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Movimiento obrero
Aquella madrugada de primavera
Querría hacer memoria de los acontecimientos del 25 de marzo para analizar posteriormente lo que supuso la emigración para los extremeños, centrándome en el caso de los que llegaron al País Vasco. Por último, analizaré el contexto actual de Euskal Herria, dando a conocer el movimiento que está floreciendo durante los últimos meses en distintos barrios y ciudades de la geografía vasca, un movimiento que nosotros, descendientes de emigrantes extremeños, observamos con esperanza y con ilusión.
El pasado 25 de marzo de 2019, se cumplieron 83 años de aquella madrugada de primavera que cambió la historia de la clase trabajadora extremeña. Aquel día, unos 70.000 campesinos, yunteros y jornaleros de todos los rincones de Extremadura ocuparon más de 200.000 hectáreas de varias fincas. Lo ocurrido aquel día es, sin ningún tipo de duda, un hito que marcó un antes y un después en la historia de los trabajadores extremeños.
Pero la venganza poco tardó en llegar. La guerra civil fue especialmente dura en esta comunidad, siendo Extremadura una de las primeras regiones controladas y desangradas por las tropas franquistas. En agosto de ese mismo año se produjo la matanza de Badajoz, en la que miles de personas fueron asesinadas; entre ellas, precisamente, se encontraban muchos de los trabajadores que el 25 de marzo se revelaron. Otros tantos de los que no asesinaron, fueron encarcelados posteriormente.
En agosto de ese mismo año se produjo la masacre de Badajoz, en la que miles de personas fueron asesinadas; entre ellas, precisamente, se encontraban muchos de los trabajadores que el 25 de marzo se revelaronDurante los años posteriores a la guerra eran muchos los trabajadores extremeños que recibían palizas, humillaciones... por parte de los franquistas, de los grandes terratenientes o, incluso, de la policía; que después de disfrutar celebrando otra de sus innumerables fiestas, les obligaban a darles comida, bebida o, en algunos casos, a dejarles que se acostaran con sus mujeres en contra de la voluntad de estas. Ese era el pan de cada día en la España de los vencedores y los vencidos...
Esa situación de miseria se ha prolongado hasta hoy (emigración, paro, falta de servicios sociales y transporte público…). Pero echemos la vista atrás por un instante y analicemos las décadas de los 50 y los 60. Durante estas décadas, ante la situación de miseria y de represión que se vivía en Extremadura, mucha gente se vio obligada a dejar atrás la tierra que le vio crecer, a cambiar el campo por la gran ciudad y emigrar a zonas industrializadas como Madrid, Cataluña o el País Vasco. Se calcula que en aproximadamente 15 años, emigró el 40% de la población extremeña. Muchas familias se gastaron gran parte de sus ahorros en el billete de tren o autobús que los llevaría a su destino. En este texto, concretamente, hablaré sobre la situación que nos incumbe a nosotros.
Durante los años posteriores a la guerra eran muchos los trabajadores extremeños que recibían palizas, humillaciones... por parte de los franquistas, de los grandes terratenientes o, incluso, de la policíaPara empezar, debemos señalar que los emigrantes extremeños que llegaban al País Vasco se amontonaban en barrios obreros situados, en la mayoría de los casos, a las afueras de los pueblos o ciudades. Errekaleor, por decir un caso, es un buen ejemplo de ello; “Un Mundo Mejor”, como era conocido al principio, fue un barrio construido para trabajadores provenientes de otras regiones. Las viviendas no solían ser muy grandes, eran más bien pequeñas, pero en ellas podían llegar a vivir tres o incluso cuatro familias.
Eran muchas las casas de extremeños en las cuales la puerta estaba abierta de par en par durante esos años para dar cobijo temporal a inmigrantes que venían de distintos puntos de la geografía española, a sabiendas de las dificultades que suponía poder encontrar un piso para alguien que acababa de llegar, contaba con poco dinero y no conocía absolutamente a nadie. Eran barrios humildes, formados mayoritariamente por trabajadores pero, al mismo tiempo, barrios en los que todos se ayudaban mutuamente. Barrios a los que les pudo faltar dinero, pero a los que nunca les faltó dignidad; siempre se mantuvieron en pie a pesar de las adversidades.
Los emigrantes extremeños que llegaban al País Vasco se amontonaban en barrios obreros situados a las afueras de los pueblos o ciudades. Eran barrios humildes, formados por trabajadores en los que todos se ayudaban mutuamenteAunque todo lo relacionado con la convivencia y la solidaridad suene muy romántico, también es verdad que en lo que se refiere a lo político, fueron años muy duros, en los que el silencio imperaba por encima de todo, en los que por algún momento el miedo se impuso a la valentía. Ese silencio solo era interrumpido por un instante, ya sea por el sonido de los tiros procedentes de las calles, por los llantos de dolor que venían de las casas de las víctimas, por el ruido de los coches de los militantes que huían a Iparralde o por los gritos de los presos que eran torturados en comisaría…
Fueron años en los que también los emigrantes extremeños sufrieron mucho y lo pasaron muy mal. Precisamente, quería aprovechar esta oportunidad para mostrar mi más sincero reconocimiento a todos esos trabajadores y militantes de base que fueron señalados, discriminados, agredidos e incluso asesinados por sus ideas. Personas honradas, miembros de la clase obrera, que tuvieron que emigrar por necesidad, en busca de un futuro para sus hijos y sus nietos. Personas que no paraban de luchar en su día a día y se jugaban la vida yendo, después de una interminable jornada de trabajo, a la Casa del Pueblo o presentándose a la alcaldía en municipios en los que nadie se atrevía a hacerlo; no lo hacían por dinero, lo hacían por convicción. Por ello, creo que se merecen el respeto de todos nosotros y no el ser ninguneados o insultados, como ha ocurrido durante muchos años.
Esa tensión que se palpaba en la calle también estaba presente en las fábricas, donde los trabajadores, muchos de ellos procedentes de diferentes lugares del Estado, eran sometidos a unas condiciones laborales pésimas. Ante esa situación, trabajadores de distinto origen e ideología se unieron en más de una ocasión en contra de los empresarios que los explotaban; fueron capaces de dejar atrás los prejuicios que los unos tenían de los otros y entablaron una relación basada en la solidaridad, imprescindible para luchar ante un enemigo común. Precisamente, uno de los trabajadores asesinados el 3 de marzo de 1976 [en la matanza de Vitoria], Romualdo Barroso, era extremeño; el joven de 19 años era originario de Brozas, un pequeño pueblo de la provincia de Cáceres.
Trabajadores de distinto origen e ideología se unieron en más de una ocasión en contra de los empresarios que los explotaban; fueron capaces de dejar atrás los prejuicios que los unos tenían de los otros y entablaron una relación basada en la solidaridadPero no todos veían con tan buenos ojos la unión de los trabajadores vascos y los trabajadores provenientes del Estado. Durante años han despreciado a los trabajadores de otras regiones y hoy en día, todavía, siguen haciéndolo, echándoles en cara y reprochándoles la opresión nacional en la que estos no tienen nada que ver. Estos que culpan de todos sus males a los trabajadores de origen estatal, son los mismos que no tienen ningún reparo a la hora de pactar, sacarse fotos y darse la mano con la burguesía vasca.
Por otra parte, es cierto que durante mucho tiempo, descendientes de emigrantes extremeños nos hemos avergonzado de nuestros orígenes e incluso hemos llegado a renegar de nuestras raíces. Claro ejemplo de ello son el antiespañolismo y el odio hacia los españoles que han desarrollado muchos miembros de las segundas y las terceras generaciones de inmigrantes, causados por el complejo de sentirse españoles y el miedo a ser señalados. Pero la realidad es que no tenemos nada de lo que avergonzarnos ni nada que esconder; a diferencia de otros, que en su nacionalismo más rancio esconden el odio hacia los trabajadores españoles.
Por otra parte, es cierto que durante mucho tiempo, descendientes de emigrantes extremeños nos hemos avergonzado de nuestros orígenes e incluso hemos llegado a renegar de nuestras raícesComo decía, ¿tenemos algo de lo que avergonzarnos? Pues claro que no. Somos descendientes de los trabajadores que aquel 25 de marzo de 1936 alzaron la hoz y dijeron no a la explotación; nietos de aquellos que, una maleta en mano, dejaron su tierra en busca de un futuro mejor. Esa es nuestra historia y no debemos tratar de esconderla ni maquillarla. Somos hijos de la clase obrera y estamos orgullosos de ello.
Entre todas estas oscuras zarzas del pasado, se asoma una nueva flor que los que durante muchos años nos hemos sentido excluidos por distintos movimientos, observamos con esperanza y con ilusión. Esta es una flor que cada vez tiene más pétalos, que no son más que distintas expresiones de una misma tendencia política que no para de crecer: movimientos estudiantiles, coordinadoras juveniles, espacios de control obrero, redes de autodefensa laboral...
Entre todas estas oscuras zarzas del pasado, se asoma una nueva flor, que no son más que distintas expresiones de una misma tendencia política que no para de crecer: movimientos estudiantiles, coordinadoras juveniles, espacios de control obrero, redes de autodefensa laboral...A pesar de todo, hay que remarcar que son muchas las cosas que hay que tener en cuenta para no cometer los mismos errores que distintas organizaciones han realizado durante las últimas décadas. Debemos tener precaución para que las últimas zarzas que se asoman por detrás de la flor no se adueñen de ella; por ello creo que hay que romper con el problema de raíz. Tenemos que crear una nueva cultura militante y una nueva cultura política para poder llegar a sujetos y colectivos a los que hasta ahora no hemos sabido persuadir, por ejemplo, a las capas obreras de la margen izquierda en Vizcaya y del Bajo Deba en Guipúzcoa.
Aunque creo que este no es un texto en el que profundizar en esta idea, querría dar unas pequeñas pinceladas sobre esta nueva cultura política y militante. Es necesario romper con la verticalidad, el sectarismo y el secretismo que durante mucho tiempo se han dado en organizaciones de nuestra nación. Es imprescindible poner en práctica en la militancia diaria los valores en los que queremos basar la futura sociedad sin clases; entre esos valores, podríamos remarcar la solidaridad, la confianza mutua y la capacidad de sacrificio. Por otro lado, hay que repensar el sujeto político en el que queremos incidir. Muchas veces hemos cometido el error de querer influir en capas sociales acomodadas y politizadas, que han sido la base de organizaciones abertzales; dejando de lado la verdadera clase trabajadora por querer captar militantes de otros colectivos.
Muchas veces hemos cometido el error de querer influir en capas sociales acomodadas y politizadas, dejando de lado la verdadera clase trabajadora por querer captar militantes de otros colectivosAún así, es importante subrayar que la clase trabajadora de hoy en día no tiene nada que ver con la de hace 20 o 30 años pero, al mismo tiempo, es verdad que aunque no vistamos mono azul sufrimos explotación. La clase trabajadora la formamos todos nosotros: jóvenes, estudiantes, trabajadores industriales, personas que realizan las tareas de cuidado de ancianos, camareros, mujeres que realizan el trabajo reproductivo, pensionistas… Por último, cabe remarcar que aunque nuestro marco autónomo de lucha sea Euskal Herria, debemos construir lazos solidarios con el resto de trabajadores del Estado.
Por todo ello, hoy tengo la certeza de que pronto llegará el día en el que este frío invierno termine y la cálida primavera llegue, en el que el sol salga entre las oscuras nubes que desde hace tiempo lo ocultan, en el que el campo vuelva a florecer, el día en el que la clase trabajadora se imponga a la burguesía que hoy en día, todavía, la oprime… El día en el que nosotros, nietos de emigrantes extremeños, podamos volver a la tierra en la que permanecen enterradas nuestras raíces.
Para terminar, querría dar fin a este escrito de la misma manera que Juan Paredes Manot, emigrante extremeño, miembro de ETA durante el franquismo, finalizó la carta que escribió a la espera de que lo ejecutaran hace 44 años, aquel 27 de septiembre de 1975:
“¡VIVA LA SOLIDARIDAD DE LOS PUEBLOS OPRIMIDOS!”
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