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Memoria popular
Pantarujas de Calamonte: las brujas extremeñas que resistieron al franquismo

Dra. en Antropología. Actualmente trabaja en la Universidad Autónoma de Madrid y realiza investigación sobre la transmisión intergeneracional de la memoria histórica en Calamonte y Torremejía. angeles.montalvo@uam.es
Los estudios sobre el feminismo y la resistencia de mujeres en España tienden a ser urbanocéntricos. Cuando hablamos de memoria histórica, ésta también es la tónica dominante. Son grandes las aportaciones de investigadoras que están sacando a la luz la resistencia de mujeres durante el franquismo, pero estos estudios tienden a centrarse en las mujeres de las grandes urbes españolas. Como comenta la historiadora Hortensia Méndez [1], cuando lees trabajos tan relevantes como los de Mary Nash [2], una se pregunta qué sucedería con las mujeres extremeñas (entre otras). La poca información que suele ofrecerse sobre las mujeres del mundo rural en esta época, a menudo presenta una visión de la ruralidad exclusivamente como atrasada, homogénea, analfabeta y casi carente de resistencia femenina; menos aún feminista.
Extremadura
Las colonas del Plan Badajoz y la memoria de la doble explotación
Bien al contrario que el modelo ideal de mujer proyectado por el nacionalcatolicismo, las mujeres de la colonización extremeña de los años 50 y 60 tuvieron que trabajar en las mismas condiciones que sus marido, si cabe aún peores, pues a la jornada laboral agrícola tenían que sumar la de los cuidados de la familia.
Este enfoque tan esencialista no permite visualizar la respuesta que mujeres del mundo rural supieron dar a la represión franquista. Y esto es así a pesar de que, en muchos sentidos, figuras destacadas de resistencia al franquismo en lugares como Extremadura tienen nombre de mujer. Suceso Portales, Matilde Landa y Margarita Nelken son las más conocidas, pero hubo muchas más mujeres que, a pesar de vivir en un contexto difícil marcado por la pobreza, las grandes desigualdades y el fuerte patriarcado, no se mantuvieron pasivas ante estas opresiones. Un ejemplo en este sentido es Calamonte, un pueblo a cinco kilómetros de Mérida donde vivieron las pantarujas, un grupo de mujeres de izquierdas que salían de noche, evitando las medidas de control impuestas por los sublevados, para verse y proporcionarse ayuda mutua. Un acto de valentía que hoy en día, dentro de los estudios feministas, se denominaría como de sororidad.
Supe de este grupo de mujeres gracias a la investigación que estoy llevando a cabo sobre la represión franquista en Calamonte [3]. Yo había leído en un estudio sobre el franquismo en Calamonte [4] acerca de las mujeres de la calle Calvario, donde vivía la mayoría de las personas de izquierdas que habían sufrido la represión franquista. En esta calle se concentraban gran parte de las viudas, madres y hermanas de asesinados o encarcelados por el franquismo que, según el estudio, vestían con color negro de luto. En su día a día, eran obligadas a levantar la mano derecha gritando “¡Viva Franco!” y “¡Arriba España!” así como otros cánticos de la falange. No se les permitía salir de sus casas, hablar con vecinos ni estar en la calle bajo amenaza de castigo o sanciones económicas. Al llevar pañuelos negros sobre sus cabeza, se decía que parecían brujas y los niños que jugaban en la calle las insultaban y huían de ellas.
Estas ‘viudas de guerra’ y ‘mujeres rojas’ [...] revirtieron su condición impuesta de brujas o pantarujas para, en la oscuridad de la noche y lejos del control y represión estrictos que mantenían las fuerzas de Franco en el pueblo, ayudarse entre ellas
Cuando comencé a hacer entrevistas en Calamonte, pregunté sobre estas brujas a las personas que accedieron a hablar conmigo. Pepa, una de las mujeres calamonteñas que ha abierto las puertas de su casa para hablarme sobre este proceso histórico en el pueblo, fue quien me puso en alerta sobre la manera de organizarse de las pantarujas. Las personas con las que había hablado anteriormente, habían corroborado la historia: estas mujeres tenían que buscar la manera de sobrevivir ante la falta de ingresos y trabajos; y eran frecuentemente humilladas y llamadas brujas. Hubo quien me contó que parte de las burlas que recibían consistía en acusarles de hacer velas con la ‘manteca’ o grasa de sus familiares asesinados. Pero Pepa fue más allá y me dio pistas para entender que, en realidad, estas mujeres supieron valerse de su condición impuesta de brujas para sobrevivir a la represión:
“Pepa: De noche, se vestían para ir a las casas, para que no las conocieran, y se ponían ropa extraordinaria, para que no vieran quienes eran. Si tenían que ir a hacer una visita a alguien, iban por la noche, con una ropa... no de lo que ellas usaban [habitualmente], otra ropa más oscura,... E iban a hacer por la noche la visita a alguna amiga que tuvieran de confianza, que de día no se podían ver... Porque es que de día era peligroso ver a la gente.
Y aquí se vestían muchas pantarujas, que les llamaban pantarujas […].
Iban por esa calle p’arriba, que va para la sierra.
Ángeles: Y les llamaban pantarujas, ¿por qué?
Pepa: Porque iban vestidas de esa manera; iban vestidas, disfrazadas. Y les decían pantarujas”.
Pepa entonces siguió contándome cómo estas mujeres se cubrían con mantas y telas y llegaban hasta la sierra donde era más fácil no ser descubiertas. Y allí:
“Pepa: Se ayudaban. Entre lo poquino que tenían, se ayudaban. […] Tenían amistades; y de día no podían declararse de que esa persona era amiga suya; e iban de noche.
¡No tuvieron que estudiar ná pa seguir viviendo!”.
Estas ‘viudas de guerra’ y ‘mujeres rojas’, como las denominó el franquismo, revirtieron su condición impuesta de brujas o pantarujas para, en la oscuridad de la noche y lejos del control y represión estrictos que mantenían las fuerzas de Franco en el pueblo, ayudarse entre ellas. Para comprender bien cómo funcionaron las pantarujas es necesario entender el uso de este término dentro del contexto extremeño. Pantaruja es un vocablo del estremeñu cuyo significado está relacionado con los mitos en torno a los espantajos o fantasmas de la cultura popular extremeña. Por distintos pueblos extremeños se cuentan historias de estas pantarujas que se caracterizan por cubrir su cuerpo y rostro con harapos o mantas, deambulando por las calles de noche y asustando a los vecinos. Aunque su etimología es incierta, una de las teorías de su origen y significado se atribuye al verbo “espantar” unido a la palabra “coruja” o “bruja”. Ambos términos, “coruja” y “bruja” son utilizados igualmente para referirse de manera despectiva a las mujeres. De aquí, podríamos deducir que las pantarujas son consideradas brujas o corujas que espantan o asustan a la población de noche [5]. Por lo tanto, podemos afirmar que lo que hicieron estas mujeres de Calamonte fue cubrirse como si fueran pantarujas para, por un lado, ocultarse frente a los represores y salir de casa; y, por el otro, valerse del miedo que genera el mito de las pantarujas en la sociedad, manteniendo así ahuyentada al resto de la población y moviéndose con mayor libertad.
Las mujeres calamonteñas supieron valerse del miedo que el mito de las pantarujas generaba entre la población, para ahuyentar a quienes intentaban hostigarles
Las acusaciones y persecuciones a brujas a lo largo de la historia ha sido un fenómeno eminentemente rural utilizado contra mujeres pobres y subversivas [6]. Dentro del contexto extremeño y español, las acusaciones de brujería se han utilizado también para discriminar y ejercer racismo contra la población gitana en general, y misoginia contra las mujeres rurales y viejas (payas y gitanas) [7]. Los sublevados se sirvieron de esta antigua forma misógina de represión contra mujeres instigando al pueblo para que las mujeres del Calvario en Calamonte sufrieran las consecuencias del aislamiento social. Esto se sumaba a las dificultades que tenían para poder encontrar trabajo y sobrevivir a la gran carencia de alimentos que existía en Extremadura. Sin embargo, atendiendo a la información que proporcionaba Pepa, podemos apreciar que las mujeres calamonteñas supieron valerse del miedo que el mito de las pantarujas generaba entre la población, para ahuyentar a quienes intentaban hostigarles, salirse de lo que les estaba permitido y ofrecerse ayuda entre ellas en un acto de supervivencia.
He perdido el miedo a las brujas desde que Pepa me contó esta historia de las pantarujas y desde que sé que mis bisabuelas fueron dos de esas pantarujas. Ignacia Galán era viuda de Francisco Chaves, un ferroviario de Guadalcanal (Sevilla) al que los falangistas asesinaron en el pueblo donde ambos vivían: Torremejía (Badajoz). Francisco era afiliado al Partido Comunista. Ella se trasladó a su pueblo natal, Calamonte, cuando en Torremejía comenzaron a otorgar salvoconductos a viudas de represaliados que se encontraban en situación de alta precariedad. En su caso, tras morir su marido, quedó sin ingresos y aunque intentó trabajar sirviendo, nadie quería darle trabajo por su condición de ‘viuda de rojo’. Fue a vivir a la zona del Calvario, en Calamonte, donde se encontraban sus familiares y personas allegadas. Ignacia cuidó de sus cinco hijos mientras se dedicó al estraperlo. Se hizo, además, cargo de un niño que había quedado huérfano tras la guerra, Manolo, y al que mi abuelo José llamó hermano toda su vida. Como me contó Eulalia (otra vecina del pueblo cuyo padre fue asesinado en Calamonte) su madre, Nicolasa Macías García, iba con Ignacia hasta Portugal para comprar productos que después vendían en Calamonte, Torremejía y otros pueblos sorteando el control de movimiento existente. Gracias a ello, estas dos pantarujas del Calvario consiguieron sobrevivir y salir adelante.
Mi otra bisabuela, Luisa Vinagre, era madre de Librada, la primera mujer que se afilió a las Juventudes Socialistas en Calamonte y miembro de la Casa del Pueblo. Cuando las autoridades mandaron llamar a Librada para raparle y darle aceite de ricino, Luisa decidió ir junto a su hija y acompañarle durante todo el paseo que tuvo que dar por el pueblo como forma de humillación. Librada consiguió librarse de ser asesinada porque huyó y se escondió en la sierra. Y aunque Pedro, el marido de Luisa, no fue asesinado ni encarcelado, Luisa fue una de las mujeres que vistió de negro en el Calvario. Su hijo Andrés, quien también había sido miembro de las Juventudes Socialistas y la Casa del Pueblo de Calamonte, moriría en 1943 tras una paliza.
Extremadura no valorará su propia historia si no estima las historias de las que han sido la mayoría de sus mujeres hasta época reciente: mujeres campesinas, pobres y analfabetas que, a pesar de sufrir múltiples opresiones, mostraron resistencia
El franquismo estableció una forma de vida, para las mujeres en general y para las de izquierdas en particular, que involucraba un estricto control social de diseño patriarcal y les dificultaba no sólo sus movimientos fuera de lo establecido, sino que les impedía encontrar trabajo de manera legal. Como han señalado distintos estudios, para poder sobrevivir, algunas mujeres se dedicaron al estraperlo, como hizo mi bisabuela Ignacia, y otras mujeres tuvieron que ejercer la prostitución. Aún conociendo estas vías de supervivencia, es difícil llegar a comprender en su totalidad cómo las mujeres del mundo rural (donde las autoridades controlaban sus pasos con más facilidad que en las grandes urbes) consiguieron superar tantos obstáculos, si no consideramos formas de organización y cooperación como las que llevaron a cabo, de noche y en la sierra, las pantarujas de Calamonte.
Seguirán siendo incompletos los estudios sobre las resistencias de mujeres en España hasta que no se incluyan estas otras historias de resistencia de mujeres (payas y gitanas) del mundo rural. La sororidad no será completamente abordada si no se aprecian las estrategias que desarrollaron y desarrollan las mujeres de los pueblos para empoderarse, ayudándose entre ellas. Extremadura no valorará su propia historia si no estima las historias de las que han sido la mayoría de sus mujeres hasta época reciente: mujeres campesinas, pobres y analfabetas que, a pesar de sufrir múltiples opresiones, mostraron resistencia. Y hasta que no mantenga en su memoria colectiva que es gracias a la transgresión de mujeres como las pantarujas, que estamos aquí.
[1] Méndez Mellado, Hortensia (2015). “Renacer” una asociación de mujeres republicanas, Revista de Estudios Extremeños, Número Extraordinario, 71: 283-306.
[2] Gracias a todas las personas de Calamonte, Torremejía y otras descendientes de víctimas del franquismo que están aportando información para esta investigación. Un especial recuerdo a mis agüelos, Faustina y José.
[3] Nash, Mary (2006). Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil, Madrid: Taurus.
[4] Fernández Galán, Andrés; Mata Ballesteros, Mª Belén y Valhondo Muñoz, Leonor (2007). Calamonte. Restauración de la memoria histórica, Consejería de Cultura, Junta de Extremadura.
[5] Pérez García, Berta (1991). Pantarujas y comadres en la obra de Ramírez Lozano, Revista de Estudios Extremeños, 47(1): 165-174.
[6] Federici, Silvia (2021). Brujas, caza de brujas y mujeres, Madrid: Traficantes de Sueños.
[7] Espino, Israel J. (2019). Extremadura secreta. Brujas, sabias y hechiceras, Córdoba: Almuzara.
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Excelente artículo sobre las olvidadas. Esperamos ver y leer otros nuevos de esta investigadora y autora.