entró en la localidad por la entonces calle Fermín Galán –durante el franquismo José Antonio Primo de Rivera y actualmente Ancha[6]– y contó con el apoyo de las fuerzas insurrectas al mando del capitán José Gallego que se encontraban en Salvatierra de los Barros –que había sido ocupada en la segunda mitad de agosto–, lo que les permitió controlar los alrededores de las sierras de la Osa y del Cañijal, hasta la zona conocida como Chaparral Valdivia y la carretera, rodeando Burguillos por el este y el norte. De este modo, las únicas salidas eran el sur, dirección Valverde de Burguillos, el oeste para dirigirse a Jerez de los Caballeros, o el suroeste, camino de Fregenal de la Sierra. Esas fueron las rutas de las columnas de civiles, mujeres, niños y ancianos, que salieron para aquellas poblaciones la madrugada del 14 de septiembre de 1936 para unirse a la conocida como “Columna de los Ocho Mil”.
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Según la información de que disponemos sobre la toma de Burguillos del Cerro, procedente, en su mayoría, de las fuentes franquistas, los sublevados salieron de Zafra, que había caído el 7 de agosto, la noche del 13 de septiembre, e instalaron la batería de artillería en el cruce de Alconera, desde donde batieron una “avanzada roja” que se encontraba a la altura del conocido como El Puerto de Santo Domingo –pasando la actual cementera–, un punto de “gran importancia estratégica”. Allí, los “nacionales” consiguieron vehículos y otros enseres, además de hacerse con el teléfono con que los milicianos de aquel puesto se comunicaban con Burguillos desde la casa situada en aquella zona. Los fascistas, haciéndose pasar por republicanos, engañaron a los milicianos burguillanos y pudieron conocer las conversaciones de este pueblo con Jerez de los Caballeros y Fregenal de la Sierra [7].
La historia del teléfono me la contó José Gómez Aguilar, “El Francés”, una mañana del verano pasado:
“Mi tío Brígido estaba haciendo un servicio. Solamente estuvo tres días en el teléfono… Lo cogieron aquí ya. Él no se había metido en nada. Solo que mi tía Ricarda le decía que les hacía falta el dinero, que se metiera porque le daban 3’50. Y al pobre ya lo convencieron y se metió, con tan mala suerte que era en el teléfono. El capitán que mandaba las fuerzas fascistas la noche que iban a entrar aquí, cogió el teléfono y se enteró de todo lo que pasaba en Burguillos cuando estaba mi tío. Lo mataron…”.[8]
Brígido Parra Moriche, “El Revanao”, estaba casado con Ricarda Aguilar Rocha. Tenía 42 años y tres hijos. Fue asesinado en Burguillos del Cerro en diciembre de 1936.
Brígido fue puesto en libertad después de estar varios días preso y ser interrogado varias veces. Lo primero que hizo cuando lo pusieron en libertad, es irse a afeitar. Ya le había enjabonado el barbero y estaba dispuesto a realizar su trabajo, cuando se presentó en la barbería Enrique Salazar, un falangista muy activo durante la represión. Sin mediar palabra, obligó a Brígido a levantarse y, acto seguido, le dijo que le acompañara ante el asombro de los allí presentes.
Al pobre hombre lo llevaron de nuevo a la cárcel con media cara por afeitar. Al día siguiente fue ejecutado[9].
Tras parar en El Puerto de Santo Domingo, las tropas fascistas continuaron su marcha hacia Burguillos sin encontrar más resistencia que la de “treinta rojos a caballo” que “fueron materialmente deshechos cayendo algunos prisioneros”. Este hecho tuvo lugar, según algunos testimonios, a la altura de la Ermita de la Torre, donde actualmente se está estudiando, gracias al informe elaborado y presentado al PREMHEX por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica “José González Barrero” de Zafra, realizar una intervención arqueológica en la zona para comprobar la posible existencia de una fosa.
Al encuentro de los sublevados también salió, con su escopeta de caza, Juan Antonio González Olmedo, que se convertiría en la primera víctima de las más de doscientas que hubo en Burguillos del Cerro como consecuencia de la represión fascista. Cuando los milicianos salieron al encuentro de las tropas “nacionales” en la carretera de Zafra, a la altura de la Ermita de la Torre, y tras un corto intercambio de disparos, estos retrocedieron en su avance. Juan Antonio, que estaba escondido en un campo a la entrada del pueblo, salió al encuentro de la citada compañía franquista con una escopeta vieja de caza. Enseguida fue detenido, sirviendo de diversión para aquella compañía bien pertrecha de armamento y organización. Fue conducido hasta el centro del pueblo, concretamente lo llevaron a la Plaza del Ayuntamiento, frente a la Ermita de las Monjas. Allí fue asesinado y su cuerpo estuvo expuesto todo el día[10].
Según las investigaciones, Burguillos del Cerro fue uno de los pueblos más castigados por la represión franquista en la provincia de Badajoz, y el que más lo fue en la Comarca Zafra – Río Bodión.
La llegada de multitud de personas que venían huyendo de sus respectivas localidades a medida que iban siendo ocupadas por los sublevados, y el relato de las atrocidades que estos estaban cometiendo, unido a la concentración de cerca de 1.200 milicianos y milicianas, es, probablemente, el motivo que condujo al traslado de algunos presos de derechas a Jerez a partir del 7 de agosto, tras la caída de Zafra, y lo que llevaría, en días no consecutivos desde el diez de agosto al primero de septiembre, a los sucesos de El Pontón, en el término de Jerez de los Caballeros. Allí murieron, como consecuencia del “terror rojo”, 32 personas, en su mayoría propietarios derechistas de Burguillos, aunque también hubo víctimas de otras localidades. Si bien es muy probable la implicación de personas de otras poblaciones, la responsabilidad cayó, según la Causa General, sobre algunos miembros del Comité Local Antifascista de Burguillos, constituido el 19 de julio de 1936, especialmente sobre el alcalde socialista, Antonio Pascual Navarro Sánchez.
Es muy peligroso utilizar o asumir el argumento franquista de la venganza como respuesta “a todo el mal previamente recibido”, como si no supiéramos que la orden de los “directores” del golpe de Estado era “paralizar al enemigo por el terror”
Los presos de derechas fueron obligados a cantar La Internacional, a barrer y a fregar, oficios estos impropios “del sexo masculino”, y tareas que, supuestamente, tampoco eran propias de la clase social de aquellas “personas de orden”. Hubo escenas de simulacros de fusilamientos e intentos de violación a mujeres de derechas que, afortunadamente, y gracias a la intervención de algunos milicianos, nunca se produjeron. Tampoco hubo que lamentar la pérdida de ninguna de las mujeres presas, aunque no ocurrió lo mismo con los hombres, ya que la violencia republicana dejó en Burguillos 39 víctimas.
Si tenemos en cuenta –escribía Javier Martín Bastos– el daño moral infringido a todos los detenidos y le sumamos las casi cuarenta víctimas que la represión republicana dejó en la localidad no es de extrañar que, una vez ocupado el pueblo, los mandos militares y los derechistas locales quisieran vengarse de todo el mal previamente recibido [11].
Sin embargo, a día de hoy sabemos que de no haberse producido “el daño moral” ni “las casi cuarenta víctimas”, es más que probable que la represión fascista hubiera existido igualmente. Ahí están los casos más próximos de la localidad de Zafra, donde no hubo ninguna víctima de derechas, pero la represión franquista dejó un total de 192, y el de la Comarca Sierra Suroeste, donde los republicanos de Burguillos dejaron una víctima en Salvatierra de los Barros, y la fascista 579 [12].
Es muy peligroso utilizar o asumir el argumento franquista de la venganza como respuesta “a todo el mal previamente recibido”, como si no supiéramos que la orden de los “directores” del golpe de Estado era “paralizar al enemigo por el terror” [13], existiera ese “mal previamente recibido”, o no. Aunque los militares y los fascistas locales quisieran saciar su sed de venganza tras lo ocurrido en El Pontón, quizás ese “mal previamente recibido” sea, valga la redundancia, previo, y tengamos que retrotraernos a 1931, cuando por primera vez los obreros, el PSOE y UGT entraron en el Ayuntamiento de Burguillos del Cerro y comenzaron a desarrollar las medidas destinadas a mejorar la vida de la mayoría que menos tenía; cuando, por ejemplo, la corporación acordó por unanimidad no conceder “donativo alguno” a la Hermandad de NPJN [14], “la más numerosa, rica e importante” [15] –e influyente políticamente–; cuando la madrugada del 25 de marzo de 1936, fueron ocupadas casi 60 fincas en las que se asentaron 657 yunteros [16]; o cuando a las diez y media de la mañana de ese mismo día, la directiva de la Sociedad Obrera “La Libertad” y los miembros del Ayuntamiento se reunieron para legalizar la posesión de las fincas y comenzar la explotación de las mismas.
Ese fue el verdadero “mal previamente recibido” por los derechistas locales, que tuvieron en los hechos de El Pontón la justificación perfecta para legitimar lo que vino a partir del 14 de septiembre.
Hay algo –escribía Josep Fontana– de lo que no podemos dudar: que la represión tuvo unas características y, sobre todo, una función muy distinta en el campo republicano y en el franquista (lo que no implica, por supuesto, que todos los crímenes no sean igualmente condenables) [17].
Burguillos del Cerro, que en 1936 contaba con poco menos de 6.700 habitantes, se convirtió, junto a Valverde de Burguillos y según datos de Martín Bastos, en un claro ejemplo “de lo que significó la represión franquista en la provincia de Badajoz”
Burguillos del Cerro, que en 1936 contaba con poco menos de 6.700 habitantes, se convirtió, junto a Valverde de Burguillos y según datos de Martín Bastos, en un claro ejemplo “de lo que significó la represión franquista en la provincia de Badajoz” [18], con una tasa de defunción superior al 45 %, con un total aproximado de víctimas como consecuencia de la represión fascista de 326, según Manuel Lima, de las que un mínimo de 213 fueron asesinadas en el término municipal y, posiblemente, muchas de ellas descansen en la “fosa digna” desde 1979.
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Cuando han pasado ochenta y ocho años desde aquel 14 de septiembre, todavía hoy pueden verse en el espacio público de Burguillos del Cerro algunos vestigios franquistas que han cumplido con uno de sus objetivos: perdurar.
Aún está levantado, desde que se colocara la primera piedra en septiembre de 1937, y en pleno centro neurálgico de la población, el obelisco destinado a “perpetuar la memoria de los que dieron su vida por Dios y por España”. Aunque resignificado en los años ochenta del siglo pasado, durante la época en que el PSOE apostó por la “desmemoria” [19] –curioso que el mismo monolito erigido para conmemorar la guerra y la muerte, hoy, con el cambio del mensaje, sea símbolo de la paz–, este monumento sigue mirando, en 2024, a la “prisión de los caídos”. Y también podemos observar en el espacio urbano de Burguillos la Cruz de los Caídos. Aunque desplazada de su ubicación primigenia, en la Plaza del Generalísimo –hoy del Altozano–, actualmente la podemos encontrar en la rotonda que da acceso al cementerio municipal con la inscripción “ERIGIDA-XXIX-X-MCMXXXVII”. Una fecha que no es baladí, ni mucho menos casual, ya que el 29 de octubre se celebraba el “Día de los Caídos”.
El gran vestigio franquista que aún perdura en Burguillos del Cerro es la procesión del Cristo del 14 de septiembre. Que el acto de procesionar la imagen esa jornada se inició a partir de ese día y mes del año 1936 para festejar la “liberación” del pueblo, no es algo desconocido en la población
Pero, sin duda alguna, el gran vestigio franquista que aún perdura en Burguillos del Cerro es la procesión del Cristo del 14 de septiembre. Que el acto de procesionar la imagen esa jornada se inició a partir de ese día y mes del año 1936 para festejar la “liberación” del pueblo, no es algo desconocido en la población. Desde ese mismo día, la propaganda en manos de Falange hizo grandes esfuerzos por inculcar el “agradecimiento” que había que mostrar al “Señor” por haber “liberado” al pueblo y evitado más muertes[20]. Después, los informes de los años cuarenta hicieron lo propio. Hasta los años sesenta y setenta en que se seguía celebrando el 14 de septiembre la fiesta del Cristo y el día de la “liberación” de manera conjunta. En Burguillos, el franquismo también “se fue de fiesta”[21].
Por último, ya en el siglo XXI, nos encontramos con algún intento malintencionado que ha buscado tergiversar los hechos a través de una muy mala interpretación de los documentos que existen al respecto. El 12 de septiembre de 2019, el autor del blog Burguillos y su historia, Antonio Surribas Parra, autodenominado “como gran aficionado a la historia y tradiciones” de Burguillos del Cerro, subía al mismo una entrada titulada “Historia de las Fiestas del Cristo de Burguillos”, en la que intentaba, primero, hacer un recorrido histórico de esta celebración local-tradicional desde 1900 hasta la actualidad (2019)[22], y demostrar, después, como apunta en sus conclusiones, que “se ha mantenido la tradición de los programas de culto y festejos durante más de un siglo”.
Es falso, no obstante, que se haya “mantenido la tradición de los programas de culto”[23]. Ni los estatutos de 1900 que Juan Francisco Cumplido Tanco copió en Burguillos de Extremadura[24], ni los carteles de 1903 y 1924 publicados por la Hermandad de NPJN[25], ni los testimonios recogidos por Manuel Lima en Del dolor y la memoria…[26], permiten extraer la conclusión del mantenimiento de la tradición de culto, ya que “la imagen del Señor sale en procesión anualmente, el Jueves Santo, en la que se verifica la representación del Paso de la Buena mujer […]”[27], según recogía a finales del siglo XIX el historiador local Matías Ramón Martínez.
¡No! La procesión esta que hay en el Cristo se ha fundamentado en la guerra. Ese día no había nunca procesión. El Señor salía el Jueves Santo, pero desde entonces lo empezaron a sacar[28].
Cuando este catorce de septiembre de 2024, ochenta y ocho años después de la entrada de los sublevados en Burguillos del Cerro, redoblen las campanas, toquen diana y saquen la imagen del Cristo en procesión, acuérdate de aquella mañana del lunes 14 de septiembre de 1936…
Cuando este catorce de septiembre de 2024, ochenta y ocho años después de la entrada de los sublevados en Burguillos del Cerro, redoblen las campanas, toquen diana y saquen la imagen del Cristo en procesión, acuérdate de aquella mañana del lunes 14 de septiembre de 1936… Acuérdate de Juan Antonio González y su escopeta vieja de caza; de Brígido Parra y su cara a medio afeitar; de las hermanas Casimira y Piedad Gómez, que fueron violadas y asesinadas en Salvatierra de los Barros; de Antonio Cerrajero y el Castillo de Hartheim; de Francisco Márquez y de Mauthausen; de su hermano Manuel y el ojo que perdió su madre al verle; de Claudio Rubio, que no murió a pesar de ser fusilado; de Bibiana Matamoros y su doble asesinato, el suyo y el de su bebé de siete meses; de Miguel Escaso, de su cinturón y su petaca; de Carmen Aponte, de aquel maldito coche y de la espina clavada dentro del corazón de Jerónimo Pérez desde aquel día que le quitaron la vida sin una justa razón a la mujer que él quería, ¡Su Carmen!; de Dolores Flores, que se quedó sola con ocho años; de su padre, de su madre y de su hermano Ángel, que desaparecieron para siempre en algún lugar de Llerena, igual que los hermanos Domingo, Gregorio y Juan José Sánchez; de Andrea López, fusilada sin juicio, sin acusaciones, sin motivos; de Antonio y Francisca Corbacho, que se quedaron sin padre, sin madre, sin abuela; de Bonifacia Cepeda y su hija Eduviges, y sus muertes con el puño cerrado; de Antonio Chávez y el café que le llevaba su madre cuando estaba preso, hasta que fue fusilado; de Manuel Arrantes y el campo francés de Argelès-sur-Mer; de Carmen Flores, que no se salvó de la muerte ni por ser “La Buena Mujer”; de Marcelino Durán y su exilio en Coatzacoalcos; de Antonio Manuel Garrido y el pozo de la sede de Falange; de Justo Gil y aquellas bolas de barro, los “pastúos”, con las que estaba jugando con su hijo Esteban cuando fueron a por él; de Juan González y el reloj que le dio tiempo dejar encima de la camilla; de José González y el dolor que no se pudo expresar; de Joaquín Gregorio, el único que pudo ser reconocido en 1979 gracias a la prótesis de hierro que tenía en una de sus piernas; de José María Lima y el recuerdo para siempre de los dos tiros en el pecho y el de “gracia” en la cabeza; de Ángel Melo y su dolor por no volver a ver nunca más a Dolores Matamoros, ni a su querida hija, Petra; de Elia Melo y sus gritos desesperados por ver a sus hijos; de Francisca Miranda, “la más guapa del pueblo”, y el impacto de bala incrustado en uno de sus ojos; de Víctor Secundino Miranda, de su cuerpo arrastrado por el pueblo y la quema de sus libros; de Antonio Moriche y la “Descripción del sentimiento o pensamiento de un hombre ante la vida”; de Juan Muertes y su mujer, que no podía llorar; de Isidoro Muertes y las canciones republicanas en los carnavales; de Juan Antonio Navarro, que no fue ejecutado, pero lo mataron lentamente; de Antonio Pascual Navarro, el alcalde, y la firma de su sentencia de muerte; de José Naya y la incomprensión de lo que estaba pasando; de su hija Dolores y los insultos a los falangistas que iban a matar a su padre; de Celso Nisa y el domingo de octubre en que fue asesinado; de Rogelio Palomo y los golpes cantando el “cara al sol”; de Francisco Pérez y la azotea de la calle Sótanos desde donde lo vio por última vez Agustina González, su mujer; de Manuel Pozón y su chaqueta, que fue lo único que quedó; de Manuel Prudencio y la gorra que se cayó camino del cementerio; de Urbano Ramos y el coche de la muerte; de José Rodríguez y la despedida para siempre; de Santiago Salguero, que despareció en Llerena con 15 o 16 años; de María Salguero y sus últimas palabras: “que no me matan por ‘puta’, no me matan por robar, no me matan porque haya matado; me matan por defender una idea, y esa idea la llevaré siempre en mi cabeza y en mi corazón…”.
A las burguillanas y a los burguillanos que murieron en defensa de la República durante la Guerra Civil de 1936 a 1939, y después.