Infancia migrante
Securitización vs acogida: ¿para cuándo el debate sobre el “reparto” del presupuesto migratorio?

En el paradigma de la migración como problema a neutralizar, “repartir” a los menores parece lo más acertado, solidaridad, que cada cual se haga cargo de su parte del problema. En este debate, quedan sin discutir otros “repartos” más problemáticos.
pancarta Ceuta
Concentración de minores migrantes en Ceuta, 2021. Kike Castro
Sarah Babiker
16 jul 2024 06:00

Antes de que nos zambullamos en el próximo tema de la agenda mediática, intento detenerme un momento y pensar en todo lo que implica, todo lo que se esconde, tras la polémica de la semana pasada en torno a los menores no acompañados. Qué hay de más amplio y trascendente que las cábalas sobre el último movimiento de la derecha patria.

Por supuesto que hay interrogantes que tiene sentido hacerse: ¿cuál será la hoja de ruta de Vox?, ¿cómo construiría el PP un relato que suene menos bestia que el de sus hasta ahora aliados, pero igual de firme?, ¿de qué manera se anotará una victoria el PSOE si, con el listón de la humanidad tan abajo, consigue hacer pasar una gestión razonable de una contingencia, como una osadísima apuesta por los derechos humanos de las personas migrantes?

Hay también otra cuestión inquietante: ¿cómo es que la derecha más derecha puede romper gobiernos para mantenerse coherente con sus “principios” anti-personas migrantes, mientras la izquierda más izquierda, no parece haberse planteado nunca hacer lo mismo para mantener su coherencia con sus principios a favor de los derechos de las personas migrantes?

Opinión
Extrema derecha Vox se “Lepeniza”
Estamos ante un cambio estratégico de la formación ultraderechista que entiende, agotada su experiencia anterior, ser una escisión neoconservadora del PP, y pretende transitar un nuevo camino.

Son todas ellas preguntas legítimas, y seguramente necesarias, pero que orillan al elefante en la habitación: las personas migran y no van a dejar de hacerlo. No hay discurso, estrategia, cálculo político, eficiente gestión de los flujos, que vaya a poner fin a esto.

Por eso, antes de que nos calcemos las gafas del analista político, del comentarista de actualidad, miremos a la realidad un rato con los ojos desnudos, escuchemos con los oídos limpios del filtro de la retórica: Esta extrema derecha que se presenta como sincera, como quien mira la verdad a la cara, no habla con la verdad, pues nunca enuncia el reverso de sus rimbombantes declaraciones: no aceptar acompañar a niños, niñas y adolescente migrantes, ¿qué supone? Negar su derecho a la existencia, ignorar sus necesidades y sus derechos. Su memoria y sus sueños. Negar lo que respira y se mueve y se desespera y toma decisiones, lo humano mismo, todo lo que no cabe en la banalidad del lenguaje de fuerzas políticas que no se atreven a proponer la solución final para nadie, pero que niegan las posibilidades de supervivencia, que cancelan el futuro para millones de otros. 

No hay tradición moral, religiosa o cultural que avale el abandono de quien necesita ayuda, que niegue la existencia del otro. Bueno sí, hay una ideología que hace tal cosa: el fascismo.

No hay tradición moral, religiosa o cultural que avale el abandono de quien necesita ayuda, que niegue la existencia del otro. Bueno sí, hay una ideología con muchas caras, y una sola esencia: el fascismo. La misma ideología que ha fundamentado las peores violencias, que apoya a regímenes genocidas.

La ultraderecha apela al miedo que deberían darnos niños, niñas y adolescentes, eligen al sujeto que no puede defenderse, para convertirle en aquel del que hay que defenderse. Y esa perversión es su mejor baza, su carta de presentación en el escenario político. Porque nada tienen que ofrecer más que ese señalar cobarde, ese tirar la piedra y esconder la mano, ese apuntar al chivo expiatorio de turno: negarles el derecho a ser, atribuirles un pecado original imperdonable (ser otros) y luego presentarse como los salvadores.

Hablan porque es gratis, dicen cualquier imbecilidad llena de odio en prime time porque no tienen que responder ante ello. Pero el discurso que señala y el acto que golpea son dos extremos de la misma violencia. Las palabras destrozan vidas, niegan posibilidades, hacen la existencia de tantas más miserables. Las palabras no son solo sibilina tonadilla para engatusar a los tuyos, cada palabra pronunciada desde un espacio de poder como el que esta gente ocupa, tiene un efecto tangible en la vida de cientos, de miles, de millones de personas, tiene consecuencias en su presente y en su futuro.

Y luego están los otros, la derecha que se presenta como moderada mientras calcula cuándo toca jugar al mismo juego que el rival ultra, cuándo toca distanciarse, a qué nicho de mercado ideológico seducir para mantener el poder. Diremos lo que mejor nos venga, según lo que toque, tenemos la suerte de que a esa gente, a esos niños y niñas migrantes, ya cada vez menos electores les consideran seres humanos.

También está la izquierda, con el gobierno que mantiene a Grande-Marlaska a pesar de la masacre de Melilla, un ejecutivo al que no parece suponerle ningún costo político mantener abiertos los CIEs, el partido que nos trajo la primera ley de extranjería, el inicio de una trayectoria normativa que se resiste a incorporar, simple y llanamente, los derechos humanos de las personas migrantes.

Sí, en el gobierno más progresista de la historia no están muy preocupados, y es lógico: cualquier política migratoria que emprendan, por vulneradora de derechos que sea,  no llamará la atención en el marco de un Pacto Europeo de Migración y Asilo que permite externalizaciones sin fin, detenciones de familias enteras, niños incluidos. En comparación con los Orbanes y las Melonis, no hay que hacer grandes méritos para parecer comprensivo con las personas migrantes mientras mantienes los mismos marcos securitarios. 

En este paradigma de la migración como amenaza, como problema a neutralizar, “repartir” a los menores parece lo más acertado, como se quieren repartir a las personas solicitantes de asilo en el PEMA: solidaridad, que cada cual se haga cargo de su parte del problema, repartámonos el marrón civilizadamente. Ahí se centra el discurso. Poco se habla en el caso europeo y en el estatal, de en qué condiciones son “acogidas” las personas, de la situación en la que se encuentran los centros de menores, de la falta de recursos materiales y humanos. El lenguaje del reparto parece limitarse a señalar que en la dispersión está la solución, distribuirlos bien para que no se note su presencia.

¿Cómo se reparte el presupuesto de la Unión Europea para las migraciones? ¿cuánto va a securitizar las fronteras, y cuánto a fortalecer la acogida? Ese es el reparto problemático

En una encuesta preguntan a la ciudadanía si la migración es un problema o es necesaria. Qué mierda de binarismo es este: la migración, es, existe, no va a dejar de hacerlo en este mundo cada vez más desigual. ¿De verdad tenemos que opinar sobre si nos va bien o nos va mal? Las personas migrantes, y en particular los menores, no deberían de ser nunca más carne de batalla cultural o debate político.

Ninguna batalla cultural, ningún debate político puede acabar con la necesidad de migrar de la gente. En este tira y afloja se invisibilizan las causas por las que se migra, se clausura cualquier reflexión que llegue más allá, se pierde de vista la perspectiva de quien migra, porque sí: migrar es un problema para quien migra, pero no porque lo diga una encuesta, sino porque todas las políticas se organizan para hacerles la vida peor. Y migrar también es necesario para quienes migran, porque sino, no lo harían. Y punto.

Y ahora que toca hablar de repartir, hablemos de reparto: de cómo se reparten los beneficios de las grandes empresas, de cómo se reparte la población mundial entre ganadores y perdedores de la globalización. Hablemos de cómo se reparte el dinero que la UE dedica a “gestionar” las migraciones, de quiénes se están haciendo millonarios en su guerra contra las personas migrantes, qué regímenes se están financiando para hacer de gendarmes, y por qué en ese reparto de miles de millones de euros, queda tan poco para apoyar a las personas que llegan. Hablemos de cuánta pasta de todos va a comprar armas para satisfacer el revival militarista en el que nos han metido sin preguntarnos, y cuánta para poner los medios para una acogida digna. 

Volvamos en definitiva a hablar del reparto de los recursos, de la riqueza, entre los de arriba y los de abajo, entre el norte y el sur. Esa cosa revolucionaria de no aceptar la desigualdad como algo natural de la que solo se pueden paliar sus efectos, como si la desigualdad no fuese consecuencia de elecciones políticas. Esa cosa revolucionaria de no considerar el reparto de las víctimas supervivientes a la necropolítica migratoria, como la única solución a la que se puede aspirar desde Europa.

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