Opinión
La agonía de León y los ‘bulldozers’

Conocía bien muchos de los espacios que se han perdido para siempre en León, Zamora y Palencia. Me maravillé con los colores del otoño del Bierzo y con su primavera de cerezales. Me senté sobre el manto dorado de las hojas de abedul a la orilla de Ribadelago en Sanabria. Hoyé la nieve en los senderos de Riaño, Posada de Valdeón y la Montaña Palentina. Hasta ayer, eran el hogar del oso pardo y del urogallo. Y a principios de otoño retumbaba en el aire el espectáculo de la berrea del ciervo. ¿Estará aún en pie el magnífico Roblón de Estalaya? ¿La mágica tejeda de Tosande? ¿Se habrá destruido para siempre el bosque fósil?
Conocía también la ruta de los castaños de Las Médulas. Mi hijo mayor pudo verlos, inmensos, extraños, de formas evocadoras. Buscábamos parecidos y en uno de los troncos nudosos quisimos ver el mostacho de Nietzsche. Pero mi hija pequeña ya nunca los verá. Cuando algunos de los que hoy ya no están comenzaban a brotar, el Infante Juan se rebelaba contra Fernando IV y declaraba un efímero Reino de León. Era el año 1300. Aquellos castaños sobrevivieron a la gran tala de la construcción de la Armada Invencible, sobrevivieron a Napoleón y a la Guerra Civil, pero sucumbieron al PP, a Mañueco y a su consejero Quiñones.
¿Hay algún espacio de León que estos dos personajes no hayan contribuido a devastar? Sin ser leonés, siempre admiré sus paisajes, tan recónditos, tan impresionantes, tan bellos. Era el secreto mejor guardado de la península. Siete reservas de la biosfera. ¡Siete! ¡Nada menos! Y no solo: Babia y Luna, la Tierra de Campos, Os Ancares, los Cuatro Valles, los Picos de Europa... He recorrido esos caminos siempre que he podido, circulando por carreteras solitarias y atravesando pueblos silenciosos, con negocios cerrados y campos baldíos. Recorrí el Curueño y me detuve en el bar donde Viggo Mortensen practicaba el acento de Alatriste. Y en el balneario en ruinas donde Julio Llamazares retozó de joven. Por todo el norte los recuerdos de la mina, ferrocarriles que no llevan a ningún sitio, carretillas de carbón varadas en vías muertas, cintas transportadoras inmóviles, galerías tapiadas, pueblos empobrecidos, campanarios semisumergidos en embalses... Todo el paisaje humano evoca decadencia pero, de algún modo inexplicable y misterioso, ese decaimiento se imbrica y se funde con la naturaleza espléndida en un conjunto hermoso, como cuando la hiedra toma un antiguo torreón. Un conjunto donde el ser humano se empequeñece y se muestra humilde, cercano, incorporado a los farallones, a las cumbres y a los valles secretos.
Hoy todo eso ha sufrido un golpe de muerte. Un golpe irreparable. ¿Y qué otra cosa le restaba a esa tierra? En sus villas siempre tengo una sensación como si flotase una aceptación resignada del abatimiento. No hay industrias, y las que había cierran. En las ventanas anidan los carteles rojos de “Se Alquila”. Los jóvenes emigran víctimas de un forzado exilio generacional. Ningún futuro hay para ellos si no es en Madrid. Sara García y Pablo Álvarez son los dos únicos astronautas españoles en la Agencia Espacial Europea y nacieron y se educaron en la universidad pública de León. Esta provincia forma a los mejores estudiantes de España para que el parasitismo de la capital de España se los arrebate ya instruidos. Pero esto se acepta con fatalidad. Los pueblos subsisten con los quehaceres que sostienen a los jubilados. Una ferretería aquí, un supermercado allá. Ah, ¡pero los paisajes! Quedaban los paisajes. Hasta hoy. Lo que ha ocurrido es ya irreparable. Y el daño que ha causado la gestión del PP, el crimen cometido, es tan descomunal que escapa de toda condena posible. Un crimen contra sus propios vecinos, contra su futuro y el futuro de sus descendientes. Contra la vida, la naturaleza entera y contra todos aquellos que amábamos lo que han destruido.
¿Y por qué? Diez días después de que el dispositivo contraincendios autonómico, completamente superado y exhausto, no hubiese logrado apagar ni uno de los fuegos que asolaban la provincia descubrimos la razón. ¿Fue por la falta de previsión, la precariedad y la carencia de medios? No. Medios había más que suficientes, a decir de presidentes y consejeros. Pero faltaban bulldozers. Vaya por dios. Cientos de miles de hectáreas quemadas por la falta de unas palas aquí y allá. De haber estado, ni una hectárea habría ardido parecen decir. Pensará algún picajoso: ¿y no tendrían que haberse ocupado los gobiernos autonómicos de haberse dotado de esos vehículos de tan portentosos efectos apagalotodo? Y, si no es así, ¿quién debía proporcionárselos? Pues, ocioso es decirlo: el Ministerio de Bulldozers. Ese organismo clandestino del maléfico Sánchez que atesora, acapara y oculta cientos, miles, millones de bulldozers para que nadie más pueda disfrutarlos. Y los esconde en gigantescos búnkeres, como si integrasen una especie de fantasmales Áreas 51 de bulldozers, bien custodiados por soldados que, ocupados en tales labores de ocultación, no pueden dedicarse a las urgentísimas e imperiosas tareas que, a juicio de los presidentes autonómicos, deberían ocuparlos. Esto es: estar mirando el perímetro apagado y dirigir el tráfico.
Tales son las explicaciones de los políticos del PP para tratar de encubrir su incompetencia. Por una parte estaban bien surtidos de medios y perfectamente organizados, por otra parte, faltaban bulldozers y “de todo”. Y cada vez que hablan, en la misma frase sostienen a un tiempo esa incongruencia permanente con cínico desparpajo. Alfonso Rueda ha visto impotente cómo se ha carbonizado casi el 10% de la superficie de la provincia de Ourense. Nada menos. Hoy mismo se está a punto de calcinar el tesoro de la Sierra do Caurel. Pero, al mismo tiempo, presume jactancioso de tener “el mejor dispositivo contraincendios de España”. Pues menos mal que no es el peor.
Antes hablábamos de Mañueco y su muñeco, pero todos los presidentes implicados han alcanzado cotas de destrucción forestal igualmente meritorias. ¿Es esto el anticipo de lo que nos deparará un futuro gobierno del PP-Vox? ¿O es que alguien piensa que el día en que gobiernen cesarán milagrosamente las catástrofes medioambientales? ¿Y las van a gestionar así? La pregunta se contesta con el silencio. ¿Alguien puede recordar una sola emergencia que puedan poner como ejemplo de gestión sincera, responsable y eficaz? ¿Una sola?
También en tiempos ascendí el Puerto de Honduras, que conduce al encantador pueblo de Hervás y a su primorosa judería. Y en otra ocasión me perdí en las pistas de Chandrexa de Queixa en una de esas excursiones catastróficas que se recuerdan en todas las reuniones de viejos camaradas. Todos esos espacios se han perdido irremisiblemente como lágrimas en la lluvia. Salvo que no hay lluvia: solo lágrimas. Pero para los responsables de mantener esos lugares, de cuidarlos, de preservarlos para nosotros, para mis hijos y los hijos que vendrán, el problema ha sido ¡la falta de bulldozers! O la agenda 2030, o ciertas leyes secretas que prohíben limpiar el monte y que pasten las vacas. La presidenta de Extremadura, cuya imprevisión está hoy poniendo en peligro el fecundo Valle del Jerte, afirmó con teatralizado ademán compungido: “Ah, si hubiesen traído antes los bulldozers no estaríamos así”. Sería cómico si no fuese trágico.
A pesar de que fue una exigencia de la Unesco cuando se declaró Las Médulas Patrimonio de la Humanidad, no existía ningún plan contraincendios, ni un metro de limpieza del parque natural, ni una balsa de aprovisionamiento
En Las Médulas el primer conato del incendio devastador llegó a ser casi sofocado. Casi. Pero con el fuego aún sin terminar de extinguirse en su totalidad, a decir de los vecinos, los medios aéreos se retiraron para atender otra catástrofe en Zamora. Las explicaciones posteriores ya las conocemos: el fuego hizo cosas raras. Esas cosas raras que hace cuando no se apaga: propagarse y quemar. No se equivoque el lector, no trato de minusvalorar las enormes dificultades a las que se han enfrentado los equipos de extinción ni las monstruosas proporciones que alcanzaron luego las llamas. Pero resulta evidente que, de haber existido los medios suficientes para atender ambos incendios cuando aún eran manejables, hoy Las Médulas estaría incólume. Entretanto, el ínclito Quiñones decidió irse a Gijón a tomar tapas porque “tiene la mala costumbre de comer”. Su ejemplar dedicación sin duda sirvió de ejemplo a otros escalones de la cadena de mando. Y así —según denunció el Alcalde de Cervera de Pisuerga—, el Director del Parque Natural de la Montaña Palentina, ocho días después de iniciarse la catástrofe, no había tenido a bien acercarse por allí y ni siquiera llamar por teléfono para informarse. Se ve que lo veía por la tele. Por supuesto, a pesar de que fue una exigencia de la Unesco cuando se declaró Las Médulas Patrimonio de la Humanidad, no existía ningún plan contraincendios, ni un metro de limpieza del parque natural, ni una balsa de aprovisionamiento y ni siquiera una mísera boca de incendios con los bomberos que se conectaban a los huertos de los vecinos.
Todo produce la misma sensación de abandono. A los que moraban en esos pueblos, a los que han perdido sus casas y sus vidas y también a los trabajadores de la extinción. Los bomberos se quejaban en Carucedo de que no les habían dado ni bocadillos y los informativos, días después, alabaron la presencia de la ONG del chef José Andrés. Yo no tengo nada en contra de la filantropía y me cae bien José Andrés. ¿Pero no hay administraciones públicas? ¿Es que a los servidores públicos les tiene que dar de comer una ONG? ¿Y sus contratos temporales precarios, y sus sueldos míseros, y las bajas no cubiertas? ¿Se lo dejamos también a la filantropía?
Zamora, Ourense, León, encabezan el ranking de las provincias más envejecidas de España. Las pirámides de población de Astorga, Ponferrada, La Bañeza, dibujan todas ellas una caracerística forma de peonza donde la franja de edad de 0-9 años es casi testimonial siendo la más amplia la de los 59 y 64 años. Así no es de extrañar que sea León la segunda peor provincia en tasa de actividad y población ocupada del país. ¿La segunda? ¿Por detrás de quién? Pues sí, de Ourense. Sin embargo ambas lideran con comodidad la nefasta clasificación de superficie quemada. Los dos fenómenos, con el clima, están dramáticamente interconectados.
¿Hasta cuándo van a soportar esta situación sus ciudadanos? ¿Qué más tiene que pasar? ¿Cuánto más tiene que arder? ¿Cuántos pueblos más se tienen que perder? ¿Cuánto más quejarse con lágrimas de rabia? En la Sierra de la Culebra, el Alcalde de Villardeciervos alababa el “turismo lobuno” que había duplicado los visitantes en la zona. Era aquel un ejemplo exitoso de convivencia entre el turismo y la conservación. Y yo mismo acudí a tratar de avizorar al lobo desde un risco al amanecer. ¿Qué me encontraré la próxima vez que vaya? La nada, kilómetro tras kilómetro solo los estratos negros de la ceniza. ¿Podré regresar a Las Médulas sin romperme el corazón de tristeza? ¿Para qué alguien querría ir a ver los tristes esqueletos de aquellos árboles majestuosos? ¿Volveré a bañarme en el Lago Carucedo? ¿Volveré a pasar por Foncebadón y la Cruz de Ferro? Se salvó de milagro la herrería de Compludo, se salvó de milagro la maravilla de montaña de Peñalba de Santiago pero ahora son perlas sobre un paño negro. ¿Y hasta cuando? ¿Qué se destruirá la próxima vez? ¿Laciana? ¿Villafáfila?
Muchos de mis recuerdos más queridos nacieron en esas tierras que a mis compatriotas gallegos les parecen “poco verdes”. ¡Qué sabrán ellos! Qué sabrán de los castillos, las torres desplomadas y el sol abrasador; de la geometría de los campos de cereal, de sus infinitas variaciones cromáticas del marrón y el ocre, de las explosiones de amapolas, de las figuras sorprendentes de las balas de heno y los sistemas de riego que parecen osamentas de gigantes extintos. Qué sabrán de los buitres y los alimoches en el cielo, de las praderías de invierno de la antigua trashumancia, de los hayedos de montaña, los torrentes del deshielo, qué sabrán de las carreras de mastines y rebecos.
En los telediarios, las voces son unánimes: nos han abandonado, nos han abandonado. No ha sido hoy. Llevan abandonándolos muchos años. Toda una vida.
Castilla y León
El incendio de Las Médulas, crónica anunciada de la precariedad laboral de los bomberos forestales
Castilla y León
Prende la mecha del descontento social ante la gestión de los incendios de Mañueco y el PP en Castilla y León
Castilla y León
La hemeroteca desmonta los intentos del PP de Castilla y León de culpar al Gobierno de los incendios
Incendios
El quinto año con más incendios en cinco décadas
Incendios Forestales
Un bombero fallecido y otro herido en León: “El cansancio causa accidentes”
Relacionadas
Para comentar en este artículo tienes que estar registrado. Si ya tienes una cuenta, inicia sesión. Si todavía no la tienes, puedes crear una aquí en dos minutos sin coste ni números de cuenta.
Si eres socio/a puedes comentar sin moderación previa y valorar comentarios. El resto de comentarios son moderados y aprobados por la Redacción de El Salto. Para comentar sin moderación, ¡suscríbete!